jueves, 30 de julio de 2015

Este hombre, cuyo nombre apostólico significa "pequeño", fue un indiscutible gigante intelectual y espiritual

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Transformado por fe

 

Hasta donde podemos saber, no existe un retrato ni una foto de nuestro personaje. Sin embargo, en el siglo IV de nuestra era se halló en el cementerio de Domitilla, en las afueras de la ciudad de Roma, un medallón con la figura de él; y en el museo de Londres se encuentra una antiquísima fuente de vidrio que contiene su perfil.

 

Estas reliquias, y otras muchas tradiciones, nos indican que tenía apenas cinco pies, es decir, un metro cincuenta de estatura. Ciertamente era un hombre bajito, y de una fisonomía no muy atractiva, debido a su calvicie prematura.

 

Pero este hombre, cuyo nombre apostólico significa "pequeño", fue un indiscutible gigante intelectual y espiritual. Después del Señor Jesús, se levanta como la figura más destacada en la historia y en la literatura de la fe cristiana.

 

Fue usado para que el cristianismo se convirtiese en una religión universal. Ejemplificó el dramático poder transformador del Espíritu Santo.

 

De un hombre turbulento y exaltado llegó a ser un modelo de bondad y cortesía. ¿Cómo se explica la grandeza de sentimiento, pensamiento y acción de quien fuera el gran apóstol Pablo?

 

De este hombre extraordinario leemos lo siguiente: "Y le dijo el Señor a Ananías: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para que lleve mi nombre..." (Hechos 9.15).

 

Y otra referencia bíblica dice: "Y el Señor le dijo a Saulo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

 

Mas levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti" (Hechos 26,15, 16).

 

Ciertamente, Pablo fue un hombre escogido, llamado por Dios para cumplir una misión excepcional.

 

Le dio el poder del Espíritu Santo para ser siempre fiel al llamado que le hizo el Señor. Esencialmente, ese fue el secreto de la vida triunfante del apóstol Pablo.

 

Para valorar mejor esta proeza, necesitamos comprender que en el mundo de la época de Pablo tres naciones ejercían su influencia a nivel mundial: Roma,

 

Grecia y el pueblo judío. Roma era el imperio dominante que gobernaba por la fuerza, en forma despótica y cruel. Grecia, en cambio, gobernaba con su saber, su filosofía y sus artes.

 

El pueblo judío era el guardián de la fe religiosa en el Dios Creador.

 

Como pueblo escogido había recibido la sagrada Ley Divina, había sido iluminado por los profetas y bendecido por el mensaje redentor simbolizado por el santuario.

 

Pero debido a su legalismo y orgullo espiritual, todo su sistema de culto estaba impregnado de hipocresía.

 

Cada uno de estos tres pueblos estaba moralmente debilitado por el vicio, el crimen y el orgullo. El mundo de esa época necesitaba angustiosamente un Salvador.

 

Y a esa humanidad sufriente llegó Jesús. El Mesías cumplió su gloriosa misión redentora. Su vida, su muerte y resurrección constituían la única esperanza del ser humano.

 

En Jesús había salvación de la muerte y el pecado, y sobre esa base se estableció la iglesia de Jesucristo. Pero en esa hora crucial, un joven llamado Saulo quiso destruirla, lo mismo que a todos los seguidores de Jesús. ¿Cómo es posible que llegara a transformarse en el gran apóstol de los gentiles?

 

Detengámonos en este hombre escogido por Dios. Su origen, el hogar donde nació, la educación que recibió y todos los factores que plasmaron su personalidad, lo favorecieron para entender la cultura de las tres potencias de la época.

 

El dijo de sí mismo: "Yo soy judío" (Hechos 22,3). "Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, de estricta familia de fariseos, cuanto a la ley, fariseo" (Filipenses 3,5).

 

Se cree que nació en el año 3 de la era cristiana.

 

Al cumplir los 6 años de edad fue a la escuela de la sinagoga donde aprendió a leer y escribir en hebreo.

 

Para convertirse en "rabí", o maestro, debía estudiar bajo la tutela de un doctor de la ley.

 

Al cumplir los 13 años, su padre lo envió a la ciudad de Jerusalén, donde estudió a los pies de Gamaliel, el más renombrado "rabí" de su época. ¿Nos imaginamos el impacto que habrá tenido sobre ese jovencito el trasladarse al centro del saber y poder del pueblo judío?

 

Allí permaneció 10 años, o sea, hasta el año 26, viviendo tal vez en la casa de su hermana mayor.

 

Regresó a Tarso, para luego volver a Jerusalén en el año 34, donde se involucraría abiertamente en la persecución de los cristianos.

 

A los 31 años de edad, este judío alcanzaría la cúspide de su carrera, según la carne, al ser nombrado miembro del sanedrín, como premio a su participación en el martirio de Esteban.

 

Pero recordemos, además, que Saulo, llamado más tarde Pablo, nació en Tarso, capital de la provincia de Cilicia. Era una ciudad libre, un centro comercial y cultural de gran importancia. Florecían allí las escuelas griegas, lugar de encuentro para los filósofos y poetas. Es evidente, por sus escritos, que Pablo absorbió el gran saber de los griegos.

 

También existía allí una comunidad judía próspera, en la cual Saulo aprendió el oficio de hacer tiendas. Además, ahí Saulo nació como ciudadano romano, y como tal participó de la vida cultural y recreativa del imperio dominante.

 

Pero es muy importante destacar que en una etapa de su vida, la pasión dominante de Saulo fue la de perseguir a la iglesia de Dios.

 

Posteriormente, y siendo ya el apóstol Pablo, él confiesa su extravío al escribirle a los gálatas lo siguiente: "Porque ya habéis oído acerca de mi conducta otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera la iglesia de Dios, y la destruía" (Gálatas 1,13).

 

Para él, esta nueva enseñanza del Nazareno atentaba contra la esencia del judaísmo y, por lo tanto, sus seguidores debían ser exterminados. Por esto tomó parte activa en el martirio de Esteban.

 

Poco después, con toda autoridad y cargado de odios y amenazas, inició el histórico viaje a la ciudad de Damasco.

 

Después de unos seis días de viaje y culminando un recorrido de aproximadamente 230 kilómetros, Saulo y su comitiva llegaron a la entrada de la ciudad. Era la hora del mediodía; aparentemente el perseguidor no quería esperar las sombras de la noche para iniciar la persecución.

En la ciudad, sin duda, los fieles cristianos se encontraban orando. Pero en contados instantes todo cambió. Cambió el corazón y el destino de Saulo, cambió la suerte de los creyentes de Damasco y el rumbo de la iglesia cristiana de todos los tiempos.

 

La conversión de Saulo está registrada varias veces en las páginas de la Biblia.

 

En el libro de Los Hechos, capítulo 9 y versículos del 3 al 5, dice: "Y yendo por el camino, aconteció que llegando cerca de Damasco, súbitamente le cercó un resplandor de luz del cielo, y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor?

 

Y él dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues: dura cosa te es dar coces contra el aguijón".

 

Esta manifestación de Cristo fue como el impacto de un rayo para la mente y el corazón de Saulo. Cristo vivía: era el Mesías prometido. Había muerto y resucitado conforme a las profecías.

 

Era el Hijo de Dios, era el Salvador del mundo. Saulo cayó al suelo; su orgullo de fariseo fue pulverizado.

 

El estaba equivocado. Honesta y humildemente imploró la ayuda del cielo. "¿Qué quieres que haga?", dijo.

 

El rayo celestial que cayó a la puerta de Damasco no hirió una cáscara vacía, sino un ser inflamable que habría de ser destruido a fin de convertirse en un nueva criatura, que siempre ardería para Cristo. A la entrada de Damasco, el que sería el apóstol Pablo rindió su vida por completo a Dios.

 

Hoy también, desde el cielo, Dios dirige sus mensajes a toda persona sincera. Con la fuerza de un rayo envía su luz para iluminar la vida de todo el que necesita salvación. Habla con tal poder, que muchas veces quedamos postrados, turbados en tierra.

 

Nos habla, a veces, por una grave enfermedad, un terrible accidente, un desastre familiar... en fin, el Señor se propone interrumpir nuestro camino para que nosotros nos rindamos a él y le sigamos de todo corazón.

 

¿Cuál fue el fruto milagroso del encuentro que Pablo tuvo con Jesús a la entrada de Damasco? ¿Cuál fue el glorioso resultado de su consagración al Señor?

 

En primer lugar, Pablo fue transformado en un apóstol de Dios. Del polvo, tembloroso y privado de la vista, se levantó como un nuevo hombre. Por tres días no comió, ni bebió, ni tampoco pudo ver.

 

Pero fue transformado. Escuchó el llamado divino para ser apóstol, para ser un enviado del cielo. Cambió su profesión, su corazón y su misión en la vida. De ahí en adelante vivió para Cristo Jesús.

 

En segundo lugar se convirtió en el gran misionero a los gentiles. Fue un servidor abnegado e infatigable. Realizó tres viajes misioneros y en diez años recorrió unos 13.000 kilómetros. No se limitó a un país. Quebró prejuicios y abarcó varios continentes, impulsando una misión de alcance mundial.

 

Cuando Pablo era inconverso, conducía a muchos hombres y mujeres a la cárcel (Hechos 8,3). Luego, él mismo fue prisionero de Jesucristo. Encontró libertad siendo esclavo de Jesús. Su prisión era un lugar sagrado para orar, cantar, leer, predicar.

 

Desde la cárcel escribió sus notables epístolas: Efesios, Colosenses, Filipenses, Timoteo, Tito y Filemón.

 

Pablo también llegó a ser un príncipe de los predicadores. Recién convertido, empezó a predicar (Hechos 9,29). Urgió a predicar la Palabra de Dios, el evangelio, la fe... a predicar a Cristo y Cristo crucificado. Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo también fue un renombrado escritor. De los 27 libros del Nuevo Testamento, 14 fueron el fruto del poder divino obrando en su intelecto.

 

Amigo lector, la gloria de la vida victoriosa de San Pablo es para Cristo, porque la fe de este apóstol es un don de Dios.

 


 

 

 

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