LAS ENTRAÑAS DEL PECADO
La incredulidad
La incredulidad es una de las actitudes que más
duramente juzgó el Señor
La Escritura nos
habla en numerosas ocasiones de las “entrañas de misericordia de nuestro Dios”
(Lc 1,78), como referencia al origen de todas las bendiciones que recibimos de
él.
Del mismo podríamos hablar, en sentido negativo, de las entrañas del pecado
de las cuales proceden todos los pecados que somos capaces de cometer los
hombres, y preguntarnos en qué consisten o de qué están hechas esas entrañas.
Una de las esencias de esas entrañas es la incredulidad.
§
Resistencia a aceptar de modo
total o parcial a Dios su revelación o sus modos de hacer. Cuando esto
sucede se sitúa en posición de incredulidad.
§
El hombre, a pesar de tener
conocimiento de Dios, prescinde de él para autoafirmarse y complacerse a sí
mismo, pasa olímpicamente de Dios y pretende ser señor de su destino y usar a
las criaturas o relacionarse con ellas a su antojo, cayendo entonces en actitud
de impiedad e idolatría.
§
Es posible que el hombre reconozca
a Dios como Dios, según es realmente y según su revelación, pero no está
dispuesto a someterse a sus mandatos y su voluntad o se aparta de ellos después
de haberlos aceptado durante un tiempo, y diga: “No serviré”. En tal caso las
entrañas de su pecado se muestran como rebeldía, desobediencia,
infidelidad.
La incredulidad paraliza cualquier
relación con Dios. Es el reverso de la fe, que está al principio de toda
relación con Dios, ya que “sin fe es
imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que
recompensa a los que le buscan” (Hb 11,6).
·
Consiste en no creer o creer
parcialmente en él. De incredulidad acusó el Señor a su pueblo ante Moisés: ”Dijo el Señor a Moisés: ‘¿Hasta cuándo me
va a despreciar este pueblo? ¿Hasta cuándo van a desconfiar de mí, con todas
las señales que he hecho entre ellos? (Nm 14,11).
La desconfianza –término opuesto a la confianza- es una demostración evidente de falta de fe –o
presencia de incredulidad- en aquel que tiene todo el poder y nos ama
infinitamente. Es un pecado que ofende especialmente al Señor porque es una
negación palpable de su divinidad.
§
A veces la incredulidad se dirige
a algunos aspectos concretos de Dios o su Palabra, como sus atributos. Se puede
aceptar la omnipotencia de Dios mientras se niega su amor infinito y eterno.
Israel pone en duda el interés de Dios por ellos, a pesar de haber contemplado
su poder y su gloria al sacarlos de Egipto y librarlos de la persecución de
Faraón. Así dijo el Señor a Moisés:“Bien
pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. Se han hecho un
becerro fundido y se han postrado ante
él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: ‘Este es tu Dios, Israel, el que
te ha sacado de la tierra de Egipto’" (Ex 32,8).
·
También es incredulidad tentarle y
levantarle querella como hizo Israel. El lugar del que brotó agua en el
desierto, cuando Moisés golpeó la peña, “se
llamó Massá y Meribá, a causa de la querella de los israelitas, y por haber
tentado al Señor, diciendo: ‘¿Está el Señor entre nosotros o no?’” (Ex
17,6-7).
·
Para San Juan el gran pecado
consiste en negarse a creer en Jesucristo, porque es una actitud con carácter
permanente que marca la existencia. Así es el pecado de los judíos porque no
creen la palabra que escuchan de labios de Jesús: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El
que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no
ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,17-18). No creer en
Jesucristo y su misión es no creer en los planes de Dios y rechazar su
salvación.
El Señor no reprocha nada a María, que no lo reconoce al
encontrarse con ella una vez resucitado; pero censura a Tomás, que ha tenido
noticia de su resurrección por medios fidedignos y se ha negado a aceptarla.
Por eso le dice: “Acerca aquí tu dedo y
mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino
creyente” (Jn 20,27).
En el Juicio del último Día será condenada la incredulidad culpable que
no ha acogido la gracia de Dios, como Jesús anunció a las ciudades
impenitentes: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón
se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en
sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio
habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras” (Mt 11,21-22).
En el Juicio del último Día será condenada la incredulidad culpable que no ha acogido la gracia de Dios, como Jesús anunció a las ciudades impenitentes: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras” (Mt 11,21-22).
ResponderBorrarEl Señor no reprocha nada a María, que no lo reconoce al encontrarse con ella una vez resucitado; pero censura a Tomás, que ha tenido noticia de su resurrección por medios fidedignos y se ha negado a aceptarla. Por eso le dice: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27).
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