INTERCESORES
CON CRISTO
“¿Quién
subirá al monte del Señor?” (Sal 24,3)
La pregunta a la que en los próximos temas nos trataremos de responder es ‘¿cómo interceder?’; es decir, cómo debe ser nuestra intercesión en la práctica.
En este sentido, la primera pregunta que debemos hacernos es si estamos preparados para interceder, o dicho de otro modo, si hay algún obstáculo en nuestra vida que pueda hacer que nuestra intercesión no sea válida. Y ¿qué obstáculos pueden existir? Los obstáculos más importantes son el pecado y la falta de perdón.
Es verdad que todos somos pecadores. Sí, pero tenemos
que tratar con el pecado. Pablo lo expuso muy claramente en la carta a los
Romanos: “Todos pecaron y están privados
de la gloria de Dios” (Rm 3,23).
Es verdad, pero ¿entonces no tenemos
posibilidad de acercarnos a Dios ni siquiera a través de la oración? La Palabra
continúa: “y son justificados por el don
de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm
3,24). Si hay un obstáculo, también hay una solución, que consiste en acoger
por medio de la fe y la conversión la salvación gratuita llevada a cabo por
Cristo.
El salmista se pregunta “¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto
santo?” (Sal 24,3). Es un lugar de luz y verdad, y sólo podremos acercarnos
desde la sinceridad, no tratando de ocultar nada de nuestra vida al Señor.
Estamos hablando de un lugar de santidad, y sólo podremos acercarnos una vez
justificados y perdonados nuestros pecados por la sangre de nuestro Salvador.
Quien no tenga las vestiduras de justicia y santidad que el Señor nos ofrece no
podrá entrar.
Por eso es muy importante tratar primero con nuestro
pecado, y acercarnos al Señor con arrepentimiento, buscando su perdón. No
podemos permitir en nuestra vida la existencia de pecados ocultos.
Pablo dice: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo
lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones”
(1 Tm 2,8).
Hacer alianza con el pecado y pretender levantar las manos al
Altísimo es algo así como tener cadenas que nos mantienen con los brazos abajo
mientras pretendemos levantarlos: no seremos capaces, a no ser que quedemos
primero libres de esas cadenas.
El otro gran impedimento guarda relación con el
primero. Se trata de la falta de perdón. El Señor está dispuesto a perdonar
nuestros pecados si acudimos con verdadero arrepentimiento a él; tan sólo pone
una condición: que nosotros también hayamos perdonado a los demás.
Las instrucciones del Señor para orar son muy claras: “Y cuando os pongáis de pie para orar,
perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que
está en los cielos, os perdone vuestras ofensas” (Mc 11,25).
No hay motivo
para llevar cuenta de las ofensas que cometen los demás con nosotros, si Dios
perdona todas las nuestras. Si no estamos dispuestos a perdonar quiere decir
que tampoco creemos en el perdón de Dios para nosotros.
En cualquier caso sería
bueno que recordásemos lo que le decimos al Señor en la oración que nos enseñó:
“Perdónanos nuestros pecados porque
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (Lc 11,4).
Recordemos que el Señor no nos pide imposibles, tan
sólo quiere que nos abramos a su gracia; él nos capacita para todo, también
para interceder.
Pero no vamos a poder acoger su gracia ni nos va a capacitar para nada, si no vamos con la
actitud correcta, si no nos acercamos al Señor con sinceridad, sin esconder
nada. Dejemos que su luz venga sobre todas nuestras oscuridades, y podamos así
ser transformados en su luz.
Testimonios. Palabra Profética
Visión en la que se ve a los intercesores totalmente
sucios. Sus vestiduras son como unos harapos que les van colgando. Están
mugrientos; algo oscuro y pegajoso van dejando a su paso. Frente a ellos se
abre una puerta y tras esa puerta hay una gran luminosidad, hay un gran
resplandor.
Se oye una voz que les invita a entrar por ella. Junto a esa puerta
hay dos ángeles de pie.
Todos van caminando y, al pasar junto a esa puerta,
unos no quieren entrar sino seguir sus caminos; otros, al ver el resplandor de
la luz que sale por esa puerta, intentan entrar por ella con paso ligero y la
cabeza muy levantada, pero los ángeles que hay en la puerta les impiden el
paso.
Hay otros que, atraídos por el resplandor y la luz, se acercan a la
puerta pero se paran y se miran a sí mismos, miran su suciedad y todo el rastro
que van dejando y, al oír la voz que les invita a pasar, dicen: ‘¡Mira cómo
estoy!’.
Y la voz les contesta: ‘No
temáis, todo está preparado, todo está dispuesto’. Entonces los ángeles se
acercan a ellos y les lavan la suciedad, les quitan los harapos y les ponen
unas vestiduras blancas y resplandecientes con las que traspasan la puerta y
son envueltos en la luz y por el resplandor.
El salmista se pregunta “¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?” (Sal 24,3). Es un lugar de luz y verdad, y sólo podremos acercarnos desde la sinceridad, no tratando de ocultar nada de nuestra vida al Señor.
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