EFECTOS DE LA ADORACIÓN
Conocimiento
de la voluntad de Dios
Creo que los cristianos caemos con frecuencia en un error peligroso,
cuando ponemos los ojos en las cosas pequeñas y olvidamos las más importantes,
y concretamente cuando centramos nuestra atención en nuestras acciones, pero
olvidamos los principios que las deben regir.
Esto nos sucede, por ejemplo,
cuando intentamos agradar a Dios en cosas concretas mientras olvidamos la ley
que debe gobernar todos nuestros comportamientos, que no es otra que hacer su
voluntad. ¿No es ésta la ley suprema que abarca todas las demás leyes del Reino
de Dios?
Parece que así lo entendió Jesús y lo hizo saber a los discípulos
cuando estaba evangelizando a la mujer samaritana y les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me
ha enviado” (Jn 4,34). Y dio a este principio la calificación de
‘preferente’ cuando, al comunicarle que su madre le estaba esperando,
respondió: “Quien cumpla la voluntad de
Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,35).
Suele decirse
que ‘lo primero es el amor’, pero el mandato que dice “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas” (Dt 6,4) ¿no es
ya una expresión de la voluntad de Dios al igual que el resto de los mandatos?
Un buen adorador debe ser, por definición,
una persona que intente con todas sus fuerzas cumplir la voluntad de Dios en su
vida. Más aún, ¿puede llamarse adorador alguien que no esté buscando su
voluntad de corazón?
Cuando nos aproximamos al Señor para adorarle tal vez
deberíamos empezar con las mismas palabras que él dirigió al Padre: “He aquí que vengo a hacer tu voluntad”
(Hb 10,9).
Si además pensamos que para conocer la voluntad de una persona
necesitamos relacionarnos con ella y que, cuanto más profunda sea nuestra
relación, mejor podremos conocerla y más a su gusto podremos llevarla a cabo,
deducimos que la adoración es una gran ocasión de aproximación a la Trinidad y
un tiempo en el que conocer su voluntad está mucho más a nuestro alcance.
Otra razón más la encontramos en este
texto de la palabra, que nos revela qué es lo que necesitamos para conocer la
voluntad de Dios: “No os acomodéis al
mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto” (Rm 12.2).
El conocimiento de su voluntad pasa por
la renovación de la mente; y ¿qué ocasión más propicia que la de estar en su
presencia, o qué actitud mejor que la de rendirnos ante él para darle la
oportunidad de que nos la renueve?
Y si no es suficiente, recordemos la
síntesis de la voluntad de Dios para nosotros: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Jn 2,17).
Aquel que dice: “en medio de ti soy el
Santo” (Os 11,9) nos llama participar de su santidad y nos alcanza con su
santidad cuando estamos rendidos con toda nuestra persona –cuerpo, alma y
espíritu- (1 Ts 5,19) en su presencia y le hemos entregado todos los obstáculos
que pueden interponerse entre su santidad y nosotros.
De este modo podremos
luego vivir como “esclavos de Cristo que
cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al
Señor y no a los hombres” (Ef 6,6-7).
Palabra profética –Testimonios
Testimonio de un adorador:
“Entre las bendiciones que
creo haber recibido del Señor en mis tiempos de adoración, a la que me sentí
llamado hace bastantes años, creo que algunas están relacionadas con su
voluntad: la primera, haber comprendido con más claridad su voluntad y sus
planes para mí; la segunda de ellas tiene que ver con mi actitud para aceptarla
en relación al futuro, sin saber cual podría ser; la tercera, haber recibido la
fuerza necesaria para llevar a cabo su voluntad cuando me ha resultado difícil
y a veces casi absurda; la cuarta, la de comprobar cómo ha crecido mi fe cuando
la he aceptado sin entender; y finalmente haber intuido algo de lo que
significa entrar en el gozo del Señor cuando has tratado de serle fiel con todas
tus fuerzas, aun reconociendo los muchos fallos que vas teniendo durante el
camino” .
Aquel que dice: “en medio de ti soy el Santo” (Os 11,9) nos llama participar de su santidad y nos alcanza con su santidad cuando estamos rendidos con toda nuestra persona –cuerpo, alma y espíritu- (1 Ts 5,19) en su presencia y le hemos entregado todos los obstáculos que pueden interponerse entre su santidad y nosotros.
ResponderBorrarDe este modo podremos luego vivir como “esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres” (Ef 6,6-7).