La tumba vacía
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Un mensaje cristiano de paz, de seguridad y de amor
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Junto al sepulcro abierto, el ángel dijo a quienes
habían ido en busca del Señor: "No está aquí; porque ha resucitado, como
dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id presto, decid a sus
discípulos que ha resucitado de los muertos: y he aquí va delante de vosotros a
Galilea: allí le veréis; he aquí, os lo he dicho" (S. Mateo 28.6, 7).
Estas son las nuevas que debe oír hoy el mundo entero:
la tumba en que yacía Cristo está vacía. Cristo estuvo en ella, pero ya salió; ha
resucitado.
La tumba de Mahoma se halla en Medina, en Arabia, pero
no está vacía. La tumba de Confucio se encuentra en la China, y tampoco está
vacía. Buda está sepultado en muchas tumbas, pues distintas partes de su cuerpo
han depositadas como reliquias en diferentes partes del Oriente. Pero la tumba
de Cristo está vacía "porque ha resucitado".
Desde el principio de los tiempos se ha formulado la
pregunta, "si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?" (Job 14.14). Esta
pregunta nunca recibió una respuesta clara hasta que Jesús se levantó de los
muertos.
Acongojados corazones habían escuchado durante
milenios junto a la puerta cerrada de la tumba, pero sólo el misterioso
silencio reinaba tras ella.
Llamaban, como dijo uno de los más grandes agnósticos
del mundo junto al sepulcro de su hermano, pero "del silencioso muerto no
provino sonido --el eco fue la única repuesta que tuvo a los sollozos y
gemidos".
Pero cuando Cristo resucitó, todo cambió. San Pablo
dice en su epístola a los corintios: "Mas ahora Cristo ha resucitado de
los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la
muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los
muertos. Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos
serán vivificados" (1 Corintios 15,20-23).
Porque él vive, también viviremos nosotros (S. Juan
14,19). La resurrección de Cristo esclareció el misterio de la muerte, y ha
probado que el ocaso de esta tierra será seguido por una mañana gloriosa.
Antes de los días de Colón, las monedas españolas
llevaban la inscripción "Non Plus Ultra" --"no más allá".
Más allá de las Columnas de Hércules, más allá de las Azores agrisadas, el
misterioso y temido océano se extendía hasta el cabo del mundo. Después de eso
nada existía, sólo el caos, la noche, ¡lo desconocido!
Sin embargo, después de los viajes de Colón, y después
que otros navegantes hubieron avanzado y extendido el imperio español más allá
del hemisferio occidental hasta el Océano Pacífico, la inscripción de las
monedas se trocó, con orgullo, en "Plus Ultra". "Más Allá",
--existe más, allá adelante.
Así también, en la mañana de la resurrección de
Cristo, la humanidad pudo borrar la palabra "no", humedecida por las
lágrimas derramadas durante los siglos, y leer la feliz promesa de la esperanza
eterna en el "más allá".
Si el hombre muere, ¡volverá a vivir! Cristo ha
resucitado. Su tumba está vacía. Hay más allá, hay más de lo que jamás
hubiéramos soñado.
Cuando nuestro Señor se levantó triunfante de la
muerte, no fue el único que salió del sepulcro. Una gran multitud lo hizo al
mismo tiempo que él.
Está registrado en el evangelio: "Y he aquí, el
velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo; y la tierra tembló, y las
piedras se hendieron; y abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos
que habían dormido se levantaron; y salidos de los sepulcros, después de su
resurrección, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos" (S.
Mateo 27.51-53).
Estos cautivos redimidos de la prisión de la muerte
ascendieron con Cristo como trofeos de su victoria sobre la muerte y el
sepulcro (Efesios 4.8). Ellos constituyen las primicias de su poder, y la
promesa viva de la grandiosa cosecha del día de la resurrección, cuando Jesús
vuelva otra vez para llevar a su pueblo consigo. "No se turbe vuestro
corazón: creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas
moradas hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, a preparar lugar
para vosotros.
Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez,
y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis"
(S. Juan 14.1-3).
Nuestra vida eterna depende de lo que Cristo hizo;
nuestra resurrección de su resurrección. El apóstol San Pablo escribió:
"Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con
él a los que durmieron en Jesús" (1 Tesalonicenses 4,14). Es decir, sacará
de la tumba a los que durmieron con su fe puesta en Jesús, y los llevará
consigo. Demos gracias a Dios por la tumba vacía de Cristo.
La resurrección de Cristo se diferencia de todos los
demás milagros en que ella es la base sobre la cual se fundó la iglesia
cristiana.
Si no hubiese habido resurrección, no existiría el
cristianismo. La resurrección es lo que dio a los discípulos la prueba
terminante de que Cristo era el Hijo de Dios y de que todas las demás
prerrogativas que se había abrogado, eran justas. Leemos en la epístola a los
romanos que "...fue declarado Hijo de Dios con potencia... por la resurrección
de los muertos" (Romanos 1.4).
La resurrección fue el hecho innegable y poderoso que
influyó sobre los discípulos, y que resultó en la formación de la iglesia
cristiana. Esta es una explicación adecuada tanto de la fundación de la iglesia
cristiana como del origen de la creencia en la resurrección de Cristo. Si se
desmiente la veracidad del relato del Nuevo Testamento acerca del origen de la
iglesia y acerca de la resurrección, debe entonces hallarse otra razón lógica
que lo justifique. Pero no existe otro relato histórico que intente explicar
siquiera el origen de la iglesia cristiana o la creencia en la resurrección.
Los documentos del Nuevo Testamento están de acuerdo
en todos los detalles importantes, y contienen cuatro relatos de testigos que
presentan la evidencia fidedigna de los hechos, que es lo que constituye un
testimonio seguro ante los tribunales.
¿Por qué se ha de negar la evidencia de estos
testigos? La única duda que podría surgir es la posibilidad de que se realizara
tal milagro o cualquier otro milagro. Pero es ilógica si se cree en un Dios personal
y todopoderoso.
Además, si se niega la posibilidad de un milagro,
queda por explicarse el origen y la existencia continuada de la iglesia
cristiana, y que todas las tentativas que se han hecho para eliminarla hayan
fracasado. La única alternativa es aceptar el relato del Nuevo Testamento
acerca del origen sobrenatural del cristianismo.
Pero hay más aún. El Antiguo Testamento estuvo en
manos de los judíos desde varios siglos antes de la resurrección, hecho que no
negará ninguna persona que haya estudiado algo. En uno de estos documentos
auténticos, fechado casi mil años antes de Cristo, encontramos una profecía
referente a la resurrección de Jesús. He aquí esta positiva predicción: "A
Dios he puesto siempre delante de mí: porque está a mi diestra no seré
conmovido. Alegróse por lo tanto mi corazón, y se gozó mi gloria: también mi
carne reposará segura.
Porque no dejarás mi alma en el sepulcro; ni
permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida:
hartura de alegrías hay con tu rostro; deleites en tu diestra para
siempre" (Salmos 16,8-11). El apóstol San Pedro aplica esta profecía a la
resurrección de Cristo (Hechos 2,22-32).
Puesto que la iglesia cristiana se fundó sobre la
verdad de la resurrección de Jesucristo, y como esta resurrección fue el
cumplimiento de la profecía de las Escrituras, resulta que la iglesia misma
estuvo y está fundada sobre el cumplimiento de la profecía.
Nada podría ser más cierto que esto. El apóstol San
Pedro ha dejado escritas las siguientes palabras: "Tenemos también la
palabra profética más permanente, a la cual hacéis bien de estar atentos como a
una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y el
lucero de la mañana salga en vuestros corazones" (2 S. Pedro 1,19).
Nuestro Señor Jesús mismo, cumpliendo las profecías de
las Escrituras Sagradas es la verdadera base en que se funda la iglesia de
Dios.
La tumba de Cristo está vacía. La gloriosa
resurrección del Salvador ha cumplido la profecía y da evidencia de la
autenticidad de la Sagrada Escritura y del origen divino del cristianismo. Pero
esa tumba vacía hace aún más: transforma por completo la faz del mundo y llena
de esperanza al corazón humano.
¡Cristo vive! ¡Vive! Vive, y eso nos asegura que
viviremos nosotros también (S. Juan 14:19). Esa es la promesa que hallamos en
San Juan 11,25, 26. "Dícele Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí,
no morirá eternamente".
Se cuenta que cierta vez, cuando el gran hombre de
ciencia Faraday entró en su laboratorio, halló que había en él una gran
confusión. Uno de sus ayudantes había dejado caer, por accidente, una bella
copa de plata dentro de un recipiente que contenía ácidos. Allí se había
disuelto y, por lo tanto, desaparecido. La preciosa copa no existía ya. Y el
pobre ayudante se veía acusado por algunos de haberla robado. Faraday vertió
cierto líquido dentro del recipiente e instantáneamente la plata, en forma de
fino polvo, se precipitó en el fondo del recipiente. Luego separó el líquido
del polvo y éste fue recogido cuidadosamente. Faraday lo envió a un joyero,
quien a su debido tiempo le devolvió una copa más hermosa que la primera.
Así también es la resurrección de los muertos. Se
siembra en corrupción, se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza,
se levantará con gloria; se siembra en flaqueza, se levantará con potencia.
Amigo, dondequiera que estés, y quienquiera que seas:
¿te rendirás a Jesús con toda sinceridad? Él no está muerto. ¡Ha resucitado! Él
es el Cristo viviente, que espera salvarte y bendecirte. Él es tu garantía de
vida eterna. ¿Lo aceptarás como tu Salvador? ¿Lo harás?
Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con gloria; se siembra en flaqueza, se levantará con potencia.
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