Palabra de vida
«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida
eterna» (Jn 6, 68).
«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»
A la gente que acudía a su encuentro, Jesús les hablaba del
Reino de Dios(1).
Lo hacía con palabras simples, tomadas de la vida de cada
día, y sin embargo su modo de hablar tenía una fascinación particular.
La gente
quedaba impactada por su enseñanza porque se dirigía a ellos como uno que tiene
autoridad, no como los escribas(2).
Incluso los guardias que habían ido a
arrestarlo, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos les preguntaron por qué
no habían ejecutado la orden, respondieron: “Nadie habló jamás como este
hombre”(3).
El Evangelio de Juan refiere también de coloquios luminosos
con personas, como Nicodemo o la samaritana.
Jesús va más hondo todavía con sus
apóstoles: habla abiertamente del Padre y de las cosas del Cielo, sin hacer ya
uso de semejanzas(4); quedan conquistados y no se echan atrás ni siquiera
cuando no comprenden del todo sus palabras, o cuando ellas les parecen
demasiado exigentes.
“¡Es duro este lenguaje!”(5), le dijeron algunos discípulos
cuando escucharon que les habría dado a comer su carne y a beber su sangre.
Jesús, al ver que los discípulos se alejaban de él y dejaban
de acompañarlo, se dirigió a los doce Apóstoles: “¿También ustedes quieren
irse?”(6).
Pedro, ya ligado a él para siempre, fascinado por las
palabras que le había oído pronunciar desde el día que lo había encontrado,
respondió en nombre de todos:
«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»
Pedro había comprendido que las palabras de su Maestro eran
distintas de las de los otros maestros.
Las palabras que van de la tierra a la
tierra, pertenecen y tienen el destino de la tierra.
Las palabras de Jesús son
espíritu y vida porque vienen del Cielo: una luz que desciende de lo Alto y
tiene la potencia de lo Alto.
Sus palabras tienen una consistencia y una
profundidad que otras palabras no tienen, por más que sean de filósofos, de
políticos o de poetas. Son “palabras de vida eterna”(7) porque contienen,
expresan, comunican la plenitud de esa vida que no tiene fin, porque es la vida
misma de Dios.
Jesús ha resucitado y vive, y sus palabras, aunque las haya
pronunciado en el pasado, no son un simple recuerdo, sino que son palabras que
nos dirige hoy a todos y a cada persona de todos los tiempos y de cualquier
cultura: son palabras universales, eternas.
¡Las palabras de Jesús! Deben haber sido su arte más
exquisito, podríamos decir. El Verbo que habla en palabras humanas: ¡Qué
contenido, qué intensidad, qué acento, qué voz!
“Un día –cuenta por ejemplo Basilio el Grande(8)–, como si
despertara de un largo sueño, vi la luz maravillosa de la verdad del Evangelio
y descubrí la vanidad de la sabiduría de los principios de este mundo”(9).
Teresa de Lisieux escribe, en una carta del 9 de mayo de
1897: “A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales... mi pobre pequeño
espíritu no tarda en cansarse. Cierro el libro de los sapientes que rompe mi
cabeza y seca mi corazón, y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces
todo se vuelve luminoso, una sola palabra le abre a mi alma horizontes
infinitos y la perfección me parece fácil”(10).
Sí, las palabras divinas sacian al espíritu hecho para lo
infinito; iluminan interiormente no sólo la mente, sino todo el ser, porque son
luz, amor y vida. Dan paz, –esa paz que Jesús llama suya: “mi paz”– aún en los
momentos de turbación y de angustia. Dan alegría plena aún en medio del dolor
que a veces oprime al alma.
Dan fuerza sobre todo cuando sobreviene el
desconcierto o el desaliento. Liberan, porque abren el camino de la verdad.
«Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de Vida eterna»
La Palabra de este mes nos recuerda que el único Maestro al
cual queremos seguir es Jesús, aún cuando sus palabras puedan parecer duras o
demasiado exigentes: ser honestos en el trabajo, perdonar, ponerse al servicio
del otro en lugar de pensar en nosotros en forma egoísta, permanecer fieles en
la vida familiar, asistir a un enfermo terminal sin ceder a la idea de la
eutanasia...
Abundan los maestros que nos invitan a soluciones fáciles, a
entrar en componendas. Queremos escuchar al único maestro y seguirlo a él, que
sólo dice la verdad y tiene “palabras de vida eterna”. Así podemos repetir
también nosotros aquellas palabras de Pedro.
En este período de tenemos que ponernos de veras en la escuela del
único Maestro y hacernos sus discípulos. También en nosotros tiene que nacer un
amor apasionado por la palabra de Dios: recibámosla con atención cuando es
proclamada en las iglesias, leámosla, estudiémosla, meditémosla...
Pero, sobre todo, estamos llamados a vivirla, como la misma
Escritura enseña: “Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con
oírla, de manera que no se engañen a ustedes mismos”(11).
Por eso cada mes
tomemos en consideración una en particular, dejando que nos penetre, nos
modele, “nos viva”.
Viviendo una palabra de Jesús vivimos todo el Evangelio,
porque en cada palabra suya él se da por entero, viene él mismo a vivir en
nosotros.
Es como una gota de sabiduría divina de él, Resucitado, que
lentamente excava dentro y sustituye nuestro modo de pensar, de querer, de
actuar en todas las circunstancias de la vida.
Viviendo una palabra de Jesús vivimos todo el Evangelio, porque en cada palabra suya él se da por entero, viene él mismo a vivir en nosotros.
ResponderBorrar