Si sólo las esposas supieran...
Sin duda, muchos hombres han pensado alguna
vez: "Si tan sólo mi esposa supiera cómo me siento cuando ella hace o dice
ciertas cosas..." Con demasiada frecuencia el varón, en sus intentos de
comunicarse, se ve bloqueado por ciertas realidades biológicas, corrientes
emocionales interiores, y aun la influencia de las circunstancias.
En la expresión verbal, la mujer le lleva
cierta ventaja, porque su cerebro es ágil en la tarea de armar frases y usar el
vocabulario. Además, la expresión verbal de la mujer tiende a reflejar sus
percepciones emocionales en grado mayor que en el caso del varón.
Por eso, posiblemente uno de los mensajes más
urgentes que el esposo quisiera darle a su amada es: "Te ruego que
procures no hablar bajo el influjo de tus emociones alborotadas". Es
cierto que esto se aplica a ambos, pero la preferencia estadística indica que
la mujer es más vulnerable que el hombre en este punto.
Las emociones y sentimientos son parte
legítima y necesaria de nuestra vida interior, pero por su naturaleza variable,
no son guías seguros de nuestra conducta.
Las marejadas emocionales suben y bajan; las
corrientes de nuestras emociones son a veces fuertes y profundas; otras,
débiles y superficiales, o frías, o cálidas. Nada que flote en ese oleaje se
mantiene fijo. Todo va cambiando, a veces con gran rapidez, y los esposos no
siempre han desarrollado, como los zambullidores de Acapulco, la facultad de
juzgar el ritmo de las olas.
Supongamos que un esposo vuelve un día de su
trabajo, y su esposa, al verlo, le grita: "¡Yo ya no soporto más esta
situación! ¡Y tú no haces nada por solucionarla!"
La cara de enojo, los ademanes agitados, los
ojos desorbitados, todo ello hace pensar que la esposa está por irse de la casa
y pedir el divorcio.
La respuesta instintiva del varón, determinada
por su perfil hormonal, es prepararse para la lucha, y contraatacar mientras
todavía tiene oportunidad de hacerlo.
Herido en su orgullo, no se acuerda de que
valdría la pena hacer algunas preguntas antes de reaccionar. Por lo tanto,
responde, con voz también airada: "¡Pues si quieres irte, ahí está la
puerta!" Y el escenario queda listo para una batalla campal, que bien
podría culminar en un rompimiento definitivo.
Pero sucede que la causa de la frustración de
la esposa no tenía nada que ver con su relación matrimonial.
La llave del agua que ella usaba para regar el
jardín que mantenía en el patio de atrás, se había roto.
Durante semanas había tenido que llenar baldes
con el agua de la llave ubicada junto a la entrada principal de la casa. Le
había pedido a su esposo varias veces que le arreglara el problema, sin
resultado alguno. Hoy, día caluroso de verano, la situación se tornó
especialmente molesta y le colmó la medida, llevándola a estallar en
demostraciones de impaciencia a la llegada de su esposo.
El problema, visto en forma objetiva, era de
importancia relativamente pequeña. Pero las emociones de la esposa, el disgusto
del pesado balde y el recuerdo de la indiferencia aparente del esposo, la
hicieron reaccionar como si el problema fuera algo de vida o muerte.
Cuán importante es que la esposa y madre sepa
controlar sus estados anímicos, y nunca permita que sus emociones, variables e
inconstantes, controlen sus decisiones ni su conducta.
Esto nos lleva a un secreto que quizás los
varones no queremos compartir con nuestras esposas, pero que es necesario que
ellas lo sepan.
Lo expresaremos en las siguientes palabras:
"Quiero que sepas cuán fácilmente nos transmites, a mí y a tus hijos, tus
estados emocionales. No tengo defensa contra el impacto de tus descargas
emocionales. Tu sonrisa de amor y aprobación es el pan que nutre nuestro
espíritu.
Tu paciencia y sacrificio diario, es el
incienso de grato aroma que perfuma el ambiente del hogar. Tu sabiduría, tu
juicio claro y misericordioso, son la luz de nuestras almas".
La esposa y madre es la generadora de las
corrientes emocionales que se manifiestan en el hogar, en la relación familiar.
Desde antes de su nacimiento, los hijos están
íntimamente vinculados con su madre. En su regazo aprenden a reír, a gozar y a
llorar. Cuando la madre ríe, la criatura ríe con ella. Cuando el rostro de su
madre está serio, la carita del bebé se ensombrece. Los hijos son un espejo
fiel de las emociones de la madre.
El esposo, no por ser adulto logra
independizarse del todo de este hechizo maternal. La esposa, por ser mujer,
nunca deja de tener algo de madre a los ojos de su esposo. Por eso, sus
emociones resuenan poderosamente en el corazón de su compañero. De ahí que,
además de los mensajes que ya hemos visto, hay que añadir éste: "Amor mío,
cultiva tu dominio propio".
Desde luego que el propósito de este ruego no
es permitirle al varón ofender a su esposa sin cosechar las consecuencias. Por
el contrario, es para que en la vida de la esposa y madre se cumplan los
exaltados propósitos del Dios que le dio el ser.
Para que la madre cumpla una obra así,
necesita el dominio propio. Es la fuente de la paciencia, esa virtud tan
indispensable en madres y maestras, y también de la madurez emocional. Dios, el
Autor de la maternidad, no deja a la mujer librada a sus propios medios. Su
Santo Espíritu está dispuesto a generar sus frutos en el corazón de cualquiera
que se entregue a él. Según el apóstol San Pablo, en Gálatas 5,22, el fruto del
Espíritu es "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio propio".
El desarrollo del dominio propio no es,
entonces, tarea imposible. Es el privilegio de quien confía en el poder divino
obrando en su corazón.
Un anhelo más de muchos esposos, que tiene que
ver con la esposa, es el siguiente: "Amada mía, te agradeceré que siempre
te preocupes de tu apariencia personal, presentándote tanto en el hogar como en
público en forma digna y de buen gusto".
Es comprensible este anhelo del esposo.
Después de todo, su esposa es "su media naranja". ¿Y a quién le
gustaría tener una mitad desaliñada y poco atractiva? En el arreglo personal de
la esposa, el buen gusto es esencial.
Algunas reglas generales: evite los colores
chillones, la ropa muy ceñida, el cuero excepto en zapatos y ropas de abrigo.
Ponga atención a su complexión al escoger los
colores de su vestimenta. Si usted es de baja estatura, evite la ropa de corte
cuadrado, y los géneros con grandes flores o barras horizontales, porque la
harán verse aún más baja, y más gruesa.
La verdadera elegancia se basa en la
sencillez. Evite el recargo de adornos. El uso exagerado de elementos como
encajes, vuelos, botones o cintas, deja una impresión de mal gusto en el ánimo
de los demás.
Las ropas de corte revelador no son apropiadas
para una mujer cristiana, respetuosa de Dios y de los legítimos derechos que
sobre ella tiene su esposo.
Por último, el varón sabio que ve que su
esposa se preocupa demasiado de su arreglo personal, pensando que su único
atractivo son los vestidos y el adorno exterior, debe animarla a que cultive
sus gracias interiores, su inteligencia y cultura, y a que desarrolle una
personalidad equilibrada y madura.
Estos atractivos, invulnerables al paso de los
años, al avanzar en edad se van perfeccionando y extendiendo hasta rodear a la
persona de una atmósfera de gracia y simpatía que le presta una atracción
innegable.
Por otro lado, hay mujeres que llegan al
matrimonio con amargos recuerdos de la forma como fueron tratadas por algunos
varones importantes en su vida. Algunas vieron a su padre tratar a su madre con
crueldad.
A veces el maltrato también las alcanzó a
ellas. Otras recibieron malos tratos de sus hermanos, o fueron víctimas del
abuso de familiares o amigos de los padres. Después se casaron, y toda la
hostilidad y amargura que habían reprimido, la proyectan ahora sobre el hombre
que comparte su vida.
Algunos casos de proyección emocional son tan
severos que destruyen la relación en forma permanente. La mayoría no alcanzan a
eso, pero su impacto basta para hacer miserable la vida de la pareja.
La mujer que siente que en su corazón surgen
los celos, la hostilidad o el odio contra su esposo sin que haya una causa real
que justifique su actitud, tiene el deber solemne y sagrado de investigar su
pasado, hasta descubrir qué papel simbólico está desempeñando su esposo. Es
decir, a quién le recuerdan su presencia, sus maneras, gestos y conducta.
Al descubrir la realidad que se oculta tras el
símbolo, podrá orientar sus sentimientos hacia el perpetrador real de la
ofensa, y no continuará haciendo que el esposo pague culpas ajenas.
Por último, un deseo que no todos los esposos
pueden verbalizar, pero que si no se cumple, el impacto se deja sentir.
Dice: "Recuerda, amada mía, que nuestra
unidad es una experiencia progresiva, que debe irse perfeccionando con el paso
del tiempo. Si no invertimos el tiempo y esfuerzo necesarios para cultivarla,
nos iremos separando poco a poco, y nuestros años de la edad madura serán una
experiencia de soledad antes que compañerismo. Nuestra unidad depende en gran
medida de hasta qué grado te permitas ser mía".
Amigo, no eches en saco roto este ruego.
Desde luego, para consolidar la unidad de una
pareja se necesita el esfuerzo combinado de ambos cónyuges. Pero los estorbos
más frecuentes son las culpabilidades, hostilidades o insatisfacciones que, por
no ser reconocidas en forma consciente y lógica, se convierten en obstáculos
para su entrega; son una grieta que puede agrandarse hasta causar divisiones
desproporcionadas entre los cónyuges.
Si no se los reconoce como amenazas y se los
rechaza con toda seriedad y energía, impedirán la entrega sin reservas, que es
el fundamento de la unidad total y perdurable.
Es nuestro deseo que al darle voz a los
anhelos y opiniones que muchos esposos no saben o no quieren expresar, se abran
ante ustedes, amigo y amiga de La Voz, nuevas avenidas de comunicación cortés,
considerada y constructiva, que despejen las sombras y llenen vuestra relación
con la luz y el amor del amante Padre celestial.
Si no se los reconoce como amenazas y se los rechaza con toda seriedad y energía, impedirán la entrega sin reservas, que es el fundamento de la unidad total y perdurable.
ResponderBorrarEs nuestro deseo que al darle voz a los anhelos y opiniones que muchos esposos no saben o no quieren expresar, se abran ante ustedes, amigo y amiga de La Voz, nuevas avenidas de comunicación cortés, considerada y constructiva, que despejen las sombras y llenen vuestra relación con la luz y el amor del amante Padre celestial.