martes, 14 de julio de 2015

Señor, ¿a quién iremos?






 
 


Palabra de vida

«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»  (Jn 6, 68).

«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»

A la gente que acudía a su encuentro, Jesús les hablaba del Reino de Dios(1).
 
Lo hacía con palabras simples, tomadas de la vida de cada día, y sin embargo su modo de hablar tenía una fascinación particular.
 
La gente quedaba impactada por su enseñanza porque se dirigía a ellos como uno que tiene autoridad, no como los escribas(2).
 
Incluso los guardias que habían ido a arrestarlo, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos les preguntaron por qué no habían ejecutado la orden, respondieron: “Nadie habló jamás como este hombre”(3).

El Evangelio de Juan refiere también de coloquios luminosos con personas, como Nicodemo o la samaritana.
 
Jesús va más hondo todavía con sus apóstoles: habla abiertamente del Padre y de las cosas del Cielo, sin hacer ya uso de semejanzas(4); quedan conquistados y no se echan atrás ni siquiera cuando no comprenden del todo sus palabras, o cuando ellas les parecen demasiado exigentes.

“¡Es duro este lenguaje!”(5), le dijeron algunos discípulos cuando escucharon que les habría dado a comer su carne y a beber su sangre.

Jesús, al ver que los discípulos se alejaban de él y dejaban de acompañarlo, se dirigió a los doce Apóstoles: “¿También ustedes quieren irse?”(6).

Pedro, ya ligado a él para siempre, fascinado por las palabras que le había oído pronunciar desde el día que lo había encontrado, respondió en nombre de todos:

«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»

Pedro había comprendido que las palabras de su Maestro eran distintas de las de los otros maestros.
 
Las palabras que van de la tierra a la tierra, pertenecen y tienen el destino de la tierra.
 
Las palabras de Jesús son espíritu y vida porque vienen del Cielo: una luz que desciende de lo Alto y tiene la potencia de lo Alto.
 
Sus palabras tienen una consistencia y una profundidad que otras palabras no tienen, por más que sean de filósofos, de políticos o de poetas. Son “palabras de vida eterna”(7) porque contienen, expresan, comunican la plenitud de esa vida que no tiene fin, porque es la vida misma de Dios.

Jesús ha resucitado y vive, y sus palabras, aunque las haya pronunciado en el pasado, no son un simple recuerdo, sino que son palabras que nos dirige hoy a todos y a cada persona de todos los tiempos y de cualquier cultura: son palabras universales, eternas.

¡Las palabras de Jesús! Deben haber sido su arte más exquisito, podríamos decir. El Verbo que habla en palabras humanas: ¡Qué contenido, qué intensidad, qué acento, qué voz!

“Un día –cuenta por ejemplo Basilio el Grande(8)–, como si despertara de un largo sueño, vi la luz maravillosa de la verdad del Evangelio y descubrí la vanidad de la sabiduría de los principios de este mundo”(9).

Teresa de Lisieux escribe, en una carta del 9 de mayo de 1897: “A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales... mi pobre pequeño espíritu no tarda en cansarse. Cierro el libro de los sapientes que rompe mi cabeza y seca mi corazón, y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo se vuelve luminoso, una sola palabra le abre a mi alma horizontes infinitos y la perfección me parece fácil”(10).

Sí, las palabras divinas sacian al espíritu hecho para lo infinito; iluminan interiormente no sólo la mente, sino todo el ser, porque son luz, amor y vida. Dan paz, –esa paz que Jesús llama suya: “mi paz”– aún en los momentos de turbación y de angustia. Dan alegría plena aún en medio del dolor que a veces oprime al alma.
 
Dan fuerza sobre todo cuando sobreviene el desconcierto o el desaliento. Liberan, porque abren el camino de la verdad.

«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»

La Palabra de este mes nos recuerda que el único Maestro al cual queremos seguir es Jesús, aún cuando sus palabras puedan parecer duras o demasiado exigentes: ser honestos en el trabajo, perdonar, ponerse al servicio del otro en lugar de pensar en nosotros en forma egoísta, permanecer fieles en la vida familiar, asistir a un enfermo terminal sin ceder a la idea de la eutanasia...

Abundan los maestros que nos invitan a soluciones fáciles, a entrar en componendas. Queremos escuchar al único maestro y seguirlo a él, que sólo dice la verdad y tiene “palabras de vida eterna”. Así podemos repetir también nosotros aquellas palabras de Pedro.

En este período de tenemos que ponernos de veras en la escuela del único Maestro y hacernos sus discípulos. También en nosotros tiene que nacer un amor apasionado por la palabra de Dios: recibámosla con atención cuando es proclamada en las iglesias, leámosla, estudiémosla, meditémosla...

Pero, sobre todo, estamos llamados a vivirla, como la misma Escritura enseña: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que no se engañen a ustedes mismos”(11).
 
Por eso cada mes tomemos en consideración una en particular, dejando que nos penetre, nos modele, “nos viva”.
 
Viviendo una palabra de Jesús vivimos todo el Evangelio, porque en cada palabra suya él se da por entero, viene él mismo a vivir en nosotros.
 
Es como una gota de sabiduría divina de él, Resucitado, que lentamente excava dentro y sustituye nuestro modo de pensar, de querer, de actuar en todas las circunstancias de la vida.

 
1) Cf Lc 9,11; 2) Cf Mt 7, 29; 3) Jn 7, 24; 4)Cf Jn 16, 25-29¸3, 12; 5) Jn 6, 60; 6) Jn 6, 67; 7) Jn 6, 68; 8) Basilio (330-379), uno de los grandes Padres de la Iglesia, obispo de Cesarea; 9) Ep. CCXXIII, 2; 10) Carta 202; Escritos, Postulación General de los Carmelitas Descalzos, Roma 1967, p, 734; 11) Sant 1, 22.

1 comentario:

  1. Viviendo una palabra de Jesús vivimos todo el Evangelio, porque en cada palabra suya él se da por entero, viene él mismo a vivir en nosotros.

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