miércoles, 22 de julio de 2015

Se vive en constante sobresalto; el temor y la incertidumbre se han posesionado del corazón humano.


Nuestra única confianza

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Los peligros que hoy asechan al ser humano son tan angustiosos y graves que el ansia de seguridad ha dejado de ser una preocupación para convertirse en una obsesión.
 
Se vive en constante sobresalto; el temor y la incertidumbre se han posesionado del corazón humano.
 
Los antiguos fantasmas de la pobreza, del dolor y de la muerte asumen hoy formas tan diversas y tan amenazantes que resulta muy difícil conservar la calma.
 
Calamidades tan dramáticas como terremotos, inundaciones y tornados se repiten cada vez con mayor frecuencia.
 
El equilibrio económico y la estabilidad emocional también son alterados por toda suerte de accidentes y enfermedades solapadas. Y, ¿qué decir de los dramas provocados por la ola de violencia que inunda la tierra?

Personas de las más diversas culturas o posición social sienten zozobra y ansiedad. Los inestimables bienes de la vida, como la libertad y la salud, parecen estar a merced de los caprichos o pasiones de los demás.
 
Y en medio de esa atmósfera de ansiedad y de inquietud, e impulsado por el poderoso instinto de conservación, el ser humano reclama paz y seguridad. ¿Es que se trata de una demanda imposible? ¿Es un anhelo reñido con la realidad de las cosas?
 
El anuncio publicitario de una compañía de seguros decía: "Vendemos seguridad". Es una oferta atractiva, pero imposible de satisfacer.

Afirmaba un destacado escritor que "el hombre quiere estar seguro de todo. Porque quiere estarlo de su destino trascendente, investiga las religiones; porque quiere estarlo de las ideas, hace filosofía; porque quiere estarlo del pasado, hace historia; y porque quiere estarlo de las cosas físicas y calculables, hace pólizas de seguro".
 
Y agrega: "Aunque estamos asegurados de muchas cosas, estamos seguros de muy pocas". ¡Qué paradoja! ¡Qué contraste más significativo!
 
Aunque aumentan los recursos de la ciencia, la circulación del dinero, las conquistas de la inteligencia y el poderío de nuestra civilización, la humanidad, sin embargo, se siente impotente ante la avalancha de la necesidad, de la desolación y de la anarquía.

La buena voluntad del hombre no logra resolver ni conjurar los dilemas y los peligros de nuestra época. Este fracaso o frustración se puede asemejar a lo que ocurrió con un hombre de 29 años, que hizo colocar barrotes de hierro a todas las aberturas de su casa por temor a los ladrones.
 
En vez de ser víctima del robo, pereció abrasado por un incendio que se produjo en su domicilio.
 
La puerta a prueba de ladrones se atascó de tal modo que no pudo escapar del fuego. A semejanza de este hombre, también nosotros podemos equivocarnos al escoger nuestro sistema de seguridad.

¿Cuál es la mejor defensa ante los riesgos de la vida? En Salmos 46,1-3 encontramos estas maravillosas palabras: "Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
 
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón de la mar; aunque bramen y se turben las aguas, y tiemblen los montes a causa de su bravura".

El omnipotente Creador de los cielos y de la tierra es la única fuente de seguridad y fortaleza. Cualesquiera sean los riesgos que debamos afrontar, en él está el auxilio oportuno.
 
El rey David, ese hombre que arrostró peligros de toda naturaleza, escribió el salmo 91, que bien se lo puede llamar "el cántico de la liberación y la confianza".
 
Dice así: "El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Dios: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad.
 
No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya".
 
Y agrega, "porque tú has puesto a Dios, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues que a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus caminos...
 
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación".

Son promesas de Dios; él es nuestro refugio, nuestra fortaleza protectora, nuestra única seguridad.
 
No significa esto que desaparecerán los contratiempos y riesgos de la vida. Las consecuencias del pecado son inevitables; mientras estemos en este mundo habrá dolor, enfermedad y muerte.
 
Pero la promesa divina es que en medio de la angustia tendremos la compañía del Señor. "No temas --dice el Señor--, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.
 
Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti" (Isaías 43,1-3).

¿Podemos vivir seguros? Sí, pero para eso es indispensable confiar en Dios.
 
La fe es como un escudo que protege el alma de los dardos del maligno.
 
Cuando esa virtud inunda el corazón, desaparecen milagrosamente la ansiedad y la incertidumbre.
 
Alguien dijo: "El miedo llamó a la puerta; la fe contestó y abrió; no había nadie". Frente a la fe, el miedo había desaparecido.

Marconi, el renombrado inventor, declaró: "La ciencia es apenas algo más que la luz indispensable de una linterna de bolsillo que se difunde en una selva oscura, en la cual la humanidad anda dolorosamente a tientas en su camino hacia Dios.
 
Únicamente la fe puede tender un puente sobre el golfo que existe entre el hombre y el infinito". ¿Nos atrevemos a confiar en Dios? ¿Elevaremos nuestra mirada hacia el Altísimo? ¿Dependeremos de su fuerza y de su sabiduría?

A pesar de las incontables evidencias que revelan la bondad y el poder divinos, somos muy inconstantes en ejercitar la fe en Dios.
 
Nos comportamos en manera similar a ese apóstol que al mandato de Jesús empezó a caminar sobre las aguas, pero al ver el fuerte viento tuvo miedo, y comenzó a hundirse. ¿Qué había ocurrido? En medio de la noche, Jesús había venido caminando sobre las aguas hacia la barca donde se encontraban los discípulos.
 
Y éstos, viéndolo andar sobre el agua se turbaron, diciendo: "¡Un fantasma!, y dieron voces de miedo".
 
Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: "Tened ánimo, yo soy, no temáis".
 
Entonces el apóstol Pedro respondió, y le dijo a Jesús: "Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas" (S. Mateo 14,26-28).
 
Y Cristo le ordenó que viniese. Sin vacilación, Pedro avanzó hacia su Maestro. Era un milagro; estaba caminando sobre las aguas.
 
De pronto, envanecido por su hazaña, concentró su atención en sí mismo y apartó su vista de Jesús. En seguida fue turbado por el viento y empezó a hundirse. Desesperadamente imploró el rescate y Jesucristo, extendiendo su mano, lo libró.

Ante los peligros extremos que acosan contra nuestra seguridad física, y ante las amenazas internas que asechan nuestro bienestar espiritual, debemos mantener nuestra confianza en Dios.
 
Con humildad y valentía necesitamos reconocer que nuestra victoria se encuentra en el Señor Jesucristo, en su amor, en su Palabra y en su Espíritu.
 
En este tiempo hay multitudes que adormecen su conciencia y procuran encontrar seguridad para sus vidas en cualquier otro recurso, menos en el Señor Jesús.
 
Simplemente lo olvidan, o lo ignoran. Dejan de reconocerlo como el Salvador de sus almas y el Señor del universo. No toman en cuenta la promesa de su advenimiento glorioso. ¿Cuál será el destino de los tales?
 
Dice el apóstol San Pablo: "Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán".
 
Y agrega: "Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas para que aquel día os sobrecoja como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche, de las tinieblas.
 
Pero nosotros que somos del día, seamos sobrios; habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo" (1 Tesalonicenses 5,3, 4, 8).
 
Aquí se describe la experiencia de dos grupos de personas. Por un lado, la de quienes buscan seguridad fuera de Jesús; para los tales habrá destrucción repentina.
 
Pero están los otros; aquellos que han cubierto sus vidas con la coraza de la fe y del amor, y cuya defensa es la esperanza de salvación.
 
Aunque este grupo bienaventurado debe afrontar las vicisitudes propias de la etapa final de la historia humana, vive iluminado por la voluntad y el amor de Dios.
 
Su alma está protegida de todo mal e incertidumbre. La fe en Jesús y en su Palabra los mantiene firmes y seguros en su camino por esta vida y en rumbo a la vida eterna.

No hay fuerza humana suficiente para neutralizar los peligros de esta tierra; no hay ningún medio seguro inventado por los hombres para conjurar los desastres provocados por un corazón pecaminoso y egoísta. Sólo en Jesús están la salvación y la seguridad del alma.
 
Unidos a él por la fe, podemos mirar el futuro con confianza. El amor de Jesús desplazará todo temor y, entonces, podremos hacer nuestra la experiencia del apóstol Pablo, quien exclamó: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?"
 
Y agrega: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8,35, 38, 39).

Que Dios te bendiga, amigo lector, para que disfrutes de esta seguridad que proporciona la presencia de Jesús en tu vida. Confía en él de todo corazón y entonces disfrutarás de paz, de gozo y de esperanza.
 
Con la vista dirigida hacia la altura afrontarás exitosamente todos los problemas de este mundo, porque en Jesús, y sólo en él, está la salvación.

1 comentario:



  1. No hay fuerza humana suficiente para neutralizar los peligros de esta tierra; no hay ningún medio seguro inventado por los hombres para conjurar los desastres provocados por un corazón pecaminoso y egoísta. Sólo en Jesús están la salvación y la seguridad del alma.



    Unidos a él por la fe, podemos mirar el futuro con confianza. El amor de Jesús desplazará todo temor y, entonces, podremos hacer nuestra la experiencia del apóstol Pablo, quien exclamó: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?"



    Y agrega: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8,35, 38, 39).

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