ADORAR CON LOS JUSTOS DE LA TIERRA
“Adorad al que hizo el cielo y la
tierra, el mar y los manantiales de
agua” (Ap 14.7)
Cristo es “la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios” (Col 2,19). De aquí sacamos dos ideas importantes:
¨ Hay –o debe haber- una comunicación
espiritual de alimento, de vida, de sabiduría, de dones entre los miembros del
Cuerpo de Cristo.
¨
Esta
comunicación alcanza a todo el cuerpo. Un cuerpo es una unidad: dividir o
separar en partes un cuerpo es destruir el cuerpo. Hay junturas y ligamentos
espirituales que unen todo el Cuerpo de Cristo, de modo que no podemos pretender vivir en unidad con el Cuerpo entero de Cristo
mientras no vivimos en unidad con nuestros hermanos, a quienes vemos y
conocemos, de la misma manera que “quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn
4,20). Este principio tiene efectos importantes para la adoración.
Es
un error pensar que podemos adorar al Señor Dios como si la adoración fuera
sólo resultado de una iniciativa personal y una actividad privada que llevamos
a cabo como si no existieran otros adoradores.
La realidad es que el Señor nos
llama a un lugar ante su trono, reservado personalmente para nosotros y para
adorarle sólo a él, pero participando de la única adoración que él recibe sin
cesar.
Nuestra adoración se une así y fluye junto con la incesante adoración de
muchos santos en la tierra, de todos los adoradores a los que el Señor ha
regalado el inefable don de la adoración y le rinden culto en espíritu y
verdad.
El
adorador nunca está solo. Elías se quejó en una ocasión: “¡Señor!, han dado muerte a tus profetas; han derribado tus altares; y
he quedado yo solo, y acechan contra mi vida” (Rm 11,3). Pero Dios le responde: “Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante
Baal” (Rm 11,4).
¡Con cuánta frecuencia pensamos que las cosas son como
nosotros las vemos, cuando sólo Dios conoce la verdad de todas las situaciones!
Conviene
grabar bien la respuesta que Dios le dio a Elías. Tal vez los adoradores no
seamos más que puntos dispersos de luz en medio de un mar de impiedad y de
idolatría.
Pero por todo el mundo –en medio de cada mar- el Señor tiene
encendidos más puntos de luz que mantienen viva la llama de la adoración,
mientras va poniendo en el corazón de otros la llamada a participar, como privilegiados, en el
insondable y grandioso misterio de la adoración, como sucede en el cielo, donde
“los cuatro Vivientes... repiten sin descanso
día y noche: ‘Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que
es y que va a venir’.
Y cada vez que los
Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono
y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante
el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los
siglos, y arrojan sus coronas delante del trono” (Ap 4,8-10)
Palabra profética.
Visión durante la
adoración: El Señor está mostrando a los adoradores su corazón sangrante y con
gran dolor por todo el pecado el mundo. Palabra: “Cada mañana os espero para
que por medio de la adoración y la intercesión mitiguéis el dolor que hay en mi
corazón por el pecado del mundo y sobre todo por el pecado de los míos.
Quiero
compartir mi cruz con vosotros. No la rechacéis” .
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Es un error pensar que podemos adorar al Señor Dios como si la adoración fuera sólo resultado de una iniciativa personal y una actividad privada que llevamos a cabo como si no existieran otros adoradores.
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