PAZ PARA EL ADORADOR
“Os dejo la paz,
mi paz os doy; no os la doy como os la da el mundo” (Jn 14,27)
¿No es la paz objeto de
búsqueda y anhelo por parte de las familias, los representantes políticos de
las naciones o los trabajadores en sus puestos de trabajo, por citar unos pocos
ejemplos?
Lo único que cambia es que cada uno busca la paz a su manera, y a
veces a toda costa, aunque haya que hacer previamente la guerra como requisito
necesario para conquistarla; pero, ¿quién no quiere tener paz y vivir en paz
sobre todo en lo profundo del corazón?
Lo cierto es que la paz es una necesidad
en el ser humano. El hombre creado a imagen y semejanza del Creador, fue creado
para la paz; por eso, cuando se ve privada de ella o no la alcanza, siente
desasosiego en su corazón.
La paz
verdadera, la que anhela y necesita el hombre en lo profundo de su corazón, es
un fruto del Espíritu que sólo se puede alcanzar en él por medio de Jesucristo.
La paz del mundo, en el mejor de los casos, significa ausencia de guerra,
enfrentamiento y problemas. La paz que el Señor nos dejó es mucho más que eso,
es comunión gozosa con el Padre, por medio del Espíritu Santo. La paz inunda el
reino de Dios que “no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el
Espíritu Santo” (Rm 14,17).
El es nuestra
paz. Él ha derribado el muro que nos separaba de Dios, pues éramos enemigos
suyos, enfrentados con él por causa del pecado (cf. Ef 2,14); sin embargo,
ahora tenemos paz en él y abierto el acceso al Padre a través de la fe, gracias
a su obra por medio de la cruz.
Si esto es verdad, y lo es, pues la Palabra de
Dios es verdad, es lógico pensar que cuanto mayor sea la comunión con Cristo,
mayor será la presencia de paz en el ser humano y, al contrario, cuanto mayor
sea el distanciamiento con el Señor mayor será la carencia de paz en él. ¿No
será el espíritu de enfrentamiento que domina tantas áreas humanas una señal
más del alejamiento del hombre de Dios?
Cada vez que adoramos al Señor nos
impregnamos de su paz y, al mismo tiempo, nuestro esfuerzo por ir creciendo
como adoradores nos proporciona la paz interior que procede del Espíritu Santo.
El Apocalipsis nos da una idea de lo que pasará en el infierno
en relación a la paz: “Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos
de los siglos; no hay reposo ni de día ni de noche, para los que adoran a la
Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre” (Ap
14,11).
¡Qué diferentes son las
cosas en el cielo donde los justificados y blanqueados por la sangre del
Cordero! Ellos “están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche
en su santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre
ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno
alguno.
Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los
guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima
de sus ojos” (Ap 7, 15-17).
Palabra
profética
•
Yo soy vuestro
Dios, yo os he rescatado, os he redimido, os he salvado y os he dado nueva
vida. Alzad vuestra mirada, miradme en la cruz. En mí encontraréis la paz.
•
Que vuestro
corazón no se inquiete por cosa alguna: sólo en mí encontraréis la paz que
andáis buscando; que vuestro corazón no se inquiete, confiad en mí.
La paz verdadera, la que anhela y necesita el hombre en lo profundo de su corazón, es un fruto del Espíritu que sólo se puede alcanzar en él por medio de Jesucristo. La paz del mundo, en el mejor de los casos, significa ausencia de guerra, enfrentamiento y problemas. La paz que el Señor nos dejó es mucho más que eso, es comunión gozosa con el Padre, por medio del Espíritu Santo. La paz inunda el reino de Dios que “no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
ResponderBorrarYo soy vuestro Dios, yo os he rescatado, os he redimido, os he salvado y os he dado nueva vida. Alzad vuestra mirada, miradme en la cruz. En mí encontraréis la paz.
ResponderBorrar• Que vuestro corazón no se inquiete por cosa alguna: sólo en mí encontraréis la paz que andáis buscando; que vuestro corazón no se inquiete, confiad en mí.