sábado, 18 de julio de 2015

El corazón está mandando en la cabeza. La cabeza se llena de lo que rebosa el corazón.


Dios todo en todos






 ¿En qué pensamos a lo largo del día?... Siempre, en lo que llevamos en el corazón: la esposa adorada, el novio, los hijos...
 
Siempre, en lo que nos preocupa: el negocio, la canasta familiar, la enfermedad... Siempre, en lo que nos ilusiona: la diversión, el deporte... El corazón está mandando en la cabeza. La cabeza se llena de lo que rebosa el corazón.

¿Y Dios? ¿Tiene Dios algún momento en nuestro recuerdo? Porque, si no lo tiene, habremos de decir que Dios está ausente del corazón. Y no es así.
 
No debe ser así nunca. Dios, del que leemos en la Biblia que al final “será todo en todos”, queremos que lo empiece a ser ya ahora en cada uno de nosotros. Y porque llevamos a Dios en el corazón, podemos proclamar también con la bella canción, tan popularizada entre nosotros: -Estoy  pensando en Dios, estoy pensando en su amor.

Esto lo decimos tanto a nivel individual como social.

Mi vida valdrá en la medida que la llene Dios. Si yo hago mío aquello de un gran santo: -Un solo pensamiento... Un solo cuidado...
 
Un solo amor, DIOS, he conseguido todo lo que me interesa en este mundo: conquistar a Dios, y hacérmelo mío para siempre.

Y nos importa mucho también hacer que Dios sea alguien a nivel social. Frente a grandes masas que se están alejando cada vez más de Dios, nosotros nos hemos empeñado en meter a Dios en medio del mundo: en las naciones, en las familias, en las instituciones, en la escuela, en los medios de comunicación...

El ateísmo militante marxista ha caído de manera estrepitosa. Pero se nos está echando encima otro ateísmo quizá mucho peor: el ateísmo práctico, el del capitalismo y del bienestar, el que abandona a Dios porque Dios no interesa, ya que lo tenemos todo y no necesitamos de Dios.

Esta idea sobre el ateísmo la vamos a repetir nosotros muchas veces. Desde el principio de nuestros mensajes, desde ahora mismo, vamos a oponer con nuestra fe un muro de contención a esa oleada del indiferentismo religioso que nos amenaza.

Hemos oído mil veces el grito célebre de García Moreno, el Presidente mártir de Ecuador, que muere en plena calle acribillado por las balas:

- ¡Dios no muere!.

Nuestras tierras cristianas y católicas siguen repitiendo lo mismo, con ardor creciente:

-¡Vive Dios! ¡Dios no muere!...

Nosotros, igual que el Presidente mártir, confesamos esto con nuestros labios y lo queremos confesar con nuestras vidas.
 
Queremos que nuestra vida no se divorcie de nuestra fe. Que nuestro actuar no esté en contradicción con nuestro hablar. Si el ateísmo --como reconoció el Concilio-- se debe en parte a la falta de consecuencia de muchos que se profesan creyentes, nosotros nos aprestamos a ofrecer al mundo el testimonio de nuestra fe vivida, para contribuir con todas nuestras fuerzas al progreso del Reino de Dios.

Nos toca a nosotros vivir en un momento grandioso de la Historia. Estamos en la aurora de un nuevo amanecer. Somos los protagonistas de un futuro grande para el mundo. Pero, como somos personas de fe, nos repetimos con el salmo de la Biblia:

- El Señor desbarata los planes de las naciones. Lo que permanece es su designio amoroso y los pensamientos de su corazón..

Las Naciones Unidas podrán programar laudablemente proyectos muy interesantes. Si no meten en ellos a Dios --y peor aún si lo excluyesen positivamente--, no hacen nada, ya que si Dios no construye la casa y no guarda la ciudad, en vano se fatigan los albañiles y se afanan los vigilantes.

Porque Dios está metido en la Historia. Es Él quien maneja todos los hilos de la trama. Es siempre Dios quien nos guía, y, por caminos tortuosos tal vez, pero al fin consigue lo que Él pretende, que es  nuestra salvación, con tal que nosotros le dejemos hacer y no le opongamos resistencia.

En los inicios del Tercer Milenio del Cristianismo, tenemos derecho a soñar más que nunca.

Se nos abre el camino para una Nueva Evangelización, y nosotros nos aprestamos a realizarla.

Queremos que todo el mundo conozca al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre también nuestro, que nos ama y nos ofrece la salvación.

Con nuestro Programa, queremos aportar un granito de arena al Reino de Dios. Y lo vamos a titular así: ESTOY PENSANDO EN DIOS.

Pensamos en Dios, porque lo llevamos en el corazón.

Pensamos en Dios, y tramamos el meterlo en todas partes, en nuestra vida, en todos los ambientes.

Pensamos en Dios, y vamos a trabajar por Él, a fin de que no espere a la eternidad para ser todo en to-dos, sino que lo sea ya aquí, en este mundo que amamos y que deber ser de Dios.

El Dios de la eternidad en el Cielo ha de ser también el Dios del tiempo en el mundo.

Nuestro trabajo, inspirado y sostenido por Dios, comienza en Dios como en su fuente y tiende a Dios como a su fin.

Dios, todo en todo el Programa, y todo también en todos ustedes, los radioyentes, ¡a quienes Dios ben-diga!... .

Todos sabemos que la Historia, para nosotros, está dividida en dos: antes de Cristo y después de Cristo. Y sabemos también que va a tener una tercera parte final, definitiva, y que podríamos llamar la Historia con Cristo glorioso para siempre.

Antes de Cristo, Dios había dicho:

     - Os enviaré un Salvador.

Cuando vino Cristo, el mismo Jesús nos dijo:

- El Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Y ahora, antes morir y de subirse al Cielo, Jesús nos anuncia:

- Volveré. Y todos me verán venir sobre las nubes con gran poder y majestad.

El Evangelio de este Domingo, con el que abrimos el Año Litúrgico o año religioso de la Iglesia, mira precisamente a esa tercera parte: al triunfo definitivo de Jesucristo.

La pedagogía de la Iglesia es muy sabia. Está para nacer Jesús, Niño en Belén, y en vez de señalarnos la cueva y el pesebre, nos hace lanzar la mirada a lo lejos, al fin del tiempo, y nos dice:

- ¿Queréis no tener miedo a aquel Señor y Juez del último día? La cosa es muy sencilla: recibidlo ahora con amor. Haceos amigos suyos. Entonces, no le tendréis ningún miedo.

Porque Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice cómo va a ser su segunda venida:

- Ocurrirá una catástrofe tal en el mundo, en el cielo, en la tierra y en el mar, que los hombres
morirán de espanto y de terror.

Pero como Jesús habla a sus amigos, a nosotros, nos dice:

- No tengáis miedo. Eso es para los enemigos. Vosotros, cuando veáis llegar estas cosas, alzad vuestra cabeza y mirad, porque vuestra salvación está encima.
 
Únicamente, vigilad y orad en todo momento, para que podáis escapar de todo eso que acontecerá y para presentaros tranquilos delante del Juez del mundo.

Para entender este Evangelio nos hemos de dejar de fantasías. Al venir Jesucristo en Belén nos colocamos en el umbral y a las puertas de los tiempos nuevos.
 
La presencia de Jesucristo se desenvuelve en el quehacer de cada día. Y es ahora cuando cada uno decide su encuentro último con Jesucristo. Todo hombre ―¡cuánto más el cristiano, que sabe bien estas cosas!― entiende que están íntimamente unidas es-tas tres presencias de Jesucristo:

- Ahora, lo tenemos como compañero, como amigo, como líder al que seguimos fieles y felices.

- Al acabar nuestra vida, le damos el último Sí, lo escogemos definitivamente, morimos con Él.

- Al fin del mundo, no cambiarán nada las cosas. Se manifestará y se confirmará lo que hayamos hecho ahora con Jesucristo, como Jesucristo y por Jesucristo.
 
¿Lo hemos acogido con amor, hemos vivido como Él nos manda, hemos trabajado por Él, hemos muerto en su gracia? Entonces Jesucristo no será para nosotros el Juez terrible, sino el Salvador que hará aparecer ante todos hombres y ángeles la gloria que cada uno se ha conquistado.

Teniendo presente todo esto, vemos cómo el fin del mundo es para cada uno el fin de su propia vida, y comprendemos bien la monición de Jesús:

- Mirad que vuestros corazones no se emboten con diversiones inútiles, borracheras  y afanes de la vi-da. Que vuestro último día no caiga como un lazo sobre vosotros y quedéis metidos en la trampa.

Así nos damos cuenta de que el Evangelio de hoy es para todos, y no sólo para los que vivirán al fin del mundo.

A la Madre Teresa de Calcuta no le sorprendió su fin aquel 5 de Septiembre, cuando se disponía a ir a la Eucaristía. Pero seis días antes, la noche del 31 de Agosto, la Princesa encantadora pensaba en todo me-nos en que ya no vería más el sol...

     Jesucristo vino casi a la vez por las dos: por la joven en el accidente desastroso dentro de la opulenta y bella ciudad de París, y vino igualmente por la ancianita monja con un impensado ataque al corazón dentro de la miseria de un barrio de la India... Pasa el tiempo, y estos dos hechos no se nos van de la memoria, como una lección soberana de Dios. 

El encuentro del Señor con cada uno se puede realizar en cualquier parte, en el momento más inesperado y de la manera menos pensada. El caso es que, al toparnos con Jesucristo, le podamos decir sencilla-mente: -¡Aquí estoy, Señor! Te esperaba....

     - Vigilad y orad. Es la  única recomendación de Jesús en este día. Recomendación tantas veces repetida en el Evangelio. ¿Por qué lo inculcaría tanto Jesús?...

San Pablo nos añade: -¡Amad, amad y amaos mucho! Así seréis santos e irreprensibles en vuestra vida delante de Dios nuestro Padre, y estaréis dispuestos a recibir al Señor Jesucristo cuando venga con todos sus ángeles y santos.

¡Hay que darse cuenta de la visión tan grandiosa que nos ofrece la vida cristiana! Los astrofísicos pueden estudiar cómo podría acabar el Universo... Pero sólo Jesucristo nos enseña cómo va a acabar de hecho la Historia del hombre, y con él la renovación de toda la creación.

¡Volverá! Hoy nos viene en Belén como robador de corazones. Otro día vendrá definitivamente como Juez de todos, para ser el Rey inmortal de los siglos eternos... LUCAS 21, 25-36.

1 comentario:



  1. San Pablo nos añade: -¡Amad, amad y amaos mucho! Así seréis santos e irreprensibles en vuestra vida delante de Dios nuestro Padre, y estaréis dispuestos a recibir al Señor Jesucristo cuando venga con todos sus ángeles y santos.


    ¡Hay que darse cuenta de la visión tan grandiosa que nos ofrece la vida cristiana! Los astrofísicos pueden estudiar cómo podría acabar el Universo... Pero sólo Jesucristo nos enseña cómo va a acabar de hecho la Historia del hombre, y con él la renovación de toda la creación.


    ¡Volverá! Hoy nos viene en Belén como robador de corazones. Otro día vendrá definitivamente como Juez de todos, para ser el Rey inmortal de los siglos eternos... LUCAS 21, 25-36.

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