Dios todo en todos
Siempre, en lo que nos preocupa: el
negocio, la canasta familiar, la enfermedad... Siempre, en lo que nos
ilusiona: la diversión, el deporte... El corazón está mandando en la cabeza. La
cabeza se llena de lo que rebosa el corazón.
¿Y Dios? ¿Tiene Dios algún momento en nuestro
recuerdo? Porque, si no lo tiene, habremos de decir que Dios está ausente del
corazón. Y no es así.
No debe ser así nunca. Dios, del que leemos en la Biblia
que al final “será todo en todos”, queremos que lo empiece a ser ya ahora en
cada uno de nosotros. Y porque llevamos a Dios en el corazón, podemos proclamar
también con la bella canción, tan popularizada entre nosotros: -Estoy pensando en Dios, estoy pensando en su amor.
Esto lo decimos tanto a nivel individual como
social.
Mi vida valdrá en la medida que la llene Dios.
Si yo hago mío aquello de un gran santo: -Un solo pensamiento... Un solo
cuidado...
Un solo amor, DIOS, he conseguido todo lo que me interesa en este
mundo: conquistar a Dios, y hacérmelo mío para siempre.
Y nos importa mucho también hacer que Dios sea
alguien a nivel social. Frente a grandes masas que se están alejando cada vez
más de Dios, nosotros nos hemos empeñado en meter a Dios en medio del mundo: en
las naciones, en las familias, en las instituciones, en la escuela, en los
medios de comunicación...
El ateísmo militante marxista ha caído de
manera estrepitosa. Pero se nos está echando encima otro ateísmo quizá mucho
peor: el ateísmo práctico, el del capitalismo y del bienestar, el que abandona
a Dios porque Dios no interesa, ya que lo tenemos todo y no necesitamos de
Dios.
Esta idea sobre el ateísmo la vamos a repetir
nosotros muchas veces. Desde el principio de nuestros mensajes, desde ahora
mismo, vamos a oponer con nuestra fe un muro de contención a esa oleada del
indiferentismo religioso que nos amenaza.
Hemos oído mil veces el grito célebre de
García Moreno, el Presidente mártir de Ecuador, que muere en plena calle
acribillado por las balas:
- ¡Dios no muere!.
Nuestras tierras cristianas y católicas siguen
repitiendo lo mismo, con ardor creciente:
-¡Vive Dios! ¡Dios no muere!...
Nosotros, igual que el Presidente mártir,
confesamos esto con nuestros labios y lo queremos confesar con nuestras vidas.
Queremos que nuestra vida no se divorcie de nuestra fe. Que nuestro actuar no
esté en contradicción con nuestro hablar. Si el ateísmo --como reconoció el Concilio--
se debe en parte a la falta de consecuencia de muchos que se profesan
creyentes, nosotros nos aprestamos a ofrecer al mundo el testimonio de nuestra
fe vivida, para contribuir con todas nuestras fuerzas al progreso del Reino de
Dios.
Nos toca a nosotros vivir en un momento
grandioso de la Historia. Estamos en la aurora de un nuevo amanecer. Somos los
protagonistas de un futuro grande para el mundo. Pero, como somos personas de
fe, nos repetimos con el salmo de la Biblia:
- El Señor desbarata los planes de las
naciones. Lo que permanece es su designio amoroso y los pensamientos de su
corazón..
Las Naciones Unidas podrán programar
laudablemente proyectos muy interesantes. Si no meten en ellos a Dios --y peor
aún si lo excluyesen positivamente--, no hacen nada, ya que si Dios no
construye la casa y no guarda la ciudad, en vano se fatigan los albañiles y se
afanan los vigilantes.
Porque Dios está metido en la Historia. Es Él
quien maneja todos los hilos de la trama. Es siempre Dios quien nos guía, y,
por caminos tortuosos tal vez, pero al fin consigue lo que Él pretende, que
es nuestra salvación, con tal que
nosotros le dejemos hacer y no le opongamos resistencia.
En los inicios del Tercer Milenio del
Cristianismo, tenemos derecho a soñar más que nunca.
Se nos abre el camino para una Nueva
Evangelización, y nosotros nos aprestamos a realizarla.
Queremos que todo el mundo conozca al Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre también nuestro, que nos ama y nos
ofrece la salvación.
Con nuestro Programa, queremos aportar un
granito de arena al Reino de Dios. Y lo vamos a titular así: ESTOY PENSANDO EN
DIOS.
Pensamos en Dios, porque lo llevamos en el
corazón.
Pensamos en Dios, y tramamos el meterlo en
todas partes, en nuestra vida, en todos los ambientes.
Pensamos en Dios, y vamos a trabajar por Él, a
fin de que no espere a la eternidad para ser todo en to-dos, sino que lo sea ya
aquí, en este mundo que amamos y que deber ser de Dios.
El Dios de la eternidad en el Cielo ha de ser
también el Dios del tiempo en el mundo.
Nuestro trabajo, inspirado y sostenido por
Dios, comienza en Dios como en su fuente y tiende a Dios como a su fin.
Dios, todo en todo el Programa, y todo también
en todos ustedes, los radioyentes, ¡a quienes Dios ben-diga!... .
Todos sabemos que la Historia, para nosotros,
está dividida en dos: antes de Cristo y después de Cristo. Y sabemos también
que va a tener una tercera parte final, definitiva, y que podríamos llamar la
Historia con Cristo glorioso para siempre.
Antes de Cristo, Dios había dicho:
-
Os enviaré un Salvador.
Cuando vino Cristo, el mismo Jesús nos dijo:
- El Reino de Dios ha llegado a vosotros.
Y ahora, antes morir y de subirse al Cielo,
Jesús nos anuncia:
- Volveré. Y todos me verán venir sobre las
nubes con gran poder y majestad.
El Evangelio de este Domingo, con el que
abrimos el Año Litúrgico o año religioso de la Iglesia, mira precisamente a esa
tercera parte: al triunfo definitivo de Jesucristo.
La pedagogía de la Iglesia es muy sabia. Está
para nacer Jesús, Niño en Belén, y en vez de señalarnos la cueva y el pesebre,
nos hace lanzar la mirada a lo lejos, al fin del tiempo, y nos dice:
- ¿Queréis no tener miedo a aquel Señor y Juez
del último día? La cosa es muy sencilla: recibidlo ahora con amor. Haceos
amigos suyos. Entonces, no le tendréis ningún miedo.
Porque Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice
cómo va a ser su segunda venida:
- Ocurrirá una catástrofe tal en el mundo, en
el cielo, en la tierra y en el mar, que los hombres
morirán de espanto y de
terror.
Pero como Jesús habla a sus amigos, a
nosotros, nos dice:
- No tengáis miedo. Eso es para los enemigos.
Vosotros, cuando veáis llegar estas cosas, alzad vuestra cabeza y mirad, porque
vuestra salvación está encima.
Únicamente, vigilad y orad en todo momento, para
que podáis escapar de todo eso que acontecerá y para presentaros tranquilos
delante del Juez del mundo.
Para entender este Evangelio nos hemos de
dejar de fantasías. Al venir Jesucristo en Belén nos colocamos en el umbral y a
las puertas de los tiempos nuevos.
La presencia de Jesucristo se desenvuelve en
el quehacer de cada día. Y es ahora cuando cada uno decide su encuentro último
con Jesucristo. Todo hombre ―¡cuánto más el cristiano, que sabe bien estas
cosas!― entiende que están íntimamente unidas es-tas tres presencias de
Jesucristo:
- Ahora, lo tenemos como compañero, como
amigo, como líder al que seguimos fieles y felices.
- Al acabar nuestra vida, le damos el último
Sí, lo escogemos definitivamente, morimos con Él.
- Al fin del mundo, no cambiarán nada las
cosas. Se manifestará y se confirmará lo que hayamos hecho ahora con
Jesucristo, como Jesucristo y por Jesucristo.
¿Lo hemos acogido con amor, hemos
vivido como Él nos manda, hemos trabajado por Él, hemos muerto en su gracia?
Entonces Jesucristo no será para nosotros el Juez terrible, sino el Salvador
que hará aparecer ante todos hombres y ángeles la gloria que cada uno se ha
conquistado.
Teniendo presente todo esto, vemos cómo el fin
del mundo es para cada uno el fin de su propia vida, y comprendemos bien la
monición de Jesús:
- Mirad que vuestros corazones no se emboten
con diversiones inútiles, borracheras y
afanes de la vi-da. Que vuestro último día no caiga como un lazo sobre vosotros
y quedéis metidos en la trampa.
Así nos damos cuenta de que el Evangelio de
hoy es para todos, y no sólo para los que vivirán al fin del mundo.
A la Madre Teresa de Calcuta no le sorprendió
su fin aquel 5 de Septiembre, cuando se disponía a ir a la Eucaristía. Pero
seis días antes, la noche del 31 de Agosto, la Princesa encantadora pensaba en
todo me-nos en que ya no vería más el sol...
Jesucristo vino casi a la vez por las dos: por la joven en el accidente
desastroso dentro de la opulenta y bella ciudad de París, y vino igualmente por
la ancianita monja con un impensado ataque al corazón dentro de la miseria de
un barrio de la India... Pasa el tiempo, y estos dos hechos no se nos van de la
memoria, como una lección soberana de Dios.
El encuentro del Señor con cada uno se puede
realizar en cualquier parte, en el momento más inesperado y de la manera menos
pensada. El caso es que, al toparnos con Jesucristo, le podamos decir
sencilla-mente: -¡Aquí estoy, Señor! Te esperaba....
-
Vigilad y orad. Es la única
recomendación de Jesús en este día. Recomendación tantas veces repetida en el
Evangelio. ¿Por qué lo inculcaría tanto Jesús?...
San Pablo nos añade: -¡Amad, amad y amaos
mucho! Así seréis santos e irreprensibles en vuestra vida delante de Dios
nuestro Padre, y estaréis dispuestos a recibir al Señor Jesucristo cuando venga
con todos sus ángeles y santos.
¡Hay que darse cuenta de la visión tan
grandiosa que nos ofrece la vida cristiana! Los astrofísicos pueden estudiar
cómo podría acabar el Universo... Pero sólo Jesucristo nos enseña cómo va a
acabar de hecho la Historia del hombre, y con él la renovación de toda la
creación.
¡Volverá! Hoy nos viene en Belén como robador
de corazones. Otro día vendrá definitivamente como Juez de todos, para ser el
Rey inmortal de los siglos eternos... LUCAS 21, 25-36.
ResponderBorrarSan Pablo nos añade: -¡Amad, amad y amaos mucho! Así seréis santos e irreprensibles en vuestra vida delante de Dios nuestro Padre, y estaréis dispuestos a recibir al Señor Jesucristo cuando venga con todos sus ángeles y santos.
¡Hay que darse cuenta de la visión tan grandiosa que nos ofrece la vida cristiana! Los astrofísicos pueden estudiar cómo podría acabar el Universo... Pero sólo Jesucristo nos enseña cómo va a acabar de hecho la Historia del hombre, y con él la renovación de toda la creación.
¡Volverá! Hoy nos viene en Belén como robador de corazones. Otro día vendrá definitivamente como Juez de todos, para ser el Rey inmortal de los siglos eternos... LUCAS 21, 25-36.