LA
ADORACIÓN ES UN PRIVILEGIO
"Los
cielos son mi trono y la tierra el estrado de mis pies" (Is 66,1)
‘Privilegio’ es en el mundo una palabra poderosa y seductora que hace
que muchos hombres vayan detrás de lo que ella ofrece. No son muchas las
personas que saben o quieren librarse de su seducción, si algún día llama a su
puerta.
Tan poderosa es que no hay espacio que no esté a su alcance: sea
político, social, económico e incluso eclesial; y es tan seductora que con
frecuencia los hombres llegan a someterse a grados impensables de esclavitud, o
al menos de humillación, con tal de alcanzar ventajas y prerrogativas que les
sitúen por encima de los demás; son los ‘ascensoristas’ y ‘trepadores’ de la
sociedad, cuyo objetivo es situarse lo más alto posible en su carrera hacia el
poder, la fama, la autoridad o las riquezas y, como consecuencia, a las
ventajas, los honores, la inmunidad y los derechos que las situaciones de
privilegio suelen otorgar a quienes la alcanzan.
En
el Reino de Dios se pueden alcanzar privilegios magníficos –uno muy importante
es el de la adoración- que Dios pone al alcance de todos los que le buscan por
caminos de justicia y de verdad, porque “todas
las sendas del Señor son amor y verdad para quien guarda su alianza y sus
dictámenes” (Sal 25,10); las metas son mucho más altas y los logros que se
pueden alcanzar introducen al hombre en moradas donde encuentra “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al
corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co
2,9).
El privilegio de la adoración hace que quede atrás nuestra realidad, que
seamos revestidos de santidad e introducidos en espíritu entre los ángeles y
los santos en los lugares celestiales, colocados "en los cielos en Cristo" (Ef 2,6), disfrutando de una
porción de eternidad en la sobrecogedora presencia de "Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso"
(Ap 1,8).
Pero, eso sí, todo es privilegio y gracia, como reconoce el salmista,
que dice: “Por la abundancia de tu amor, entro
en tu Casa; en tu santo Templo me prosterno” (Sal 5,8).
Fijando la atención en el Reino de Dios, ¿qué comparación puede hacerse
entre los privilegios de la tierra y los que Dios otorga, cuando los primeros
pueden perderse en cuanto aparece alguien más fuerte o el protector desaparece
de escena, mientras que los que proceden Dios tienen carácter de eternidad, nos
relacionan con el Todopoderoso y nos dan acceso libre hasta su Trono, que es
fuente de toda clase de bendiciones y bienes?.
No hay comparación posible; sin
embargo ¿por qué los hombres –incluidos muchos hombres de Iglesia- se preocupan
tanto de los privilegios terrenos y tan poco del privilegio de la adoración?.
La búsqueda de privilegios produce resultados de acuerdo con el camino por el que
se buscan. Así, mientras “los justos se
alegran y exultan ante la faz de Dios, y saltan de alegría” (Sal 68,3-4),
el resultado opuesto es que “se hundieron
los gentiles en la fosa que hicieron, en la red que ocultaron, su pie quedó
prendido” (Sal 9,16).
Palabra profética
Visión durante la adoración: Aguas sucias iban
saliendo de cada uno de los adoradores.
Un gran resplandor los iba envolviendo
y al mismo tiempo ellos iban desapareciendo.
Luego eran revestidos de túnicas
blancas.
La fuerte presencia del Señor lo llenaba todo, lo penetraba todo. Ante su presencia todo lo demás
resultaba insignificante.
Era tan sublime la experiencia de estar ante su Trono
de gloria y santidad, que por un momento de éstos merece la pena sufrirlo todo.
Luego los ángeles se colocaban al lado de los adoradores, los revestían para el
combate y colocaban en sus manos las armas necesarias para la lucha. Y se escuchaban unas palabras que
decían: “Todavía es necesario bajar del Tabor”.
Era tan sublime la experiencia de estar ante su Trono de gloria y santidad, que por un momento de éstos merece la pena sufrirlo todo.
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