VEA ESTA HERMOSA PELICULA
Hasta donde podemos saber, no existe un
retrato ni una foto de nuestro personaje. Sin embargo, en el siglo IV de
nuestra era se halló en el cementerio de Domitilla, en las afueras de la ciudad
de Roma, un medallón con la figura de él; y en el museo de Londres se encuentra
una antiquísima fuente de vidrio que contiene su perfil.
Estas reliquias, y otras muchas tradiciones,
nos indican que tenía apenas cinco pies, es decir, un metro cincuenta de
estatura. Ciertamente era un hombre bajito, y de una fisonomía no muy
atractiva, debido a su calvicie prematura.
Pero este hombre, cuyo nombre apostólico
significa "pequeño", fue un indiscutible gigante intelectual y
espiritual. Después del Señor Jesús, se levanta como la figura más destacada en
la historia y en la literatura de la fe cristiana.
Fue usado para que el cristianismo se
convirtiese en una religión universal. Ejemplificó el dramático poder
transformador del Espíritu Santo.
De un hombre turbulento y exaltado llegó a ser
un modelo de bondad y cortesía. ¿Cómo se explica la grandeza de sentimiento,
pensamiento y acción de quien fuera el gran apóstol Pablo?
De este hombre extraordinario leemos lo
siguiente: "Y le dijo el Señor a Ananías: Ve, porque instrumento escogido
me es éste, para que lleve mi nombre..." (Hechos 9.15).
Y otra referencia bíblica dice: "Y el
Señor le dijo a Saulo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Mas levántate, y ponte sobre tus pies; porque
para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que
has visto, y de aquellas en que apareceré a ti" (Hechos 26,15, 16).
Ciertamente, Pablo fue un hombre escogido,
llamado por Dios para cumplir una misión excepcional.
Le dio el poder del Espíritu Santo para ser
siempre fiel al llamado que le hizo el Señor. Esencialmente, ese fue el secreto
de la vida triunfante del apóstol Pablo.
Para valorar mejor esta proeza, necesitamos
comprender que en el mundo de la época de Pablo tres naciones ejercían su
influencia a nivel mundial: Roma,
Grecia y el pueblo judío. Roma era el imperio
dominante que gobernaba por la fuerza, en forma despótica y cruel. Grecia, en
cambio, gobernaba con su saber, su filosofía y sus artes.
El pueblo judío era el guardián de la fe
religiosa en el Dios Creador.
Como pueblo escogido había recibido la sagrada
Ley Divina, había sido iluminado por los profetas y bendecido por el mensaje
redentor simbolizado por el santuario.
Pero debido a su legalismo y orgullo
espiritual, todo su sistema de culto estaba impregnado de hipocresía.
Cada uno de estos tres pueblos estaba
moralmente debilitado por el vicio, el crimen y el orgullo. El mundo de esa
época necesitaba angustiosamente un Salvador.
Y a esa humanidad sufriente llegó Jesús. El
Mesías cumplió su gloriosa misión redentora. Su vida, su muerte y resurrección
constituían la única esperanza del ser humano.
En Jesús había salvación de la muerte y el
pecado, y sobre esa base se estableció la iglesia de Jesucristo. Pero en esa
hora crucial, un joven llamado Saulo quiso destruirla, lo mismo que a todos los
seguidores de Jesús. ¿Cómo es posible que llegara a transformarse en el gran
apóstol de los gentiles?
Detengámonos en este hombre escogido por Dios.
Su origen, el hogar donde nació, la educación que recibió y todos los factores
que plasmaron su personalidad, lo favorecieron para entender la cultura de las
tres potencias de la época.
El dijo de sí mismo: "Yo soy judío"
(Hechos 22,3). "Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la
tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, de estricta familia de fariseos, cuanto a
la ley, fariseo" (Filipenses 3,5).
Se cree que nació en el año 3 de la era
cristiana.
Al cumplir los 6 años de edad fue a la escuela
de la sinagoga donde aprendió a leer y escribir en hebreo.
Para convertirse en "rabí", o
maestro, debía estudiar bajo la tutela de un doctor de la ley.
Al cumplir los 13 años, su padre lo envió a la
ciudad de Jerusalén, donde estudió a los pies de Gamaliel, el más renombrado
"rabí" de su época. ¿Nos imaginamos el impacto que habrá tenido sobre
ese jovencito el trasladarse al centro del saber y poder del pueblo judío?
Allí permaneció 10 años, o sea, hasta el año
26, viviendo tal vez en la casa de su hermana mayor.
Regresó a Tarso, para luego volver a Jerusalén
en el año 34, donde se involucraría abiertamente en la persecución de los
cristianos.
A los 31 años de edad, este judío alcanzaría
la cúspide de su carrera, según la carne, al ser nombrado miembro del sanedrín,
como premio a su participación en el martirio de Esteban.
Pero recordemos, además, que Saulo, llamado
más tarde Pablo, nació en Tarso, capital de la provincia de Cilicia. Era una
ciudad libre, un centro comercial y cultural de gran importancia. Florecían
allí las escuelas griegas, lugar de encuentro para los filósofos y poetas. Es
evidente, por sus escritos, que Pablo absorbió el gran saber de los griegos.
También existía allí una comunidad judía
próspera, en la cual Saulo aprendió el oficio de hacer tiendas. Además, ahí
Saulo nació como ciudadano romano, y como tal participó de la vida cultural y
recreativa del imperio dominante.
Pero es muy importante destacar que en una
etapa de su vida, la pasión dominante de Saulo fue la de perseguir a la iglesia
de Dios.
Posteriormente, y siendo ya el apóstol Pablo,
él confiesa su extravío al escribirle a los gálatas lo siguiente: "Porque
ya habéis oído acerca de mi conducta otro tiempo en el judaísmo, que perseguía
sobremanera la iglesia de Dios, y la destruía" (Gálatas 1,13).
Para él, esta nueva enseñanza del Nazareno
atentaba contra la esencia del judaísmo y, por lo tanto, sus seguidores debían
ser exterminados. Por esto tomó parte activa en el martirio de Esteban.
Poco después, con toda autoridad y cargado de
odios y amenazas, inició el histórico viaje a la ciudad de Damasco.
Después de unos seis días de viaje y
culminando un recorrido de aproximadamente 230 kilómetros, Saulo y su comitiva
llegaron a la entrada de la ciudad. Era la hora del mediodía; aparentemente el
perseguidor no quería esperar las sombras de la noche para iniciar la persecución.
En la ciudad, sin duda, los fieles cristianos
se encontraban orando. Pero en contados instantes todo cambió. Cambió el
corazón y el destino de Saulo, cambió la suerte de los creyentes de Damasco y
el rumbo de la iglesia cristiana de todos los tiempos.
La conversión de Saulo está registrada varias
veces en las páginas de la Biblia.
En el libro de Los Hechos, capítulo 9 y
versículos del 3 al 5, dice: "Y yendo por el camino, aconteció que
llegando cerca de Damasco, súbitamente le cercó un resplandor de luz del cielo,
y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor?
Y él dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues:
dura cosa te es dar coces contra el aguijón".
Esta manifestación de Cristo fue como el
impacto de un rayo para la mente y el corazón de Saulo. Cristo vivía: era el
Mesías prometido. Había muerto y resucitado conforme a las profecías.
Era el Hijo de Dios, era el Salvador del
mundo. Saulo cayó al suelo; su orgullo de fariseo fue pulverizado.
El estaba equivocado. Honesta y humildemente
imploró la ayuda del cielo. "¿Qué quieres que haga?", dijo.
El rayo celestial que cayó a la puerta de
Damasco no hirió una cáscara vacía, sino un ser inflamable que habría de ser
destruido a fin de convertirse en un nueva criatura, que siempre ardería para
Cristo. A la entrada de Damasco, el que sería el apóstol Pablo rindió su vida
por completo a Dios.
Hoy también, desde el cielo, Dios dirige sus
mensajes a toda persona sincera. Con la fuerza de un rayo envía su luz para
iluminar la vida de todo el que necesita salvación. Habla con tal poder, que
muchas veces quedamos postrados, turbados en tierra.
Nos habla, a veces, por una grave enfermedad,
un terrible accidente, un desastre familiar... en fin, el Señor se propone
interrumpir nuestro camino para que nosotros nos rindamos a él y le sigamos de
todo corazón.
¿Cuál fue el fruto milagroso del encuentro que
Pablo tuvo con Jesús a la entrada de Damasco? ¿Cuál fue el glorioso resultado
de su consagración al Señor?
En primer lugar, Pablo fue transformado en un
apóstol de Dios. Del polvo, tembloroso y privado de la vista, se levantó como
un nuevo hombre. Por tres días no comió, ni bebió, ni tampoco pudo ver.
Pero fue transformado. Escuchó el llamado
divino para ser apóstol, para ser un enviado del cielo. Cambió su profesión, su
corazón y su misión en la vida. De ahí en adelante vivió para Cristo Jesús.
En segundo lugar se convirtió en el gran
misionero a los gentiles. Fue un servidor abnegado e infatigable. Realizó tres
viajes misioneros y en diez años recorrió unos 13.000 kilómetros. No se limitó
a un país. Quebró prejuicios y abarcó varios continentes, impulsando una misión
de alcance mundial.
Cuando Pablo era inconverso, conducía a muchos
hombres y mujeres a la cárcel (Hechos 8,3). Luego, él mismo fue prisionero de
Jesucristo. Encontró libertad siendo esclavo de Jesús. Su prisión era un lugar
sagrado para orar, cantar, leer, predicar.
Desde la cárcel escribió sus notables
epístolas: Efesios, Colosenses, Filipenses, Timoteo, Tito y Filemón.
Pablo también llegó a ser un príncipe de los
predicadores. Recién convertido, empezó a predicar (Hechos 9,29). Urgió a
predicar la Palabra de Dios, el evangelio, la fe... a predicar a Cristo y
Cristo crucificado. Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo también fue un
renombrado escritor. De los 27 libros del Nuevo Testamento, 14 fueron el fruto
del poder divino obrando en su intelecto.
Amigo lector, la gloria de la vida victoriosa
de San Pablo es para Cristo, porque la fe de este apóstol es un don de Dios.
Que con humildad y total consagración podamos
decir con el apóstol San Pablo: "Con Cristo estoy crucificado, y ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí"
(Gálatas 2,20).
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