domingo, 19 de julio de 2015

LA RECONCILIACION


                                                                            RECONCILIADOS

 
 
 
 
 

  
“Por nuestro Señor Jesucristo... hemos obtenido ahora la reconciliación” (Rm 5,11).

La verdadera adoración a Dios exige que no nos acerquemos a él mientras tenemos cuentas pendientes con el prójimo o con Dios, mientras necesitemos perdonar o pedir perdón.
 
Pero esto  no es bastante. En el orden cronológico, al perdón le sigue la reconciliación; aquél elimina las barreras que el pecado ha levantado entre el hombre y Dios o entre los mismos hombres, mientras ésta restaura la situación previa a la ofensa o la ruptura de la relación.
 
Bueno es que nada nos separe, pero no es suficiente; es necesario entrar a participar activamente en las corrientes del amor de Dios que se derrama mediante el Espíritu en nuestros corazones (Rm 5,5) y encontrarnos en Cristo que ha hecho posible la reconciliación de los hombres con Dios y entre unos y otros, como dice Pablo: “A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él” (Col 1,21-22).

La verdadera reconciliación es encuentro con el prójimo, pero al mismo tiempo es encuentro con Dios por Cristo, que es el punto de encuentro de los hombres que se reconcilian. La reconciliación cristiana tiene poder para provocar el encuentro del hombre con Dios y con el prójimo al mismo tiempo.
 
La reconciliación que no pasa por Cristo, no tiene el sello de Cristo; puede tener el sello de la ley y hasta el sello del amor natural, pero sólo cuando es encuentro en Cristo  puede haber pleno perdón y plena reconciliación, porque Dios nos “reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co 5,18-19).

La reconciliación lleva más allá de lo que en principio podríamos pretender desde nuestra limitación para entender a Dios y sus planes, pues produce frutos de salvación y de participación de la vida de Dios por Cristo, como nos recuerda Pablo: “Si siendo enemigos, Dios os reconcilió consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios  que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 5,10-11).

La verdadera adoración nos pide posición de reconciliados, de comunión de amor con Dios y de unos con otros en el centro de distribución del amor divino, que es Cristo.
 
Así es como los adoradores de la tierra, desde su permanencia en Cristo, participan también a su modo de la adoración que los bienaventurados presentan ante el que está sentado en el Trono  y el Cordero; y es así como la adoración verdadera se convierte en única y universal, y de ella participamos los que estamos en la tierra y los que están en el cielo.

Palabra profética

¨       Visión de algo fino y muy luminoso que cae sobre los adoradores. Palabra: “Son las bendiciones que derramo sobre los que se postran a mis pies; por eso mi corazón se encoge de dolor al ver el rechazo que hay a la adoración, al ver cómo mis hijos pierden tanta bendición, tanta transformación y tanta santificación que yo llevaría a cabo sobre ellos si me adoraran”.

¨       “Los bienaventurados que hay ante mi Trono participan de mi gloria por toda la eternidad. A vosotros todavía no os ha llegado el momento, solamente vislumbráis destellos de mi gloria. Os necesito para trabajar en mi Reino. Tenéis que ser antorchas encendidas en medio de las tinieblas del mundo, pero los vientos huracanados quieren apagar vuestra llama. Permaneced en pie. Vigilad y orad continuamente. Lo tenéis todo en contra, pero yo, el Señor, estoy con vosotros.” .

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1 comentario:

  1. “Los bienaventurados que hay ante mi Trono participan de mi gloria por toda la eternidad. A vosotros todavía no os ha llegado el momento, solamente vislumbráis destellos de mi gloria. Os necesito para trabajar en mi Reino. Tenéis que ser antorchas encendidas en medio de las tinieblas del mundo, pero los vientos huracanados quieren apagar vuestra llama. Permaneced en pie. Vigilad y orad continuamente. Lo tenéis todo en contra, pero yo, el Señor, estoy con vosotros.” .

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