Contemplar el Evangelio de hoy
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Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».
Hoy,
el Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad
que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos:
la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús
afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo.
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo.
Exaltar
la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el
Crucificado.
La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre
es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la
pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir
con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un
intercambio admirable.
También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde
el cielo: «Éste es mi Hijo (...), en quien me he complacido» (Mc 1,11).
Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de
todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida!
No estamos locos los
cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el
Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que
nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al
dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo).
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo).
Si conseguimos superar el
escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y
agradecerle su Don.
Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para
llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será
transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna:
«Derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados».
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