PROTECCIÓN CONTRA TODO MAL
“El
Señor ama lo que es justo y no desampara a sus santos” (Sal 37,28)
Vivimos en un mundo lleno de males: de
males físicos, muchos de los cuales son incontrolables a pesar de los avances
de la ciencia médica; de males
psíquicos, que parece van en aumento a medida que crece el nivel de vida de los
pueblos, y de males espirituales, que son consecuencia del alejamiento de Dios
por parte del hombre y que están alcanzando cotas insospechadas, hasta el punto
de que tal vez no sea descabellado afirmar que nunca el hombre ha prescindido
tanto de Dios en nuestra sociedad occidental ni se ha alejado tanto de su
Creador como en nuestros días.
Junto a estos males, que alcanzan a los hombres
en su persona, existen males sociales como el terrorismo, la violencia en sus
múltiples manifestaciones, la droga, los
accidentes, la pobreza, el paro, la injusticia social, y otros muchos que nos
rodean y forman parte de la experiencia social de cada día.
Esta experiencia alcanza de un modo o de
otro a todos los hombres, pues con la entrada del pecado en la historia se
abrió la puerta a todos los males, ya que su aparición en el mundo es
consecuencia del primer pecado, que tomó cuerpo en el rechazo de Dios por parte
del hombre y se manifestó y sigue manifestando en múltiples formas. La
Escritura afirma: “Tanto judíos como griegos están bajo el pecado (y) no hay quien sea justo, ni siquiera uno
solo” (Rm 3.10).
Esta verdad lleva implícita la afirmación de que nadie, ni
siquiera uno puede librarse de los males derivados de esa causa; y entre ellos
los más importantes. debido a sus efectos devastadores, son los males que
afectan al espíritu, aunque los hombres acostumbremos a darle más importancia a
los que nos causan dolor físico.
¿Qué solución hay para tanto mal? Casi
podríamos afirmar que la vida de cada hombre es un modo de intentar escapar a
estos males; pero ¿será posible que el hombre deje algún día de verse libre de
tantos y variados males?
El libro del Apocalipsis nos revela que la ausencia
total de mal en los hombres sólo tiene lugar en la vida eterna y para los que
hayan alcanzado la Jerusalén celestial, cuando Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y no
habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha
pasado” (Ap 21,4). Mientras tanto, los hombres buscan protección para
evitar que los males caigan sobre ellos, pero muchas veces lo hacen
erróneamente.
La Palabra revelada nos muestra que sólo en Dios está la
verdadera respuesta: “El Dios de antaño es tu refugio, estás debajo de los
brazos eternos” (Dt 33,27).
En la
medida que el hombre se acerca a Dios se acerca a la salud y la seguridad en
todos los aspectos.
Por eso el adorador del Dios vivo puede
enfrentarse al mal en la tierra con moral de vencedor, pues “los que confían
en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre.
¡Jerusalén, de montes rodeada! Así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y por
siempre” (Sal 125,1-2).
El verdadero adorador, no necesita buscar
seguridades fuera del Señor, no necesita otros salvadores ni protectores, pues
nadie puede ofrecerle tanto como el Dios a quien adora: ”No ha de alcanzarte
el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda; que él dará orden sobre ti a sus
ángeles de guardarte en todos tus caminos” (Sal 91, 10-11).
El hombre que adora a Dios y rinde su
corazón y su vida ante él encuentra en él la protección necesaria sin buscarla;
la protección frente a todo mal, es parte de la añadidura de que nos habla el
evangelista Lucas cuando dice: “Buscad primero su Reino y su justicia y lo
demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33).
Del adorador se puede afirmar: “Seguro
está su corazón, no teme” (Sal 112,8), porque Dios: “Con sus plumas le
cubre, y bajo sus alas tiene un refugio” (Sal 91,4).
Palabra profética
Palabra durante la adoración:
- Como un pastor conoce a sus
ovejas, así os conozco a cada uno. Como un pastor cuida de sus ovejas
así cuido yo de vosotros. Pero mi
corazón se llena de dolor cada vez que vais a buscar pastos que no son míos, y
cada vez que queréis andar por otros caminos. Mis hijos amados, venid a mí,
postraos ante mí, dejad que sea mi amor el que os envuelva, os proteja y os
sane.
- Postraos ante mí, rendid
ante mí todo vuestro ser. Yo soy vuestro Dios, yo soy el que os he llamado, yo
soy el que os he alistado en mi ejército. Postraos ante mí. Mi corazón se llena
de dolor al ver a mis hijos pisoteados y machacados, sin adueñarse de la
victoria que yo he ganado para ellos en la cruz.
Por eso el adorador del Dios vivo puede enfrentarse al mal en la tierra con moral de vencedor, pues “los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre. ¡Jerusalén, de montes rodeada! Así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y por siempre” (Sal 125,1-2).
ResponderBorrarPostraos ante mí, rendid ante mí todo vuestro ser. Yo soy vuestro Dios, yo soy el que os he llamado, yo soy el que os he alistado en mi ejército. Postraos ante mí. Mi corazón se llena de dolor al ver a mis hijos pisoteados y machacados, sin adueñarse de la victoria que yo he ganado para ellos en la cruz.
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