Contemplar el Evangelio de hoy
Día
litúrgico: Lunes XVII del tiempo ordinario
Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».
Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.
Hoy,
el Evangelio nos presenta a Jesús predicando a sus discípulos.
Y lo hace, tal
como en Él es habitual, en parábolas, es decir, empleando imágenes sencillas y
corrientes para explicar los grandes misterios escondidos del Reino. Así podía
entender todo el mundo, desde la gente más formada hasta la que tenía menos
luces.
«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31).
«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31).
Los granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si
tenemos de ellos buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol.
«El
Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en
tres medidas de harina...» (Mt 13,33).
La levadura no se ve, pero si no
estuviera ahí, la pasta no subiría.
Así también es la vida cristiana, la vida de
la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero... si uno deja que se
introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo fructificar la semilla y
convierte a las personas de pecadoras en santas.
Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad.
Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad.
Pero esta
vida de la gracia es sobre todo un don que hay que esperar y desear con
humildad.
Un don que los sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar,
pero que Dios Nuestro Señor quiere hacer llegar a los humildes y
sencillos.
Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor.
Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor.
Así, el
grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de
Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el
corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).
Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor.
ResponderBorrarAsí, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).
Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.
ResponderBorrarAl contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese "pequeño instrumento". Esto es lo que Jesús quiere decirnos: "no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Siémbrate en mi Corazón y verás hasta dónde puedes".
Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.
El secreto consiste en cambiar el propio corazón por el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor.