viernes, 24 de julio de 2015

"Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?",


UNA LEY QUE NO PUDO TRAER VIDA
 




 
Hebreos 9 y 10; Romanos 2 y 3

El beneficio de las leyes

A veces las leyes sólo parecen prohibirnos hacer lo que queremos. Sin embargo, la vida sería aún peor si no las tuviéramos. Por ejemplo, si no hubiera leyes de tránsito, se perderían más vidas en accidentes. Aunque el límite de velocidad es una molestia cuando uno tiene prisa, este mismo límite lo protege a uno, prohibiéndole ir a una velocidad que pondría en peligro su vida.

Las leyes se establecen para proteger a los ciudadanos. Muchas veces hay consecuencias desagradables y hasta desastrosas cuando la gente pasa por alto la ley.

Miles de personas mueren cada año porque los conductores violan los reglamentos de tránsito, conduciendo de manera irresponsable. Cientos de personas mueren en incendios que estallan porque los edificios de apartamentos no se mantienen de acuerdo con los reglamentos de seguridad. La lista de sufrimientos que resultan por violar las leyes
es casi interminable.

La ley de Moisés

Una de las leyes más antiguas fue la ley de Moisés. Se llama así porque Dios la dio a los israelitas en el monte Sinaí por medio de Moisés. Todo el mundo conoce la parte de esta ley que se llama "los diez mandamientos." Este sistema de leyes se describe en los libros de Éxodo, Levítico y Deuteronomio. Debemos recordar que aunque se llama la ley de Moisés, realmente proviene de Dios.

Dios dio la ley a los israelitas cuando recién habían salido de Egipto. Una vez que la nación se había formado, hubo necesidad de reglas y normas para guiar al pueblo.

Las dos partes de la ley

Cuando a Jesucristo le preguntaron "Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?", él contestó:  "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la  ley y los profetas." (Mateo 22,36-40)

Así podemos dividir la ley en dos partes: reglas referentes a la adoración de Dios y las que indicaban cómo el hombre debía comportarse en su vida diaria.

Jesucristo enseñaba aquí que la parte más importante de la ley era la forma en que el hombre debía conducirse para con Dios.

La adoración de Dios

El gran mandamiento de la ley era amar a Dios de todo corazón. ¿Cómo puede uno amar a Dios? Pues, obedeciéndole y agradeciéndole por todo lo que uno ha recibido de

El. Sin embargo, la obediencia perfecta es demasiado difícil para que el hombre la  pueda lograr. Por tanto la ley mandaba que se ofrecieran animales en sacrificio para obtener perdón por los pecados cometidos.

Los sacrificios de los animales eran para recordarle al pueblo que eran pecadores y que merecían morir. Había instrucciones acerca de dónde habrían de ofrecerse los sacrificios, quiénes los harían y qué clase de animal se debía sacrificar (Levítico capítulos 2-7). Dios mandó que los israelitas lo adoraran de la manera que él indicaba y no como a ellos les parecía bien. Esto fue para prevenir que la adoración de Dios degenerara en una idolatría desenfrenada al estilo de las naciones vecinas.

Además de los sacrificios, la ley mandaba que los judíos celebraran fiestas solemnes en ciertas épocas del año para recordar lo que Dios había hecho por ellos (Levítico 23). También tenían que guardar el día de reposo, el sábado. No debían trabajar porque era un día de descanso y de dedicación a las cosas de Dios. Fue instituido para conmemorar el hecho de que Dios descansó en el séptimo día de la creación y que los había sacado de Egipto, dándoles descanso de sus enemigos (Éxodo 20,8-11; Deuteronomio 5,14, 15).

La vida diaria

La ley de Moisés abrazaba todos los aspectos de la vida. Había ordenanzas que especificaban los alimentos que se debían comer y los que eran inmundos.

También había reglas instruyendo a los israelitas cómo vestirse y cómo sembrar sus campos.

Había ordenanzas para proteger a los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros (Éxodo 22,21-27).

Otras ordenanzas mandaban que los negocios se llevaran a cabo de una manera honrada. Fueron prohibidos los sobornos así como el favorecer al pobre o al rico en los tribunales. Estas leyes mostraban al pueblo que Dios era justo y misericordioso.

Según la ley, los israelitas tenían que ser fieles en sus matrimonios. La homosexualidad y otros actos inmorales llevaban la pena de muerte (Levítico capítulos 18 y 20).

La hechicería, el espiritismo, y la astrología también eran castigados severamente (Deuteronomio 18,10, 11).

Las ordenanzas de la ley de Moisés enseñaban a los israelitas la diferencia entre el bien y el mal, lo santo y lo inmundo. Dios quería que su pueblo fuera santo, reflejando así Su propio carácter:

"Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos." (Levítico 20,26)

La ley era difícil de obedecer

Aunque muchos trataban de guardar la ley de Moisés, nadie alcanzó a cumplir todos los ritos, ordenanzas y reglas que ésta prescribía. La naturaleza humana es débil, y por tanto todos los que intentaron obedecer la ley fracasaron.

Sin embargo, los judíos pensaban que podían lograr la salvación guardando las reglas y ordenanzas. Los que podían jactarse de haber guardado los detalles más pequeños de la ley se consideraban más justos que los demás. La religión judía llegó a  ser para muchos un sistema de detalles y ritos. Los aspectos importantes de ella quedaron en el olvido. Jesucristo reprendió a los líderes de los judíos por haber olvidado lo más importante de la ley:

"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la  misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello."
(Mateo 23,23)

La ley no era una competencia para ver quién podía observar el mayor número de ritos. Desafortunadamente, muchos judíos la vieron así, creyendo que podían alcanzar la salvación por sus propios méritos.

Pero Dios no se agradó con los sacrificios ofrecidos mecánicamente y el cumplir de cada detalle menor. Esperaba que los
sacrificios y demás ordenanzas despertaran la conciencia del hombre para que se arrepintiera del mal y viviera según los principios divinos de justicia, misericordia y fe.

El camino mejor

No había nada en la ley que ofreciera salvación. La ley más bien condenaba al hombre porque le mostraba cuán pecaminoso era. Dios sabía que nadie podía obedecerla perfectamente. La diseñó para mostrarle al hombre que no podía lograr su salvación por sus propios esfuerzos y que debía confiar en Dios y su misericordia y no en las obras humanas. El apóstol Pablo dice:

 "...la ley ha sido nuestro medio para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos  justificados por la fe." (Gálatas 3,24)

  "...sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por l a fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser  justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado." (Gálatas 2,16)

Jesucristo es el camino más excelente por el cual el hombre puede lograr la salvación. Jesús fue enviado al mundo para ser un sacrificio perfecto, cubriendo los pecados de todos los hombres que creen y confían en Dios.

La ley y nosotros

Los principios fundamentales que la ley enseña, es decir, la santidad de Dios y la necesidad de amarlo y hacer su voluntad, son tan válidos ahora que en los días de Moisés. 

Sin embargo, ahora que Cristo ha venido, ya no es necesario que guardemos los ritos y ordenanzas de ella. Lo que sí tenemos que hacer es creer en la salvación que

Dios ha proveído por medio de Jesucristo. Jesús nos ha mostrado que debemos cumplir con lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe, confiando siempre en Dios y no en nuestras propias obras.

Cuando los apóstoles empezaron a predicar el evangelio, encontraron gran resistencia de parte de algunos judíos que creían que era necesario que todos los cristianos, incluyendo a los no judíos, observaran los detalles de la ley.

También hay cristianos hoy en día que creen que es necesario observar ciertos ritos de la ley.

Algunos dicen que se debe guardar el día de reposo (el sábado) y abstenerse de comer algunos alimentos.

Pero el Nuevo Testamento rechaza esta idea: "Por tanto, nadie os juzgue en comida o bebida, o en cuanto a días de fiesta,
luna nueva o días de reposo." (Colosenses 2,16) "De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia han  caído." (Gálatas 5,4)

 La gran lección de la ley es que Dios es santo y nosotros pecadores; sólo podemos acercarnos a Dios por medio de Jesucristo, el camino que El nos ha provisto.

También podemos aprender acerca de la justicia y misericordia de Dios y cómo debemos comportarnos de una manera que le agrade.
 
 

1 comentario:

  1. La gran lección de la ley es que Dios es santo y nosotros pecadores; sólo podemos acercarnos a Dios por medio de Jesucristo, el camino que El nos ha provisto.


    También podemos aprender acerca de la justicia y misericordia de Dios y cómo debemos comportarnos de una manera que le agrade.

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