“El
Señor es el Dios verdadero; es el Dios vivo y el Rey eterno” Jr.,10,10
Al adorar a Dios, le adoramos globalmente
en todo lo que él es; pero nuestra reflexión sobre la adoración puede detenerse
en cada uno de los atributos esenciales de Dios, porque podemos adorarle mejor
al descubrir y contemplar cada uno de ellos.
Lo mismo que adoramos al Dios
santo, atraídos y movidos por su santidad, podemos adorar al Dios eterno,
asombrados y hasta cierto punto confundidos por esa realidad tan inexplicable
que no acertamos a comprender, como es el carecer de principio y fin.
Cuando
pensamos que Dios no tiene principio ni fin, tal vez intentemos lanzar hacia
atrás o hacia delante nuestra imaginación, pero a continuación experimentamos
la imposibilidad de entender ese misterio del Dios eterno, nos sentimos de nuevo insignificantes ante él
y movidos a postrarnos ante él.
Profundizar en el conocimiento de la eternidad
de Dios, por vía natural y sobrenatural, nos ayuda también a acercarnos más a
Dios y a rendirnos ante él con mayor facilidad.
Dios es eterno. Esto quiere decir que en
él no hay principio ni fin, pero más que eso, en Dios no se da una sucesión
indefinida de momentos,
Dios no está constreñido, limitado por el tiempo, ni
sometido a él. En Dios “no hay cambio ni
fase de sombra” (St 1,17). Nada le puede abarcar, tampoco el tiempo.
En la revelación encontramos referencias a las
cualidades de Dios que no terminan y afirman de este modo la eternidad de su
poseedor y referencia a su propia eternidad:
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Es eterno su amor:
“¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Sal
118,1).
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Es eterno su poder: “Su
poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido” (Dn 7,14).
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Es eterno su trono:
“Tu trono es eterno” (Sal 45,7).
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Es eterna su soberanía “El Señor se sienta como rey
eterno” (Sal 29,10).
¨
Y es eterno como creador de todo: “Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes” (Is 40,28).
La
encarnación de Jesucristo implica que una persona de la Trinidad se somete a la
limitación del tiempo, naciendo, viviendo y muriendo en un tiempo determinado.
Pero el Hijo es eterno como el Padre y el Espíritu. El evangelio de Juan nos lo
recuerda: “En el principio existía la
Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en
el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada”
(Jn 1,1-3).
Si el Hijo eterno de Dios, la Palabra, se hizo hombre y entró en el
tiempo, no fue sino para hacer que los que estamos en el tiempo podamos
penetrar la eternidad.
De hecho, relacionarnos con Dios es relacionarnos con la
eternidad, pues Dios es eterno. Así lo confiesa Pedro: “Tú tienes palabras de vida
eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn
6,68-69).
Adorar a Dios en su eternidad nos da
acceso a realidades eternas, y nos permite unirnos en espíritu a los que en la
gloria adoran ya al Dios eterno, como contempló Juan: “Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al
que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los
veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran
al que vive por los siglos de los siglos” (Ap 4, 9-10).
Palabra profética
"En la medida
en que os estoy acercando a mí, os estoy haciendo participes de todo lo mío.
Por eso tenéis una mayor participación de mi cruz y de mi Amor.
La cruz es un
signo de crecimiento, un lugar de preparación. En ella sois pulidos, porque el
fuego de mi cruz es el que purifica y quita de vosotros todo rastro de
pecado".
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"En la medida en que os estoy acercando a mí, os estoy haciendo participes de todo lo mío. Por eso tenéis una mayor participación de mi cruz y de mi Amor.
ResponderBorrarLa cruz es un signo de crecimiento, un lugar de preparación. En ella sois pulidos, porque el fuego de mi cruz es el que purifica y quita de vosotros todo rastro de pecado".