Crecimiento cristiano persona
Un problema que solemos tener con el crecimiento cristiano es nuestra
ignorancia acerca de su verdadero significado. ¿Nos preguntamos en serio en qué
consiste el crecimiento y cómo alcanzar su plenitud, o por el contrario no le
damos importancia y dedicamos nuestros esfuerzos a otros menesteres menos
incómodos y puramente mundanos?
Tal vez sean suficientes un par de afirmaciones que hace la palabra de
Dios para sospechar al menos acerca de la validez de nuestro punto de vista
sobre el crecimiento cristiano.
San Pablo les dice a los cristianos de Colosas: “Tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros [...] y de pedir que
lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad [...] para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios”
(Col 1,9-10).
Tres pasos sucesivos: 1) conocer la voluntad de Dios, 2) llevarla
a la práctica, 3) frutos derivados, unos en relación a Dios –glorificarle con
nuestras obras- y otros en beneficio del hombre: como crecer en el conocimiento
de Dios, que es penetrar en el misterio de sus atributos, su amor, su poder, su
grandeza, su misericordia, sus planes para nosotros, etc.
En primer lugar, el
conocimiento nos lleva a descubrir a
Dios, abriéndonos de este modo la posibilidad de relacionarnos con él. Y cuando
conocemos a alguien digno de admiración y de amor, ¿no reaccionamos como
empujados por una fuerza que nos acerca a quien hemos conocido y valorado por
sus cualidades y nos impulsa a adentrarnos en él y quedarnos con él?
Crecer en
el conocimiento de Dios – o de Cristo- es acumular razones para querer
servirles y amarlos. Esta es la parte del hombre.
Pero hay otra parte de Dios, que Pablo
recuerda a los corintios al decirles: “Yo
planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el
que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1 Co
3,6-7). ¡Dios da el crecimiento!
A la vista de estos descubrimientos –la
necesidad de crecer en conocimiento y que Dios da el crecimiento- a un
cristiano sensato sólo le queda preguntarse qué hacer y cómo ponerse en manos
del que hace crecer para llegar a alcanzar esa meta. Pues bien, además de otros
medios, el Señor ha puesto también a nuestro alcance algo tan sencillo como la
adoración.
Adorar al Señor implica postrarse ante él, pero también abrirle el
corazón, someter la voluntad, reconocer nuestra pobreza, nuestro pecado y
nuestra incapacidad para lograr bienes espirituales por nosotros mismos,
mientras clamamos a aquel que capacita para el crecimiento, pidiéndole que dé a nuestro corazón hambre de
conocerle y docilidad a su Espíritu, con el fin de que éste nos lleve al crecimiento.
En la
adoración el Señor nos permite gustar “que
él es bueno” (1 P 2,2) y se complace en conducirnos “al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo”
(Ef 4,13).
Testimonios – Palabra profética
Visión durante la
adoración: un grupo de adoradores está ante el trono del Señor. Se acercan unos
ángeles que van tomando de cada uno de ellos algunos objetos no definidos, pero
muy pesados. Al principio se prestan a entregarlos voluntariamente y de buen
grado. pero, a medida que toman conciencia de que les quedan pocos, empiezan a
ofrecer resistencia, espoleados por la
inseguridad que les causa la pérdida de las posesiones en que descansan.
Entonces la mirada del Señor se posa sobre cada uno de ellos y les hace
sentirse capaces de entregarlos todos gustosamente. Los ángeles, a cambio, les
entregan otros objetos que, al tomarlos en las manos, van llenando de luz y paz
el corazón de los adoradores. Luego sigue una palabra que dice:
-
Mirad y entended. La adoración es
el lugar del canje. Me entregáis vuestro pecado y yo, a cambio, os entrego mi
amor. No temáis perder vuestras pequeñas y débiles seguridades, porque sólo en
mí estaréis realmente seguros y sólo en mí podréis sentiros seguros.
Mirad y entended. La adoración es el lugar del canje. Me entregáis vuestro pecado y yo, a cambio, os entrego mi amor. No temáis perder vuestras pequeñas y débiles seguridades, porque sólo en mí estaréis realmente seguros y sólo en mí podréis sentiros seguros.
ResponderBorrarAdorar al Señor implica postrarse ante él, pero también abrirle el corazón, someter la voluntad, reconocer nuestra pobreza, nuestro pecado y nuestra incapacidad para lograr bienes espirituales por nosotros mismos, mientras clamamos a aquel que capacita para el crecimiento, pidiéndole que dé a nuestro corazón hambre de conocerle y docilidad a su Espíritu, con el fin de que éste nos lleve al crecimiento.
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