viernes, 17 de julio de 2015

Descubrir la presencia de Dios, imprescindible para la adoración


ADORAR AL DIOS OMNIPRESENTE





 

“Seol y Perdición están ante el Señor: ¡cuánto más los corazones de los hombres! (Pr 15,11)

 
    La presencia de Dios es inseparable de la adoración, porque ¿cómo adorar a alguien que no estuviera presente o cómo adorar en el vacío?

    Cierto que “a Dios nadie le ha visto jamás” (1 Jn 4,12), pero la fe cristiana  es “la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,2).

    Así pues, cuando el hombre quiere acercarse a Dios no necesita hacer muchos kilómetros, sino recorrer un camino más especial, y en cierto modo hasta más corto: el camino del espíritu.

     Descubrir la presencia de Dios, imprescindible para la adoración, es una experiencia que podemos vivir en cualquier lugar. Es lo que experimentó el salmista cuando dijo: “¿Adónde iré lejos de tu espíritu, adónde podré huir de tu presencia? Si subo hasta el cielo, allí estás tú, si me acuesto en el Seol, allí estás. Si me remonto con las alas de la aurora, si me instalo en los confines del mar, también allí tu mano me conduce, también allí me alcanza tu diestra.

     Si digo: ‘Que me cubra la tiniebla, que la noche me rodee como un ceñidor’, no es tenebrosa la tiniebla para ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal 139,7-12).

      Realmente nada ni nadie puede abarcar a Dios: él lo hizo todo, y lo penetra todo, él es quien “trazó un cerco sobre la faz de las aguas, en los confines de la luz y las tinieblas” (Jb 26,10).
 
      Él es el omnipresente, pues este atributo le corresponde y le define sólo a él. Por este motivo podemos adorar al Señor aquí, donde estamos, porque él también está enteramente en este lugar.
 
       E incluso podemos adorar al Señor en un lugar donde nosotros no estamos, porque él sí que está, uniéndonos de esta forma a otros adoradores o proclamando adoración al Dios verdadero en lugares dedicados a idolatría.

      Siempre preocupó al hombre buscar lugares especiales para encontrarse con Dios.
 
     Éste es el asunto de la conversación que la samaritana entabla con Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn 4,20).
 
      Pero el Señor Jesús lleva la conversación adonde le interesa; el lugar no es obstáculo, la adoración depende más bien de la actitud del corazón: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.’” (Jn 4,21-24).
 
    El espacio puede ayudar a la adoración, pero no la condiciona. La ignorancia sobre este punto daña a muchos que creen que no pueden adorar si no van al templo y, como lo tienen difícil, el resultado es que nunca tienen ocasión para la adoración.

      Dijo el Señor por medio de Isaías: “Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿qué casa me vais a edificar, o qué lugar de reposo si el universo lo hizo mi mano y todo vino al ser? -Oráculo del Señor-. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de espíritu, y en el que tiembla a mi palabra” (Is 66,1-2).
 
      No es necesario buscar mucho dónde adorar al Señor, lo que importa es buscar de corazón al Señor. Los hombres solemos comenzar por lo accesorio y dejar lo importante a la improvisación. Dios nos dice que no hay que comenzar por edificar templos, sino por ser templos de Dios. De este modo podremos permanecer sin interrupción en el lugar de la adoración.

Palabra profética

   "Hoy vengo hasta vosotros con fuego devorador para abrasar todo el hombre viejo que hay en vosotros;  dejaos quemar por él para  que  de las cenizas brote el hombre nuevo que alabe y bendiga al Padre, el hombre nuevo que sirva a mi Padre, el hombre nuevo que adore y evangelice,  que proclame sin cesar la gloria de mí Padre.
 
     Dejaos abrasar por este fuego en el que os quiero consumir hasta hacer de vosotros verdaderos adoradores de mi Padre".

 

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2 comentarios:

  1. Pero el Señor Jesús lleva la conversación adonde le interesa; el lugar no es obstáculo, la adoración depende más bien de la actitud del corazón: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.’” (Jn 4,21-24).

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  2. Hoy vengo hasta vosotros con fuego devorador para abrasar todo el hombre viejo que hay en vosotros; dejaos quemar por él para que de las cenizas brote el hombre nuevo que alabe y bendiga al Padre, el hombre nuevo que sirva a mi Padre, el hombre nuevo que adore y evangelice, que proclame sin cesar la gloria de mí Padre.

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