miércoles, 22 de julio de 2015

la paz verdadera


PAZ PARA EL ADORADOR

 

“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como os la da el mundo” (Jn 14,27)

 
 
 
 


 

¿No es la paz objeto de búsqueda y anhelo por parte de las familias, los representantes políticos de las naciones o los trabajadores en sus puestos de trabajo, por citar unos pocos ejemplos?
 
Lo único que cambia es que cada uno busca la paz a su manera, y a veces a toda costa, aunque haya que hacer previamente la guerra como requisito necesario para conquistarla; pero, ¿quién no quiere tener paz y vivir en paz sobre todo en lo profundo del corazón?
 
Lo cierto es que la paz es una necesidad en el ser humano. El hombre creado a imagen y semejanza del Creador, fue creado para la paz; por eso, cuando se ve privada de ella o no la alcanza, siente desasosiego en su corazón.

 El Señor Jesús nos habló de dos tipos de paz: la suya y la que da el mundo. Las dos antagónicas entre si, como lo son el espíritu y la carne. De hecho el apóstol Pablo afirma: “Las tendencias de la carne son muerte, mas las del espíritu, vida y paz” (Rm 8,6).
 
  La paz verdadera, la que anhela y necesita el hombre en lo profundo de su corazón, es un fruto del Espíritu que sólo se puede alcanzar en él por medio de Jesucristo. La paz del mundo, en el mejor de los casos, significa ausencia de guerra, enfrentamiento y problemas. La paz que el Señor nos dejó es mucho más que eso, es comunión gozosa con el Padre, por medio del Espíritu Santo. La paz inunda el reino de Dios que “no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

  La Palabra revelada nos enseña que Cristo es el “Príncipe de Paz” (Is 9,6). Él “ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53,5).
 
  El es nuestra paz. Él ha derribado el muro que nos separaba de Dios, pues éramos enemigos suyos, enfrentados con él por causa del pecado (cf. Ef 2,14); sin embargo, ahora tenemos paz en él y abierto el acceso al Padre a través de la fe, gracias a su obra por medio de la cruz.
 
   Si esto es verdad, y lo es, pues la Palabra de Dios es verdad, es lógico pensar que cuanto mayor sea la comunión con Cristo, mayor será la presencia de paz en el ser humano y, al contrario, cuanto mayor sea el distanciamiento con el Señor mayor será la carencia de paz en él. ¿No será el espíritu de enfrentamiento que domina tantas áreas humanas una señal más del alejamiento del hombre de Dios?
 
   Cada vez que adoramos al Señor nos impregnamos de su paz y, al mismo tiempo, nuestro esfuerzo por ir creciendo como adoradores nos proporciona la paz interior que procede del Espíritu Santo.

   En la eternidad la ausencia o presencia de Dios dará lugar a dos estados completamente dispares. Son los efectos contrapuestos que se producen al adorar al Dios verdadero o a falsos dioses.
 
  El Apocalipsis nos da una idea de lo que pasará en el infierno en relación a la paz: “Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos; no hay reposo ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre” (Ap 14,11).

  ¡Qué diferentes son las cosas en el cielo donde los justificados y blanqueados por la sangre del Cordero! Ellos “están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno.
 
  Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 15-17).

Palabra profética

      Yo soy vuestro Dios, yo os he rescatado, os he redimido, os he salvado y os he dado nueva vida. Alzad vuestra mirada, miradme en la cruz. En mí encontraréis la paz.

      Que vuestro corazón no se inquiete por cosa alguna: sólo en mí encontraréis la paz que andáis buscando; que vuestro corazón no se inquiete, confiad en mí.

 

2 comentarios:

  1. La paz verdadera, la que anhela y necesita el hombre en lo profundo de su corazón, es un fruto del Espíritu que sólo se puede alcanzar en él por medio de Jesucristo. La paz del mundo, en el mejor de los casos, significa ausencia de guerra, enfrentamiento y problemas. La paz que el Señor nos dejó es mucho más que eso, es comunión gozosa con el Padre, por medio del Espíritu Santo. La paz inunda el reino de Dios que “no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).


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  2. Yo soy vuestro Dios, yo os he rescatado, os he redimido, os he salvado y os he dado nueva vida. Alzad vuestra mirada, miradme en la cruz. En mí encontraréis la paz.


    • Que vuestro corazón no se inquiete por cosa alguna: sólo en mí encontraréis la paz que andáis buscando; que vuestro corazón no se inquiete, confiad en mí.

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