Nuestra única confianza
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Los peligros que hoy asechan al ser humano son
tan angustiosos y graves que el ansia de seguridad ha dejado de ser una
preocupación para convertirse en una obsesión.
Se vive en constante sobresalto;
el temor y la incertidumbre se han posesionado del corazón humano.
Los antiguos
fantasmas de la pobreza, del dolor y de la muerte asumen hoy formas tan
diversas y tan amenazantes que resulta muy difícil conservar la calma.
Calamidades tan dramáticas como terremotos, inundaciones y tornados se repiten
cada vez con mayor frecuencia.
El equilibrio económico y la estabilidad
emocional también son alterados por toda suerte de accidentes y enfermedades
solapadas. Y, ¿qué decir de los dramas provocados por la ola de violencia que
inunda la tierra?
Personas de las más diversas culturas o
posición social sienten zozobra y ansiedad. Los inestimables bienes de la vida,
como la libertad y la salud, parecen estar a merced de los caprichos o pasiones
de los demás.
Y en medio de esa atmósfera de ansiedad y de inquietud, e
impulsado por el poderoso instinto de conservación, el ser humano reclama paz y
seguridad. ¿Es que se trata de una demanda imposible? ¿Es un anhelo reñido con
la realidad de las cosas?
El anuncio publicitario de una compañía de seguros
decía: "Vendemos seguridad". Es una oferta atractiva, pero imposible
de satisfacer.
Afirmaba un destacado escritor que "el
hombre quiere estar seguro de todo. Porque quiere estarlo de su destino
trascendente, investiga las religiones; porque quiere estarlo de las ideas,
hace filosofía; porque quiere estarlo del pasado, hace historia; y porque
quiere estarlo de las cosas físicas y calculables, hace pólizas de
seguro".
Y agrega: "Aunque estamos asegurados de muchas cosas,
estamos seguros de muy pocas". ¡Qué paradoja! ¡Qué contraste más
significativo!
Aunque aumentan los recursos de la ciencia, la circulación del
dinero, las conquistas de la inteligencia y el poderío de nuestra civilización,
la humanidad, sin embargo, se siente impotente ante la avalancha de la
necesidad, de la desolación y de la anarquía.
La buena voluntad del hombre no logra resolver
ni conjurar los dilemas y los peligros de nuestra época. Este fracaso o
frustración se puede asemejar a lo que ocurrió con un hombre de 29 años, que hizo
colocar barrotes de hierro a todas las aberturas de su casa por temor a los
ladrones.
En vez de ser víctima del robo, pereció abrasado por un incendio que
se produjo en su domicilio.
La puerta a prueba de ladrones se atascó de tal
modo que no pudo escapar del fuego. A semejanza de este hombre, también
nosotros podemos equivocarnos al escoger nuestro sistema de seguridad.
¿Cuál es la mejor defensa ante los riesgos de
la vida? En Salmos 46,1-3 encontramos estas maravillosas palabras: "Dios
es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por
tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes
al corazón de la mar; aunque bramen y se turben las aguas, y tiemblen los
montes a causa de su bravura".
El omnipotente Creador de los cielos y de la
tierra es la única fuente de seguridad y fortaleza. Cualesquiera sean los
riesgos que debamos afrontar, en él está el auxilio oportuno.
El rey David, ese
hombre que arrostró peligros de toda naturaleza, escribió el salmo 91, que bien
se lo puede llamar "el cántico de la liberación y la confianza".
Dice
así: "El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del
Omnipotente. Diré yo a Dios: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien
confiaré. El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus
plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su
verdad.
No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni
pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día
destruya".
Y agrega, "porque tú has puesto a Dios, que es mi
esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga
tocará tu morada. Pues que a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en
todos tus caminos...
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré;
le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le
responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo
saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación".
Son promesas de Dios; él es nuestro refugio,
nuestra fortaleza protectora, nuestra única seguridad.
No significa esto que
desaparecerán los contratiempos y riesgos de la vida. Las consecuencias del
pecado son inevitables; mientras estemos en este mundo habrá dolor, enfermedad
y muerte.
Pero la promesa divina es que en medio de la angustia tendremos la
compañía del Señor. "No temas --dice el Señor--, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las
aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.
Cuando pases por
el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti" (Isaías 43,1-3).
¿Podemos vivir seguros? Sí, pero para eso es
indispensable confiar en Dios.
La fe es como un escudo que protege el alma de
los dardos del maligno.
Cuando esa virtud inunda el corazón, desaparecen
milagrosamente la ansiedad y la incertidumbre.
Alguien dijo: "El miedo
llamó a la puerta; la fe contestó y abrió; no había nadie". Frente a la
fe, el miedo había desaparecido.
Marconi, el renombrado inventor, declaró:
"La ciencia es apenas algo más que la luz indispensable de una linterna de
bolsillo que se difunde en una selva oscura, en la cual la humanidad anda
dolorosamente a tientas en su camino hacia Dios.
Únicamente la fe puede tender un
puente sobre el golfo que existe entre el hombre y el infinito". ¿Nos
atrevemos a confiar en Dios? ¿Elevaremos nuestra mirada hacia el Altísimo?
¿Dependeremos de su fuerza y de su sabiduría?
A pesar de las incontables evidencias que
revelan la bondad y el poder divinos, somos muy inconstantes en ejercitar la fe
en Dios.
Nos comportamos en manera similar a ese apóstol que al mandato de
Jesús empezó a caminar sobre las aguas, pero al ver el fuerte viento tuvo
miedo, y comenzó a hundirse. ¿Qué había ocurrido? En medio de la noche, Jesús
había venido caminando sobre las aguas hacia la barca donde se encontraban los
discípulos.
Y éstos, viéndolo andar sobre el agua se turbaron, diciendo:
"¡Un fantasma!, y dieron voces de miedo".
Pero en seguida Jesús les
habló, diciendo: "Tened ánimo, yo soy, no temáis".
Entonces el
apóstol Pedro respondió, y le dijo a Jesús: "Señor, si eres tú, manda que
yo vaya a ti sobre las aguas" (S. Mateo 14,26-28).
Y Cristo le ordenó que
viniese. Sin vacilación, Pedro avanzó hacia su Maestro. Era un milagro; estaba
caminando sobre las aguas.
De pronto, envanecido por su hazaña, concentró su
atención en sí mismo y apartó su vista de Jesús. En seguida fue turbado por el
viento y empezó a hundirse. Desesperadamente imploró el rescate y Jesucristo,
extendiendo su mano, lo libró.
Ante los peligros extremos que acosan contra
nuestra seguridad física, y ante las amenazas internas que asechan nuestro
bienestar espiritual, debemos mantener nuestra confianza en Dios.
Con humildad
y valentía necesitamos reconocer que nuestra victoria se encuentra en el Señor
Jesucristo, en su amor, en su Palabra y en su Espíritu.
En este tiempo hay
multitudes que adormecen su conciencia y procuran encontrar seguridad para sus
vidas en cualquier otro recurso, menos en el Señor Jesús.
Simplemente lo
olvidan, o lo ignoran. Dejan de reconocerlo como el Salvador de sus almas y el
Señor del universo. No toman en cuenta la promesa de su advenimiento glorioso.
¿Cuál será el destino de los tales?
Dice el apóstol San Pablo: "Cuando digan:
Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los
dolores a la mujer encinta, y no escaparán".
Y agrega: "Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas para que aquel día os sobrecoja como ladrón.
Porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche,
de las tinieblas.
Pero nosotros que somos del día, seamos sobrios; habiéndonos
vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como
yelmo" (1 Tesalonicenses 5,3, 4, 8).
Aquí se describe la experiencia de
dos grupos de personas. Por un lado, la de quienes buscan seguridad fuera de
Jesús; para los tales habrá destrucción repentina.
Pero están los otros;
aquellos que han cubierto sus vidas con la coraza de la fe y del amor, y cuya defensa
es la esperanza de salvación.
Aunque este grupo bienaventurado debe afrontar
las vicisitudes propias de la etapa final de la historia humana, vive iluminado
por la voluntad y el amor de Dios.
Su alma está protegida de todo mal e
incertidumbre. La fe en Jesús y en su Palabra los mantiene firmes y seguros en
su camino por esta vida y en rumbo a la vida eterna.
No hay fuerza humana suficiente para
neutralizar los peligros de esta tierra; no hay ningún medio seguro inventado
por los hombres para conjurar los desastres provocados por un corazón
pecaminoso y egoísta. Sólo en Jesús están la salvación y la seguridad del alma.
Unidos a él por la fe, podemos mirar el futuro con confianza. El amor de Jesús
desplazará todo temor y, entonces, podremos hacer nuestra la experiencia del
apóstol Pablo, quien exclamó: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada?"
Y agrega: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni
la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo
porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos
8,35, 38, 39).
Que Dios te bendiga, amigo lector, para que
disfrutes de esta seguridad que proporciona la presencia de Jesús en tu vida.
Confía en él de todo corazón y entonces disfrutarás de paz, de gozo y de
esperanza.
Con la vista dirigida hacia la altura afrontarás exitosamente todos
los problemas de este mundo, porque en Jesús, y sólo en él, está la salvación.
ResponderBorrarNo hay fuerza humana suficiente para neutralizar los peligros de esta tierra; no hay ningún medio seguro inventado por los hombres para conjurar los desastres provocados por un corazón pecaminoso y egoísta. Sólo en Jesús están la salvación y la seguridad del alma.
Unidos a él por la fe, podemos mirar el futuro con confianza. El amor de Jesús desplazará todo temor y, entonces, podremos hacer nuestra la experiencia del apóstol Pablo, quien exclamó: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?"
Y agrega: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8,35, 38, 39).