sábado, 25 de julio de 2015

La depresión, el estrés y la ansiedad.







 
 
Tres enfermedades del alma

 

Hoy nos parece que hay más enfermedades que nunca. No sé si ha de atribuirse al que haya en sí una verdadera proliferación de los males que aquejan a la humanidad, o si se debe sencillamente a que hoy por hoy somos más aptos en descubrirlos y catalogarlos.

 

Por ejemplo, no hace mucho las noticias dijeron que ya se han identificado no menos de 63 enfermedades venéreas, es decir, las que se contraen por contacto sexual. Lo suficiente como para provocar una gran ola de castidad.

 

Desafortunadamente, la promiscuidad es tanto ciega como sorda, a juzgar por los miles que hacen caso omiso al peligro que corren en sus desenfrenadas aventuras sexuales.

 

Pero hoy queremos mencionar específicamente tres enfermedades. Se destacan de todas las demás en que aunque afectan el cuerpo y la mente como las otras, éstas tienen raíces muy hondas, que penetran lo más profundo del ser.

 

Nos referiremos a ellas como las enfermedades del alma. Se trata de la depresión, el estrés y la ansiedad.

 

¿Cuál es la diferencia? De las tres, la depresión parece tener las raíces más hondas.

 

Algunos sicólogos aseguran que tiene mucho que ver la clase de niñez que se ha vivido. Un niño que sufrió lastimosas privaciones, que fue humillado y castigado severamente, cuando sea adulto va a ser muy vulnerable a caer en largos episodios depresivos.

 

En el deprimido se retrata la tristeza y se pierde la motivación, al punto del descuido de la higiene y decoro personal. Rezumada toda energía, el deprimido intenta nada. Con fuerza huracanada la depresión arranca todo dejando al deprimido reducido a un pálido reflejo de su antiguo ser.

 

La segunda enfermedad ostenta un nombre nuevo, moderno. Nos referimos al estrés. El estrés se produce por la vida recargada que llevamos; por el exceso de compromisos que contraemos.

 

La misma tecnología que nos proporciona tantos beneficios, también nos exige y nos acosa con sus teléfonos celulares, correos electrónicos, etc.

 

Estos adelantos también aceleran la vida, a veces, a un ritmo que no puede ser sostenido sin invitar al temido y fulminante agotamiento físico y mental. Nos cargamos de actividades sin armarnos de paciencia.

 

Nos conectamos a infinidad de cosas sin un plan de cómo desconectarnos, como las deudas --especialmente las innecesarias; las tarjetas de crédito que se mantienen al tope por largos años, son otra causa de estrés.

 

La tercera enfermedad del alma es la ansiedad. Básicamente, es el miedo que sentimos por nuestro futuro. Se funda y se alimenta de las experiencias difíciles del pasado.

 

Por ejemplo, si nuestro automóvil hace un ruido extraño, y se parece al que escuchamos hace un año cuando tuvo cierto fallo mecánico, nos llenamos de ansiedad anticipando lo peor. Sin que algo suceda, caemos en ansiedad, llenos de preocupación.

 

La ansiedad puede ser hasta paralizante. Analiza el futuro con toda su gama de terrores al acecho; llega a la conclusión que mejor es hacer nada que intentar cualquier empresa cuando la ansiedad le augura miríadas de baches y seguro fracaso.

 

Brevemente, analicemos la terapia: En cuanto a la depresión, es importante reconocer que uno está pasando por una etapa depresiva sabiendo que es momentánea y pronto nos sentiremos bien.

 

Pero hay que cuidar de no caer en períodos depresivos demasiado largos.

 

Se considera depresión crónica cuando el período es de tres años, más o menos. Sombrío y hundido en la desesperanza, el crónicamente deprimido corre el peligro de una negativa resignación que puede llevarle a la contemplación de un suicidio.

 

Hay remedios farmacéuticos que ayudan a salir de un estado depresivo profundo. Sin embargo, no se recomienda seguirlos indefinidamente para evitar la dependencia de la farmacia.

 

Una vez que se ha salido de ese nivel bajo, hay que comenzar a tomar pequeñas decisiones, tales como reordenar los muebles de la casa, pintar una habitación aunque no necesite pintura (por el solo hecho de verla diferente; poner una planta verde en la sala, o un limpiapiés de colores vivos a la entrada de su casa. Esta terapia de pequeños pasos puede ser muy efectiva.

 

¿Qué más podemos aconsejar al deprimido? No se aísle. No viva enclaustrado, como ermitaño. Sea usted quien toma la iniciativa para cultivar la vida social. Invite a un amigo a su casa. Ábrase al mundo.

 

Por otro lado, propóngase reducir las circunstancias que someten a un gran esfuerzo la vida. No trabaje tantas horas.

 

Consolide sus deudas y no contraiga nuevas.

 

Aprenda a decir "NO" y no se comprometa más allá de lo que pueda cumplir. En la casa de su amigo Lázaro, Jesús alabó la actitud de María, de estar en paz escuchándole, pero reprobó el afán que Marta tenía en la cocina.

 

En cuanto a la ansiedad, dijimos que es la desesperación a causa del futuro. La ansiedad llena de carcoma aún los mejores planes que se tengan. Cuando una persona se llena de ansiedad, allí se detienen su crecimiento y desarrollo. Jesús, en su gran Sermón del Monte, habló acerca de la desesperación de la gente por cosas como la comida y la ropa. Es interesante notar que hoy sufrimos prácticamente de la misma inseguridad. Pareciera que teniendo la comida y la ropa aseguradas, podemos recién pasar a preocupaciones más sofisticadas.

 

Las grandes corporaciones que manufacturan comida y ropa toman ventaja de esta ansiedad y complacen al público con enormes tiendas que ofrecen cualquier cantidad de estos bienes. Y se sabe que a nivel subliminal la gente se tranquiliza al ver que disponen de estos supermercados abiertos las 24 horas del día, con toda la comida que uno pudiera desear para todos los gustos y apetitos. Lo mismo ocurre con la ropa.

 

Compramos más ropa de la que necesitamos. Se supo que la Princesa Diana ostentaba un vestuario de no menos de 4,000 vestidos. Y todos recordamos a la señora Imelda Marcos con sus 3,000 pares de zapatos. El efecto sicológico de la ropa es inmenso y lo paradójico es que tenerla produce tanta ansiedad como no tenerla.

 

Enfocando esta universal preocupación del ser humano por el comer y el vestir, Jesús ilustra los beneficios de una vida cuyo foco es Dios y su reino espiritual.

 

Y en el Evangelio según San Mateo, nos dice: "...Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

 

Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?

 

Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo:

 

¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (S. Mateo 6,25-33).

 

Cristo declara que la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido; es decir, si el cuerpo está bien vestido, si el estómago bien lleno, pero el corazón está cargado de ansiedad, carente de paz, somos los más pobres y miserables de la tierra, porque no sentimos hambre ni sed de justicia.

 

Necesitamos alterar nuestras prioridades; hacer del reino de Dios y su justicia la prioridad perentoria. Y lo maravilloso es que al hacer esto, descubrimos que nunca nos faltará aquello que antes nos provocaba tanta ansiedad: es a saber, las cosas materiales.

 

En una ocasión Jesús declaró a sus discípulos: "De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo... y en el siglo venidero la vida eterna".

 

Notemos que Jesús dice CIEN VECES MÁS. Nadie está en mejores condiciones de cumplir esa promesa. Atrévete a creerla. Los noticiosos nos bombardean con estrategias que pretenden poner a nuestro alcance propiedades, carreras, salud, fama y poder. Sin embargo, también nos traen el triste testimonio de muchos que estando en el pináculo del éxito y llenos de dinero, no se sienten satisfechos.

 

Cuando John Lennon estaba en la cumbre de su fama mundial, expresó este lamento de su alma atormentada en una de sus canciones: "Estoy tan cansado, daría todo lo que tengo por un poco de paz mental...

 

“Mientras millones lo admiraban, tan sólo unos cuantos se daban cuenta de su terrible adicción a la heroína que lo iba consumiendo. Pocos años antes de ese grito de angustia, Mike Jagger, otro "roquero" de gran fama, cantaba una canción que encontró acogida en todo el mundo: "No puedo lograr satisfacción..."

 

La música que se oye, las revistas que se leen de gente que lo tuvo todo en sus manos: dinero, poder, sexo, fama intelectual, popularidad y aceptación, revelan que al final todos terminan diciendo: "No tengo satisfacción; me siento vacío por dentro..." Así terminan los que beben de una fuente contaminada.

 

Los que no logran entender por qué su llamado éxito tiene una grieta por donde se escapa la felicidad y la satisfacción humanas. Por qué en el alma hay un vacío que ninguna cantidad de cosas puede llenar.

 

Fuimos creados por Dios y para Dios.

 

Si no invitamos su presencia, andaremos por la vida a la deriva, sin descubrir la verdadera felicidad, cantando la triste lamentación "no puedo lograr satisfacción".

 

El apóstol San Pedro nos hace esta oportuna invitación: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 S. Pedro 5,7). Y Jesús dijo: "Venid a mí... y yo os haré descansar" (S. Mateo 11,28).
 
 
 

1 comentario:

  1. Fuimos creados por Dios y para Dios.





    Si no invitamos su presencia, andaremos por la vida a la deriva, sin descubrir la verdadera felicidad, cantando la triste lamentación "no puedo lograr satisfacción".





    El apóstol San Pedro nos hace esta oportuna invitación: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 S. Pedro 5,7). Y Jesús dijo: "Venid a mí... y yo os haré descansar" (S. Mateo 11,28).

    ResponderBorrar