ADORACIÓN Y SERVICIO
“Con un celo sin negligencia; con espíritu
fervoroso; sirviendo al Señor” (Rm 12, 11)
¿A quién estoy adorando? Si
queremos obtener alguna pista para alcanzar una respuesta lo más próxima
posible a la verdad, podemos formularnos otra pregunta: ¿A quién quiero servir
o estoy sirviendo voluntariamente?
Adoración y servicio siempre van de la mano.
Servimos a quien adoramos y, de alguna manera, adoramos a quien servimos.
Servir a otros señores
–entre los que tantas veces nos incluimos a nosotros mismos- conduce al fracaso
y a la esclavitud. Al contrario, servir a Dios nos lleva al éxito y a la
libertad.
Dice el libro
del Éxodo que “los israelitas dijeron a Moisés: ...¿qué has hecho con
nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: Déjanos en
paz, queremos servir a los egipcios? Porque mejor nos es servir a los egipcios
que morir en el desierto’ ” (Ex 14,11-12).
Y el salmista, al contemplar los
sucesos de tiempos pasados narra: “Sirvieron a sus ídolos que fueron un lazo
para ellos” (Sal 106,36).
En resumen, los israelitas, - y Dios sabe hasta
qué punto también nosotros- prefirieron en repetidas ocasiones caer en manos de
sus enemigos adorándoles y sirviéndoles, a pesar de encontrarse bajo su
opresión y esclavitud, antes que servir a Dios y andar por sus caminos
disfrutando de la libertad de los hijos de Dios.
Es otra manera de decir que no debemos adorar a dos
señores o que la adoración a Dios no se puede compaginar con la adoración a los
ídolos.
El servicio del cristiano debe ser exclusivamente a Jesucristo,
pensando en él y en su gloria, actuando como él, para él y con él.
Esto quiere
decir que para el cristiano todas las actividades del día a día, pensamientos,
deseos, deberían tener como punto de referencia y como meta permanente al Señor.
La Palabra del Señor exhorta
a los siervos de Dios a dedicarse a él “con corazón entero” (cf. 1 Cro
28,9) o “con todo el corazón” (cf. 1 S 12, 20); “con alegría” (cf.
Sal 100,2), “con temor” (cf. Sal 2,11); “con toda humildad” (cf. Hch 20,
19).
·
No miréis la pequeñez y las
limitaciones de vuestra adoración, porque yo la uno a la gran adoración
del cielo y mucha gloria me da.
·
La adoración es un gran
consuelo para el corazón del Padre, maltratado por tanto pecado.
Seguid
ocupando este lugar santo, seguid postrados en adoración para contrarrestar
toda la adoración que el mundo ofrece a sus falsos dioses.
La grandeza de la adoración en relación al servicio cristiano está en que a través de ella, el hombre consigue el servicio más fructífero, desde el punto de vista del Señor, el que más le complace, y el que, al mismo tiempo, es primicia de la adoración-servicio ofrecida día y noche por todos los santificados en el cielo (cf. Ap 7,15).
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