viernes, 24 de julio de 2015

MISIONEROS UNGIDOS POR EL ESPIRITU SANTO

















Presentación

Centro América, se dice, es el corazón del Continente. Conviene mirar al corazón y ponerlo en óptimas condiciones, para asegurar su plena funcionalidad en beneficio de todo el cuerpo. Esto es lo que han querido hacer los organizadores del CAM2 -  COMLA7 al proponer Centro América como sede de  este gran acontecimiento eclesial, al inicio del tercer milenio cristiano. El impulso misionero es índice de la vitalidad de una iglesia.

La Comisión Central para el CAM2 -  COMLA7 ha tenido a bien proponer para Centro América la celebración de un AÑO SANTO MISIONERO.

Los Obispos centroamericanos han asumido la propuesta y el presidente del SEDAC, Mons. Alvaro Ramazzini, lo ha anunciado solemnemente la vigilia de Pentecostés del 2002. Se celebrará en todas las Iglesias de Centro América, como preparación al Congreso Americano Misionero, del adviento de 2002 a la celebración del Congreso en noviembre del 2003.

La celebración del Año Santo Misionero dará pauta a múltiples formas de expresión e iniciativas diversas. Pensando en los grupos de reflexión o comunidades, nos ha parecido conveniente elaborar unos temas para la formación de los animadores de dichos grupos y comunidades. Es lo que les presentamos a continuación. Son ideas y sugerencias de las que podrán valerse, adaptando y organizando como mejor les parezca.

Los animadores misioneros son piezas clave para la celebración exitosa del año santo misionero en el Espíritu. Conviene dedicarles tiempo y una atención esmerada, en brindarles los elementos indispensables para su formación doctrinal, espiritual y apostólica.

Los once temas quisieran ofrecer los elementos esenciales para esa formación; giran en torno a una idea central: El Reino. Dios quiere que todos se salven en Cristo por la participación de su Espíritu. La meta de una humanidad convocada por el Espíritu en torno a Cristo: Palabra y Eucaristía, y convertida en familia de Dios, verdadera comunión de hermanos, se va alcanzado por la presencia y actuación de la Iglesia, realización inicial del REINO.

La Iglesia no es una abstracción sino una hermosa realidad. Existe y actúa en cada diócesis: comunión de fieles en torno al pastor, el obispo, y sus colaboradores directos, los sacerdotes.

La Iglesia es la encargada de llevar a cabo la Misión: anuncio de la salvación en Cristo a todos los pueblos. El impulso misionero  no se ha manifestado pujante en todas las épocas y en todas las  Iglesias particulares. Urge renovarlo ayudando a los fieles a tomar conciencia de lo que son y de lo que Cristo les pide y les manda.

La sociedad actual crea obstáculos a la predicación evangélica, sin embargo hay que reconocer que  ofrece nuevos areópagos y medios fabulosos para el desempeño de la misión. El CAM2 -  COMLA7 es una corriente de gracia para revitalizar evangélicamente nuestras comunidades cristianas de Centro América. Que no pase desapercibido. Aprovechémoslo y demos nuestro aporte generoso para ello.

Les agradecemos su comprensión y colaboración y les deseamos el mejor de los éxitos para la gloria del Señor, el fortalecimiento de nuestras comunidades de Centro América  y para la propagación del evangelio en el mundo. Queremos animadores misioneros con un fuerte y decidido compromiso con la dimensión social del Evangelio que haga viable y eficaz la opción por los pobres y la lucha por la justicia; con iniciativa para promover la solidaridad y el desarrollo humano y social. Que vibren con la dimensión profética y liberadora del anuncio del Evangelio.

Objetivo General

 

FORMAR ANIMADORES MISIONEROS

PARA QUE DESDE LA EXPERIENCIA

DEL ENCUENTRO PERSONAL CON JESUCRISTO

PARTICIPEN EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA

 

Vincent Donovan escribe en Cristiandad Redescubierta que él trabajó muchos años como misionero en Kenia, entre los masía. Construyó escuelas y hospitales pero nunca había proclamado su fe. Un día no pudo más y a la gente reunida les habló de su fe en Jesús. Uno de los ancianos le dijo: “Nosotros siempre nos preguntábamos porqué estabas aquí. Ahora por fin lo sabemos ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué esperaste tanto?

Los cristianos, como discípulos de Jesús, somos testigos y pregoneros de un evento, que atañe a todos y que no se puede callar. No debemos olvidar que se nos ha confiado una misión. Somos enviados al mundo para decir a todos una verdad, de la que depende el futuro de la humanidad. La tan deseada paz y unidad de los humanos sólo se logrará en Cristo. Lo dijo Dios por medio del gran apóstol Pablo: Cristo es nuestra paz (Ef  2, 14).

Misión y misionero vienen de una palabra latina: mittere, que significa enviar. Los cristianos por ser de Cristo somos misioneros, es decir, enviados.

En la Biblia  leemos que Dios confía una misión a cumplir con una frase muy explícita. Por ejemplo  a Moisés Yahvé le dice: “Yo  te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Ex  3, 10).

El gran apóstol Pablo, al dirigir la palabra a los exponentes de su pueblo, que querían lincharlo, confesaba: El Señor Jesús me dijo: Márchate  de Jerusalén. Yo te enviaré lejos de aquí, a las naciones paganas” (Hechos 22, 21).

 Jesús mismo se definía como “Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10, 36)

Para que podamos captar y cumplir a cabalidad lo que se nos pide, es preciso que nos demos cuenta de qué se trata. Precisemos algunos conceptos en lo referente a la misión.

 

1 – El plan de Dios    La misión es la puesta en marcha del plan de Dios. Es la realización de lo que Dios  ha planificado desde toda la eternidad. En efecto, como buen arquitecto, Dios ha elaborado minuciosamente sus planos y ha dado pasos concretos para realizarlos. Entre las acciones divinas enfatizamos tres:

a – La creación

Entre las obras de sus manos, Dios privilegia a los humanos, a quienes crea a su imagen y semejanza y los adorna con dones, que los hagan capaces de conversar con El en amistad y recibir su amor. Es la obra del Padre, fuente de todo bien.

 b – La encarnación del Hijo de Dios y la Redención

Por nosotros y por nuestra salvación el Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha puesto su tienda en medio de nosotros. Es la obra del Hijo, por quien el Padre ha hecho todo lo que existe y en quien quiere recapitularlo todo.

 c – Pentecostés: la venida del Espíritu Santo

Dios Padre ha glorificado a su Hijo haciéndolo “Espíritu   que da    vida” y  ha derramado su Espíritu sobre los creyentes. La justificación y espiritualización de los humanos es obra del Espíritu Santo, el Santificador.

Estas tres intervenciones de Dios, a favor de la humanidad, son como poderosas erupciones volcánicas, que ponen en evidencia la inmensa hoguera de amor que arde en Dios ¿En qué te hacen pensar esos elegantes  volcanes, que salpican nuestra faja centroamericana y apuntan como agujas hacia el cielo?         

 

2 – Dios nos quiere hijos en el Hijo

 

            Las tres divinas Personas intervienen para hacer realidad el plan, que han concebido para el ser humano y la humanidad en su conjunto. San Pablo, en la carta a los Efesios expresa el proyecto oculto en la mente de Dios y manifestado en la plenitud de los tiempos, por medio de sus santos apóstoles.

 

-          Dios, desde toda la eternidad, ha determinado que los humanos seamos intachables en el amor. Es como decir que debemos hacernos especialistas en el amar. En efecto Dios no quiere siervos, sino hijos que le conozcan, le amen y compartan su misma vida en alegría y en amistad. Para ello ha instituido la familia como escuela de vida y de amor.

 

-          Dios determinó que fuéramos sus hijos adoptivos por medio de Cristo Jesús. Él es el modelo de Hijo y el artífice del proyecto sublime de Dios. No ha enviado a un ángel, ni a un serafín, sino a su mismo Hijo, al Bien amado, en cual tiene sus complacencias.

 

-          Esto es lo que más le gustó: hacernos partícipes de su Espíritu para que brille en nosotros su Gloria. Para ser hijos de Dios es necesario que Él nos comunique, por su Hijo, el resplandor de su Gloria: el Espíritu Santo.

 

San Juan ha puntualizado, a principio de su evangelio, la obra de Jesús, el cual vino a los suyos, a Israel, escogido por Dios, como su pueblo elegido y nación santa; sin embargo ellos no lo reconocieron  y no lo recibieron como Hijo de Dios. Pero a los que lo reconocen y creen que El es el Hijo de Dios, les da el ser hijos de Dios (Cfr Jn 1, 12). Al final de su vida, en la primera carta, Juan expresa su admiración y gratitud diciendo:“Miren que amor tan grande nos ha dado  el Padre, al hacer que nos llamemos hijos de Dios  y los seamos de verdad...aunque no se ha manifestado lo que seremos”(1 Jn 3, 1-2).

Isaías, queriendo señalar la obra del Mesías en la plenitud de los tiempos, hablaba de “cielos nuevos y de tierra nueva”.  San Pedro puntualiza que los cristianos esperamos esos “cielos nuevos y tierra nueva donde tenga morada la justicia”. La justicia, de la que aquí se habla, es la de Dios, que en Jesús nos hace “justos”, es decir, nos hace “hijos”. Esta es la verdadera justicia de Dios; no sólo perdona, sino que, por Jesús nos adopta como hijos y nos da el mismo espíritu filial de Jesús, nos da su Espíritu Santo, que clama: Abbá, Padre.  (Cfr Gálatas, 4, 6).

3 – Las dos manos de Dios: el Hijo y el Espíritu Santo

Este plan maravilloso y asombroso lo realiza Dios Padre por medio de su Hijo y del Espíritu Santo. San Irineo, al principio del segundo siglo cristiano, llamaba al Hijo y al Espíritu Santo las dos manos del Padre.

Una obra tan grande sólo la puede llevar adelante Dios, pues, se trata no de anunciar algunas ideas nuevas acerca de Dios, sino de comunicar la misma vida que está en Dios y transformar a los humanos en “hijos de Dios “ y a la humanidad en la “familia de Dios”. El Hijo y el Espíritu son los dos misioneros del Padre, los realizadores de lo que Dios ha determinado para toda la humanidad.

Este, que parece un sueño, es el gran proyecto de Dios. Ya está en marcha y nada ni nadie puede detenerlo. Los profetas lo han anunciado, bajo el signo del Reino; Jesús lo ha  inaugurado y el Espíritu Santo lo lleva adelante, impulsando a la Iglesia y haciéndola fermento de vida nueva en el mundo.

 

4 – Les anunciamos la buena nueva

 

Los cristianos somos portadores de esperanza, en este mundo,  porque tenemos el remedio que necesita la humanidad, dividida, enfrentada, desfigurada por odios e injusticias, marginación y atropellos.

¿Qué pasaría si en un centro hospitalario de cancerosos entrara un tipo original y, con aire de triunfo, a los médicos y pacientes les gritara: tengo el remedio para su enfermedad. No hay motivo para  que ustedes estén aquí. Tómenlo y yo les aseguro que hoy mismo ustedes pueden salir con sus pies e integrarse a su familia y a sus actividades?

En nosotros y en nuestros hermanos hay nostalgia y desesperación. Nos sentimos partículas flotantes de algo grande que se ha desmoronado y en camino hacia su reconstitución. Nos atraen los inmensos horizontes de la fraternidad y de la solidaridad; añoramos algo nuevo y grande, quisiéramos gozar de paz y estar en comunión con todo el mundo.

Pero no vemos cómo. Todo esfuerzo humano, por muy loable, parece destinado al fracaso.

Nos desespera y deprime nuestra limitación humana y nuestro pecado.

Dios quiere que seamos sus hijos y que estemos en su casa e integremos su familia, actuando como hermanos.

Si no estamos en la casa del padre, nos sentimos  desterrados, pasamos necesidad. Nunca nos llenarán las migajas de nuestras realizaciones terrenas. Nos acechan el dolor y la muerte.

Nuestros logros de mitigar el dolor y prolongar la vida no satisfacen nuestro anhelo de eternidad. Estamos destinados y programados para algo más grande y noble.

Lo que aquí acabamos de expresar parece una utopía. Lo es en cuanto su realización rebasa nuestras fuerzas humanas. No lo es porque Dios lo  hace posible.

Lo afirma la Escritura: “Nada es imposible para Dios”. Es más, Dios lo quiere y nos da su Espíritu, que nos renueva interiormente y nos da un modo nuevo de ser, de pensar y de actuar.

Misión es dar esta buena nueva: Dios nos ama; este amor se ha manifestado en Cristo y se nos comunica en el Espíritu Santo. Por lo tanto somos hijos de Dios, integramos la gran familia de los hijos de Dios.

5 - Dios lo quiere y lo manda

El plan de Dios, y la misión que lo realiza, no es algo opcional, sino mandado: expresa su voluntad Lo afirma la Escritura. En los cuatro evangelios encontramos el mandato misionero:“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado” (Mt 28, 19-20).

Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2, 4). Dios quiere que todos alcancen la salvación  por el conocimiento de la verdad. La “Verdad” es Cristo, constituido Salvador de todos.

 ¿Cómo conocerán a Cristo si nadie les anuncia su mensaje de salvación? La fe nace del anuncio del Evangelio. Los cristianos somos enviados a dar esta buena noticia. El profeta Isaías cantaba “Es hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la paz”

El apóstol Pablo de su parte, llama a los cristianos de la comunidad de Roma, integrada por convertidos del paganismo en su mayoría: “Amados por Dios y llamados a ser santos” (Rm 1, 7).

 

Pablo lo confiesa escribiendo a los Gálatas: “Jesús me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20).

 La misión es obra de amor, cuya hoguera es la Trinidad. Por amor y en obediencia al Padre, el Hijo entra en nuestra historia, haciéndose uno de nosotros, sin dejar de ser lo que era. En su persona y obra, se presenta como modelo y artífice del hijo, que Dios quiere formar en cada uno de los humanos, por el don de su Espíritu.

 La misión ha sido confiada a la Iglesia, y por lo mismo a cada uno de sus integrantes. Somos la Iglesia de Jesús porque creemos en su amor.

Él ha venido para congregar, en la unidad de su Pueblo, a los hijos dispersos por el pecado. Si el amor de Jesús inunda nuestro corazón, no podemos callar, no podemos quedarnos con los brazos cruzados.

Es significativa al respecto la escena que nos presenta Juan en su evangelio. Jesús resucitado se aparece a los apóstoles que habían ido a pescar en el lago con Pedro. Terminado el desayuno Jesús se dirige a Pedro y le pregunta:

“Simón, hijo de Juan ¿Me amas más que éstos? Este contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús dijo: apacienta mis corderos.

Y le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, me amas? Pedro volvió a contestar: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: cuida mis ovejas.

Insistió Jesús por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿Me quieres? Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si le quería. Le contestó: Señor, Tú sabes todo. Tú sabes que te quiero.

La misión es cuestión de amor. Si el corazón rebosa de amor, brota imperiosa la necesidad de proclamar a Jesús al mundo entero. Pablo reconocía que para él la misión no era una obligación, sino una necesidad, que brota de la vida nueva que Dios nos ha dado:

¡Ay de mí si no evangelizo! (1Cor 9, 16)

Cuando el discípulo está enamorado de Jesús, habla desde la abundancia de su corazón, de lo que le bulle dentro. No hay otro motivo que lo apremie: sólo el amor.  El amor nos urge  -confesaba Pablo- Nada lo mueve, nada lo detiene, el amor lo puede todo  (Cfr 2Cor 5,14).

El amor a la misión brota del encuentro personal con Jesús

El Nuevo Testamento evidencia un hecho: los que se encuentran con Jesús cambian su modo de ser, actúan como criaturas nuevas, su vida se transforma, los enfermos sanan, los poseídos son liberados, los pecadores se convierten, todos glorifican a Dios.

“De Jesús –puntualiza el evangelista Lucas- sale una fuerza que sana a todos”. Más adelante precisa que esa fuerza es el Espíritu Santo. Encontrar a Jesús y conocerle es la gracia más grande, es entrar y gozar ya de la vida.

Los evangelios puntualizan que la “conversión”, de la que habla toda la Biblia, es “conversión a Jesús”. Es conocerle, aceptarle y entrar en su órbita, haciéndolo “Señor” de nuestras vidas y personas.

San Juan no habla de conversión, sino que usa términos como “ver a Jesús, conocerle, estar con El, permanecer en El”. San Pablo expresa su conversión en términos de pasar del desconocimiento al conocimiento de Cristo, como de la oscuridad a la claridad de la luz:

“Dios que me llamó desde el seno materno, por su mucho amor, tuvo a bien revelarme  a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles” (Ga 1, 15- 16).

Para Pablo conocer a Cristo es el gran don, que Dios nos hace y constituye la meta de nuestras aspiraciones. En la carta a los Filipenses confiesa en actitud de súplica:

Considero que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús...Quiero conocerle y experimentar en mi vida el poder de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, para ser partícipe de su gloria” (Flp 3, 10-11).

Queremos ver a Jesús

El animador misionero avala el anuncio, con el testimonio de una vida llevada en la verdad de Cristo,  impregnada de su luz y de su amor. San Juan, en su primera carta,  subraya: “Les anunciamos  lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestros manos acerca de la Palabra de la vida” (1Jn 1, 1-2.).

El anhelo de todo ser humano lo expresa la Biblia en sus plegarias: “Muéstrame tu rostro...Tu rostro buscaré, Señor”.

San Juan relata, en su evangelio, un episodio estupendo, que conmocionó a Jesús y lo llenó de una inmensa alegría. Unos griegos se dirigieron a dos de los apóstoles de Jesús, Felipe y Andrés, y les rogaron: “queremos ver a Jesús”. Al enterarse, Jesús exclamó: “Ha llegado la hora de  que sea glorificado el Hijo del Hombre”(Jn 12, 20-23).

Evangelizar es hablar de Jesús

Para hablar de Jesús con eficacia apostólica es preciso acercarnos a Él con el conocimiento que da el Espíritu Santo, cargado de amor y de poder. El Papa Juan Pablo II, al hablar de la nueva evangelización, a realizar en nuestro continente, precisaba: Es necesario poner a Jesús en la mente y en el corazón de cada latinoamericano, para que pueda anunciarlo eficazmente con su boca.

No basta tener algunas ideas sobre Jesús. Se necesita bajarlas al corazón y bañarlas en el amor que da el Espíritu, para proclamarlas con ardor y hacer mella en quienes las escuchan. Todo cazador avisado no se lleva los perdigones sueltos en su bolsillo, para aventarlos con la mano a la presa, sino que los pone en los cartuchos cargados de pólvora. De la escopeta salen con fuerza y tumban a la liebre. Esa fuerza la da el amor, que el Espíritu infunde en quienes buscan apasionadamente a Jesús.

Es fundamental tener una experiencia personal de Jesús, pero, ¿Dónde se le puede encontrar?

A Jesús se le encuentra:

En la oración: Es la búsqueda callada y amorosa de Dios, en el silencio, en la alabanza, en la súplica confiada y en la acción de gracias. Jesús buscaba a Dios, su Padre; se apartaba para orar, para estar a solas y conversar con El del Reino. El discípulo hace lo mismo: se aparta para estar a solas con el Maestro, se recoge en oración y pide al Padre que le dé el don del Espíritu, para conocer a su Hijo.

En la escucha de la Palabra: Toda la Biblia habla de Jesús. En cada página descubrirás su presencia. Toma el libro sagrado, léelo con amor, medítalo con pasión y beberás de sus páginas el fruto codiciado de la Sabiduría, que es Cristo

Jeremías da testimonio de ello: “Cuando encuentro una palabra tuya la devoro, porque tu Palabra es mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jr 15, 16). La Palabra hecha vida es Cristo.

El apóstol Juan lo asegura: “Estas cosas se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida eterna (Jn 20, 24). Jesús lo ha afirmado categóricamente: “El que escucha mis palabras y las cumple, manifiesta que me ama de verdad. Mi Padre lo amará. Yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14, 21)

En la Iglesia. Los cristianos tenemos la certeza de encontrar a Jesús  cuando nos reunimos en su nombre para orar, para escuchar su Palabra y para celebrar los sacramentos. Lo ha garantizado el mismo Jesús:

Yo les aseguro que donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). “Hagan esto en memoria mía”

En el servicio desinteresado al pobre. El necesitado me permite encontrar y servir al mismo Cristo:

“En verdad les digo que  cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron”. (Mt 25, 40).

Los misioneros de todos los tiempos se han abierto camino en el mundo, y en los corazones, con las obras de caridad, por las que es posible captar el amor de Dios y la presencia viva de Jesús.

La Iglesia, familia de Dios, es comunión de hermanos. La experiencia de Jesús vivo nos lleva a la comunión con Dios y con los hermanos, nos integra en la familia de Dios, que es la Iglesia. La comunidad lleva a Cristo y Cristo te injerta en su Cuerpo Místico, la Iglesia

Misioneros con María y como María

“En aquellos días se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judea... Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel y ella se llenó de Espíritu Santo” ( Lc 1, 39).

Misión es partir.  María inaugura su primera misión saliendo de su casa y de su pueblo. Jesús hará lo mismo. De la lectura del Evangelio de Lucas se desprende que María era una mujer fuerte, sin miedo, con una extraordinaria carga de entusiasmo e iniciativa. Viajar a prisa por las montañas requiere sacrificio, esfuerzo, perseverancia, sobretodo ilusión por alcanzar la meta.

El misionero es el que sale al encuentro de sus hermanos, rompiendo las barreras del egoísmo, de las comodidades, de la familia... y se hace disponible para comunicar a los demás el don de su fe, de su experiencia de Dios y el don del Espíritu del Señor, como hizo María.

La Urgencia de la Misión

l Papa Juan Pablo II, quien, al iniciar su pontificado tomó decisión de viajar hasta los últimos  confines de la tierra, para poner de manifiesto la solicitud evangelizadora de la Iglesia, ha declarado que el contacto directo con los pueblos, que desconocen a Cristo, le ha convencido aún más de la urgencia de la actividad misionera. La magnitud de la obra a realizar le ha hecho exclamar que la evangelización está todavía en sus comienzos.

Viene espontáneo preguntar: ¿Cuáles razones sustentan esta afirmación del pontífice?

San Pablo, hablando desde su experiencia y empuje apostólico, escribía a los cristianos de Corinto, en su segunda carta: ¡La caridad de Cristo nos apremia!  (Cor 5, 14)

De verdad nos urgen a la actividad  misionera  el amor de Cristo hacia nosotros y el amor que le tenemos a Jesús. Es tan grande la gratitud por lo que Dios nos ha dado, que nos sentimos impulsados a compartirlo con todos.

La razón suprema que sustenta y urge la actividad misionera es el amor de Dios. Hemos considerado en las reflexiones anteriores el plan que Dios desde la eternidad ha tenido a bien determinar:  

-          Hacernos hijos en el Hijo por el don de su Espíritu

-          Integrarnos a todos en su gran familia, sin distinción de razas ni de países

-          Para realizar este plan ha enviado a su Hijo y al Espíritu Santo

-          Jesús ha instituido la Iglesia y le ha comunicado su Espíritu, para que perpetúe en el mundo y en el tiempo su labor evangelizadora.

 Juan Pablo II ha escrito en su carta encíclica sobre la actividad misionera  La salvación consiste en creer y en acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu (12).

 El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de Amor. Israel tiene experiencia de un Dios personal y Salvador, del cual se convierte en testigo y portavoz en medio de las naciones. A lo largo de su propia historia, Israel adquiere conciencia de que su elección tiene un significado universal (12).

La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios

El concilio Vaticano II profesa que la Iglesia ha sido constituida por Dios como su pueblo, para perpetuar en el tiempo y en el espacio la obra de Jesús:

Profeta para anunciar a todos la buena nueva del amor de Dios

Sacerdote para santificar a través de los sacramentos y del culto a Dios

Rey para ordenar todas las cosas según Dios en justicia y en orden

“Todos los humanos son llamados a la unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los humanos en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG 13).

Una de las intuiciones más fecundas  e iluminadoras del Concilio Vaticano II ha sido por cierto lo de la Iglesia como signo de Cristo:

La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1,48).

Todo el bien que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda dar a la familia humana  en el tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (GS 45).

La Iglesia es sacramento

Es decir que la Iglesia es:

-          Signo eficaz de comunión: indica y realiza la comunión con Dios y entre los humanos, sin distinción de razas y de culturas. Esa comunión es fusión de mentes y de corazones, por la acción del Espíritu Santo.

-          Semilla fecunda que engendra constantemente, por el anuncio de la Palabra, a los nuevos hijos de Dios.

-           Madre y Maestra  para ofrecer a todos los pueblos el evangelio, que responde a las hondas aspiraciones del ser humano. La Iglesia proclama que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y, por su misterio pascual,  ofrece a todos la salvación.

-          Obra del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe para hacer presente y comunicar ese amor a los humanos. Ella cree en ese amor y vive para hacerlo accesible a todos.

Nosotros somos la Iglesia de Jesús porque creemos en su amor: El ha venido a “congregar en la unidad de su Pueblo a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 52). Si creemos en Dios y amamos a Jesús, no podemos cruzarnos de brazos.

El triste  espectáculo de una humanidad, dividida y enfrentada por guerras y discordias, no puede dejarnos indiferentes. Si el mundo, casa de Dios, está en ruinas, los creyentes se dejan interpelar por esta lamentable situación, y se lanzan decididos a reconstruir la ciudad y el templo, haciendo gala de los dones recibidos. Jesús nos quiere ver unidos a todos en la seguridad de su redil y gozando de los beneficios de su redención:

Tengo otras ovejas que no son de este redil. También a ellas tengo que apacentarlas. Ellas escucharán mi voz y habrá un solo redil y un solo pastor” (Jn 10,16).

El amor nos urge a la misión: 

Para ayudar a los humanos a abrirse al amor de Dios, a dejarse amar por El, y a tomar conciencia de lo que son y de lo  que Dios quiere  que lleguen a ser.

Para gritar a todos los “samaritanos/as” del mundo la dulce invitación de Jesús “Si tú conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). El Evangelio es siempre buena nueva, rompe ataduras y cadenas  y libera de todas las esclavitudes.

Para dar cumplimiento a la voluntad de Dios, el cual quiere  que todos se salven en Cristo y se integren en su familia como hijos.

Para poner en práctica el mandato misionero de Jesús:

“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva  a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16)

Porque nuestros semejantes necesitan y tienen derecho a que nosotros le transmitamos lo que se nos ha confiado. El don de Dios es para todos. Nosotros debemos hacerlos conscientes de ello. Lo piden la solidaridad humana y la caridad cristiana. El primer servicio que la Iglesia y todo cristiano  puede ofrecer a la humanidad es el anuncio del Evangelio.

Porque  Cristo, Sabiduría y Palabra viva de Dios, en todo tiempo   entra en las almas de los justos y hace de ellos “testigos, amigos y profetas” (Cfr Sb 7, 27). El amigo se vuelve  palabra para comunicar a otros lo que hace contento al amigo Jesús.

Lo exige la situación religiosa de la humanidad

El Papa Juan Pablo II hace notar que son muchos los pueblos, a los que no ha llegado el anuncio del evangelio, y no gozan de la presencia de la Iglesia local. Unos datos estadísticos pueden resultar significativos al respecto.

De los 100 millones de personas que anualmente se añaden al total de la humanidad, según los expertos, 64 millones nacen en Asia y 23 millones en  Africa. En Europa y en América, países tradicionalmente cristianos, el aumento demográfico es prácticamente insignificante o nulo.

Asia donde se encuentra la mitad de la población mundial, que ha alcanzado los 6000 millones de personas, tiene sólo el 2% de católicos. En África, cuya población se calcula en 740 millones de habitantes, los católicos son apenas el 13%

La Iglesia se encuentra frente a un desafío alarmante. Por una parte debe ir urgentemente al encuentro de los pueblos, que necesitan la primera evangelización, por otra parte sufre una continua disminución de  evangelizadores. El número de cristianos no crece proporcionalmente a la población mundial.

Se calcula que de cada seis personas que hay en el mundo, sólo dos conocen algo de Cristo, dos terceras partes lo desconocen. Los cristianos, somos apenas una tercera parte de la población mundial. Y lo peor es que estamos divididos.

6 – Conciencia misionera insuficiente y débil

Nuestros obispos, en la Conferencia de Santo Domingo, se han planteado el problema de la escasa presencia de agentes latinoamericanos, en la labor misionera de la Iglesia. Nos han puesto el estetoscopio en el pecho y han auscultado los latidos de nuestro corazón ¿Diagnóstico? “¡Insuficiencia cardiaca crónica!”. He aquí sus palabras: “Reconocemos que la conciencia misionera ad gentes en nuestras Iglesias particulares es todavía insuficiente y débil”(125)

Es débil porque no acaba de expresarse en la pastoral, en la catequesis, en las múltiples actividades y grupos apostólicos, que integran nuestra Iglesia local. Tradicionalmente hemos recibido de otras iglesias, pero no hemos aprendido a dar. Un obispo de Brasil, Mons. Nieves de Almeida, dijo en una ocasión: Nos han evangelizado  grandes misioneros, pero no nos han hecho misioneros”. 

Las deficiencias cardíacas son preocupantes y exigen un tratamiento energético fuerte y constante. El Año Santo Misionero  nos ofrece un remedio eficaz. Es de sabios aprovecharlo.

Por otra parte, a nivel general de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II , en su carta encíclica, La Misión del Redentor, nos ha dicho: “Dificultades externas e internas han debilitado el impulso misionero dela Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo” (RM 2). De allí su grito de alarma: “En nombre de toda la Iglesia siento imperioso el deber de repetir el grito de San Pablo: Ay de mí si no  evangelizo” (RM 1).

Misioneros con María y como María

 “Y como faltaba el vino... le dice a Jesús su madre: No tienen vino... Entonces su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 1-5)

María es una mujer muy atenta  a las necesidades  concretas de la gente; hace suyas las angustias y necesidades y busca solucionarlas. Es cosa sobresaliente que ella, invitada a las bodas, sea la primera en darse cuenta de que faltaba el vino en la fiesta. Un detalle significativo para la gente de aquel pueblo y de aquella cultura.

El misionero es el hombre que busca, no a sí mismo, ni su propia realización, sino la felicidad de sus hermanos, por encima de raza, religión, edad y sexo. La regla suprema del misionero es procurar el bien espiritual y material de todos; su única ambición es poder decirles, como María: Hagan lo que Él les diga.

La Iglesia Particular y la Misión

Hay un plan de Dios bien definido a realizar en “el tiempo de las naciones” antes del regreso del Señor Jesús, que pondrá punto final a la existencia de este mundo que pasa.

Conocemos la tarea  que se nos ha confiado. Nos preguntamos: ¿A quiénes corresponde llevar a cabo la evangelización de todas las naciones de la tierra? 

Está claro que el protagonista de la misión es el Espíritu Santo. El envío que Jesús hace de los  apóstoles es envío en el Espíritu Santo, como  aparece claramente en el texto de San Juan: “Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre lo ha enviado a Él y por esto les da el Espíritu Santo.

San Lucas relaciona estrictamente el testimonio, que los Apóstoles deberán dar de Cristo, con la acción del Espíritu Santo, que los hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido” (RMi22).

“Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el Espíritu asume aún más la función de guía, tanto en la elección de las personas como de los caminos de la misión” (RMi 24).

Conviene, al respecto, tener en cuenta lo que el libro de Los Hechos relata acerca de la vocación de Bernabé y de Pablo.

1 – Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión

“En la Iglesia que estaba en Antioquia había profetas y maestros. Eran Bernabé, Simón, a quien también llamaban  El Negro, Lucio de Cirene, Menhaem, que se había criado junto con Herodes, el  que gobernó en Galilea, y Saulo. Un día mientras estaban celebrando el culto del Señor y anunciaban, el Espíritu Santo dijo: Sepárenme a Bernabé y a Saulo, para el trabajo, para el cual los he destinado”.

Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron”(Hechos 13, 1-2).

La Iglesia de Antioquia evidencia lo que no resultaba claro en la comunidad de Jerusalén, de la que la Escritura dice que sus integrantes “eran un solo corazón una sola alma”.

El aspecto universalista es una dimensión muy importante y fundamental para la Iglesia de Jesús. La Iglesia que estaba en Antioquia agrupaba en sus filas a judíos y a no judíos; a los enviados de los apóstoles y a los laicos comprometidos en la formación de la comunidad.

Pablo y Bernabé, por el espacio de un año, se habían entregado a cimentar la fe de los neófitos y de los muchos catecúmenos sobre la roca firme de la Palabra de Dios. Habían realizado una labor verdaderamente necesaria y preciosa.

Según el punto de vista humano, Pablo y Bernabé eran necesarios todavía para  el crecimiento de la comunidad. Esta no se opone ni cuestiona la petición. Oran por los dos elegidos y los envían.

Este texto es maravilloso y de suma importancia. La comunidad de Antioquia se presenta como la Iglesia de Jesús: dócil al Espíritu, abierta a todos y misionera desde sus comienzos.

No aguarda que el grupo de los hermanos y hermanas se consolide, sino  que, desde el principio, se manifiesta dispuesta a enviar  misioneros a otras partes. Esta es la Iglesia de Jesús: en camino, que crece hacia adentro y hacia afuera, que se consolida en la medida en que se proyecta y se lanza hacia otros pueblos.

2 – La Iglesia es misionera por naturaleza

La Escritura y el magisterio nos repiten a coro que la Iglesia es por su naturaleza misionera. Lo es porque ha nacido de aquel dinamismo de amor, que está en el origen de todo envío, “ tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo (Jn 3, 16), y tanto nos amó Jesús que nos ha enviado, al que es  el mismo amor, el Espíritu Santo, para que esté “entre nosotros, dentro de nosotros, con nosotros” (Cfr Jn 14 y 16).

El Espíritu Santo  es fuego y es viento, suave e impetuoso, que impulsa  la Iglesia más allá de sí misma, hacia los otros, lo que todavía no conocen el “Don de Dios”.

La Iglesia existe y vive para evangelizar. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14). “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús  y de los Doce. Es un fruto normal, deseado, el más inmediato y el más visible... Ella perpetúa y prolonga la obra de Jesús...ante todo  su misión y su condición de evangelizador” (EN 15). La Iglesia es enviada a evangelizar.

La actividad misionera, en efecto, no es una de las tantas, que la Iglesia lleva a cabo, sino su misma razón de ser, su definición: la Iglesia es misión.

La Iglesia Particular responsable de la misión

La Iglesia no existe en abstracto. Existe donde un grupo de fieles se reúne  con el obispo y sus colaboradores inmediatos: los sacerdotes, para celebrar su fe. Por lo tanto, la diócesis es  la Iglesia. La llamamos Iglesia particular o local.

La diócesis no es una parte de la Iglesia, es la Iglesia, que podemos definir como: Asamblea convocada por el Espíritu Santo en torno a Cristo, Palabra y Eucaristía, según el designio de Dios Padre, bajo el cuidado pastoral del obispo y sacerdotes.

La Iglesia de Cristo se hace visible, se encarna, toma cuerpo en la Iglesia Particular o Local. En la Iglesia Particular, reunida en torno a su obispo, sucesor de los apóstoles, se halla la Iglesia Universal: Sacramento de salvación para todos.

Jesús ha confiado la tarea evangelizadora a la Iglesia, y la Iglesia está en Jerusalén, en Antioquia, en Roma, en Guatemala...... en cualquier otro sitio. Cada Iglesia Particular es responsable de la evangelización dentro y fuera de sus fronteras.

Si la Iglesia Particular es encarnación, en un determinado espacio, de la única Iglesia de Cristo, en ella se hace presente la acción salvadora de Jesús. Ella  es icono de la Iglesia Universal.

Los apóstoles y sus sucesores, los obispos

Los primeros enviados a la misión son los Doce Apóstoles. Ellos forman el “Colegio Apostólico”, cuyos integrantes han sido escogidos y dotados por Jesús de poderes especiales, para la predicación, la  santificación de los fieles y la guía de la comunidad eclesial. Por encima de todos se distingue Pedro, que abre los horizontes a la misión universal, en la que posteriormente destacará Pablo, quien, por voluntad divina, fue llamado y enviado a los no judíos, los gentiles. (Crf RM 61).

En la expansión misionera de los orígenes, junto a los apóstoles encontramos a otras personas y grupos, que comparten y perpetúan la obra de los apóstoles. Los obispos, al frente de sus Iglesias, llevan adelante la labor evangelizadora, que Cristo les ha encomendado.

Lo que se hizo al principio de la predicación evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es lo propio de la cada Iglesia particular.

Toda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes. “Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de clero” (Cfr RM 62).

 El Concilio Vaticano II afirma que  “la tarea de anunciar el evangelio  en todo el mundo corresponde al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato” (LG 23) Afirma también que “los obispos han sido consagrados, no sólo para atender una Iglesia particular, sino para la salvación de todo el mundo”(AG 38). Lo mismo afirma de los presbíteros “El don espiritual recibido en la ordenación prepara a los sacerdotes, no a una misión restringida, sino a la misión universal y amplísima de la salvación, hasta los confines de la tierra” (PO 10).

No hay misión sin misioneros

Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan el primer lugar los misioneros/as y las instituciones nacidas, bajo la acción del Espíritu Santo, para perpetuar la predicación evangélica en el mundo no cristiano.

Al respecto conviene tener presente lo que afirma el Concilio Vaticano II:“Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe, según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que  quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes. Para lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia distintos Institutos, que asuman como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia” (Ad Gentes 23).

Se trata de una vocación específica, cuya característica es el compromiso total y de por vida, al servicio de la evangelización. Los institutos misioneros han nacido al soplo del Espíritu, para formar a los misioneros/as y dar cauce a sus aspiraciones de donación total para la predicación del evangelio.

Los religiosos/as, por su misma consagración, se dedican al servicio de la Iglesia... están involucrados en la tarea misional, según el modo propio de sus respectivos institutos. La historia da testimonio de la gran obra realizada por ellos, para la propagación de la fe y la formación de las nuevas Iglesias.

Los laicos: misioneros en fuerza del bautismo

 Si la  Iglesia es misionera, todo cristiano, miembro de la Iglesia por el bautismo, es igualmente misionero, enviado a los “otros” para decirles que Dios los ama. Son misioneros porque son cristianos, no por tal o cual circunstancia, histórica o geográfica.

Los pontífices de la época más reciente han subrayado la importancia decisiva de los laicos en la labor misionera. La misión – han repetido- es de todo el pueblo de Dios. Aunque la fundación de una nueva Iglesia requiere la Eucaristía, y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles. En plena sintonía con estas afirmaciones, el documento de Santo Domingo exhorta:“Urge no descargar el compromiso misionero en algunos hermanos y hermanas, que lo cumplan por nosotros”, sino que conviene asumirlo con responsabilidad y entrega generosa (SD 126).

Misioneros con María y como María

“El Ángel del Señor se apareció en sueños  a José y le dijo: Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y ponte en camino...” (Mt 2, 13-15).

María experimentó el sufrimiento de los pobres, que dejan su pueblo y se van a vivir en el extranjero, sin casa propia, sin trabajo fijo, sin saber el idioma, perseguidos siendo inocentes, sin protección alguna.

Es la condición de los misioneros enviados por Jesús, de dos en dos, sin dinero ni alforja; confiados únicamente en la Providencia de Dios, que es Padre bueno y misericordioso.

Ser enviado es nota esencial de la espiritualidad misionera. Precisamente porque  es enviado, el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. El misionero es enviado por el Espíritu y por la comunidad eclesial. Nunca es un aventurero solitario (Cfr RMi 88).

Los Destinatarios de la MISION

La misión de la Iglesia es una sola: hablar de Jesucristo. Toma nombres diferentes, dependiendo de los destinatarios de su actividad. Será: 

-          Cuidado pastoral, si se dirige a personas y grupos que han aceptado a Cristo y se benefician de la acción de la Iglesia, visible y operativamente presente.

-          Nueva evangelización o reevangelización, si se dirige a personas y grupos enteros de bautizados, que han perdido  el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen como miembros de la Iglesia y llevan una existencia alejada de Cristo.

-          Misión ad Gentes cuando se dirige a pueblos y grupos humanos donde Cristo y su evangelio no son conocidos, o  donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras, como para poder encarnar la fe y la estructura eclesial es ausente o poco significativa.

Cuando hablamos de misión nos referimos a este tercer aspecto: Misión Ad Gentes. Tiene como destinatarios a los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo, “ a los que están alejados de Cristo”, entre los cuales la Iglesia no ha arraigado todavía, y cuya cultura no ha sido influenciada por el evangelio.

 La Iglesia, hemos dicho, es por naturaleza misionera, es decir, enviada al mundo entero, para anunciar a todos los pueblos la salvación de Jesús. Por lo mismo, la Iglesia no debe encerrarse en sí misma sino ir a los que no conocen   o no reconocen a Cristo  como su Señor y Salvador. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo  -precisa San Pablo-  Cristo es la cabeza y nosotros somos los miembros de su Cuerpo.

Cristo vive en su Iglesia y, a través de ella, se hace presente en la historia. La Iglesia es enviada a prolongar la obra de Jesús, en el tiempo y en el espacio, bajo el impulso del Espíritu Santo. La Iglesia es ya realización del Reino, aunque en forma inicial.

Para cumplir la misión que le confiara el Padre, Jesús se valió del cuerpo que le formó  el Espíritu en el seno de María. Hoy se vale del Cuerpo que le forma el Espíritu en  el seno de la humanidad, destinada a convertirse, por la acción del Espíritu, y por el anuncio del evangelio, en familia de Dios: la Iglesia.

Los ámbitos de la misión

La Iglesia es enviada “Ad Gentes”, es decir, a las naciones. En la terminología de las primeras comunidades cristianas se designaban con el nombre de “gentes” o “naciones” a los que no eran judíos, ni de raza ni de religión. Hoy lo referimos a los pueblos no cristianos, a los otros, a los que no piensan como nosotros.

San Marcos tiene una expresión muy bonita y significativa: Los de la otra orilla. Recoge la invitación de Jesús a los apóstoles de pasar, con la barca, a la otra orilla, poblada por no judíos. En efecto los gerasenos criaban puercos, por lo mismo no eran judíos: Pasemos a la otra orilla” (Mc  4, 35)

Esta invitación de Jesús a los suyos es eco de lo que Dios manifestara siglos antes, por boca de Isaías: “Ensancha el espacio de tu tienda” (Is 54,2).

Dios exhorta a su pueblo a no encerrarse en los estrechos límites de su tierra, sino a mirar más allá y a proyectarse hacia los otros pueblos. El aspecto universalista no se pierde, sino que aflora continuamente en la Biblia.

Jesús advierte a los suyos a no encerrarse en el angosto espacio del redil, complaciéndose en los pocos que han aceptado el evangelio, sino a mirar hacia los muchos que  están afuera.

Vastas zonas sin evangelizar

Ahora nos preguntamos: ¿Para nosotros hoy quiénes son los de la otra orilla?

La expresión la podemos tomar en diferentes sentidos:

Geográfico     indica a los de otros países, pueblos, continentes. La misión “Ad Gentes” se ejerce en países y entre grupos humanos bien definidos también territorialmente.

Cultural  señala a los grupos humanos que son de otra cultura y tiene diferente modo de pensar. Hay en el planeta áreas culturales de gran importancia, que no han sido iluminadas por el evangelio. Basta pensar en las grandes civilizaciones de Asia: China. India...

Religioso  engloba a los integrantes de otras religiones: judíos, musulmanes, budistas, hinduistas, sintoístas etc.. Es una faja humana muy relevante

Sociológico representa al mundo de los pobres, de los marginados, de los excluidos, de los que no tienen voz...

Los nuevos areópagos

Las grandes ciudades

En la carta encíclica, La Misión del Redentor, el Papa Juan Pablo II tiene un apartado  especial para señalar los nuevos campos de la actividad misionera. Antes la misión se desarrollaba en lugares apartados distantes de los centros civilizados.

Hoy en día, por los cambios rápidos y profundos, que provocan las migraciones masivas y la concentración en los grandes centros urbanos, los lugares privilegiados de la misión deberían ser las grandes  ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen  sobre la población.

Es verdad que la opción por los últimos debe llevar a no olvidar los grupos humanos más marginados y aislados, pero también es verdad que no se pueden evangelizar las personas y los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está formando en las ciudades” (RM 37).

Los jóvenes

El Papa pregunta: ¿cómo hacer llegar el mensaje de Cristo a los jóvenes no cristianos que son el futuro de continentes enteros?

 Y observa: ya no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen falta asociaciones e instituciones, grupos y centros apropiados, iniciativas culturales y sociales para los jóvenes. He allí un campo donde los movimientos eclesiales modernos tienen amplio espacio para trabajar con empeño.

Las migraciones

La situación económica tan dispareja en los países y continentes provoca migraciones masivas internas y externas. Los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad y los cristianos, por su parte, se desplazan a lugares con mejores condiciones económicas. Este fenómeno es nuevo. Exige de las comunidades cristianas apertura, acogida, capacidad de diálogo, de testimonio y de anuncio. Los cristianos que emigran tienen la buena ocasión de compartir su fe con los que no conocen a Cristo o se han apartado de Él.

Los profetas del Antiguo Testamento consolaban a los desterrados de Israel, diciéndoles que Yahvé los enviaba a los otros pueblos como misioneros, para que dieran a conocer al verdadero Dios a los idólatras, que los acogían.

Algo por el estilo debemos decir nosotros en la situación actual en que muchos hermanos y hermanos van, por motivo de trabajo o de turismo, as otros países. Dios nos envía para que hablemos de Jesús, con el testimonio de vida y con el anuncio directo del evangelio.   

Los areópagos modernos

Pablo tenía como táctica pastoral dirigirse a los  centros urbanos importantes, a donde llegaban, o por donde pasaban, las grandes vías imperiales. Los pueblos y aldeas serían evangelizados por la influencia  que ejercen las ciudades. Los aldeanos eran conocidos como “paganos” = aldeanos, del nombre latino de aldea. El nombre quedó para indicar a los que todavía no conocen a Cristo.

 El gran apóstol, que había evangelizado Filipos y Tesalónica, no se perdió la oportunidad de anunciar a Cristo en el centro cultural de la antigüedad: Atenas. En el famoso areópago  de Grecia logró hablar de Cristo y de su resurrección. Siempre había soñado con llegar algún día a Roma, capital del imperio.

El primer areópago moderno es: mundo de la comunicación

A nadie se le escapa la importancia que tienen los medios de comunicación masiva, que están unificando a la humanidad y están transformando al planeta tierra en una “aldea global”.

Las nuevas generaciones crecen en un mundo condicionado por estos medios. No se trata simplemente de valerse de estos medios para multiplicar el anuncio, advierte el Papa, sino para la evangelización de la cultura moderna, que depende en gran parte de estos medios. Oigamos lo que dice el Santo Padre: “No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna...Mi predecesor Pablo VI decía que: la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestros tiempo; y el campo de la comunicación  actual confirma plenamente este juicio” (RM 37).

El compromiso por la justicia y la paz

No se debe pasar por alto el compromiso de los cristianos por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos humanos y de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguarda de la creación...Son sectores que han de ser iluminados por la luz del Evangelio.

Las relaciones internacionales, la investigación científica

No cabe duda de  que favorecen  el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida. La solución a los problemas existenciales que afecta a la humanidad debe ser estudiada, discutida y experimentada con la colaboración de todos. Es importante hacer resonar el evangelio en los centros de decisión

Misioneros con María y como María

Sucedió que, estando Él diciendo estas cosas, una mujer alzó la voz y dijo: Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron” (Lc 11, 27).

Jesús, al oírla, sin duda, se sintió feliz, por aquel elogio dedicado a su madre, que tanto quería,  pero lo elevó al replicar que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la siguen. Con  estas palabras quiso recordar que el lazo que une los hombres es su unión con Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de haberle engendrado y el de ser siempre fiel a su Palabra.

El misionero es “el hermano universal”, lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres (RMi 89).

Las etapas de la Misión

La carta a los Hebreos inicia su mensaje con una consideración muy oportuna. Dios no ha dejado nunca de hablar a los humanos. En todas las épocas de la historia, ha hecho resonar su voz de padre bueno, invitando a la conversión y manteniendo viva la esperanza. Lo ha hecho a través de los acontecimientos y por medio de los profeta  “Dios después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días,  que son los últimos, nos ha hablado por su Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo” (Hebreos 1, 1-2).

Dios recapitula todo y lo perfecciona a través del Hijo enviado al mundo. Jesús es el gran misionero del Padre. Jesús, al empezar su ministerio, se dirige a los judíos de Palestina, pero no sólo a ellos. En ocasiones lo vemos dirigirse a las regiones colindantes habitadas por grupos no judíos. Entre ellos y en su beneficio predica y realiza prodigios, a tal grado que provoca los celos y el desconcierto de sus discípulos que se preguntan: “¿Para qué con ellos, si ellos no son de los nuestros?”

Jesús prepara a los suyos y, al completar su obra con el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección, les da el Espíritu Santo y los envía al mundo entero, para que hagan lo que le han visto hacer a Él.

La época apostólica

De los años treinta de nuestra era hasta finalizar el siglo, los protagonistas de la misión son los apóstoles. Desempeñan su labor con una gran docilidad al Espíritu.. Cuando corren el riesgo de estancarse, el Espíritu les da un jalón fuerte que los saca de sus consideraciones y los lanza al mar abierto.

Los apóstoles gozan de gran prestigio y autoridad en las comunidades que se van formando. Los cristianos ven en ellos a los verdaderos discípulos de Jesús, buscan su enseñanza, y la miran reflejada en su vida. De verdad son vistos como maestros y testigos del evangelio que anuncian. Los textos del Nuevo Testamento se va formando  a la luz y al calor de la predicación apostólica. Es el Espíritu quien les inspira, con ocasión del conflicto de las mesas, lo que a ellos les corresponde: ocuparse de la oración y de la predicación de la Palabra. Santidad de vida y anuncio de la Palabra deben  ser sus principales objetivos.

Es el Espíritu Santo quien los guía en discernir y dictaminar que a los no judíos no se les debe pedir la observancia la ley mosaica. La fe  en Jesús y el bautismo son las condiciones para entrar y pertenecer al nuevo pueblo de Dios.

El campo de actividad de los apóstoles ha sido las regiones sometidas al imperio romano. El libro de los Hechos sólo nos habla de la actividad de Pedro y de Pablo. Nada de preciso sabemos de las actividades de los otros apóstoles, Nos ha llegado una que otra noticia a través de la tradición de las Iglesias. Lo cierto es que ellos fueron y anunciaron a Cristo.

 La etapa  de los mártires – primeros tres siglos

La predicación del evangelio de Jesús ha tenido, en los primeros siglos, gran respaldo en el testimonio de los mártires. La valentía demostrada por  tantos hombres y mujeres, y hasta jovencitas y niños, impactó a los paganos y los cuestionó en sus creencias religiosas y en sus costumbres. 

Los cristianos con su vida intachable y con su fe en Cristo, y su entrega a ÉL, golpearon duramente la roca de la idolatría hasta hacerla pedazos. Tomaban en serio a Dios y afirmaban hasta morir que hay un solo Dios y el único Señor que salva y da vida  es Cristo.

Llevados frente a los altares idolátricos, para que echaran incienso en el bracero, en señal de adhesión al emperador y a la religión oficial,  proclamando: “El César es el Señor”, los cristianos gritaban con valentía e intrepidez: “Cristo es el Señor”.

La sangre de estos mártires, juntamente con la integridad moral de las vírgenes cristianas, fue la chispa que encendió la luz de la fe en  tantos ciudadanos libres y esclavos.

La acusación de ateos que pesaba sobre ellos, por negarse a practicar la religión oficial, causó repetidas olas de sangre  que coronaron a muchos con la palma del martirio y prepararon los ánimos a la conversión..

El  apologista Tertuliano comentaba: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”

Los orantes – La  conversión de los bárbaros  -   Siglos IV – V  

En este período adquieren importancia particular los grandes orantes, quienes se convierten en figuras emblemáticas y representativas de Cristo. Su estilo de vida es un llamado de atención y una invitación a la conversión. Surgen y se multiplican las comunidades monásticas, con el fin de hacer florecer, en la Iglesia, la primitiva comunidad cristiana, que describen los hechos de los Apóstoles.

Se da la vida eremítica, pero se afirman las formas comunitarias, los cenobios, bajo la guía de grandes maestros como Antonio, Pacomio  etc.

Es la época de los santos Padres de la Iglesia, verdaderos pastores, que con sus conocimientos y piedad, alimentan la vida cristiana de los fieles y precisan la fe con los dogmas de la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. (Nicea 325 y Constantinopla 381). Baste recordar dos nombres: San Basilio para el Oriente y San Agustín para el Occidente. Tanto el uno como el otro, además de teólogos y pastores, fueron también iniciadores de comunidades monásticas.

En esta etapa   hay que destacar la misión entre los “Bárbaros”, es decir  los grupos ajenos a la civilización grecorromana, que invadieron  las regiones ya cristianizadas del imperio romano y acabaron por derrumbarlo: Celtas, Germanos, Bálticos, Eslavos. Se logró la conversión e integración de ellos a la Iglesia.

La época benedectina – siglos VI –XI

En Occidente la vida monástica toma un matiz diferente, gracias al genio de San Benito, quien hace una síntesis entre el esfuerzo humano y la fe divina. Con su fórmula “Ora et Labora” asocia a la gracia la colaboración humana, elevando el trabajo a elemento determinante para la santidad.

El principio de San Benito aglutina a los pueblos, y se convierte en motor de promoción humana y de santificación, para las personas y los grupos. Los claustros inspiran las ciudades medievales, cuyo centro es la Catedral, símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

El claustro es escuela, centro de salud y de asistencia, refugio y hospedaje para perseguidos y peregrinos. Pobres e indigentes encuentran en él un pan que lo alimenta, una casa que lo cobija, y una enseñanza  que lo promueve humana y espiritualmente.

Los monjes  hacen voto de estabilidad. NO salen del claustro. La gente va a ellos para la enseñanza y la asistencia. Sin embargo del claustro proceden  esas grandes figuras de misioneros, como San Gregorio Papa, San  Patricio para  Irlanda, San Bonifacio para Alemania, San Colombano  y sus monjes, San Bernardo, los Santos Cirilo y Metodio.

Las órdenes mendicantes – Siglos XII – XVI

Con San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán aparecen en la Iglesia nuevas formas de vida consagrada: son las órdenes mendicantes. Sus integrantes no se obligan a permanecer en  el claustro, sino que salen a predicar y a dar testimonio, según el conocido eslogan de Santo Domingo a sus frailes: “Trasmitir a los demás lo que se ha contemplado de Dios”El mejor elogio a Santo Domingo es el comentario de uno de sus biógrafos: “Domingo o habla con Dios o habla de Dios”.

Los frailes libres de sus faenas en los campos y en las bibliotecas, salen de sus conventos para buscar a la gente y hablarles de Dios; regresan a ellos para abastecerse con la escucha de la Palabra, la oración y la contemplación. Son las abejas del Señor. Incalculables han sido los beneficios para la cristiandad y las misiones. Grandes misioneros han recorrido el mundo evangelizando, dando paz y haciendo el bien.

El Patronato – siglos XVI –XVIII

El descubrimiento de América ha sido el detonador de las energías misioneras acumuladas en las Iglesias de Europa. Exponentes de las órdenes religiosas se alistan para  atravesar el océano y anunciar a Cristo  en  los nuevos territorios: franciscanos, dominicos, mercedarios, jesuitas y muchos más...

Los reyes de Portugal y de España se obligan, por concordato, a favorecer y promover la evangelización en los territorios que vayan conquistando a sus coronas. Ellos subsidian y controlan a los misioneros y a sus misiones. En este período nace  “Propaganda FIDE”: la Congregación romana para la evangelización de los pueblos. El impulso misionero no depende de la corona sino de la Iglesia. El patronato ha tenido sus aspectos positivos juntamente con  deficiencias lamentables.

Renacimiento misionero – Siglos IXX – XX

Es un despertar maravilloso que da pie a muchas esperanzas. Desafortunadamente los europeos llevan al África  no sólo su fe, sino también sus divisiones. La presencia de otras confesiones cristianas ensombrece la actividad evangelizadora.

Asoma el peligro de la colonización religiosa en lugar de la evangelización verdadera. Los Papas advierten del peligro  y  exhortan a las potencias colonizadoras  a permitir la llegada de misioneros y misioneras no nacionales, para construir la Iglesia de Jesús, sin barreras de ninguna especie. Europa vive la época de las revoluciones y  exporta sus ideas laicistas y  sus luchas en contra de la Iglesia.

Sin embargo el pueblo cristiano se manifiesta particularmente fecundo en iniciativas de toda especie, que favorecen la evangelización e involucran a todas las categorías religiosas y sociales. Campo de actividad no es sólo África, sino también Oceanía, América y Asia. China goza de una atención especial de parte de los misioneros. Aspecto muy importante es la formación del clero indígena. En 1926, Pío XI da inicio a la Jerarquía local, consagrando en Roma a los primeros obispos autóctonos (Asia y África). Esta tendencia se afirma en la segunda mitad del siglo

Misioneros con María y como María

“Llegan su madre y sus hermanos y,  quedándose fuera, le mandan llamar. El responde: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?. Mirando a los que le rodean, dice: Estos son mis hermanos y mi madre, quien cumple la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3, 31-35).

Estos familiares de Jesús se preocupan por su salud, la buena reputación, los peligros que le amenazan por su afán de predicar, de entablar amistad con  pecadores y pobres y, sobretodo, por denunciar las intenciones torcidas de los poderosos. Para presionarlo le traen a  su madre, María.

El misionero, como Jesús, testimonia delante de todos, que los cristianos tenemos un parentesco nuevo, fundado no sobre la sangre, sino sobre la aceptación de la paternidad de Dios, que es más honda e importante que la misma sangre. María es la más dichosa, porque ha aceptado con todo el corazón este parentesco con Jesús y con la Iglesia, como madre y como creyente, hasta las últimas consecuencias.

La Misión Hoy  La misión que Jesús ha confiado a sus apóstoles, y en ellos, a la Iglesia, se realiza en el tiempo, en las circunstancias y situaciones propias de cada época.

Nos conviene  considerar la situación actual de la Iglesia en nuestro mundo. Por cierto hay fuerzas que obstaculizan su camino, y situaciones y medios   que favorecen su crecimiento y su difusión. Toca a nosotros conocer  con qué contamos y cuáles son los obstáculos que cierran el  camino, para  evitarlos o superarlos. Hay  movimientos  que propician  la unidad y otros  que llevan a la división y a la fragmentación

Escuchemos la voz de la Iglesia

Los tiempos  ponen obstáculos reales y serios a la predicación del evangelio, dada la confusión reinante en  nuestros países y en el mundo  entero. La globalización pretende imponer estilos de vida y formas religiosas no conformes al evangelio de Jesús. Oigamos lo que dice  el Papa Juan Pablo II en su encíclica misionera Redemptoris Missio: “La tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos se presenta inmensa y desproporcionada a las fuerzas humanas de la Iglesia. Las dificultades parecen insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana. En algunos países está prohibida la entrada de misioneros; en otros no se permite la conversión e incluso el culto cristiano”.

 “No faltan tampoco dificultades internas al Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las más dolorosas. Mi predecesor Pablo VI señalaba en primer lugar, la falta de fervor religioso tanto más cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y desilusión, en la acomodación  al ambiente y en el desinterés, y, sobre todo, en la falta de alegría y de esperanza”.

“Grandes obstáculos para la actividad misionera de la Iglesia son también las divisiones pasadas y presentes entre los cristianos.... La que más preocupa es la mentalidad indiferentista, marcada por el relativismo religioso, que termina por pensar que una forma religiosa vale otra” (RM 36).

 Profundicemos este tema

Vivimos en un mundo en continua y rápida transformación, cuyo signo característico es  “la  globalización o mundialización”. Este fenómeno, impulsado por los medios de comunicación, tiende a hacer de todos, (por lo mismo, universal, global), lo que es particular  de un grupo o de un pueblo, tanto en el comercio, como en la forma de vestir y hasta en la religión: blue jeans, coca cola, pizza, hamburguesas, computadora, Nueva Era...

La globalización es algo irreversible y todos estamos envueltos en ella; tiene amplios alcances y graves inconveniencias, con fuerte impacto en las clases menos protegidas de la sociedad. La Iglesia está dentro del proceso de globalización, que le ofrece amplias y estupendas posibilidades para la evangelización, con el uso de los medios de comunicación.

El libre juego de las fuerzas del mercado hace caer el costo social en los sectores más débiles y provoca las migraciones. Miles de personas  se ven obligadas a migrar, en busca de mejores condiciones de vida para la sobrevivencia. 

A pesar de las consecuencias  nefastas, que la migración forzada trae  consigo, tanto para el migrante como para su familia, no debe hacernos olvidar  que ha  sido en  el  pasado un factor primordial para la evangelización. En los primeros siglos de nuestra era, el cristianismo se difundió en  los países del mediterráneo, gracias al fenómeno migratorio propiciado por el imperio romano;   llegó al Continente americano, en el siglo XVI, por la movilidad humana impulsada por la conquista. 

Los migrantes llevan sobre sus espaldas una  fuerte carga de sufrimiento, es verdad, pero también son portadores de una esperanza,  pueden convertirse en testigos y  anunciadores de la Buena Nueva de Jesús, para los pueblos que los reciben. Son fácil presa de otras corrientes religiosas, como también pueden ser sus evangelizadores.

Confesiones cristianas no católicas

El catolicismo ha dejado de ser religión única en nuestros países latinoamericanos. Cabe  señalar que, en una sociedad secularizada como la nuestra, no tiene ya el peso social y el protagonismo de antaño.  Junto a  él, encontramos  otras tradiciones cristianas, ortodoxas y protestantes.

Han surgido, además, múltiples formas religiosas, que se inspiran  en la  figura de Jesús y en el  Nuevo Testamento, pero no  están vinculadas a una tradición doctrinal  e institucional, sino que más bien la rechazan. Entre ellas están las agrupaciones evangélicas, fundamentalistas o pentecostales, a las que llamamos “sectas”, aunque  el  apodo no caiga bien.

La reciente migración de asiáticos ha originado corrientes espirituales, que se inspiran en religiones del Oriente. Asistimos también al resurgir de las espiritualidades autóctonas americanas, maya y otras.

El panorama, al respecto, es amplio y confuso. La Iglesia católica mantiene un diálogo sincero y una colaboración fraterna con algunas denominaciones cristianas presentes en nuestros países, por su seriedad, apego a la Escritura y su compromiso en la defensa de los derechos humanos, como son las comunidades eclesiales luteranas, presbiterianas, metodistas,  juntamente con la confesión anglicana.

El   evangelismo

El evangelismo es un vástago del  protestantismo americano. Enfatiza la  experiencia personal  de conversión y  la aceptación personal de la fe, en detrimento de la institución. El elemento fundante no es la vinculación con una tradición doctrinal, sino la   experiencia  que el converso tenga de haber aceptado a Jesucristo en su corazón. La corriente conservadora ha dado lugar al fundamentalismo evangélico, que se caracteriza por: 

-          El apego a la inerrancia de los textos bíblicos, tomados al pie de la letra.

-          El rechazo, por lo tanto, a aplicar métodos críticos de lectura al texto sagrado.

La  corriente pentecostal hace consistir el núcleo de la fe en la  experiencia religiosa, entendida como una comunicación del Espíritu, de acuerdo a lo que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles el día de Pentecostés. No muestra interés por  el aspecto social y las realidades temporales y combate la Jerarquía de la Iglesia y la misma Iglesia. Por lo mismo, ¡mucho cuidado con ellos!

Religiones no cristianas

Entre las religiones no cristianas hay que poner en primer lugar al Judaísmo y al Islam; son monoteístas, originarias del mismo contexto cultural de donde surgió el cristianismo.

El  Islam fue fundado en el siglo VII, entre las tribus de la península Arábiga por Muhammad, a quien los musulmanes llaman “el  Profeta”. Mahoma  tomó mucho  de la Biblia. Un discípulo suyo, más tarde, redactó el Corán, libro sagrado de los musulmanes. Con ellos compartimos algunos valores; sufrimos y rogamos que despunte para ellos el sol de justicia, Cristo Jesús.

Gran reto para la Iglesia es el avance de la Nueva Era, mezcla de misticismo oriental, de superstición, de  filosofía y de astrología. El nombre se debe a la Era del Acuario, cuyo advenimiento los ocultistas creen que está comenzando, trayendo consigo una era de iluminación y de paz. El mundo  ha  envejecido y se necesita algo fuerte que lo rejuvenezca.

El detonante para el cambio lo ofrecería la Nueva  Era, que recoge elementos de las otras religiones, y los funde y presenta en un platillo a la medida y al gusto del hombre moderno. Es simple producto humano, que no embona con la religión revelada por Dios en Cristo Jesús.

El peligro más grande para la  evangelización viene del concepto que se va    difundiendo al interno de la Iglesia. Toda forma religiosa es camino de salvación ¿De qué te preocupas?  Una religión vale otra. Deja que cada cual se salve practicando su religión.

Actualicemos: Cristo es el Salvador de todo

Por lo visto hay otras ofertas religiosas y muchas. La gente se confunde y se muestra sospechosa e indecisa. La Iglesia presenta el camino que ha marcado Dios para la salvación de todos.

Muchas de las formas religiosas, que circulan en nuestro medio, son invenciones humanas, adaptaciones  discutibles y reductivas de lo que Dios nos ha dado a conocer a través de su Palabra y de Jesucristo.  El es el Hijo bien amado del Padre, a El hemos de escuchar y de seguir. Lo que no está en armonía con las enseñanzas de Cristo, transmitidas fielmente por la Iglesia, es falso y dañino para la verdad y la vida.

Jesús es la verdad, el camino y la vida. El ha  confiado a la Iglesia la tarea de ir por el mundo a proclamar la salvación y darla. Todos los pueblos tienen derecho a conocer lo que Dios nos ha manifestado en su enviado e Hijo, Jesucristo ¿Quiénes somos nosotros para poner en tela de juicio lo que Cristo ha mandado? Pablo definía su postura y la nuestra: “Ay de mí si no evangelizo”.

Misioneros con María y como María

Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón“ (Lc 2, 50)

Lucas, hablando de la actitud de la Virgen María, nos ofrece un dato interesante para nuestra formación misionera. Al conocimiento pleno de Jesús no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el cual puede madurar y desarrollarse una experiencia misionera auténtica, fiel y coherente.

El misionero es un “contemplativo en acción”. El halla respuesta a los problemas en la luz de la Palabra de Dios, aceptada y meditada en la oración personal y comunitaria. ES el hombre de las bienaventuranzas. (RM 91).

La Espiritualidad de la Misión

Por cierto, en nuestras reflexiones, hemos escuchado repetidamente, como en un  estribillo, que todos somos misioneros, en fuerza del bautismo, por  ser Iglesia, a la que Jesús ha confiado la tarea de evangelizar. Es obvio que nos preguntemos qué  es lo que hace a uno más misionero, o, dicho en otras palabras, dónde reside su eficacia.

El Papa Juan Pablo II no se anda por las ramas, va directamente a lo esencial y práctico. Afirma que la fuerza de la misión reside en la santidad. El verdadero misionero es el santo. La llamada a la santidad es llamada a la misión.  El  Papa nos sorprende con sus intuiciones  y conviene que nos detengamos  a considerarlas.

Todos somos misioneros; algunos lo son en su misma patria y otros muy lejos de ella; algunos lo son en las grandes concentraciones urbanas y otros en pequeños poblados y aldeas, en las  altas cordilleras y en las selvas, en los desiertos y sábanas. ¿Cuál es el  secreto que hace fecunda su labor y da eficacia a sus correrías, trabajos y sufrimientos? ¿Qué nos une y nos hace misioneros?

Escuchemos atentamente lo que la Iglesia nos dice a través de las enseñanzas de sus pastores.

Escuchemos la voz del Papa

La actividad misionera tiene un alma que le da vida y mueve. La llamamos mística, es decir, un modo de ver a Cristo y seguirle. La  espiritualidad misionera   es contemplar a Cristo  como aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10, 36), e imitarle dando al mundo la buena nueva, con el poder que comunica el Espíritu Santo. Escuchemos lo que dice Juan Pablo II en RM: “La   espiritualidad misionera se expresa, ante todo, viviendo con docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo” (RM 87)

“Nota esencial de la  espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la  misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar... Cristo, en la Encarnación y Redención, se despojó de todo, para vivir plenamente la condición humana y cumplir hasta el final el designio del Padre... Al  misionero se le pide renunciarse a sí mismo y a todo y hacerse todo a todos” (RM 88)

La  espiritualidad misionera se caracteriza además, por la caridad apostólica; la de Cristo  que vino “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban  dispersos” (Jn 11,52) ... El misionero se mueve a impulsos del  “celo por las almas”, que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida , disponibilidad, interés por los problemas de la gente..El misionero es el hombre de la caridad, el hermano universal; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura, su atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres... Lo mismo que Cristo, el misionero debe amar a la Iglesia” (RM 89)

Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión.... La  espiritualidad misionera de la Iglesia  es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión Ad Gentes    exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo “anhelo de santidad” entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre aquellos  que son los colaboradores más íntimos de los misioneros” (RM 90).

Profundicemos la palabra del Papa

En el último capítulo de su encíclica, el octavo, Juan Pablo II nos ha dado una síntesis hermosa de la espiritualidad, y en particular  de la espiritualidad misionera. De verdad,  es todo un tratado sobre la santidad, aunque en breve. Recojamos algunos pensamientos que nos ayudarán a respirar y actuar misioneramente.

La santidad, y por ende la misión, no consiste en lo que hacemos, sino en “la comunión íntima con Cristo”. Más unido uno está a Cristo y mejor refleja lo propio de Cristo: el Espíritu Santo.

Jesús ha dicho que El es la vid y que nosotros somos los sarmientos. Para producir fruto  es preciso  que el sarmiento esté bien pegado a la cepa. El misionero  es enviado no para hacer cosas o decir palabras, sino para llevar vida, la del Espíritu, que Cristo nos ha merecido y nos comunica, gracias al misterio de la Encarnación y Redención.

Quien vive en Cristo, está bien empapado de su Espíritu y lo puede comunicar tanto cuando  va de camino, como cuando está en casa, tanto en la actividad, como en la oración y en el sufrimiento.

Otras características de la espiritualidad misionera  La caridad apostólica: Quien tiene espíritu misionero siente vivo celo por la salvación de todos los humanos, al estilo de Jesús, el Buen Pastor, que cuida las ovejas del redil y va en búsqueda de las  muchas que están fuera del redil. Este “celo por las almas” hunde sus raíces  en el suelo vital del misterio pascual de Cristo, que dio su vida para que todos tengan vida en El.

La apertura a todos los pueblos: El misionero es el hermano universal, que acoge  a todos y en todos descubre los signos de la acción del Espíritu, que conduce a los humanos hacia el encuentro con Cristo y los agrega a su Iglesia. El misionero supera las fronteras y las barreras de raza, casta  e ideología. Gracias al discernimiento, que da el Espíritu,  abre las puertas a todos y se  convierte en signo del amor de Dios en el mundo, sin exclusión ni preferencia.

La comunión en Cristo: la Iglesia.  El misionero, como Jesús, ama la Iglesia y    edifica la Iglesia, como realización del Reino de Dios en  el mundo: “Cristo amó  a la Iglesia y  se entregó a Sí mismo por ella” (Ef 5, 25). Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener  el celo del misionero. La  fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. (RM 89).

El verdadero misionero es el santo.  Con  esta afirmación el Papa abre el corazón a la esperanza y nos mete por el camino de la  auténtica realización cristiana: la perfección de la caridad. La cumbre de nuestro andar es el amor. Santa Teresita en su “Caminito” nos dice que todo lo que hacemos, aun lo más insignificante, lo hagamos con mucho amor y lo ofrezcamos todo al Señor en aras de la salvación de todos, particularmente de los que non conocen al Señor.   El que más ama, más ayuda a los demás.

No basta revisar, coordinar, perfeccionar nuestros métodos de apostolado; no  es suficiente buscar nuevas técnicas de transmisión del mensaje. Se precisa algo más: suscitar en nosotros y en los demás anhelos de santidad.

Hacia el final del mensaje, el Papa exhorta a todos, y en particular a los jóvenes a tomar el camino de la santidad, de la generosidad, de la caridad y marca el camino a seguir: la contemplación. El misionero del futuro – afirma- o es contemplativo o no es cristiano y tampoco misionero.

La alegría interior

Juan Pablo II concluye con un grito de esperanza: “la característica de toda vida misionera  auténtica es la alegría interior”: “En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas,  que tiende al pesimismo, el anunciador  de la Buena Nueva debe ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera   esperanza”.

“El verdadero misionero es el santo”. Esta típica afirmación de Juan Pablo II; nos hace pensar porque es bella y cuestionadora a la vez. Si le preguntamos  el porqué, nos responde diciendo que el misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe transmitir a los demás lo que él mismo ha experimentado.

Para ser testigo de Dios el misionero debe ser un contemplativo, es decir, debe haber conocido al Cristo vivo, y haber experimentado el poder de su resurrección en su vida y en su trabajo, familiarizar con El y ser partícipe de sus  sufrimientos por el evangelio.

Al final el Papa presenta la característica fundamental de la espiritualidad misionera: la alegría interior. En un mundo que tiende al pesimismo, el misionero ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza”.

La alegría interior se fundamenta en la fe en Cristo, y se alimenta con la esperanza cierta de su retorno. San Juan advierte que las verdades del evangelio han sido manifestadas y escritas para que nosotros creamos y creyendo tengamos gozo pleno, porque Cristo no defrauda.

El misionero está en la puerta

Bella la expresión del Papa que define al misionero como al “hermano universal”. El de puertas abiertas, sin trabas ideológicas ni sociales ni de raza, que sale al encuentro de toda persona. Si la Iglesia es la casa de Dios; el misionero está en la puerta, para invitar a entrar a cualquiera que pase, y para recibirlo con  una sonrisa, y con los brazos abiertos de la fraternidad.

El misionero es el hombre de la comunión, el que destruye barreras y construye puentes para ir con los de la otra orilla. 

El misionero sabe que el Reino es para todos, pero los preferidos son los pobres, los pequeños, los excluidos. Lo ha dicho el Espíritu, precisando que Jesús ha sido ungido para dar la buena nueva a los pobres. El misionero  no debe pasar por alto esta indicación que ha dado el Espíritu para su Iglesia.

La Urgencia de la Misión

El Papa Juan Pablo II, quien, al iniciar su pontificado tomó decisión de viajar hasta los últimos  confines de la tierra, para poner de manifiesto la solicitud evangelizadora de la Iglesia, ha declarado que el contacto directo con los pueblos, que desconocen a Cristo, le ha convencido aún más de la urgencia de la actividad misionera. La magnitud de la obra a realizar le ha hecho exclamar que la evangelización está todavía en sus comienzos.

Viene espontáneo preguntar: ¿Cuáles razones sustentan esta afirmación del pontífice?

 San Pablo, hablando desde su experiencia y empuje apostólico, escribía a los cristianos de Corinto, en su segunda carta: ¡La caridad de Cristo nos apremia!  (Cor 5, 14)

De verdad nos urgen a la actividad  misionera  el amor de Cristo hacia nosotros y el amor que le tenemos a Jesús. Es tan grande la gratitud por lo que Dios nos ha dado, que nos sentimos impulsados a compartirlo con todos.

La razón suprema que sustenta y urge la actividad misionera es el amor de Dios. Hemos considerado en las reflexiones anteriores el plan que Dios desde la eternidad ha tenido a bien determinar:

-          Hacernos hijos en el Hijo por el don de su Espíritu

-          Integrarnos a todos en su gran familia, sin distinción de razas ni de países

-          Para realizar este plan ha enviado a su Hijo y al Espíritu Santo

-          Jesús ha instituido la Iglesia y le ha comunicado su Espíritu, para que perpetúe en el mundo y en el tiempo su labor evangelizadora.

Juan Pablo II ha escrito en su carta encíclica sobre la actividad misionera: La salvación consiste en creer y en acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu (12).

El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de Amor. Israel tiene experiencia de un Dios personal y Salvador, del cual se convierte en testigo y portavoz en medio de las naciones. A lo largo de su propia historia, Israel adquiere conciencia de que su elección tiene un significado universal (12).

La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios

 El concilio Vaticano II profesa que la Iglesia ha sido constituida por Dios como su pueblo, para perpetuar en el tiempo y en el espacio la obra de Jesús:

Profeta para anunciar a todos la buena nueva del amor de Dios

Sacerdote para santificar a través de los sacramentos y del culto a Dios

Rey para ordenar todas las cosas según Dios en justicia y en orden

“Todos los humanos son llamados a la unidad católica del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los humanos en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG 13).

Una de las intuiciones más fecundas  e iluminadoras del Concilio Vaticano II ha sido por cierto lo de la Iglesia como signo de Cristo:

La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (LG 1,48).

Todo el bien que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda dar a la familia humana  en el tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (GS 45).

La Iglesia es sacramento

Es decir que la Iglesia es:

-          Signo eficaz de comunión: indica y realiza la comunión con Dios y entre los humanos, sin distinción de razas y de culturas. Esa comunión es fusión de mentes y de corazones, por la acción del Espíritu Santo.

-          Semilla fecunda que engendra constantemente, por el anuncio de la Palabra, a los nuevos hijos de Dios.

-           Madre y Maestra  para ofrecer a todos los pueblos el evangelio, que responde a las hondas aspiraciones del ser humano. La Iglesia proclama que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y, por su misterio pascual,  ofrece a todos la salvación.

-          Obra del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe para hacer presente y comunicar ese amor a los humanos. Ella cree en ese amor y vive para hacerlo accesible a todos.

 

Nosotros somos la Iglesia de Jesús porque creemos en su amor: El ha venido a “congregar en la unidad de su Pueblo a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 52). Si creemos en Dios y amamos a Jesús, no podemos cruzarnos de brazos. El triste  espectáculo de una humanidad, dividida y enfrentada por guerras y discordias, no puede dejarnos indiferentes. Si el mundo, casa de Dios, está en ruinas, los creyentes se dejan interpelar por esta lamentable situación, y se lanzan decididos a reconstruir la ciudad y el templo, haciendo gala de los dones recibidos. Jesús nos quiere ver unidos a todos en la seguridad de su redil y gozando de los beneficios de su redención: Tengo otras ovejas que no son de este redil. También a ellas tengo que apacentarlas. Ellas escucharán mi voz y habrá un solo redil y un solo pastor” (Jn 10,16).

El amor nos urge a la misión: 

Para ayudar a los humanos a abrirse al amor de Dios, a dejarse amar por El, y a tomar conciencia de lo que son y de lo  que Dios quiere  que lleguen a ser.

Para gritar a todos los “samaritanos/as” del mundo la dulce invitación de Jesús “Si tú conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). El Evangelio es siempre buena nueva, rompe ataduras y cadenas  y libera de todas las esclavitudes.

Para dar cumplimiento a la voluntad de Dios, el cual quiere  que todos se salven en Cristo y se integren en su familia como hijos.

Para poner en práctica el mandato misionero de Jesús:

“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva  a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16)

Porque nuestros semejantes necesitan y tienen derecho a que nosotros le transmitamos lo que se nos ha confiado. El don de Dios es para todos. Nosotros debemos hacerlos conscientes de ello. Lo piden la solidaridad humana y la caridad cristiana. El primer servicio que la Iglesia y todo cristiano  puede ofrecer a la humanidad es el anuncio del Evangelio.

Porque  Cristo, Sabiduría y Palabra viva de Dios, en todo tiempo   entra en las almas de los justos y hace de ellos “testigos, amigos y profetas” (Cfr Sb 7, 27). El amigo se vuelve  palabra para comunicar a otros lo que hace contento al amigo Jesús.

Lo exige la situación religiosa de la humanidad

El Papa Juan Pablo II hace notar que son muchos los pueblos, a los que no ha llegado el anuncio del evangelio, y no gozan de la presencia de la Iglesia local. Unos datos estadísticos pueden resultar significativos al respecto.

De los 100 millones de personas que anualmente se añaden al total de la humanidad, según los expertos, 64 millones nacen en Asia y 23 millones en  Africa. En Europa y en América, países tradicionalmente cristianos, el aumento demográfico es prácticamente insignificante o nulo.

 

 Asia donde se encuentra la mitad de la población mundial, que ha alcanzado los 6000 millones de personas, tiene sólo el 2% de católicos. En África, cuya población se calcula en 740 millones de habitantes, los católicos son apenas el 13%

La Iglesia se encuentra frente a un desafío alarmante. Por una parte debe ir urgentemente al encuentro de los pueblos, que necesitan la primera evangelización, por otra parte sufre una continua disminución de  evangelizadores. El número de cristianos no crece proporcionalmente a la población mundial.

Se calcula que de cada seis personas que hay en el mundo, sólo dos conocen algo de Cristo, dos terceras partes lo desconocen. Los cristianos, somos apenas una tercera parte de la población mundial. Y lo peor es que estamos divididos.

6 – Conciencia misionera insuficiente y débil

Nuestros obispos, en la Conferencia de Santo Domingo, se han planteado el problema de la escasa presencia de agentes latinoamericanos, en la labor misionera de la Iglesia. Nos han puesto el estetoscopio en el pecho y han auscultado los latidos de nuestro corazón ¿Diagnóstico? “¡Insuficiencia cardiaca crónica!”. He aquí sus palabras: “Reconocemos que la conciencia misionera ad gentes en nuestras Iglesias particulares es todavía insuficiente y débil” (125)

Es débil porque no acaba de expresarse en la pastoral, en la catequesis, en las múltiples actividades y grupos apostólicos, que integran nuestra Iglesia local. Tradicionalmente hemos recibido de otras iglesias, pero no hemos aprendido a dar. Un obispo de Brasil, Mons. Nieves de Almeida, dijo en una ocasión: Nos han evangelizado  grandes misioneros, pero no nos han hecho misioneros”. 

Las deficiencias cardíacas son preocupantes y exigen un tratamiento energético fuerte y constante. El Año Santo Misionero  nos ofrece un remedio eficaz. Es de sabios aprovecharlo.

Por otra parte, a nivel general de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II , en su carta encíclica, La Misión del Redentor, nos ha dicho: “Dificultades externas e internas han debilitado el impulso misionero dela Iglesia hacia los no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo” (RM 2). De allí su grito de alarma   “En nombre de toda la Iglesia siento imperioso el deber de repetir el grito de San Pablo: Ay de mí si no  evangelizo” (RM 1).

Misioneros con María y como María

            “Y como faltaba el vino... le dice a Jesús su madre: No tienen vino... Entonces su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 1-5)

            María es una mujer muy atenta  a las necesidades  concretas de la gente; hace suyas las angustias y necesidades y busca solucionarlas. Es cosa sobresaliente que ella, invitada a las bodas, sea la primera en darse cuenta de que faltaba el vino en la fiesta. Un detalle significativo para la gente de aquel pueblo y de aquella cultura.

            El misionero es el hombre que busca, no a sí mismo, ni su propia realización, sino la felicidad de sus hermanos, por encima de raza, religión, edad y sexo. La regla suprema del misionero es procurar el bien espiritual y material de todos; su única ambición es poder decirles, como María: Hagan lo que Él les diga.

Está claro que el protagonista de la misión es el Espíritu Santo. El envío que Jesús hace de los  apóstoles es envío en el Espíritu Santo, como  aparece claramente en el texto de San Juan: “Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre lo ha enviado a  Él y por esto les da el Espíritu Santo. San Lucas relaciona estrictamente el testimonio, que los Apóstoles deberán dar de Cristo, con la acción del Espíritu Santo, que los hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido” (RMi22).

“Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el Espíritu asume aún más la función de guía, tanto en la elección de las personas como de los caminos de la misión” (RMi 24).

 Conviene, al respecto, tener en cuenta lo que el libro de Los Hechos relata acerca de la vocación de Bernabé y de Pablo.

1 – Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión

“En la Iglesia que estaba en Antioquia había profetas y maestros. Eran Bernabé, Simón, a quien también llamaban  El Negro, Lucio de Cirene, Menhaem, que se había criado junto con Herodes, el  que gobernó en Galilea, y Saulo. Un día mientras estaban celebrando el culto del Señor y anunciaban, el Espíritu Santo dijo: Sepárenme a Bernabé y a Saulo, para el trabajo, para el cual los he destinado”.

Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron”(Hechos 13, 1-2).

La Iglesia de Antioquia evidencia lo que no resultaba claro en la comunidad de Jerusalén, de la que la Escritura dice que sus integrantes “eran un solo corazón una sola alma”.

El aspecto universalista es una dimensión muy importante y fundamental para la Iglesia de Jesús. La Iglesia que estaba en Antioquia agrupaba en sus filas a judíos y a no judíos; a los enviados de los apóstoles y a los laicos comprometidos en la formación de la comunidad.. Pablo y Bernabé, por el espacio de un año, se habían entregado a cimentar la fe de los neófitos y de los muchos catecúmenos sobre la roca firme de la Palabra de Dios. Habían realizado una labor verdaderamente necesaria y preciosa.

Según el punto de vista humano, Pablo y Bernabé eran necesarios todavía para  el crecimiento de la comunidad. Esta no se opone ni cuestiona la petición. Oran por los dos elegidos y los envían.

Este texto es maravilloso y de suma importancia. La comunidad de Antioquia se presenta como la Iglesia de Jesús: dócil al Espíritu, abierta a todos y misionera desde sus comienzos. No aguarda que el grupo de los hermanos y hermanas se consolide, sino  que, desde el principio, se manifiesta dispuesta a enviar  misioneros a otras partes. Esta es la Iglesia de Jesús: en camino, que crece hacia adentro y hacia afuera, que se consolida en la medida en que se proyecta y se lanza hacia otros pueblos.

2 – La Iglesia es misionera por naturaleza

La Escritura y el magisterio nos repiten a coro que la Iglesia es por su naturaleza misionera. Lo es porque ha nacido de aquel dinamismo de amor, que está en el origen de todo envío, “ tanto amó Dios al mundo que le envió a su propio Hijo (Jn 3, 16), y tanto nos amó Jesús que nos ha enviado, al que es  el mismo amor, el Espíritu Santo, para que esté “entre nosotros, dentro de nosotros, con nosotros” (Cfr Jn 14 y 16).

 El Espíritu Santo  es fuego y es viento, suave e impetuoso, que impulsa  la Iglesia más allá de sí misma, hacia los otros, lo que todavía no conocen el “Don de Dios”.

La Iglesia existe y vive para evangelizar. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14). “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús  y de los Doce. Es un fruto normal, deseado, el más inmediato y el más visible... Ella perpetúa y prolonga la obra de Jesús...ante todo  su misión y su condición de evangelizador” (EN 15).

La Iglesia es enviada a evangelizar. La actividad misionera, en efecto, no es una de las tantas, que la Iglesia lleva a cabo, sino su misma razón de ser, su definición: la Iglesia es misión.

La Iglesia Particular responsable de la misión

La Iglesia no existe en abstracto. Existe donde un grupo de fieles se reúne  con el obispo y sus colaboradores inmediatos: los sacerdotes, para celebrar su fe. Por lo tanto, la diócesis es  la Iglesia. La llamamos Iglesia particular o local. La diócesis no es una parte de la Iglesia, es la Iglesia, que podemos definir como: Asamblea convocada por el Espíritu Santo en torno a Cristo, Palabra y Eucaristía, según el designio de Dios Padre, bajo el cuidado pastoral del obispo y sacerdotes.

La Iglesia de Cristo se hace visible, se encarna, toma cuerpo en la Iglesia Particular o Local. En la Iglesia Particular, reunida en torno a su obispo, sucesor de los apóstoles, se halla la Iglesia Universal: Sacramento de salvación para todos.

Jesús ha confiado la tarea evangelizadora a la Iglesia, y la Iglesia está en Jerusalén, en Antioquia, en Roma, en Guatemala...... en cualquier otro sitio. Cada Iglesia Particular es responsable de la evangelización dentro y fuera de sus fronteras.

Si la Iglesia Particular es encarnación, en un determinado espacio, de la única Iglesia de Cristo, en ella se hace presente la acción salvadora de Jesús. Ella  es icono de la Iglesia Universal.

Los apóstoles y sus sucesores, los obispos

Los primeros enviados a la misión son los Doce Apóstoles. Ellos forman el “Colegio Apostólico”, cuyos integrantes han sido escogidos y dotados por Jesús de poderes especiales, para la predicación, la  santificación de los fieles y la guía de la comunidad eclesial. Por encima de todos se distingue Pedro, que abre los horizontes a la misión universal, en la que posteriormente destacará Pablo, quien, por voluntad divina, fue llamado y enviado a los no judíos, los gentiles. (Crf RM 61).

En la expansión misionera de los orígenes, junto a los apóstoles encontramos a otras personas y grupos, que comparten y perpetúan la obra de los apóstoles. Los obispos, al frente de sus Iglesias, llevan adelante la labor evangelizadora, que Cristo les ha encomendado.

Lo que se hizo al principio de la predicación evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es lo propio de la cada Iglesia particular.

Toda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes. “Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de clero” (Cfr RM 62).

 El Concilio Vaticano II afirma que  “la tarea de anunciar el evangelio  en todo el mundo corresponde al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato” (LG 23) Afirma también que “los obispos han sido consagrados, no sólo para atender una Iglesia particular, sino para la salvación de todo el mundo”(AG 38). Lo mismo afirma de los presbíteros “El don espiritual recibido en la ordenación prepara a los sacerdotes, no a una misión restringida, sino a la misión universal y amplísima de la salvación, hasta los confines de la tierra” (PO 10).

Misioneros con María y como María

Sucedió que, estando Él diciendo estas cosas, una mujer alzó la voz y dijo: Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron” (Lc 11, 27).

Jesús, al oírla, sin duda, se sintió feliz, por aquel elogio dedicado a su madre, que tanto quería,  pero lo elevó al replicar que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la siguen. Con  estas palabras quiso recordar que el lazo que une los hombres es su unión con Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de haberle engendrado y el de ser siempre fiel a su Palabra.

El misionero es “el hermano universal”, lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres (RMi 89).

 





 







 

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  1. Lo que se hizo al principio de la predicación evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es lo propio de la cada Iglesia particular.


    Toda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes. “Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de clero” (Cfr RM 62).

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