Presentación
Centro América, se dice, es el corazón del Continente.
Conviene mirar al corazón y ponerlo en óptimas condiciones, para asegurar su
plena funcionalidad en beneficio de todo el cuerpo. Esto es lo que han querido
hacer los organizadores del CAM2 - COMLA7 al proponer Centro América como
sede de este gran acontecimiento eclesial, al inicio del tercer milenio
cristiano. El impulso misionero es índice de la vitalidad de una iglesia.
La Comisión Central para el CAM2 - COMLA7 ha
tenido a bien proponer para Centro América la celebración de un AÑO SANTO
MISIONERO.
Los Obispos centroamericanos han asumido la propuesta
y el presidente del SEDAC, Mons. Alvaro Ramazzini, lo ha anunciado solemnemente
la vigilia de Pentecostés del 2002. Se celebrará en todas las Iglesias de
Centro América, como preparación al Congreso Americano Misionero, del adviento
de 2002 a la celebración del Congreso en noviembre del 2003.
La celebración del Año Santo Misionero dará pauta a
múltiples formas de expresión e iniciativas diversas. Pensando en los grupos de
reflexión o comunidades, nos ha parecido conveniente elaborar unos temas para
la formación de los animadores de dichos grupos y comunidades. Es lo que les
presentamos a continuación. Son ideas y sugerencias de las que podrán valerse,
adaptando y organizando como mejor les parezca.
Los animadores misioneros son piezas clave para la
celebración exitosa del año santo misionero en el Espíritu. Conviene dedicarles
tiempo y una atención esmerada, en brindarles los elementos indispensables para
su formación doctrinal, espiritual y apostólica.
Los once temas quisieran ofrecer los elementos
esenciales para esa formación; giran en torno a una idea central: El Reino.
Dios quiere que todos se salven en Cristo por la participación de su Espíritu.
La meta de una humanidad convocada por el Espíritu en torno a Cristo: Palabra y
Eucaristía, y convertida en familia de Dios, verdadera comunión de hermanos, se
va alcanzado por la presencia y actuación de la Iglesia, realización inicial
del REINO.
La Iglesia no es una abstracción sino una hermosa
realidad. Existe y actúa en cada diócesis: comunión de fieles en torno al
pastor, el obispo, y sus colaboradores directos, los sacerdotes.
La Iglesia es la encargada de llevar a cabo la Misión:
anuncio de la salvación en Cristo a todos los pueblos. El impulso
misionero no se ha manifestado pujante en todas las épocas y en todas
las Iglesias particulares. Urge renovarlo ayudando a los fieles a tomar
conciencia de lo que son y de lo que Cristo les pide y les manda.
La sociedad actual crea obstáculos a la predicación
evangélica, sin embargo hay que reconocer que ofrece nuevos areópagos y
medios fabulosos para el desempeño de la misión. El CAM2 - COMLA7 es una
corriente de gracia para revitalizar evangélicamente nuestras comunidades
cristianas de Centro América. Que no pase desapercibido. Aprovechémoslo y demos
nuestro aporte generoso para ello.
Les agradecemos su comprensión y colaboración y les
deseamos el mejor de los éxitos para la gloria del Señor, el fortalecimiento de
nuestras comunidades de Centro América y para la propagación del
evangelio en el mundo. Queremos animadores misioneros con un fuerte
y decidido compromiso con la dimensión social del Evangelio que haga viable y
eficaz la opción por los pobres y la lucha por la justicia; con iniciativa para
promover la solidaridad y el desarrollo humano y social. Que vibren con la
dimensión profética y liberadora del anuncio del Evangelio.
Objetivo General
FORMAR ANIMADORES MISIONEROS
PARA QUE DESDE LA EXPERIENCIA
DEL ENCUENTRO PERSONAL CON JESUCRISTO
PARTICIPEN EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Vincent Donovan escribe en Cristiandad
Redescubierta que él trabajó muchos años como misionero en Kenia, entre los
masía. Construyó escuelas y hospitales pero nunca había proclamado su fe. Un
día no pudo más y a la gente reunida les habló de su fe en Jesús. Uno de los
ancianos le dijo: “Nosotros siempre nos preguntábamos porqué estabas aquí.
Ahora por fin lo sabemos ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Por qué esperaste tanto?
Los cristianos, como discípulos de Jesús, somos
testigos y pregoneros de un evento, que atañe a todos y que no se puede callar.
No debemos olvidar que se nos ha confiado una misión. Somos enviados al mundo
para decir a todos una verdad, de la que depende el futuro de la humanidad. La
tan deseada paz y unidad de los humanos sólo se logrará en Cristo. Lo dijo Dios
por medio del gran apóstol Pablo: Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14).
Misión y misionero vienen de una palabra latina:
mittere, que significa enviar. Los cristianos por ser de Cristo somos
misioneros, es decir, enviados.
En la Biblia leemos que Dios confía una misión a
cumplir con una frase muy explícita. Por ejemplo a Moisés Yahvé le dice: “Yo
te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de
Israel” (Ex 3, 10).
El gran apóstol Pablo, al dirigir la palabra a los
exponentes de su pueblo, que querían lincharlo, confesaba: El Señor Jesús me
dijo: Márchate de Jerusalén. Yo te enviaré lejos de aquí, a las
naciones paganas” (Hechos 22, 21).
Jesús mismo se definía como “Aquel a quien el
Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10, 36)
Para que podamos captar y cumplir a cabalidad lo que
se nos pide, es preciso que nos demos cuenta de qué se trata. Precisemos
algunos conceptos en lo referente a la misión.
1 – El plan de Dios
La misión es la puesta en marcha del plan de Dios. Es la realización de
lo que Dios ha planificado desde toda la eternidad. En efecto, como buen
arquitecto, Dios ha elaborado minuciosamente sus planos y ha dado pasos
concretos para realizarlos. Entre las acciones divinas enfatizamos tres:
a – La creación
Entre las
obras de sus manos, Dios privilegia a los humanos, a quienes crea a su imagen y
semejanza y los adorna con dones, que los hagan capaces de conversar con El en
amistad y recibir su amor. Es la obra del Padre, fuente de todo bien.
b – La encarnación del Hijo de Dios y la
Redención
Por nosotros y por nuestra salvación el Hijo de Dios
se ha hecho hombre y ha puesto su tienda en medio de nosotros. Es la obra del
Hijo, por quien el Padre ha hecho todo lo que existe y en quien quiere
recapitularlo todo.
c – Pentecostés: la venida del Espíritu Santo
Dios Padre ha glorificado a su Hijo haciéndolo
“Espíritu que da vida” y ha derramado su Espíritu
sobre los creyentes. La justificación y espiritualización de los humanos es
obra del Espíritu Santo, el Santificador.
Estas tres intervenciones de Dios, a favor de la
humanidad, son como poderosas erupciones volcánicas, que ponen en evidencia la
inmensa hoguera de amor que arde en Dios ¿En qué te hacen pensar esos
elegantes volcanes, que salpican nuestra faja centroamericana y apuntan
como agujas hacia el cielo?
2 – Dios nos quiere hijos en el Hijo
Las tres divinas Personas intervienen para hacer realidad el plan, que han
concebido para el ser humano y la humanidad en su conjunto. San Pablo, en la
carta a los Efesios expresa el proyecto oculto en la mente de Dios y
manifestado en la plenitud de los tiempos, por medio de sus santos apóstoles.
-
Dios, desde toda la eternidad, ha determinado que los humanos seamos
intachables en el amor. Es como decir que debemos hacernos especialistas en el
amar. En efecto Dios no quiere siervos, sino hijos que le conozcan, le amen y
compartan su misma vida en alegría y en amistad. Para ello ha instituido la
familia como escuela de vida y de amor.
-
Dios determinó que fuéramos sus hijos adoptivos por medio de Cristo Jesús. Él
es el modelo de Hijo y el artífice del proyecto sublime de Dios. No ha enviado
a un ángel, ni a un serafín, sino a su mismo Hijo, al Bien amado, en cual tiene
sus complacencias.
-
Esto es lo que más le gustó: hacernos partícipes de su Espíritu para que brille
en nosotros su Gloria. Para ser hijos de Dios es necesario que Él nos
comunique, por su Hijo, el resplandor de su Gloria: el Espíritu Santo.
San Juan ha puntualizado, a principio de su evangelio,
la obra de Jesús, el cual vino a los suyos, a Israel, escogido por Dios, como
su pueblo elegido y nación santa; sin embargo ellos no lo reconocieron y
no lo recibieron como Hijo de Dios. Pero a los que lo reconocen y creen que El
es el Hijo de Dios, les da el ser hijos de Dios (Cfr Jn 1, 12). Al final de su
vida, en la primera carta, Juan expresa su admiración y gratitud diciendo:“Miren
que amor tan grande nos ha dado el Padre, al hacer que nos llamemos hijos
de Dios y los seamos de verdad...aunque no se ha manifestado lo que
seremos”(1 Jn 3, 1-2).
Isaías, queriendo señalar la obra del Mesías en la
plenitud de los tiempos, hablaba de “cielos nuevos y de tierra nueva”.
San Pedro puntualiza que los cristianos esperamos esos “cielos nuevos y
tierra nueva donde tenga morada la justicia”. La justicia, de la que aquí
se habla, es la de Dios, que en Jesús nos hace “justos”, es decir, nos
hace “hijos”. Esta es la verdadera justicia de Dios; no sólo perdona,
sino que, por Jesús nos adopta como hijos y nos da el mismo espíritu
filial de Jesús, nos da su Espíritu Santo, que clama: Abbá, Padre. (Cfr
Gálatas, 4, 6).
3 – Las dos manos de Dios: el Hijo y el Espíritu Santo
Este plan maravilloso y asombroso lo realiza Dios
Padre por medio de su Hijo y del Espíritu Santo. San Irineo, al principio del
segundo siglo cristiano, llamaba al Hijo y al Espíritu Santo las dos manos del
Padre.
Una obra tan grande sólo la puede llevar adelante
Dios, pues, se trata no de anunciar algunas ideas nuevas acerca de Dios, sino
de comunicar la misma vida que está en Dios y transformar a los humanos en
“hijos de Dios “ y a la humanidad en la “familia de Dios”. El Hijo y el
Espíritu son los dos misioneros del Padre, los realizadores de lo que Dios ha
determinado para toda la humanidad.
Este, que parece un sueño, es el gran proyecto de
Dios. Ya está en marcha y nada ni nadie puede detenerlo. Los profetas lo han
anunciado, bajo el signo del Reino; Jesús lo ha inaugurado y el
Espíritu Santo lo lleva adelante, impulsando a la Iglesia y haciéndola fermento
de vida nueva en el mundo.
4 – Les anunciamos la buena nueva
Los cristianos somos portadores de esperanza, en este
mundo, porque tenemos el remedio que necesita la humanidad, dividida,
enfrentada, desfigurada por odios e injusticias, marginación y atropellos.
¿Qué pasaría si en un centro hospitalario de
cancerosos entrara un tipo original y, con aire de triunfo, a los médicos y
pacientes les gritara: tengo el remedio para su enfermedad. No hay motivo
para que ustedes estén aquí. Tómenlo y yo les aseguro que hoy mismo ustedes
pueden salir con sus pies e integrarse a su familia y a sus actividades?
En nosotros y en nuestros hermanos hay nostalgia y
desesperación. Nos sentimos partículas flotantes de algo grande que se ha
desmoronado y en camino hacia su reconstitución. Nos atraen los inmensos
horizontes de la fraternidad y de la solidaridad; añoramos algo nuevo y grande,
quisiéramos gozar de paz y estar en comunión con todo el mundo.
Pero no vemos cómo. Todo esfuerzo humano, por muy
loable, parece destinado al fracaso.
Nos desespera y deprime nuestra limitación humana y
nuestro pecado.
Dios quiere que seamos sus hijos y que estemos en su
casa e integremos su familia, actuando como hermanos.
Si no estamos en la casa del padre, nos sentimos
desterrados, pasamos necesidad. Nunca nos llenarán las migajas de
nuestras realizaciones terrenas. Nos acechan el dolor y la muerte.
Nuestros logros de mitigar el dolor y prolongar la
vida no satisfacen nuestro anhelo de eternidad. Estamos destinados y
programados para algo más grande y noble.
Lo que aquí acabamos de expresar parece una utopía. Lo
es en cuanto su realización rebasa nuestras fuerzas humanas. No lo es porque
Dios lo hace posible.
Lo afirma la Escritura: “Nada es imposible para Dios”.
Es más, Dios lo quiere y nos da su Espíritu, que nos renueva interiormente y
nos da un modo nuevo de ser, de pensar y de actuar.
Misión es dar esta buena nueva: Dios nos ama; este
amor se ha manifestado en Cristo y se nos comunica en el Espíritu Santo. Por lo
tanto somos hijos de Dios, integramos la gran familia de los hijos de Dios.
5 - Dios lo quiere y lo manda
El plan de Dios, y la misión que lo realiza, no es
algo opcional, sino mandado: expresa su voluntad Lo afirma la Escritura. En los
cuatro evangelios encontramos el mandato misionero:“Se me ha dado todo poder
en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos míos en todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
y enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado” (Mt 28, 19-20).
Dios quiere que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1Tm 2, 4). Dios quiere que todos
alcancen la salvación por el conocimiento de la verdad. La “Verdad” es
Cristo, constituido Salvador de todos.
¿Cómo conocerán a Cristo si nadie les anuncia su
mensaje de salvación? La fe nace del anuncio del Evangelio. Los cristianos
somos enviados a dar esta buena noticia. El profeta Isaías cantaba “Es
hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la paz”
El apóstol Pablo de su parte, llama a los cristianos
de la comunidad de Roma, integrada por convertidos del paganismo en su mayoría:
“Amados por Dios y llamados a ser santos” (Rm 1, 7).
Pablo lo confiesa escribiendo a los Gálatas: “Jesús
me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20).
La misión es obra de amor, cuya hoguera es la
Trinidad. Por amor y en obediencia al Padre, el Hijo entra en nuestra historia,
haciéndose uno de nosotros, sin dejar de ser lo que era. En su persona y obra,
se presenta como modelo y artífice del hijo, que Dios quiere formar en cada uno
de los humanos, por el don de su Espíritu.
La misión ha sido confiada a la Iglesia, y por
lo mismo a cada uno de sus integrantes. Somos la Iglesia de Jesús porque
creemos en su amor.
Él ha venido para congregar, en la unidad de su
Pueblo, a los hijos dispersos por el pecado. Si el amor de Jesús inunda nuestro
corazón, no podemos callar, no podemos quedarnos con los brazos cruzados.
Es significativa al respecto la escena que nos
presenta Juan en su evangelio. Jesús resucitado se aparece a los apóstoles que
habían ido a pescar en el lago con Pedro. Terminado el desayuno Jesús se dirige
a Pedro y le pregunta:
“Simón, hijo de Juan ¿Me amas más que éstos? Este
contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús dijo: apacienta mis
corderos.
Y le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, me
amas? Pedro volvió a contestar: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús le
dijo: cuida mis ovejas.
Insistió Jesús por tercera vez: Simón, hijo de Juan,
¿Me quieres? Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera
vez si le quería. Le contestó: Señor, Tú sabes todo. Tú sabes que te quiero.
La misión es cuestión de amor. Si el corazón rebosa de
amor, brota imperiosa la necesidad de proclamar a Jesús al mundo entero. Pablo
reconocía que para él la misión no era una obligación, sino una necesidad, que
brota de la vida nueva que Dios nos ha dado:
¡Ay de mí si no evangelizo! (1Cor
9, 16)
Cuando el discípulo está enamorado de Jesús, habla
desde la abundancia de su corazón, de lo que le bulle dentro. No hay otro
motivo que lo apremie: sólo el amor. El amor nos urge -confesaba
Pablo- Nada lo mueve, nada lo detiene, el amor lo puede todo (Cfr 2Cor
5,14).
El amor a la misión brota del encuentro personal con
Jesús
El Nuevo Testamento evidencia un hecho: los que se
encuentran con Jesús cambian su modo de ser, actúan como criaturas nuevas, su
vida se transforma, los enfermos sanan, los poseídos son liberados, los
pecadores se convierten, todos glorifican a Dios.
“De Jesús –puntualiza el evangelista
Lucas- sale una fuerza que sana a todos”. Más adelante precisa que esa
fuerza es el Espíritu Santo. Encontrar a Jesús y conocerle es la gracia más
grande, es entrar y gozar ya de la vida.
Los evangelios puntualizan que la “conversión”, de la
que habla toda la Biblia, es “conversión a Jesús”. Es conocerle, aceptarle y
entrar en su órbita, haciéndolo “Señor” de nuestras vidas y personas.
San Juan no habla de conversión, sino que usa términos
como “ver a Jesús, conocerle, estar con El, permanecer en El”. San Pablo
expresa su conversión en términos de pasar del desconocimiento al conocimiento
de Cristo, como de la oscuridad a la claridad de la luz:
“Dios que me llamó desde el seno materno, por su mucho
amor, tuvo a bien revelarme a su Hijo, para que lo anunciase entre los
gentiles” (Ga 1, 15- 16).
Para Pablo conocer a Cristo es el gran don, que Dios
nos hace y constituye la meta de nuestras aspiraciones. En la carta a los
Filipenses confiesa en actitud de súplica:
“Considero que todo es pérdida ante la sublimidad
del conocimiento de Cristo Jesús...Quiero conocerle y experimentar en mi vida
el poder de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, para ser
partícipe de su gloria” (Flp 3, 10-11).
Queremos ver a Jesús
El animador misionero avala el anuncio, con el
testimonio de una vida llevada en la verdad de Cristo, impregnada de su
luz y de su amor. San Juan, en su primera carta, subraya: “Les
anunciamos lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que contemplamos y tocaron nuestros manos acerca de la Palabra de la vida” (1Jn
1, 1-2.).
El anhelo de todo ser humano lo expresa la Biblia en
sus plegarias: “Muéstrame tu rostro...Tu rostro buscaré, Señor”.
San Juan relata, en su evangelio, un episodio
estupendo, que conmocionó a Jesús y lo llenó de una inmensa alegría. Unos
griegos se dirigieron a dos de los apóstoles de Jesús, Felipe y Andrés, y les
rogaron: “queremos ver a Jesús”. Al enterarse, Jesús exclamó: “Ha
llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre”(Jn 12, 20-23).
Evangelizar es hablar de Jesús
Para hablar de Jesús con eficacia apostólica es
preciso acercarnos a Él con el conocimiento que da el Espíritu Santo, cargado
de amor y de poder. El Papa Juan Pablo II, al hablar de la nueva
evangelización, a realizar en nuestro continente, precisaba: Es necesario
poner a Jesús en la mente y en el corazón de cada latinoamericano, para que
pueda anunciarlo eficazmente con su boca.
No basta tener algunas ideas sobre Jesús. Se necesita
bajarlas al corazón y bañarlas en el amor que da el Espíritu, para proclamarlas
con ardor y hacer mella en quienes las escuchan. Todo cazador avisado no se
lleva los perdigones sueltos en su bolsillo, para aventarlos con la mano a la
presa, sino que los pone en los cartuchos cargados de pólvora. De la escopeta
salen con fuerza y tumban a la liebre. Esa fuerza la da el amor, que el
Espíritu infunde en quienes buscan apasionadamente a Jesús.
Es fundamental tener una experiencia personal de
Jesús, pero, ¿Dónde se le puede encontrar?
A Jesús se le encuentra:
En la oración: Es la búsqueda callada y amorosa de
Dios, en el silencio, en la alabanza, en la súplica confiada y en la acción de
gracias. Jesús buscaba a Dios, su Padre; se apartaba para orar, para estar a
solas y conversar con El del Reino. El discípulo hace lo mismo: se aparta para
estar a solas con el Maestro, se recoge en oración y pide al Padre que le dé el
don del Espíritu, para conocer a su Hijo.
En la escucha de la Palabra: Toda la Biblia habla de
Jesús. En cada página descubrirás su presencia. Toma el libro sagrado, léelo
con amor, medítalo con pasión y beberás de sus páginas el fruto codiciado de la
Sabiduría, que es Cristo
Jeremías da testimonio de ello: “Cuando encuentro
una palabra tuya la devoro, porque tu Palabra es mi gozo y la alegría de mi
corazón” (Jr 15, 16). La Palabra hecha vida es Cristo.
El apóstol Juan lo asegura: “Estas cosas se han
escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengan vida eterna (Jn 20, 24). Jesús lo ha afirmado
categóricamente: “El que escucha mis palabras y las cumple, manifiesta que
me ama de verdad. Mi Padre lo amará. Yo también lo amaré y me manifestaré a él”
(Jn 14, 21)
En la Iglesia. Los cristianos tenemos la certeza de
encontrar a Jesús cuando nos reunimos en su nombre para orar, para
escuchar su Palabra y para celebrar los sacramentos. Lo ha garantizado el mismo
Jesús:
“Yo les aseguro que donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). “Hagan esto en
memoria mía”
En el servicio desinteresado al pobre. El necesitado
me permite encontrar y servir al mismo Cristo:
“En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de
estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron”. (Mt 25, 40).
Los misioneros de todos los tiempos se han abierto
camino en el mundo, y en los corazones, con las obras de caridad, por las que
es posible captar el amor de Dios y la presencia viva de Jesús.
La Iglesia, familia de Dios, es comunión de hermanos.
La experiencia de Jesús vivo nos lleva a la comunión con Dios y con los
hermanos, nos integra en la familia de Dios, que es la Iglesia. La comunidad
lleva a Cristo y Cristo te injerta en su Cuerpo Místico, la Iglesia
Misioneros con María y como María
“En aquellos días se levantó María y se fue con
prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judea... Entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel y ella se llenó de Espíritu Santo” ( Lc 1, 39).
Misión es partir. María inaugura su primera
misión saliendo de su casa y de su pueblo. Jesús hará lo mismo. De la lectura
del Evangelio de Lucas se desprende que María era una mujer fuerte, sin miedo,
con una extraordinaria carga de entusiasmo e iniciativa. Viajar a prisa por las
montañas requiere sacrificio, esfuerzo, perseverancia, sobretodo ilusión por
alcanzar la meta.
El misionero es el que sale al encuentro de sus
hermanos, rompiendo las barreras del egoísmo, de las comodidades, de la
familia... y se hace disponible para comunicar a los demás el don de su fe, de
su experiencia de Dios y el don del Espíritu del Señor, como hizo María.
La Urgencia de la Misión
E l
Papa Juan Pablo II, quien, al iniciar su pontificado tomó decisión de viajar
hasta los últimos confines de la tierra, para poner de manifiesto la
solicitud evangelizadora de la Iglesia, ha declarado que el contacto directo
con los pueblos, que desconocen a Cristo, le ha convencido aún más de la
urgencia de la actividad misionera. La magnitud de la obra a realizar le ha hecho
exclamar que la evangelización está todavía en sus comienzos.
Viene espontáneo preguntar: ¿Cuáles razones sustentan
esta afirmación del pontífice?
San Pablo, hablando desde su experiencia y empuje
apostólico, escribía a los cristianos de Corinto, en su segunda carta: ¡La
caridad de Cristo nos apremia! (Cor 5, 14)
De verdad nos urgen a la actividad
misionera el amor de Cristo hacia nosotros y el amor que le tenemos a
Jesús. Es tan grande la gratitud por lo que Dios nos ha dado, que nos sentimos
impulsados a compartirlo con todos.
La razón suprema que sustenta y urge la actividad
misionera es el amor de Dios. Hemos considerado en las reflexiones anteriores
el plan que Dios desde la eternidad ha tenido a bien determinar:
-
Hacernos hijos en el Hijo por el don de su Espíritu
-
Integrarnos a todos en su gran familia, sin distinción de razas ni de países
-
Para realizar este plan ha enviado a su Hijo y al Espíritu Santo
-
Jesús ha instituido la Iglesia y le ha comunicado su Espíritu, para que
perpetúe en el mundo y en el tiempo su labor evangelizadora.
Juan Pablo II ha escrito en su carta encíclica
sobre la actividad misionera La
salvación consiste en creer y en acoger el misterio del Padre y de su amor, que
se manifiesta y se da en Jesús mediante el Espíritu (12).
El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha
escogido y formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de Amor.
Israel tiene experiencia de un Dios personal y Salvador, del cual se convierte
en testigo y portavoz en medio de las naciones. A lo largo de su propia
historia, Israel adquiere conciencia de que su elección tiene un significado
universal (12).
La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios
El concilio Vaticano II profesa que la Iglesia ha sido
constituida por Dios como su pueblo, para perpetuar en el tiempo y en el
espacio la obra de Jesús:
Profeta para anunciar a todos la buena nueva del
amor de Dios
Sacerdote para santificar a través de los
sacramentos y del culto a Dios
Rey para ordenar todas las cosas según Dios en
justicia y en orden
“Todos los humanos son llamados a la unidad católica
del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean
los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los
humanos en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG
13).
Una de las intuiciones más fecundas e
iluminadoras del Concilio Vaticano II ha sido por cierto lo de la Iglesia como
signo de Cristo:
La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano” (LG
1,48).
Todo el bien que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda dar
a la familia humana en el tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva
del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que
manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (GS
45).
La Iglesia es sacramento
Es decir que la Iglesia es:
-
Signo eficaz de comunión: indica y realiza la comunión con Dios y entre
los humanos, sin distinción de razas y de culturas. Esa comunión es fusión de
mentes y de corazones, por la acción del Espíritu Santo.
-
Semilla fecunda que engendra constantemente, por el anuncio de la
Palabra, a los nuevos hijos de Dios.
-
Madre y Maestra para ofrecer a todos los pueblos el
evangelio, que responde a las hondas aspiraciones del ser humano. La Iglesia
proclama que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y, por su misterio
pascual, ofrece a todos la salvación.
-
Obra del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe
para hacer presente y comunicar ese amor a los humanos. Ella cree en ese amor y
vive para hacerlo accesible a todos.
Nosotros somos la Iglesia de Jesús porque creemos en
su amor: El ha venido a “congregar en la unidad de su Pueblo a los hijos de
Dios dispersos” (Jn 11, 52). Si creemos en Dios y amamos a Jesús, no podemos
cruzarnos de brazos.
El triste espectáculo de una humanidad, dividida
y enfrentada por guerras y discordias, no puede dejarnos indiferentes. Si el
mundo, casa de Dios, está en ruinas, los creyentes se dejan interpelar por esta
lamentable situación, y se lanzan decididos a reconstruir la ciudad y el
templo, haciendo gala de los dones recibidos. Jesús nos quiere ver unidos a
todos en la seguridad de su redil y gozando de los beneficios de su redención:
Tengo otras ovejas que no son de este redil. También a
ellas tengo que apacentarlas. Ellas escucharán mi voz y habrá un solo redil y
un solo pastor” (Jn 10,16).
El amor nos urge a la misión:
Para ayudar a los humanos a abrirse al amor de Dios, a
dejarse amar por El, y a tomar conciencia de lo que son y de lo que Dios
quiere que lleguen a ser.
Para gritar a todos los “samaritanos/as” del mundo la
dulce invitación de Jesús “Si tú conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). El
Evangelio es siempre buena nueva, rompe ataduras y cadenas y libera de
todas las esclavitudes.
Para dar cumplimiento a la voluntad de Dios, el cual
quiere que todos se salven en Cristo y se integren en su familia como
hijos.
Para poner en práctica el mandato misionero de Jesús:
“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará”
(Mc 16, 15-16)
Porque nuestros semejantes necesitan y tienen derecho
a que nosotros le transmitamos lo que se nos ha confiado. El don de Dios es
para todos. Nosotros debemos hacerlos conscientes de ello. Lo piden la
solidaridad humana y la caridad cristiana. El primer servicio que la Iglesia y
todo cristiano puede ofrecer a la humanidad es el anuncio del Evangelio.
Porque Cristo, Sabiduría y Palabra viva de Dios,
en todo tiempo entra en las almas de los justos y hace de ellos
“testigos, amigos y profetas” (Cfr Sb 7, 27). El amigo se vuelve palabra
para comunicar a otros lo que hace contento al amigo Jesús.
Lo exige la situación religiosa de la humanidad
El Papa Juan Pablo II hace notar que son muchos los
pueblos, a los que no ha llegado el anuncio del evangelio, y no gozan de la
presencia de la Iglesia local. Unos datos estadísticos pueden resultar
significativos al respecto.
De los 100 millones de personas que anualmente se
añaden al total de la humanidad, según los expertos, 64 millones nacen en Asia
y 23 millones en Africa. En Europa y en América, países tradicionalmente
cristianos, el aumento demográfico es prácticamente insignificante o nulo.
Asia donde se encuentra la mitad de la población
mundial, que ha alcanzado los 6000 millones de personas, tiene sólo el 2% de
católicos. En África, cuya población se calcula en 740 millones de habitantes,
los católicos son apenas el 13%
La Iglesia se encuentra frente a un desafío alarmante.
Por una parte debe ir urgentemente al encuentro de los pueblos, que necesitan
la primera evangelización, por otra parte sufre una continua disminución
de evangelizadores. El número de cristianos no crece proporcionalmente a
la población mundial.
Se calcula que de cada seis personas que hay en el
mundo, sólo dos conocen algo de Cristo, dos terceras partes lo desconocen. Los
cristianos, somos apenas una tercera parte de la población mundial. Y lo peor
es que estamos divididos.
6 – Conciencia misionera insuficiente y débil
Nuestros obispos, en la Conferencia de Santo Domingo,
se han planteado el problema de la escasa presencia de agentes
latinoamericanos, en la labor misionera de la Iglesia. Nos han puesto el
estetoscopio en el pecho y han auscultado los latidos de nuestro corazón
¿Diagnóstico? “¡Insuficiencia cardiaca crónica!”. He aquí sus palabras:
“Reconocemos que la conciencia misionera ad gentes en nuestras Iglesias
particulares es todavía insuficiente y débil”(125)
Es débil porque no acaba de expresarse en la pastoral,
en la catequesis, en las múltiples actividades y grupos apostólicos, que
integran nuestra Iglesia local. Tradicionalmente hemos recibido de otras
iglesias, pero no hemos aprendido a dar. Un obispo de Brasil, Mons. Nieves de
Almeida, dijo en una ocasión: Nos han evangelizado grandes misioneros,
pero no nos han hecho misioneros”.
Las deficiencias cardíacas son preocupantes y exigen
un tratamiento energético fuerte y constante. El Año Santo Misionero nos
ofrece un remedio eficaz. Es de sabios aprovecharlo.
Por otra parte, a nivel general de la Iglesia, el Papa
Juan Pablo II , en su carta encíclica, La Misión del Redentor, nos ha dicho: “Dificultades
externas e internas han debilitado el impulso misionero dela Iglesia hacia los
no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en
Cristo” (RM 2). De allí su grito de alarma: “En nombre de toda la
Iglesia siento imperioso el deber de repetir el grito de San Pablo: Ay de mí si
no evangelizo” (RM 1).
Misioneros con María y como María
“Y como faltaba el vino... le dice a Jesús su
madre: No tienen vino... Entonces su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que
Él les diga” (Jn 2, 1-5)
María es una mujer muy atenta a las necesidades
concretas de la gente; hace suyas las angustias y necesidades y busca
solucionarlas. Es cosa sobresaliente que ella, invitada a las bodas, sea la
primera en darse cuenta de que faltaba el vino en la fiesta. Un detalle
significativo para la gente de aquel pueblo y de aquella cultura.
El misionero es el hombre que busca, no a sí mismo, ni
su propia realización, sino la felicidad de sus hermanos, por encima de raza,
religión, edad y sexo. La regla suprema del misionero es procurar el bien
espiritual y material de todos; su única ambición es poder decirles, como
María: Hagan lo que Él les diga.
La Iglesia Particular y la Misión
Hay
un plan de Dios bien definido a realizar en “el tiempo de las naciones” antes
del regreso del Señor Jesús, que pondrá punto final a la existencia de este
mundo que pasa.
Conocemos la tarea que se nos ha confiado. Nos
preguntamos: ¿A quiénes corresponde llevar a cabo la evangelización de todas
las naciones de la tierra?
Está claro que el protagonista de la misión es el
Espíritu Santo. El envío que Jesús hace de los apóstoles es envío en el
Espíritu Santo, como aparece claramente en el texto de San Juan: “Cristo
envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre lo ha enviado a Él y por esto
les da el Espíritu Santo.
San Lucas relaciona estrictamente el testimonio, que
los Apóstoles deberán dar de Cristo, con la acción del Espíritu Santo, que los
hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido” (RMi22).
“Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el
Espíritu asume aún más la función de guía, tanto en la elección de las personas
como de los caminos de la misión” (RMi 24).
Conviene, al respecto, tener en cuenta lo que el libro
de Los Hechos relata acerca de la vocación de Bernabé y de Pablo.
1 – Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión
“En la Iglesia que estaba en Antioquia había profetas
y maestros. Eran Bernabé, Simón, a quien también llamaban El Negro, Lucio
de Cirene, Menhaem, que se había criado junto con Herodes, el que gobernó
en Galilea, y Saulo. Un día mientras estaban celebrando el culto del Señor y
anunciaban, el Espíritu Santo dijo: Sepárenme a Bernabé y a Saulo, para el
trabajo, para el cual los he destinado”.
Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las
manos y los despidieron”(Hechos 13, 1-2).
La Iglesia de Antioquia evidencia lo que no resultaba
claro en la comunidad de Jerusalén, de la que la Escritura dice que sus
integrantes “eran un solo corazón una sola alma”.
El aspecto universalista es una dimensión muy
importante y fundamental para la Iglesia de Jesús. La Iglesia que estaba en
Antioquia agrupaba en sus filas a judíos y a no judíos; a los enviados de los
apóstoles y a los laicos comprometidos en la formación de la comunidad.
Pablo y Bernabé, por el espacio de un año, se habían
entregado a cimentar la fe de los neófitos y de los muchos catecúmenos sobre la
roca firme de la Palabra de Dios. Habían realizado una labor verdaderamente
necesaria y preciosa.
Según el punto de vista humano, Pablo y Bernabé eran
necesarios todavía para el crecimiento de la comunidad. Esta no se opone
ni cuestiona la petición. Oran por los dos elegidos y los envían.
Este texto es maravilloso y de suma importancia. La
comunidad de Antioquia se presenta como la Iglesia de Jesús: dócil al Espíritu,
abierta a todos y misionera desde sus comienzos.
No aguarda que el grupo de los hermanos y hermanas se
consolide, sino que, desde el principio, se manifiesta dispuesta a
enviar misioneros a otras partes. Esta es la Iglesia de Jesús: en camino,
que crece hacia adentro y hacia afuera, que se consolida en la medida en que se
proyecta y se lanza hacia otros pueblos.
2 – La Iglesia es misionera por naturaleza
La Escritura y el magisterio nos repiten a coro que la
Iglesia es por su naturaleza misionera. Lo es porque ha nacido de aquel
dinamismo de amor, que está en el origen de todo envío, “ tanto amó Dios al
mundo que le envió a su propio Hijo (Jn 3, 16), y tanto nos amó Jesús que nos
ha enviado, al que es el mismo amor, el Espíritu Santo, para que esté
“entre nosotros, dentro de nosotros, con nosotros” (Cfr Jn 14 y 16).
El Espíritu Santo es fuego y es viento, suave e
impetuoso, que impulsa la Iglesia más allá de sí misma, hacia los otros,
lo que todavía no conocen el “Don de Dios”.
La Iglesia existe y vive para evangelizar. “Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad
más profunda” (EN 14). “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de
Jesús y de los Doce. Es un fruto normal, deseado, el más inmediato y el
más visible... Ella perpetúa y prolonga la obra de Jesús...ante todo su
misión y su condición de evangelizador” (EN 15). La Iglesia es enviada a
evangelizar.
La actividad misionera, en efecto, no es una de las
tantas, que la Iglesia lleva a cabo, sino su misma razón de ser, su definición:
la Iglesia es misión.
La Iglesia Particular responsable de la misión
La Iglesia no existe en abstracto. Existe donde un
grupo de fieles se reúne con el obispo y sus colaboradores inmediatos:
los sacerdotes, para celebrar su fe. Por lo tanto, la diócesis es la
Iglesia. La llamamos Iglesia particular o local.
La diócesis no es una parte de la Iglesia, es la
Iglesia, que podemos definir como: Asamblea convocada por el Espíritu Santo
en torno a Cristo, Palabra y Eucaristía, según el designio de Dios Padre, bajo
el cuidado pastoral del obispo y sacerdotes.
La Iglesia de Cristo se hace visible, se encarna, toma
cuerpo en la Iglesia Particular o Local. En la Iglesia Particular, reunida en
torno a su obispo, sucesor de los apóstoles, se halla la Iglesia Universal:
Sacramento de salvación para todos.
Jesús ha confiado la tarea evangelizadora a la
Iglesia, y la Iglesia está en Jerusalén, en Antioquia, en Roma, en
Guatemala...... en cualquier otro sitio. Cada Iglesia Particular es responsable
de la evangelización dentro y fuera de sus fronteras.
Si la Iglesia Particular es encarnación, en un determinado
espacio, de la única Iglesia de Cristo, en ella se hace presente la acción
salvadora de Jesús. Ella es icono de la Iglesia Universal.
Los apóstoles y sus sucesores, los obispos
Los primeros enviados a la misión son los Doce
Apóstoles. Ellos forman el “Colegio Apostólico”, cuyos integrantes han sido
escogidos y dotados por Jesús de poderes especiales, para la predicación,
la santificación de los fieles y la guía de la comunidad eclesial. Por
encima de todos se distingue Pedro, que abre los horizontes a la misión
universal, en la que posteriormente destacará Pablo, quien, por voluntad
divina, fue llamado y enviado a los no judíos, los gentiles. (Crf RM 61).
En la expansión misionera de los orígenes, junto a los
apóstoles encontramos a otras personas y grupos, que comparten y perpetúan la
obra de los apóstoles. Los obispos, al frente de sus Iglesias, llevan adelante
la labor evangelizadora, que Cristo les ha encomendado.
Lo que se hizo al principio de la predicación
evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la
Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es
lo propio de la cada Iglesia particular.
Toda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes.
“Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus
misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión
universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a
predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de
clero” (Cfr RM 62).
El Concilio Vaticano II afirma que “la
tarea de anunciar el evangelio en todo el mundo corresponde al Cuerpo de
los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato” (LG
23) Afirma también que “los obispos han sido consagrados, no sólo para
atender una Iglesia particular, sino para la salvación de todo el mundo”(AG
38). Lo mismo afirma de los presbíteros “El don espiritual recibido en la
ordenación prepara a los sacerdotes, no a una misión restringida, sino a la
misión universal y amplísima de la salvación, hasta los confines de la tierra”
(PO 10).
No hay misión sin misioneros
Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan el
primer lugar los misioneros/as y las instituciones nacidas, bajo la acción del
Espíritu Santo, para perpetuar la predicación evangélica en el mundo no
cristiano.
Al respecto conviene tener presente lo que afirma el
Concilio Vaticano II:“Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de
propagar la fe, según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos,
llama siempre a los que quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a
predicar a las gentes. Para lo cual, por medio del Espíritu Santo, que
distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación
misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia
distintos Institutos, que asuman como misión propia el deber de la
evangelización, que pertenece a toda la Iglesia” (Ad Gentes 23).
Se trata de una vocación específica, cuya característica
es el compromiso total y de por vida, al servicio de la evangelización. Los
institutos misioneros han nacido al soplo del Espíritu, para formar a los
misioneros/as y dar cauce a sus aspiraciones de donación total para la
predicación del evangelio.
Los religiosos/as, por su misma consagración, se
dedican al servicio de la Iglesia... están involucrados en la tarea misional,
según el modo propio de sus respectivos institutos. La historia da testimonio
de la gran obra realizada por ellos, para la propagación de la fe y la
formación de las nuevas Iglesias.
Los laicos: misioneros en fuerza del bautismo
Si la Iglesia es misionera, todo
cristiano, miembro de la Iglesia por el bautismo, es igualmente misionero,
enviado a los “otros” para decirles que Dios los ama. Son misioneros porque son
cristianos, no por tal o cual circunstancia, histórica o geográfica.
Los pontífices de la época más reciente han subrayado
la importancia decisiva de los laicos en la labor misionera. La misión – han
repetido- es de todo el pueblo de Dios. Aunque la fundación de una nueva
Iglesia requiere la Eucaristía, y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal,
sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos
los fieles. En plena sintonía con estas afirmaciones, el documento de Santo
Domingo exhorta:“Urge no descargar el compromiso misionero en algunos
hermanos y hermanas, que lo cumplan por nosotros”, sino que conviene
asumirlo con responsabilidad y entrega generosa (SD 126).
Misioneros con María y como María
“El Ángel del Señor se apareció en sueños a José
y le dijo: Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y ponte en camino...”
(Mt 2, 13-15).
María experimentó el sufrimiento de los pobres, que
dejan su pueblo y se van a vivir en el extranjero, sin casa propia, sin trabajo
fijo, sin saber el idioma, perseguidos siendo inocentes, sin protección alguna.
Es la condición de los misioneros enviados por Jesús,
de dos en dos, sin dinero ni alforja; confiados únicamente en la Providencia de
Dios, que es Padre bueno y misericordioso.
Ser enviado es nota esencial de la espiritualidad
misionera. Precisamente porque es enviado, el misionero experimenta la
presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. El
misionero es enviado por el Espíritu y por la comunidad eclesial. Nunca es un
aventurero solitario (Cfr RMi 88).
Los Destinatarios de la MISION
La misión de la Iglesia es una sola: hablar de
Jesucristo. Toma nombres diferentes, dependiendo de los destinatarios de su
actividad. Será:
-
Cuidado pastoral, si se dirige a personas y grupos que han aceptado a Cristo y
se benefician de la acción de la Iglesia, visible y operativamente presente.
-
Nueva evangelización o reevangelización, si se dirige a personas y grupos
enteros de bautizados, que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso
no se reconocen como miembros de la Iglesia y llevan una existencia alejada de
Cristo.
-
Misión ad Gentes cuando se dirige a pueblos y grupos humanos donde Cristo y su
evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas
suficientemente maduras, como para poder encarnar la fe y la estructura
eclesial es ausente o poco significativa.
Cuando hablamos de misión nos referimos a este tercer
aspecto: Misión Ad Gentes. Tiene como destinatarios a los pueblos o
grupos humanos que todavía no creen en Cristo, “ a los que están alejados de
Cristo”, entre los cuales la Iglesia no ha arraigado todavía, y cuya cultura no
ha sido influenciada por el evangelio.
La Iglesia, hemos dicho, es por naturaleza
misionera, es decir, enviada al mundo entero, para anunciar a todos los pueblos
la salvación de Jesús. Por lo mismo, la Iglesia no debe encerrarse en sí misma
sino ir a los que no conocen o no reconocen a Cristo como su
Señor y Salvador. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo -precisa
San Pablo- Cristo es la cabeza y nosotros somos los miembros de su
Cuerpo.
Cristo vive en su Iglesia y, a través de ella, se hace
presente en la historia. La Iglesia es enviada a prolongar la obra de Jesús, en
el tiempo y en el espacio, bajo el impulso del Espíritu Santo. La Iglesia es ya
realización del Reino, aunque en forma inicial.
Para cumplir la misión que le confiara el Padre, Jesús
se valió del cuerpo que le formó el Espíritu en el seno de María. Hoy se
vale del Cuerpo que le forma el Espíritu en el seno de la humanidad,
destinada a convertirse, por la acción del Espíritu, y por el anuncio del
evangelio, en familia de Dios: la Iglesia.
Los ámbitos de la misión
La Iglesia es enviada “Ad Gentes”, es decir, a las
naciones. En la terminología de las primeras comunidades cristianas se
designaban con el nombre de “gentes” o “naciones” a los que no eran judíos, ni
de raza ni de religión. Hoy lo referimos a los pueblos no cristianos, a los
otros, a los que no piensan como nosotros.
San Marcos tiene una expresión muy bonita y
significativa: Los de la otra orilla. Recoge la invitación de Jesús a
los apóstoles de pasar, con la barca, a la otra orilla, poblada por no judíos.
En efecto los gerasenos criaban puercos, por lo mismo no eran judíos: “Pasemos
a la otra orilla” (Mc 4, 35)
Esta invitación de Jesús a los suyos es eco de lo que
Dios manifestara siglos antes, por boca de Isaías: “Ensancha el espacio de
tu tienda” (Is 54,2).
Dios exhorta a su pueblo a no encerrarse en los
estrechos límites de su tierra, sino a mirar más allá y a proyectarse hacia los
otros pueblos. El aspecto universalista no se pierde, sino que aflora
continuamente en la Biblia.
Jesús advierte a los suyos a no encerrarse en el
angosto espacio del redil, complaciéndose en los pocos que han aceptado el
evangelio, sino a mirar hacia los muchos que están afuera.
Vastas zonas sin evangelizar
Ahora nos preguntamos: ¿Para nosotros hoy quiénes son
los de la otra orilla?
La expresión la podemos tomar en diferentes sentidos:
Geográfico indica a los de
otros países, pueblos, continentes. La misión “Ad Gentes” se ejerce en países y
entre grupos humanos bien definidos también territorialmente.
Cultural señala a los grupos humanos que son de
otra cultura y tiene diferente modo de pensar. Hay en el planeta áreas
culturales de gran importancia, que no han sido iluminadas por el evangelio.
Basta pensar en las grandes civilizaciones de Asia: China. India...
Religioso engloba a los integrantes de otras
religiones: judíos, musulmanes, budistas, hinduistas, sintoístas etc.. Es una
faja humana muy relevante
Sociológico representa al mundo de los pobres, de los
marginados, de los excluidos, de los que no tienen voz...
Los nuevos areópagos
Las grandes ciudades
En la carta encíclica, La Misión del Redentor, el Papa
Juan Pablo II tiene un apartado especial para señalar los nuevos campos
de la actividad misionera. Antes la misión se desarrollaba en lugares apartados
distantes de los centros civilizados.
Hoy en día, por los cambios rápidos y profundos, que
provocan las migraciones masivas y la concentración en los grandes centros
urbanos, los lugares privilegiados de la misión deberían ser las grandes
ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de
cultura, que luego influyen sobre la población.
“Es verdad que la opción por los últimos debe
llevar a no olvidar los grupos humanos más marginados y aislados, pero también
es verdad que no se pueden evangelizar las personas y los pequeños grupos
descuidando, por así decir, los centros donde nace una humanidad nueva con
nuevos modelos de desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está
formando en las ciudades” (RM 37).
Los jóvenes
El Papa pregunta: ¿cómo hacer llegar el mensaje de
Cristo a los jóvenes no cristianos que son el futuro de continentes enteros?
Y observa: ya
no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen falta asociaciones e
instituciones, grupos y centros apropiados, iniciativas culturales y sociales
para los jóvenes. He allí un campo donde los movimientos eclesiales modernos
tienen amplio espacio para trabajar con empeño.
Las migraciones
La
situación económica tan dispareja en los países y continentes provoca
migraciones masivas internas y externas. Los no cristianos llegan en gran
número a los países de antigua cristiandad y los cristianos, por su parte, se
desplazan a lugares con mejores condiciones económicas. Este fenómeno es nuevo.
Exige de las comunidades cristianas apertura, acogida, capacidad de diálogo, de
testimonio y de anuncio. Los cristianos que emigran tienen la buena ocasión de
compartir su fe con los que no conocen a Cristo o se han apartado de Él.
Los profetas del Antiguo Testamento consolaban a los
desterrados de Israel, diciéndoles que Yahvé los enviaba a los otros pueblos
como misioneros, para que dieran a conocer al verdadero Dios a los idólatras,
que los acogían.
Algo por el estilo debemos decir nosotros en la
situación actual en que muchos hermanos y hermanos van, por motivo de trabajo o
de turismo, as otros países. Dios nos envía para que hablemos de Jesús, con el
testimonio de vida y con el anuncio directo del evangelio.
Los areópagos modernos
Pablo tenía como táctica pastoral dirigirse a
los centros urbanos importantes, a donde llegaban, o por donde pasaban,
las grandes vías imperiales. Los pueblos y aldeas serían evangelizados por la
influencia que ejercen las ciudades. Los aldeanos eran conocidos como
“paganos” = aldeanos, del nombre latino de aldea. El nombre quedó para indicar
a los que todavía no conocen a Cristo.
El gran apóstol, que había evangelizado Filipos
y Tesalónica, no se perdió la oportunidad de anunciar a Cristo en el centro
cultural de la antigüedad: Atenas. En el famoso areópago de Grecia logró
hablar de Cristo y de su resurrección. Siempre había soñado con llegar algún
día a Roma, capital del imperio.
El primer areópago moderno es: mundo de la
comunicación
A
nadie se le escapa la importancia que tienen los medios de comunicación masiva,
que están unificando a la humanidad y están transformando al planeta tierra en
una “aldea global”.
Las nuevas generaciones crecen en un mundo
condicionado por estos medios. No se trata simplemente de valerse de estos
medios para multiplicar el anuncio, advierte el Papa, sino para la
evangelización de la cultura moderna, que depende en gran parte de estos
medios. Oigamos lo que dice el Santo Padre: “No basta, pues, usarlos para difundir el
mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el
mensaje mismo en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna...Mi
predecesor Pablo VI decía que: la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda
alguna el drama de nuestros tiempo; y el campo de la comunicación actual
confirma plenamente este juicio” (RM 37).
El compromiso por la justicia y la paz
No se debe pasar por alto el compromiso de los
cristianos por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los
derechos humanos y de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la
salvaguarda de la creación...Son sectores que han de ser iluminados por la luz
del Evangelio.
Las relaciones internacionales, la investigación
científica
No cabe duda de que favorecen el diálogo y
conducen a nuevos proyectos de vida. La solución a los problemas existenciales
que afecta a la humanidad debe ser estudiada, discutida y experimentada con la
colaboración de todos. Es importante hacer resonar el evangelio en los centros
de decisión
Misioneros con María y como María
Sucedió que, estando Él diciendo estas cosas, una
mujer alzó la voz y dijo: Feliz el seno que te llevó y los pechos que te
amamantaron” (Lc 11, 27).
Jesús, al oírla, sin duda, se sintió feliz, por aquel
elogio dedicado a su madre, que tanto quería, pero lo elevó al replicar
que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la siguen. Con
estas palabras quiso recordar que el lazo que une los hombres es su unión con
Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de haberle engendrado y el
de ser siempre fiel a su Palabra.
El misionero es “el hermano universal”, lleva consigo
el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a los pueblos y a todos los
hombres, particularmente a los más pequeños y pobres (RMi 89).
Las etapas de la Misión
La carta a los Hebreos inicia su mensaje con una
consideración muy oportuna. Dios no ha dejado nunca de hablar a los humanos. En
todas las épocas de la historia, ha hecho resonar su voz de padre bueno,
invitando a la conversión y manteniendo viva la esperanza. Lo ha hecho a
través de los acontecimientos y por medio de los profeta “Dios después
de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio
de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por
su Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas, por quien hizo
también el universo” (Hebreos 1, 1-2).
Dios recapitula todo y lo perfecciona a través del
Hijo enviado al mundo. Jesús es el gran misionero del Padre. Jesús, al empezar
su ministerio, se dirige a los judíos de Palestina, pero no sólo a ellos. En
ocasiones lo vemos dirigirse a las regiones colindantes habitadas por grupos no
judíos. Entre ellos y en su beneficio predica y realiza prodigios, a tal grado
que provoca los celos y el desconcierto de sus discípulos que se preguntan:
“¿Para qué con ellos, si ellos no son de los nuestros?”
Jesús prepara a los suyos y, al completar su obra con
el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección, les da el Espíritu
Santo y los envía al mundo entero, para que hagan lo que le han visto hacer a
Él.
La época apostólica
De los años treinta de nuestra era hasta finalizar el
siglo, los protagonistas de la misión son los apóstoles. Desempeñan su labor
con una gran docilidad al Espíritu.. Cuando corren el riesgo de estancarse, el
Espíritu les da un jalón fuerte que los saca de sus consideraciones y los lanza
al mar abierto.
Los apóstoles gozan de gran prestigio y autoridad en
las comunidades que se van formando. Los cristianos ven en ellos a los
verdaderos discípulos de Jesús, buscan su enseñanza, y la miran reflejada en su
vida. De verdad son vistos como maestros y testigos del evangelio que anuncian.
Los textos del Nuevo Testamento se va formando a la luz y al calor de la
predicación apostólica. Es el Espíritu quien les inspira, con ocasión del
conflicto de las mesas, lo que a ellos les corresponde: ocuparse de la oración
y de la predicación de la Palabra. Santidad de vida y anuncio de la Palabra
deben ser sus principales objetivos.
Es el Espíritu Santo quien los guía en discernir y
dictaminar que a los no judíos no se les debe pedir la observancia la ley
mosaica. La fe en Jesús y el bautismo son las condiciones para entrar y
pertenecer al nuevo pueblo de Dios.
El campo de actividad de los apóstoles ha sido las
regiones sometidas al imperio romano. El libro de los Hechos sólo nos habla de
la actividad de Pedro y de Pablo. Nada de preciso sabemos de las actividades de
los otros apóstoles, Nos ha llegado una que otra noticia a través de la
tradición de las Iglesias. Lo cierto es que ellos fueron y anunciaron a Cristo.
La etapa de los mártires – primeros
tres siglos
La predicación del evangelio de Jesús ha tenido, en
los primeros siglos, gran respaldo en el testimonio de los mártires. La
valentía demostrada por tantos hombres y mujeres, y hasta jovencitas y
niños, impactó a los paganos y los cuestionó en sus creencias religiosas y en
sus costumbres.
Los cristianos con su vida intachable y con su fe en
Cristo, y su entrega a ÉL, golpearon duramente la roca de la idolatría hasta
hacerla pedazos. Tomaban en serio a Dios y afirmaban hasta morir que hay un
solo Dios y el único Señor que salva y da vida es Cristo.
Llevados frente a los altares idolátricos, para que
echaran incienso en el bracero, en señal de adhesión al emperador y a la
religión oficial, proclamando: “El César es el Señor”, los cristianos
gritaban con valentía e intrepidez: “Cristo es el Señor”.
La sangre de estos mártires, juntamente con la
integridad moral de las vírgenes cristianas, fue la chispa que encendió la luz
de la fe en tantos ciudadanos libres y esclavos.
La acusación de ateos que pesaba sobre ellos, por
negarse a practicar la religión oficial, causó repetidas olas de sangre
que coronaron a muchos con la palma del martirio y prepararon los ánimos a la
conversión..
El apologista Tertuliano comentaba: “La
sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”
Los orantes – La conversión de los
bárbaros - Siglos IV – V
En este período adquieren importancia particular los
grandes orantes, quienes se convierten en figuras emblemáticas y
representativas de Cristo. Su estilo de vida es un llamado de atención y una
invitación a la conversión. Surgen y se multiplican las comunidades monásticas,
con el fin de hacer florecer, en la Iglesia, la primitiva comunidad cristiana,
que describen los hechos de los Apóstoles.
Se da la vida eremítica, pero se afirman las formas
comunitarias, los cenobios, bajo la guía de grandes maestros como Antonio,
Pacomio etc.
Es la época de los santos Padres de la Iglesia,
verdaderos pastores, que con sus conocimientos y piedad, alimentan la vida
cristiana de los fieles y precisan la fe con los dogmas de la divinidad del
Hijo y del Espíritu Santo. (Nicea 325 y Constantinopla 381). Baste recordar dos
nombres: San Basilio para el Oriente y San Agustín para el Occidente. Tanto el
uno como el otro, además de teólogos y pastores, fueron también iniciadores de
comunidades monásticas.
En esta etapa hay que destacar la misión
entre los “Bárbaros”, es decir los grupos ajenos a la civilización
grecorromana, que invadieron las regiones ya cristianizadas del imperio
romano y acabaron por derrumbarlo: Celtas, Germanos, Bálticos, Eslavos. Se
logró la conversión e integración de ellos a la Iglesia.
La época benedectina – siglos VI –XI
En Occidente la vida monástica toma un matiz
diferente, gracias al genio de San Benito, quien hace una síntesis entre el
esfuerzo humano y la fe divina. Con su fórmula “Ora et Labora” asocia a la
gracia la colaboración humana, elevando el trabajo a elemento determinante para
la santidad.
El principio de San Benito aglutina a los pueblos, y
se convierte en motor de promoción humana y de santificación, para las personas
y los grupos. Los claustros inspiran las ciudades medievales, cuyo centro es la
Catedral, símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
El claustro es escuela, centro de salud y de
asistencia, refugio y hospedaje para perseguidos y peregrinos. Pobres e
indigentes encuentran en él un pan que lo alimenta, una casa que lo cobija, y
una enseñanza que lo promueve humana y espiritualmente.
Los monjes hacen voto de estabilidad. NO salen
del claustro. La gente va a ellos para la enseñanza y la asistencia. Sin
embargo del claustro proceden esas grandes figuras de misioneros, como
San Gregorio Papa, San Patricio para Irlanda, San Bonifacio para
Alemania, San Colombano y sus monjes, San Bernardo, los Santos Cirilo y
Metodio.
Las órdenes mendicantes – Siglos XII – XVI
Con San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán
aparecen en la Iglesia nuevas formas de vida consagrada: son las órdenes
mendicantes. Sus integrantes no se obligan a permanecer en el claustro,
sino que salen a predicar y a dar testimonio, según el conocido eslogan de
Santo Domingo a sus frailes: “Trasmitir a los demás lo que se ha contemplado
de Dios”El mejor elogio a Santo Domingo es el comentario de uno de sus
biógrafos: “Domingo o habla con Dios o habla de Dios”.
Los frailes libres de sus faenas en los campos y en
las bibliotecas, salen de sus conventos para buscar a la gente y hablarles de
Dios; regresan a ellos para abastecerse con la escucha de la Palabra, la
oración y la contemplación. Son las abejas del Señor. Incalculables han sido los
beneficios para la cristiandad y las misiones. Grandes misioneros han recorrido
el mundo evangelizando, dando paz y haciendo el bien.
El Patronato – siglos XVI –XVIII
El descubrimiento de América ha sido el detonador de
las energías misioneras acumuladas en las Iglesias de Europa. Exponentes de las
órdenes religiosas se alistan para atravesar el océano y anunciar a
Cristo en los nuevos territorios: franciscanos, dominicos,
mercedarios, jesuitas y muchos más...
Los reyes de Portugal y de España se obligan, por
concordato, a favorecer y promover la evangelización en los territorios que
vayan conquistando a sus coronas. Ellos subsidian y controlan a los misioneros
y a sus misiones. En este período nace “Propaganda FIDE”: la Congregación
romana para la evangelización de los pueblos. El impulso misionero no depende
de la corona sino de la Iglesia. El patronato ha tenido sus aspectos positivos
juntamente con deficiencias lamentables.
Renacimiento misionero – Siglos IXX – XX
Es un despertar maravilloso que da pie a muchas
esperanzas. Desafortunadamente los europeos llevan al África no sólo su
fe, sino también sus divisiones. La presencia de otras confesiones cristianas ensombrece
la actividad evangelizadora.
Asoma el peligro de la colonización religiosa en lugar
de la evangelización verdadera. Los Papas advierten del peligro y
exhortan a las potencias colonizadoras a permitir la llegada de
misioneros y misioneras no nacionales, para construir la Iglesia de Jesús, sin
barreras de ninguna especie. Europa vive la época de las revoluciones y
exporta sus ideas laicistas y sus luchas en contra de la Iglesia.
Sin embargo el pueblo cristiano se manifiesta
particularmente fecundo en iniciativas de toda especie, que favorecen la
evangelización e involucran a todas las categorías religiosas y sociales. Campo
de actividad no es sólo África, sino también Oceanía, América y Asia. China
goza de una atención especial de parte de los misioneros. Aspecto muy
importante es la formación del clero indígena. En 1926, Pío XI da inicio a la
Jerarquía local, consagrando en Roma a los primeros obispos autóctonos (Asia y África).
Esta tendencia se afirma en la segunda mitad del siglo
Misioneros con María y como María
“Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose
fuera, le mandan llamar. El responde: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?. Mirando a los que le rodean, dice: Estos son mis hermanos y mi
madre, quien cumple la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre
(Mc 3, 31-35).
Estos familiares de Jesús se preocupan por su salud,
la buena reputación, los peligros que le amenazan por su afán de predicar, de
entablar amistad con pecadores y pobres y, sobretodo, por denunciar las
intenciones torcidas de los poderosos. Para presionarlo le traen a su madre,
María.
El misionero, como Jesús, testimonia delante de todos,
que los cristianos tenemos un parentesco nuevo, fundado no sobre la sangre,
sino sobre la aceptación de la paternidad de Dios, que es más honda e
importante que la misma sangre. María es la más dichosa, porque ha aceptado con
todo el corazón este parentesco con Jesús y con la Iglesia, como madre y como
creyente, hasta las últimas consecuencias.
La
Misión Hoy La misión que Jesús ha confiado a sus apóstoles,
y en ellos, a la Iglesia, se realiza en el tiempo, en las circunstancias y
situaciones propias de cada época.
Nos conviene considerar la situación actual de
la Iglesia en nuestro mundo. Por cierto hay fuerzas que obstaculizan su camino,
y situaciones y medios que favorecen su crecimiento y su difusión.
Toca a nosotros conocer con qué contamos y cuáles son los obstáculos que
cierran el camino, para evitarlos o superarlos. Hay
movimientos que propician la unidad y otros que llevan a la
división y a la fragmentación
Escuchemos la voz de la Iglesia
Los tiempos ponen obstáculos reales y serios a
la predicación del evangelio, dada la confusión reinante en nuestros
países y en el mundo entero. La globalización pretende imponer estilos de
vida y formas religiosas no conformes al evangelio de Jesús. Oigamos lo que
dice el Papa Juan Pablo II en su encíclica misionera Redemptoris Missio: “La
tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos se presenta inmensa y
desproporcionada a las fuerzas humanas de la Iglesia. Las dificultades parecen
insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana.
En algunos países está prohibida la entrada de misioneros; en otros no se
permite la conversión e incluso el culto cristiano”.
“No faltan tampoco dificultades internas al
Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las más dolorosas. Mi predecesor
Pablo VI señalaba en primer lugar, la falta de fervor religioso tanto más
cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y
desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y, sobre
todo, en la falta de alegría y de esperanza”.
“Grandes obstáculos para la actividad misionera de la
Iglesia son también las divisiones pasadas y presentes entre los cristianos....
La que más preocupa es la mentalidad indiferentista, marcada por el relativismo
religioso, que termina por pensar que una forma religiosa vale otra” (RM 36).
Profundicemos este tema
Vivimos
en un mundo en continua y rápida transformación, cuyo signo característico
es “la globalización o mundialización”. Este fenómeno, impulsado
por los medios de comunicación, tiende a hacer de todos, (por lo mismo,
universal, global), lo que es particular de un grupo o de un pueblo, tanto
en el comercio, como en la forma de vestir y hasta en la religión: blue jeans,
coca cola, pizza, hamburguesas, computadora, Nueva Era...
La globalización es algo irreversible y todos estamos
envueltos en ella; tiene amplios alcances y graves inconveniencias, con fuerte
impacto en las clases menos protegidas de la sociedad. La Iglesia está dentro
del proceso de globalización, que le ofrece amplias y estupendas posibilidades
para la evangelización, con el uso de los medios de comunicación.
El libre juego de las fuerzas del mercado hace caer el
costo social en los sectores más débiles y provoca las migraciones. Miles de
personas se ven obligadas a migrar, en busca de mejores condiciones de
vida para la sobrevivencia.
A pesar de las consecuencias nefastas, que la
migración forzada trae consigo, tanto para el migrante como para su
familia, no debe hacernos olvidar que ha sido en el
pasado un factor primordial para la evangelización. En los primeros siglos de
nuestra era, el cristianismo se difundió en los países del mediterráneo,
gracias al fenómeno migratorio propiciado por el imperio romano;
llegó al Continente americano, en el siglo XVI, por la movilidad humana
impulsada por la conquista.
Los migrantes llevan sobre sus espaldas una
fuerte carga de sufrimiento, es verdad, pero también son portadores de una
esperanza, pueden convertirse en testigos y anunciadores de la
Buena Nueva de Jesús, para los pueblos que los reciben. Son fácil presa de
otras corrientes religiosas, como también pueden ser sus evangelizadores.
Confesiones cristianas no católicas
El catolicismo ha dejado de ser religión única en
nuestros países latinoamericanos. Cabe señalar que, en una sociedad
secularizada como la nuestra, no tiene ya el peso social y el protagonismo de
antaño. Junto a él, encontramos otras tradiciones cristianas,
ortodoxas y protestantes.
Han surgido, además, múltiples formas religiosas, que
se inspiran en la figura de Jesús y en el Nuevo Testamento,
pero no están vinculadas a una tradición doctrinal e institucional,
sino que más bien la rechazan. Entre ellas están las agrupaciones evangélicas,
fundamentalistas o pentecostales, a las que llamamos “sectas”, aunque
el apodo no caiga bien.
La reciente migración de asiáticos ha originado
corrientes espirituales, que se inspiran en religiones del Oriente. Asistimos
también al resurgir de las espiritualidades autóctonas americanas, maya y
otras.
El panorama, al respecto, es amplio y confuso. La
Iglesia católica mantiene un diálogo sincero y una colaboración fraterna con
algunas denominaciones cristianas presentes en nuestros países, por su
seriedad, apego a la Escritura y su compromiso en la defensa de los derechos
humanos, como son las comunidades eclesiales luteranas, presbiterianas,
metodistas, juntamente con la confesión anglicana.
El evangelismo
El evangelismo es un vástago del protestantismo
americano. Enfatiza la experiencia personal de conversión y
la aceptación personal de la fe, en detrimento de la institución. El elemento
fundante no es la vinculación con una tradición doctrinal, sino la
experiencia que el converso tenga de haber aceptado a Jesucristo en su
corazón. La corriente conservadora ha dado lugar al fundamentalismo evangélico,
que se caracteriza por:
-
El apego a la inerrancia de los textos bíblicos, tomados al pie de la letra.
-
El rechazo, por lo tanto, a aplicar métodos críticos de lectura al texto
sagrado.
La corriente pentecostal hace consistir el
núcleo de la fe en la experiencia religiosa, entendida como una comunicación
del Espíritu, de acuerdo a lo que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles
el día de Pentecostés. No muestra interés por el aspecto social y las
realidades temporales y combate la Jerarquía de la Iglesia y la misma Iglesia.
Por lo mismo, ¡mucho cuidado con ellos!
Religiones no cristianas
Entre las religiones no cristianas hay que poner en
primer lugar al Judaísmo y al Islam; son monoteístas, originarias del mismo
contexto cultural de donde surgió el cristianismo.
El Islam fue fundado en el siglo VII, entre las
tribus de la península Arábiga por Muhammad, a quien los musulmanes llaman “el
Profeta”. Mahoma tomó mucho de la Biblia. Un discípulo suyo, más
tarde, redactó el Corán, libro sagrado de los musulmanes. Con ellos compartimos
algunos valores; sufrimos y rogamos que despunte para ellos el sol de justicia,
Cristo Jesús.
Gran reto para la Iglesia es el avance de la Nueva
Era, mezcla de misticismo oriental, de superstición, de filosofía y de
astrología. El nombre se debe a la Era del Acuario, cuyo advenimiento los
ocultistas creen que está comenzando, trayendo consigo una era de iluminación y
de paz. El mundo ha envejecido y se necesita algo fuerte que lo
rejuvenezca.
El detonante para el cambio lo ofrecería la
Nueva Era, que recoge elementos de las otras religiones, y los funde y
presenta en un platillo a la medida y al gusto del hombre moderno. Es simple
producto humano, que no embona con la religión revelada por Dios en Cristo
Jesús.
El peligro más grande para la evangelización viene
del concepto que se va difundiendo al interno de la Iglesia.
Toda forma religiosa es camino de salvación ¿De qué te preocupas? Una
religión vale otra. Deja que cada cual se salve practicando su religión.
Actualicemos: Cristo es el Salvador de todo
Por lo visto hay otras ofertas religiosas y muchas. La
gente se confunde y se muestra sospechosa e indecisa. La Iglesia presenta el
camino que ha marcado Dios para la salvación de todos.
Muchas de las formas religiosas, que circulan en
nuestro medio, son invenciones humanas, adaptaciones discutibles y
reductivas de lo que Dios nos ha dado a conocer a través de su Palabra y de
Jesucristo. El es el Hijo bien amado del Padre, a El hemos de escuchar y
de seguir. Lo que no está en armonía con las enseñanzas de Cristo, transmitidas
fielmente por la Iglesia, es falso y dañino para la verdad y la vida.
Jesús es la verdad, el camino y la vida. El ha
confiado a la Iglesia la tarea de ir por el mundo a proclamar la salvación y
darla. Todos los pueblos tienen derecho a conocer lo que Dios nos ha
manifestado en su enviado e Hijo, Jesucristo ¿Quiénes somos nosotros para poner
en tela de juicio lo que Cristo ha mandado? Pablo definía su postura y la
nuestra: “Ay de mí si no evangelizo”.
Misioneros con María y como María
Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón“
(Lc 2, 50)
Lucas, hablando de la actitud de la Virgen María, nos
ofrece un dato interesante para nuestra formación misionera. Al conocimiento
pleno de Jesús no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino por la gracia. Sólo
la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el
cual puede madurar y desarrollarse una experiencia misionera auténtica, fiel y
coherente.
El misionero es un “contemplativo en acción”. El halla
respuesta a los problemas en la luz de la Palabra de Dios, aceptada y meditada
en la oración personal y comunitaria. ES el hombre de las bienaventuranzas. (RM
91).
La Espiritualidad de la Misión
Por cierto, en nuestras reflexiones, hemos escuchado repetidamente,
como en un estribillo, que todos somos misioneros, en fuerza del
bautismo, por ser Iglesia, a la que Jesús ha confiado la tarea de
evangelizar. Es obvio que nos preguntemos qué es lo que hace a uno más
misionero, o, dicho en otras palabras, dónde reside su eficacia.
El Papa Juan Pablo II no se anda por las ramas, va
directamente a lo esencial y práctico. Afirma que la fuerza de la misión reside
en la santidad. El verdadero misionero es el santo. La llamada a la santidad es
llamada a la misión. El Papa nos sorprende con sus
intuiciones y conviene que nos detengamos a considerarlas.
Todos somos misioneros; algunos lo son en su misma
patria y otros muy lejos de ella; algunos lo son en las grandes concentraciones
urbanas y otros en pequeños poblados y aldeas, en las altas cordilleras y
en las selvas, en los desiertos y sábanas. ¿Cuál es el secreto que hace
fecunda su labor y da eficacia a sus correrías, trabajos y sufrimientos? ¿Qué
nos une y nos hace misioneros?
Escuchemos atentamente lo que la Iglesia nos dice a
través de las enseñanzas de sus pastores.
Escuchemos la voz del Papa
La actividad misionera tiene un alma que le da vida y
mueve. La llamamos mística, es decir, un modo de ver a Cristo y seguirle.
La espiritualidad misionera es contemplar a Cristo como
aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10, 36), e
imitarle dando al mundo la buena nueva, con el poder que comunica el Espíritu
Santo. Escuchemos lo que dice Juan Pablo II en RM: “La
espiritualidad misionera se expresa, ante todo, viviendo con docilidad al
Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse
cada vez más semejantes a Cristo” (RM 87)
“Nota esencial de la espiritualidad misionera es
la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión
si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar... Cristo, en
la Encarnación y Redención, se despojó de todo, para vivir plenamente la
condición humana y cumplir hasta el final el designio del Padre... Al
misionero se le pide renunciarse a sí mismo y a todo y hacerse todo a todos” (RM
88)
La espiritualidad misionera se caracteriza
además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino “para reunir en
uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn
11,52) ... El misionero se mueve a impulsos del “celo por las almas”,
que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención,
ternura, compasión, acogida , disponibilidad, interés por los problemas de la
gente..El misionero es el hombre de la caridad, el hermano universal; lleva
consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura, su atención a todos los pueblos
y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres... Lo mismo
que Cristo, el misionero debe amar a la Iglesia” (RM 89)
Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión....
La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la
santidad. El renovado impulso hacia la misión Ad Gentes exige
misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y
coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los
fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo
“anhelo de santidad” entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana,
particularmente entre aquellos que son los colaboradores más íntimos de
los misioneros” (RM 90).
Profundicemos la palabra del Papa
En el último capítulo de su encíclica, el octavo, Juan
Pablo II nos ha dado una síntesis hermosa de la espiritualidad, y en
particular de la espiritualidad misionera. De verdad, es todo un
tratado sobre la santidad, aunque en breve. Recojamos algunos pensamientos que
nos ayudarán a respirar y actuar misioneramente.
La santidad, y por ende la misión, no consiste en lo
que hacemos, sino en “la comunión íntima con Cristo”. Más unido uno está a
Cristo y mejor refleja lo propio de Cristo: el Espíritu Santo.
Jesús ha dicho que El es la vid y que nosotros somos
los sarmientos. Para producir fruto es preciso que el sarmiento
esté bien pegado a la cepa. El misionero es enviado no para hacer cosas o
decir palabras, sino para llevar vida, la del Espíritu, que Cristo nos ha
merecido y nos comunica, gracias al misterio de la Encarnación y Redención.
Quien vive en Cristo, está bien empapado de su Espíritu
y lo puede comunicar tanto cuando va de camino, como cuando está en casa,
tanto en la actividad, como en la oración y en el sufrimiento.
Otras características de la espiritualidad misionera
La caridad apostólica: Quien tiene espíritu misionero siente vivo celo
por la salvación de todos los humanos, al estilo de Jesús, el Buen Pastor, que
cuida las ovejas del redil y va en búsqueda de las muchas que están fuera
del redil. Este “celo por las almas” hunde sus raíces en el suelo vital
del misterio pascual de Cristo, que dio su vida para que todos tengan vida en
El.
La apertura a todos los pueblos: El misionero es el
hermano universal, que acoge a todos y en todos descubre los signos de la
acción del Espíritu, que conduce a los humanos hacia el encuentro con Cristo y
los agrega a su Iglesia. El misionero supera las fronteras y las barreras de
raza, casta e ideología. Gracias al discernimiento, que da el
Espíritu, abre las puertas a todos y se convierte en signo del amor
de Dios en el mundo, sin exclusión ni preferencia.
La comunión en Cristo: la Iglesia. El misionero,
como Jesús, ama la Iglesia y edifica la Iglesia, como
realización del Reino de Dios en el mundo: “Cristo amó a la Iglesia
y se entregó a Sí mismo por ella” (Ef 5, 25). Sólo un amor profundo por
la Iglesia puede sostener el celo del misionero. La fidelidad a
Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. (RM 89).
El verdadero misionero es el santo. Con
esta afirmación el Papa abre el corazón a la esperanza y nos mete por el camino
de la auténtica realización cristiana: la perfección de la caridad. La
cumbre de nuestro andar es el amor. Santa Teresita en su “Caminito” nos dice
que todo lo que hacemos, aun lo más insignificante, lo hagamos con mucho amor y
lo ofrezcamos todo al Señor en aras de la salvación de todos, particularmente
de los que non conocen al Señor. El que más ama, más ayuda a los
demás.
No basta revisar, coordinar, perfeccionar nuestros
métodos de apostolado; no es suficiente buscar nuevas técnicas de
transmisión del mensaje. Se precisa algo más: suscitar en nosotros y en los
demás anhelos de santidad.
Hacia el final del mensaje, el Papa exhorta a todos, y
en particular a los jóvenes a tomar el camino de la santidad, de la
generosidad, de la caridad y marca el camino a seguir: la contemplación. El
misionero del futuro – afirma- o es contemplativo o no es cristiano y tampoco
misionero.
La alegría interior
Juan Pablo II concluye con un grito de esperanza: “la
característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior”:
“En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al
pesimismo, el anunciador de la Buena Nueva debe ser un hombre que ha
encontrado en Cristo la verdadera esperanza”.
“El verdadero misionero es el santo”.
Esta típica afirmación de Juan Pablo II; nos hace pensar porque es bella y
cuestionadora a la vez. Si le preguntamos el porqué, nos responde
diciendo que el misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe
transmitir a los demás lo que él mismo ha experimentado.
Para ser testigo de Dios el misionero debe ser un
contemplativo, es decir, debe haber conocido al Cristo vivo, y haber
experimentado el poder de su resurrección en su vida y en su trabajo,
familiarizar con El y ser partícipe de sus sufrimientos por el evangelio.
Al final el Papa presenta la característica
fundamental de la espiritualidad misionera: la alegría interior. En un
mundo que tiende al pesimismo, el misionero ha de ser un hombre que ha
encontrado en Cristo la verdadera esperanza”.
La alegría interior se fundamenta en la fe en Cristo,
y se alimenta con la esperanza cierta de su retorno. San Juan advierte que las
verdades del evangelio han sido manifestadas y escritas para que nosotros
creamos y creyendo tengamos gozo pleno, porque Cristo no defrauda.
El misionero está en la puerta
Bella la expresión del Papa que define al misionero
como al “hermano universal”. El de puertas abiertas, sin trabas ideológicas ni
sociales ni de raza, que sale al encuentro de toda persona. Si la Iglesia es la
casa de Dios; el misionero está en la puerta, para invitar a entrar a
cualquiera que pase, y para recibirlo con una sonrisa, y con los brazos
abiertos de la fraternidad.
El misionero es el hombre de la comunión, el que
destruye barreras y construye puentes para ir con los de la otra orilla.
El misionero sabe que el Reino es para todos, pero los
preferidos son los pobres, los pequeños, los excluidos. Lo ha dicho el
Espíritu, precisando que Jesús ha sido ungido para dar la buena nueva a los
pobres. El misionero no debe pasar por alto esta indicación que ha dado
el Espíritu para su Iglesia.
La Urgencia de la Misión
El Papa Juan Pablo II, quien, al iniciar su
pontificado tomó decisión de viajar hasta los últimos confines de la
tierra, para poner de manifiesto la solicitud evangelizadora de la Iglesia, ha
declarado que el contacto directo con los pueblos, que desconocen a Cristo, le
ha convencido aún más de la urgencia de la actividad misionera. La magnitud de
la obra a realizar le ha hecho exclamar que la evangelización está todavía en
sus comienzos.
Viene espontáneo preguntar: ¿Cuáles razones sustentan
esta afirmación del pontífice?
San Pablo, hablando desde su experiencia y
empuje apostólico, escribía a los cristianos de Corinto, en su segunda carta: ¡La
caridad de Cristo nos apremia! (Cor 5, 14)
De verdad nos urgen a la actividad
misionera el amor de Cristo hacia nosotros y el amor que le tenemos a
Jesús. Es tan grande la gratitud por lo que Dios nos ha dado, que nos sentimos
impulsados a compartirlo con todos.
La razón suprema que sustenta y urge la actividad
misionera es el amor de Dios. Hemos considerado en las reflexiones anteriores
el plan que Dios desde la eternidad ha tenido a bien determinar:
-
Hacernos hijos en el Hijo por el don de su Espíritu
-
Integrarnos a todos en su gran familia, sin distinción de razas ni de países
-
Para realizar este plan ha enviado a su Hijo y al Espíritu Santo
-
Jesús ha instituido la Iglesia y le ha comunicado su Espíritu, para que
perpetúe en el mundo y en el tiempo su labor evangelizadora.
Juan Pablo II ha escrito en su carta encíclica sobre
la actividad misionera: La salvación consiste en creer y en acoger el
misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y se da en Jesús mediante el
Espíritu (12).
El Antiguo Testamento atestigua que Dios ha escogido y
formado un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de Amor. Israel
tiene experiencia de un Dios personal y Salvador, del cual se convierte en
testigo y portavoz en medio de las naciones. A lo largo de su propia historia,
Israel adquiere conciencia de que su elección tiene un significado universal
(12).
La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios
El concilio Vaticano II profesa que la Iglesia
ha sido constituida por Dios como su pueblo, para perpetuar en el tiempo y en
el espacio la obra de Jesús:
Profeta para anunciar a todos la buena nueva del
amor de Dios
Sacerdote para santificar a través de los
sacramentos y del culto a Dios
Rey para ordenar todas las cosas según Dios en
justicia y en orden
“Todos los humanos son llamados a la unidad católica
del Pueblo de Dios, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sean
los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los
humanos en general, llamados a la salvación por la gracia de Dios (LG
13).
Una de las intuiciones más fecundas e
iluminadoras del Concilio Vaticano II ha sido por cierto lo de la Iglesia como
signo de Cristo:
La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea,
signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género
humano” (LG 1,48).
Todo el bien que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda dar
a la familia humana en el tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva
del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que
manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (GS
45).
La Iglesia es sacramento
Es decir que la Iglesia es:
-
Signo eficaz de comunión: indica y realiza la comunión con Dios y entre
los humanos, sin distinción de razas y de culturas. Esa comunión es fusión de
mentes y de corazones, por la acción del Espíritu Santo.
-
Semilla fecunda que engendra constantemente, por el anuncio de la
Palabra, a los nuevos hijos de Dios.
-
Madre y Maestra para ofrecer a todos los pueblos el
evangelio, que responde a las hondas aspiraciones del ser humano. La Iglesia
proclama que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y, por su misterio
pascual, ofrece a todos la salvación.
-
Obra del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Existe
para hacer presente y comunicar ese amor a los humanos. Ella cree en ese amor y
vive para hacerlo accesible a todos.
Nosotros somos la Iglesia de Jesús porque creemos en
su amor: El ha venido a “congregar en la unidad de su Pueblo a los hijos de
Dios dispersos” (Jn 11, 52). Si creemos en Dios y amamos a Jesús, no podemos
cruzarnos de brazos. El triste espectáculo de una humanidad, dividida y
enfrentada por guerras y discordias, no puede dejarnos indiferentes. Si el
mundo, casa de Dios, está en ruinas, los creyentes se dejan interpelar por esta
lamentable situación, y se lanzan decididos a reconstruir la ciudad y el
templo, haciendo gala de los dones recibidos. Jesús nos quiere ver unidos a
todos en la seguridad de su redil y gozando de los beneficios de su redención: Tengo
otras ovejas que no son de este redil. También a ellas tengo que apacentarlas.
Ellas escucharán mi voz y habrá un solo redil y un solo pastor” (Jn
10,16).
El amor nos urge a la misión:
Para ayudar a los humanos a abrirse al amor de Dios, a
dejarse amar por El, y a tomar conciencia de lo que son y de lo que Dios
quiere que lleguen a ser.
Para gritar a todos los “samaritanos/as” del mundo la
dulce invitación de Jesús “Si tú conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). El
Evangelio es siempre buena nueva, rompe ataduras y cadenas y libera de
todas las esclavitudes.
Para dar cumplimiento a la voluntad de Dios, el cual
quiere que todos se salven en Cristo y se integren en su familia como
hijos.
Para poner en práctica el mandato misionero de Jesús:
“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará”
(Mc 16, 15-16)
Porque nuestros semejantes necesitan y tienen derecho
a que nosotros le transmitamos lo que se nos ha confiado. El don de Dios es
para todos. Nosotros debemos hacerlos conscientes de ello. Lo piden la
solidaridad humana y la caridad cristiana. El primer servicio que la Iglesia y
todo cristiano puede ofrecer a la humanidad es el anuncio del Evangelio.
Porque Cristo, Sabiduría y Palabra viva de Dios,
en todo tiempo entra en las almas de los justos y hace de ellos
“testigos, amigos y profetas” (Cfr Sb 7, 27). El amigo se vuelve palabra
para comunicar a otros lo que hace contento al amigo Jesús.
Lo exige la situación religiosa de la humanidad
El Papa Juan Pablo II hace notar que son muchos los
pueblos, a los que no ha llegado el anuncio del evangelio, y no gozan de la
presencia de la Iglesia local. Unos datos estadísticos pueden resultar
significativos al respecto.
De los 100 millones de personas que anualmente se
añaden al total de la humanidad, según los expertos, 64 millones nacen en Asia
y 23 millones en Africa. En Europa y en América, países tradicionalmente
cristianos, el aumento demográfico es prácticamente insignificante o nulo.
Asia donde se encuentra la mitad de la población
mundial, que ha alcanzado los 6000 millones de personas, tiene sólo el 2% de
católicos. En África, cuya población se calcula en 740 millones de habitantes,
los católicos son apenas el 13%
La Iglesia se encuentra frente a un desafío alarmante.
Por una parte debe ir urgentemente al encuentro de los pueblos, que necesitan
la primera evangelización, por otra parte sufre una continua disminución
de evangelizadores. El número de cristianos no crece proporcionalmente a
la población mundial.
Se calcula que de cada seis personas que hay en el
mundo, sólo dos conocen algo de Cristo, dos terceras partes lo desconocen. Los
cristianos, somos apenas una tercera parte de la población mundial. Y lo peor
es que estamos divididos.
6 – Conciencia misionera insuficiente y débil
Nuestros obispos, en la Conferencia de Santo Domingo,
se han planteado el problema de la escasa presencia de agentes latinoamericanos,
en la labor misionera de la Iglesia. Nos han puesto el estetoscopio en el pecho
y han auscultado los latidos de nuestro corazón ¿Diagnóstico? “¡Insuficiencia
cardiaca crónica!”. He aquí sus palabras: “Reconocemos que la conciencia misionera ad
gentes en nuestras Iglesias particulares es todavía insuficiente y débil” (125)
Es débil porque no acaba de expresarse en la pastoral,
en la catequesis, en las múltiples actividades y grupos apostólicos, que
integran nuestra Iglesia local. Tradicionalmente hemos recibido de otras
iglesias, pero no hemos aprendido a dar. Un obispo de Brasil, Mons. Nieves de
Almeida, dijo en una ocasión: Nos han evangelizado grandes misioneros,
pero no nos han hecho misioneros”.
Las deficiencias cardíacas son preocupantes y exigen
un tratamiento energético fuerte y constante. El Año Santo Misionero nos
ofrece un remedio eficaz. Es de sabios aprovecharlo.
Por otra parte, a nivel general de la Iglesia, el Papa
Juan Pablo II , en su carta encíclica, La Misión del Redentor, nos ha dicho: “Dificultades
externas e internas han debilitado el impulso misionero dela Iglesia hacia los
no cristianos, lo cual es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en
Cristo” (RM 2). De allí su grito de alarma “En nombre
de toda la Iglesia siento imperioso el deber de repetir el grito de San Pablo:
Ay de mí si no evangelizo” (RM 1).
Misioneros con María y como María
“Y como faltaba el vino... le dice a Jesús su madre: No tienen vino...
Entonces su madre dijo a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 1-5)
María es una mujer muy atenta a las
necesidades concretas de la gente; hace suyas las angustias y necesidades
y busca solucionarlas. Es cosa sobresaliente que ella, invitada a las bodas,
sea la primera en darse cuenta de que faltaba el vino en la fiesta. Un detalle
significativo para la gente de aquel pueblo y de aquella cultura.
El misionero es el hombre que busca, no a sí mismo, ni su propia realización,
sino la felicidad de sus hermanos, por encima de raza, religión, edad y sexo.
La regla suprema del misionero es procurar el bien espiritual y material de
todos; su única ambición es poder decirles, como María: Hagan lo que Él les
diga.
Está claro que el protagonista de la misión es el
Espíritu Santo. El envío que Jesús hace de los apóstoles es envío en el
Espíritu Santo, como aparece claramente en el texto de San Juan: “Cristo
envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre lo ha enviado a Él y por esto les da el Espíritu Santo. San
Lucas relaciona estrictamente el testimonio, que los Apóstoles deberán dar de
Cristo, con la acción del Espíritu Santo, que los hará capaces de llevar a cabo
el mandato recibido” (RMi22).
“Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el
Espíritu asume aún más la función de guía, tanto en la elección de las personas
como de los caminos de la misión” (RMi 24).
Conviene, al respecto, tener en
cuenta lo que el libro de Los Hechos relata acerca de la vocación de Bernabé y
de Pablo.
1 – Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión
“En la Iglesia que estaba en Antioquia había profetas
y maestros. Eran Bernabé, Simón, a quien también llamaban El Negro, Lucio
de Cirene, Menhaem, que se había criado junto con Herodes, el que gobernó
en Galilea, y Saulo. Un día mientras estaban celebrando el culto del Señor y
anunciaban, el Espíritu Santo dijo: Sepárenme a Bernabé y a Saulo, para el
trabajo, para el cual los he destinado”.
Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las
manos y los despidieron”(Hechos 13, 1-2).
La Iglesia de Antioquia evidencia lo que no resultaba
claro en la comunidad de Jerusalén, de la que la Escritura dice que sus
integrantes “eran un solo corazón una sola alma”.
El aspecto universalista es una dimensión muy
importante y fundamental para la Iglesia de Jesús. La Iglesia que estaba en
Antioquia agrupaba en sus filas a judíos y a no judíos; a los enviados de los
apóstoles y a los laicos comprometidos en la formación de la comunidad.. Pablo
y Bernabé, por el espacio de un año, se habían entregado a cimentar la fe de
los neófitos y de los muchos catecúmenos sobre la roca firme de la Palabra de
Dios. Habían realizado una labor verdaderamente necesaria y preciosa.
Según el punto de vista humano, Pablo y Bernabé eran
necesarios todavía para el crecimiento de la comunidad. Esta no se opone
ni cuestiona la petición. Oran por los dos elegidos y los envían.
Este texto es maravilloso y de suma importancia. La
comunidad de Antioquia se presenta como la Iglesia de Jesús: dócil al Espíritu,
abierta a todos y misionera desde sus comienzos. No aguarda que el grupo de los
hermanos y hermanas se consolide, sino que, desde el principio, se
manifiesta dispuesta a enviar misioneros a otras partes. Esta es la
Iglesia de Jesús: en camino, que crece hacia adentro y hacia afuera, que se
consolida en la medida en que se proyecta y se lanza hacia otros pueblos.
2 – La Iglesia es misionera por naturaleza
La Escritura y el magisterio nos repiten a coro que la
Iglesia es por su naturaleza misionera. Lo es porque ha nacido de aquel
dinamismo de amor, que está en el origen de todo envío, “ tanto amó Dios al
mundo que le envió a su propio Hijo (Jn 3, 16), y tanto nos amó Jesús que nos
ha enviado, al que es el mismo amor, el Espíritu Santo, para que esté
“entre nosotros, dentro de nosotros, con nosotros” (Cfr Jn 14 y 16).
El Espíritu Santo es fuego y es viento,
suave e impetuoso, que impulsa la Iglesia más allá de sí misma, hacia los
otros, lo que todavía no conocen el “Don de Dios”.
La Iglesia existe y vive para evangelizar. “Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad
más profunda” (EN 14). “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de
Jesús y de los Doce. Es un fruto normal, deseado, el más inmediato y el
más visible... Ella perpetúa y prolonga la obra de Jesús...ante todo su
misión y su condición de evangelizador” (EN 15).
La Iglesia es enviada a evangelizar. La actividad
misionera, en efecto, no es una de las tantas, que la Iglesia lleva a cabo,
sino su misma razón de ser, su definición: la Iglesia es misión.
La Iglesia Particular responsable de la misión
La Iglesia no existe en abstracto. Existe donde un
grupo de fieles se reúne con el obispo y sus colaboradores inmediatos:
los sacerdotes, para celebrar su fe. Por lo tanto, la diócesis es la
Iglesia. La llamamos Iglesia particular o local. La diócesis no es una parte de
la Iglesia, es la Iglesia, que podemos definir como: Asamblea convocada por
el Espíritu Santo en torno a Cristo, Palabra y Eucaristía, según el designio de
Dios Padre, bajo el cuidado pastoral del obispo y sacerdotes.
La Iglesia de Cristo se hace visible, se encarna, toma
cuerpo en la Iglesia Particular o Local. En la Iglesia Particular, reunida en
torno a su obispo, sucesor de los apóstoles, se halla la Iglesia Universal:
Sacramento de salvación para todos.
Jesús ha confiado la tarea evangelizadora a la
Iglesia, y la Iglesia está en Jerusalén, en Antioquia, en Roma, en
Guatemala...... en cualquier otro sitio. Cada Iglesia Particular es responsable
de la evangelización dentro y fuera de sus fronteras.
Si la Iglesia Particular es encarnación, en un
determinado espacio, de la única Iglesia de Cristo, en ella se hace presente la
acción salvadora de Jesús. Ella es icono de la Iglesia Universal.
Los apóstoles y sus sucesores, los obispos
Los primeros enviados a la misión son los Doce
Apóstoles. Ellos forman el “Colegio Apostólico”, cuyos integrantes han sido
escogidos y dotados por Jesús de poderes especiales, para la predicación,
la santificación de los fieles y la guía de la comunidad eclesial. Por
encima de todos se distingue Pedro, que abre los horizontes a la misión
universal, en la que posteriormente destacará Pablo, quien, por voluntad divina,
fue llamado y enviado a los no judíos, los gentiles. (Crf RM 61).
En la expansión misionera de los orígenes, junto a los
apóstoles encontramos a otras personas y grupos, que comparten y perpetúan la
obra de los apóstoles. Los obispos, al frente de sus Iglesias, llevan adelante
la labor evangelizadora, que Cristo les ha encomendado.
Lo que se hizo al principio de la predicación
evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la
Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es
lo propio de la cada Iglesia particular.
Toda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes.
“Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus
misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión
universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a
predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de
clero” (Cfr RM 62).
El Concilio Vaticano II afirma que “la
tarea de anunciar el evangelio en todo el mundo corresponde al Cuerpo de
los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato” (LG
23) Afirma también que “los obispos han sido consagrados, no sólo para
atender una Iglesia particular, sino para la salvación de todo el mundo”(AG
38). Lo mismo afirma de los presbíteros “El don espiritual recibido en la
ordenación prepara a los sacerdotes, no a una misión restringida, sino a la
misión universal y amplísima de la salvación, hasta los confines de la tierra”
(PO 10).
Misioneros con María y como María
Sucedió que, estando Él diciendo estas cosas, una
mujer alzó la voz y dijo: Feliz el seno que te llevó y los pechos que te
amamantaron” (Lc 11, 27).
Jesús, al oírla, sin duda, se sintió feliz, por aquel
elogio dedicado a su madre, que tanto quería, pero lo elevó al replicar
que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la siguen. Con
estas palabras quiso recordar que el lazo que une los hombres es su unión con
Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de haberle engendrado y el
de ser siempre fiel a su Palabra.
Lo que se hizo al principio de la predicación evangélica sigue siendo válido y normativo también en la actualidad. Lo de la Iglesia de Antioquia, que se abrió desde el principio a la misión universal, es lo propio de la cada Iglesia particular.
ResponderBorrarToda la Iglesia, cada Iglesia, es enviada ad Gentes. “Las Iglesias jóvenes no han de esperar a que se consoliden para enviar a sus misioneros, sino que deben participar, cuanto antes, y de hecho, en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros y misioneras a predicar por todas partes del mundo el evangelio, aunque sufran escasez de clero” (Cfr RM 62).