RECONCILIADOS
“Por nuestro
Señor Jesucristo... hemos obtenido ahora la reconciliación” (Rm 5,11).
La
verdadera adoración a Dios exige que no nos acerquemos a él mientras tenemos
cuentas pendientes con el prójimo o con Dios, mientras necesitemos perdonar o
pedir perdón.
Pero esto no es bastante.
En el orden cronológico, al perdón le sigue la reconciliación; aquél elimina
las barreras que el pecado ha levantado entre el hombre y Dios o entre los mismos
hombres, mientras ésta restaura la situación previa a la ofensa o la ruptura de
la relación.
Bueno es que nada nos separe, pero no es suficiente; es necesario
entrar a participar activamente en las corrientes del amor de Dios que se
derrama mediante el Espíritu en nuestros corazones (Rm 5,5) y encontrarnos en
Cristo que ha hecho posible la reconciliación de los hombres con Dios y entre
unos y otros, como dice Pablo: “A
vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros
pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en
su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles
delante de él” (Col 1,21-22).
La
verdadera reconciliación es encuentro con el prójimo, pero al mismo tiempo es
encuentro con Dios por Cristo, que es el punto de encuentro de los hombres que
se reconcilian. La reconciliación cristiana tiene poder para provocar el
encuentro del hombre con Dios y con el prójimo al mismo tiempo.
La
reconciliación que no pasa por Cristo, no tiene el sello de Cristo; puede tener
el sello de la ley y hasta el sello del amor natural, pero sólo cuando es
encuentro en Cristo puede haber pleno
perdón y plena reconciliación, porque Dios nos “reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la
reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no
tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros
la palabra de la reconciliación” (2 Co 5,18-19).
La
reconciliación lleva más allá de lo que en principio podríamos pretender desde
nuestra limitación para entender a Dios y sus planes, pues produce frutos de
salvación y de participación de la vida de Dios por Cristo, como nos recuerda
Pablo: “Si siendo enemigos, Dios os
reconcilió consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos
salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos
sentimos también orgullosos de un Dios
que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de
nuestro Señor Jesucristo” (Rm 5,10-11).
La
verdadera adoración nos pide posición de reconciliados, de comunión de amor con
Dios y de unos con otros en el centro de distribución del amor divino, que es
Cristo.
Así es como los adoradores de la tierra, desde su permanencia en
Cristo, participan también a su modo de la adoración que los bienaventurados
presentan ante el que está sentado en el Trono
y el Cordero; y es así como la adoración verdadera se convierte en única
y universal, y de ella participamos los que estamos en la tierra y los que
están en el cielo.
Palabra
profética
¨
Visión
de algo fino y muy luminoso que cae sobre los adoradores. Palabra: “Son las
bendiciones que derramo sobre los que se postran a mis pies; por eso mi corazón
se encoge de dolor al ver el rechazo que hay a la adoración, al ver cómo mis
hijos pierden tanta bendición, tanta transformación y tanta santificación que
yo llevaría a cabo sobre ellos si me adoraran”.
¨
“Los
bienaventurados que hay ante mi Trono participan de mi gloria por toda la
eternidad. A vosotros todavía no os ha llegado el momento, solamente
vislumbráis destellos de mi gloria. Os necesito para trabajar en mi Reino.
Tenéis que ser antorchas encendidas en medio de las tinieblas del mundo, pero
los vientos huracanados quieren apagar vuestra llama. Permaneced en pie.
Vigilad y orad continuamente. Lo tenéis todo en contra, pero yo, el Señor,
estoy con vosotros.” .
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“Los bienaventurados que hay ante mi Trono participan de mi gloria por toda la eternidad. A vosotros todavía no os ha llegado el momento, solamente vislumbráis destellos de mi gloria. Os necesito para trabajar en mi Reino. Tenéis que ser antorchas encendidas en medio de las tinieblas del mundo, pero los vientos huracanados quieren apagar vuestra llama. Permaneced en pie. Vigilad y orad continuamente. Lo tenéis todo en contra, pero yo, el Señor, estoy con vosotros.” .
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