domingo, 19 de julio de 2015

La incredulidad


 

 LAS ENTRAÑAS DEL PECADO 

La incredulidad




 

La incredulidad es una de las actitudes que más duramente juzgó el Señor

 

La Escritura nos habla en numerosas ocasiones de las “entrañas de misericordia de nuestro Dios” (Lc 1,78), como referencia al origen de todas las bendiciones que recibimos de él.
 
Del mismo podríamos hablar, en sentido negativo, de las entrañas del pecado de las cuales proceden todos los pecados que somos capaces de cometer los hombres, y preguntarnos en qué consisten o de qué están hechas esas entrañas. Una de las esencias de esas entrañas es la incredulidad.

 Cuando el hombre está en la ignorancia en relación a Dios, su actitud hacia él se caracteriza por la negativa a buscarlo o el rechazo del conocimiento que se le pueda ofrecer. Cuando por el contrario tiene algún grado de conocimiento respecto a él, puede adoptar una de estas tres actitudes:

§  Resistencia a aceptar de modo total o parcial a Dios su revelación o sus modos de hacer. Cuando esto sucede  se sitúa en posición de incredulidad.

§  El hombre, a pesar de tener conocimiento de Dios, prescinde de él para autoafirmarse y complacerse a sí mismo, pasa olímpicamente de Dios y pretende ser señor de su destino y usar a las criaturas o relacionarse con ellas a su antojo, cayendo entonces en actitud de impiedad e idolatría.

§  Es posible que el hombre reconozca a Dios como Dios, según es realmente y según su revelación, pero no está dispuesto a someterse a sus mandatos y su voluntad o se aparta de ellos después de haberlos aceptado durante un tiempo, y diga: “No serviré”. En tal caso las entrañas de su pecado se muestran como rebeldía, desobediencia, infidelidad.  

 Un lugar importante lo ocupa la incredulidad, que lleva al hombre a negar la existencia de Dios o la divinidad de Jesucristo y, más en concreto, a rechazar la palabra revelada, con la consiguiente conducta de menosprecio hacia la verdad divina y la desobediencia que ésta lleva implícita.
 
La incredulidad paraliza cualquier relación con Dios. Es el reverso de la fe, que está al principio de toda relación con Dios, ya que “sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan” (Hb 11,6).

·         Consiste en no creer o creer parcialmente en él. De incredulidad acusó el Señor a su pueblo ante Moisés: ”Dijo el Señor a Moisés: ‘¿Hasta cuándo me va a despreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo van a desconfiar de mí, con todas las señales que he hecho entre ellos? (Nm 14,11).
 
       La desconfianza –término opuesto a la confianza- es una demostración evidente de falta de fe –o presencia de incredulidad- en aquel que tiene todo el poder y nos ama infinitamente. Es un pecado que ofende especialmente al Señor porque es una negación palpable de su divinidad.

          §  La forma más agresiva de incredulidad niega la existencia de Dios: “Dice en su corazón el insensato: ‘¡No hay Dios!’” (Sal 14,1)

 §  Otras veces, sin negar su existencia, niega su intervención en la Humanidad, como avisa el apóstol Pedro: “En los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: ‘¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la creación’” (2 P 3,4)

§  A veces la incredulidad se dirige a algunos aspectos concretos de Dios o su Palabra, como sus atributos. Se puede aceptar la omnipotencia de Dios mientras se niega su amor infinito y eterno.
 
  Israel pone en duda el interés de Dios por ellos, a pesar de haber contemplado su poder y su gloria al sacarlos de Egipto y librarlos de la persecución de Faraón. Así dijo el Señor a Moisés:“Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado  ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: ‘Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto’" (Ex 32,8).

·         También es incredulidad tentarle y levantarle querella como hizo Israel. El lugar del que brotó agua en el desierto, cuando Moisés golpeó la peña, “se llamó Massá y Meribá, a causa de la querella de los israelitas, y por haber tentado al Señor, diciendo: ‘¿Está el Señor entre nosotros o no?’” (Ex 17,6-7).

·         Para San Juan el gran pecado consiste en negarse a creer en Jesucristo, porque es una actitud con carácter permanente que marca la existencia. Así es el pecado de los judíos porque no creen la palabra que escuchan de labios de Jesús: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,  sino para que el mundo se salve por él.
 
      El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,17-18). No creer en Jesucristo y su misión es no creer en los planes de Dios y rechazar su salvación.

    La incredulidad no se identifica con la ignorancia; mientras en la primera se da una participación evidente de la voluntad, ésta no se implica en la ignorancia o lo hace, en el peor de los casos, como simple falta de esfuerzo para buscar el conocimiento de la verdad y dar los pasos necesarios para alcanzarla.
 
    El Señor no reprocha nada a María, que no lo reconoce al encontrarse con ella una vez resucitado; pero censura a Tomás, que ha tenido noticia de su resurrección por medios fidedignos y se ha negado a aceptarla. Por eso le dice: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27).

   En el Juicio del último Día será condenada la incredulidad culpable que no ha acogido la gracia de Dios, como Jesús anunció a las ciudades impenitentes:  “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras” (Mt 11,21-22).

2 comentarios:

  1. En el Juicio del último Día será condenada la incredulidad culpable que no ha acogido la gracia de Dios, como Jesús anunció a las ciudades impenitentes: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras” (Mt 11,21-22).

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  2. El Señor no reprocha nada a María, que no lo reconoce al encontrarse con ella una vez resucitado; pero censura a Tomás, que ha tenido noticia de su resurrección por medios fidedignos y se ha negado a aceptarla. Por eso le dice: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27).

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