lunes, 20 de julio de 2015

YO SOY EL PAN DE VIDA



En este domingo XVII del tiempo ordinario interrumpimos la lectura evangélica que veníamos siguiendo para encontrarnos a partir de hoy con el capítulo 6 de San Juan, donde se comienza el discurso del Pan de Vida. Donde la multiplicación de los panes y los peces es el pórtico.
Vemos al Buen Pastor del domingo pasado poniendo en práctica la compasión que siente por la multitud hambrienta por las ovejas que vagan sin pastor y sin alimento.
La liturgia nos trae este símbolo de la Eucaristía donde se unen los dones de los hombres (pan y vino, pan y peces), con la bendición de Dios, dando lugar a la sobreabundancia o lo que es lo mismo la vida para el hombre unido a Dios en el cuerpo y en el espíritu.
 



 
Lectura del Libro segundo de los Reyes 3, 42-44
En aquellos días vino un hombre de Bal Salisa trayendo en la alforja el pan de las primicias –veinte panes de cebada– y grano reciente para el siervo del Señor. Eliseo dijo a su criado: Dáselos a la gente para que coman.
El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió: Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: «Comerán y sobrará.» El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor.

Sal. 144, 10-11. 15-16. 17-18 R: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 4, 1-6
Hermanos:
Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Bendito sea por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
–¿Con qué compraremos panes para que coman éstos ? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
Felipe le contestó:
–Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro le dijo:
–Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿Qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
–Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
–Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
–Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.








 
                      Compartir el pan, compartir la vida

    Iª Lectura: 2Reyes 4,42-44: El milagro de repartir lo poco que se tiene

La primera lectura de este domingo forma parte de un ciclo de milagros de Eliseo, el discípulo de Elías, que muy posiblemente se trasmitió entre sus discípulos.
 
Esas tradiciones se transformaron, sin duda, para poner de manifiesto la grandeza de este hombre de Dios. Se ha escogido el final de ese ciclo, que lo acorde para este domingo, con objeto de servir de preparación al relato de la multiplicación de los panes que se ha de leer en el evangelio.
 
Si nos fijamos bien, el relato no describe o especifica ningún gesto extraordinario por el que se lleve a cabo el dar de comer a todos los que siguen al profeta, sino que toda la fuerza de lo que se ha de hacer está en las palabras de Dios, a las que hace referencia el profeta como si se tratara de un dicho popular y sagrado.
 
El mismo salmo interleccional del día (Sal 144) podría ser un apoyo a esta apelación profética. Ellos comieron, se saciaron y sobró, según las palabras del Señor.

El relato es legendario, sin duda, y probablemente se conservaba como una historia religiosa testimonial y ejemplar en los círculos de profetas, los que en los momentos más difíciles piden al pueblo que confíen en Dios por encima de todas las cosas.
 
De hecho, en la lectura de hoy se describe como situación previa una gran hambre que había en la región. Los primeros frutos de la cosecha sirvieron para que todos, al compartir lo necesario, pudieron subsistir.
 
Porque en estas situaciones límites lo más injusto es que unos pocos acumulen y otros pasen hambre; esta, creemos, es la lección de esta historia religiosa de Eliseo. Confiar y repartir; eso es lo que pide el profeta y por ello acontece lo extraordinario de que haya para todos.
 
Estas historias han sido muy proverbiales en los círculos religiosos y de los santos. Lo importante no es verificar los detalles de su historicidad, sino cómo pueden servir de modelo para ayudar a los necesitados y compartir lo poco que se tiene.
 
El hombre que le trajo al profeta los panes y la harina quería hacerle a él un don personal para que no pasara hambre. Pero el profeta lo repartió entre todos (este es el milagro) y todos se saciaron.

    IIª Lectura: Efesios (4,1-6): La unidad de la Iglesia

La segunda lectura, de la carta a los Efesios, es el comienzo de la sección parenética, es decir, aquella en la que después de una gran reflexión teológica sobre Cristo y la Iglesia, se pide a la comunidad cómo llevar a la práctica toda aquella teología. Es una exhortación a mantener la unidad por encima de todas las cosas, ya que Dios nos ha llamado a una gran esperanza.
 
La exhortación inicial (v.1) apela a la vocación cristiana que todos hemos recibido. Y por lo mismo, en los vv. 2-6 se describe en qué consiste la vida interna de la Iglesia. Se señalan la humildad, la mansedumbre, la magnanimidad y el amor. Son valores de identidad verdadera que introducen los vv.4-6: la unidad de la Iglesia (cuerpo) en el Espíritu.

Todos hemos escuchado muchas ese canto que proclama «un sólo Señor, una sola fe, un sólo bautismo»; es nuestro texto de hoy de la carta a los Efesios.
 
Se afirma que es una cita litúrgica que se cantaba en la liturgia bautismal, y que tiene unas ciertas reminiscencias de la confesión de fe que encontramos en el Shema de Israel (es la oración judía por antonomasia.
 
Está formada por tres pasajes: Dt 6,4-9; 11,13-21; Num 15,37-41): Yahvé es nuestro único Dios y no hay otro fuera de El, que los judíos piadosos repiten dos o tres veces al día. Lo que se quiere poner de manifiesto, pues, con el texto cristiano de la carta a los Efesios es la unidad de la comunidad como cuerpo de Cristo: un sólo Señor, una sola fe y un solo bautismo, que fundamenta su unidad en Dios como Padre de todos.

    Evangelio: Juan (6,1-15): Saciar el hambre sin dinero

El evangelio de hoy está tomado de San Juan. Sabemos que el c. 6 es una de las obras maestras de la teología y la catequesis de San Juan, y por ello se ha escogido este capítulo, que se nos servirá en cinco domingos para que la comunidad pueda enriquecerse con esta alta y hermosa catequesis del pan de vida. Hoy se nos lee el milagro ( el signo, mejor) de la multiplicación, que sirve de introducción a toda la reflexión posterior. 
 
Es uno de los signos con los que está elaborada la narrativa del evangelio de Juan y que ha sido muy comentada entre los especialistas. En realidad es el que más semejanzas tiene con los relatos de la multiplicación de los panes de los sinópticos (cf Mc 6,30-44; 8,1-10), aunque nos propone algunos detalles que pueden servir muy bien a la teología propia de este evangelista.

Estaba cercana la Pascua, la gran fiesta judía, lo que enmarca muy bien las pretensiones teológicas del evangelista. De hecho, hay algunos elementos que nos recuerdan momentos de la vida del pueblo en el desierto: las penurias, el hambre, la intervención de Moisés, el maná…
 
Jesús pregunta a sus discípulos qué pueden hacer con tanta gente como les sigue e inquiere cómo darles de comer. Es como el relato de Eliseo de la primera lectura; y Andrés, uno de los primeros discípulos, señala, no inocentemente, a alguien que tiene como un tesoro en aquella situación: cinco panes y dos peces ¿se los puede guardar para sí? ¡No es posible!.
 
Vemos que la solución del dinero para comprar pan para todos es imposible, porque el dinero muchas veces no es la solución del hambre en el mundo.

El milagro de Jesús consistirá precisamente en hacer que el pan se comparta y se multiplique sin medida. No se saca de la nada, sino de poco (aunque para aquél joven es mucho).

Pero el joven no se lo ha guardado para sí, y Jesús ha hecho posible que el compartir el pan sea compartir la vida. La gente vio a Jesús como un profeta (otra referencia al texto de Eliseo) y considerando que querían hacerlo rey por este gesto extraordinario se marcho a la soledad.

Lo que vendrá después será una reflexión de la teología de cómo Dios comparte su vida con nosotros, por medio de Jesucristo. ¿Es posible decir muchas más cosas de este relato o signo milagroso?

No es útil hacer grandes alardes de tipo histórico sobre cómo han nacido este tipo de relatos de la multiplicación de los panes y qué hecho concreto y memorable sustenta una narración o una tradición como esta.

En este caso de Juan sabemos muy bien que a las pretensiones del evangelista, como es su costumbre, este “signo/sêmeion” (él no les llama milagros) le sirve de base y de apoyo para construir el extraordinario discurso del pan de vida, como el maná que viene del cielo, que ha de leerse en domingos sucesivos, y que vine a continuación de nuestro relato.
 
Todas las aportaciones originales o difíciles que se han dado sobre el particular no nos llevaría ni a solucionar la historicidad de este tipo de hechos, ni a remediar el hambre en el mundo.
 
Pero sí hay una cosa clara: sea así o de otra manera lo que sucediera en un hecho memorable de Jesús, entre sus discípulos y las gentes que le seguían, el hambre no se arregla con milagros ni con dinero.
 
El camino es, como el texto lo pone de manifiesto: compartir lo que se tiene en beneficio de todos. ¿Podría ser de otra manera? ¡desde luego que no!
 
La Iglesia y la humanidad entera están llamadas a “reproducir” este milagro, este “signo” del compartir, entre tantos grupos y tantos pueblos que no pueden comer ni pagar la deuda que los empobrece. Otro tipo de lectura e interpretación de nuestro relato no tendría sentido hoy. La “apologética” del poder divino y extraordinario de Jesús o de Dios no daría de comer a tantos que hambrean lo necesario.


 


 








Pautas para la homilía


    El hombre está hecho para la vida

"Lo seguía mucha gente porque había visto los signos que hacía con los enfermos".

En esta pequeña frase del texto se refleja claramente como el hombre está hecho para la vida, como la presencia de Dios en nuestras vidas es consuelo y ayuda ante el sufrimiento, ante el dolor de la enfermedad que en muchos casos nos aqueja de forma inesperada y dura.

Sí, los hombres buscaban a Jesús por sus signos con los enfermos, manifestación del poder de Dios entre los débiles.
Vemos como el hombre se acoge a Dios a través de su Hijo, de su Profeta (como más adelante se lo nombrará en este mismo relato evangélico). Jesús el Dios de la vida, el que es seguido por multitudes que buscan consuelo en sus cuerpos dolientes.


    La suma de Dios y los hombres

"Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno le toque un pedazo"

Es muy curiosa la anotación del evangelista "bien sabia él lo que iba a hacer".

La multiplicación de los panes y los peces, figura de la Eucaristía también nos pone delante cual es la actitud con la que debemos acercarnos a Dios y al Sacramento; y cuál es la actitud la cual debemos revisar en nosotros para ser creyentes y discípulos verdaderos y creíbles de Jesús.

Ante todo debemos ser hombres y mujeres de Fe; estar abiertos a la sorpresa de la acción de Dios y no sobreponer nuestros pobres criterios humanos ante los planes de Dios.

Dios nunca se deja ganar en generosidad y eso del ciento por uno se hace latente en nuestro quehacer diario.

Cuando entregamos cuanto tenemos y cuanto somos en Sus manos y no titubeamos en buscar dentro de nuestras cortas mentes soluciones al problema prácticamente imposible que se nos plantea.

Para vivir desde esta clave necesitamos un trato asiduo e íntimo con Jesús-Eucaristía, que se hace alimento para el cuerpo y el espíritu, que se multiplica en el filo de una montaña a una multitud hambrienta y se me ofrece a mí en la comunión cada día; que está presente en la acción de gracias y en el que sufre; en el corazón de aquel que le busca tan solo para saciar su hambre o su dolor corporal y en aquel que desea en lo profundo de su corazón ser una sola cosa con Él.




 

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