ADORAR
AL DIOS OMNIPRESENTE
“Seol
y Perdición están ante el Señor: ¡cuánto más los corazones de los hombres! (Pr
15,11)
Cierto que “a Dios nadie le ha visto jamás” (1 Jn 4,12), pero la fe cristiana es “la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,2).
Así pues, cuando el hombre quiere acercarse a Dios no necesita hacer muchos kilómetros, sino recorrer un camino más especial, y en cierto modo hasta más corto: el camino del espíritu.
Descubrir la presencia de Dios, imprescindible para la adoración, es una experiencia que podemos vivir en cualquier lugar. Es lo que experimentó el salmista cuando dijo: “¿Adónde iré lejos de tu espíritu, adónde podré huir de tu presencia? Si subo hasta el cielo, allí estás tú, si me acuesto en el Seol, allí estás. Si me remonto con las alas de la aurora, si me instalo en los confines del mar, también allí tu mano me conduce, también allí me alcanza tu diestra.
Si digo: ‘Que me cubra la tiniebla, que la noche me rodee como un ceñidor’, no es tenebrosa la tiniebla para ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal 139,7-12).
Realmente nada ni nadie puede abarcar a Dios: él lo hizo todo, y lo
penetra todo, él es quien “trazó un cerco
sobre la faz de las aguas, en los confines de la luz y las tinieblas” (Jb
26,10).
Él es el omnipresente, pues este atributo le corresponde y le define
sólo a él. Por este motivo podemos adorar al Señor aquí, donde estamos, porque
él también está enteramente en este lugar.
E incluso podemos adorar al Señor en
un lugar donde nosotros no estamos, porque él sí que está, uniéndonos de esta
forma a otros adoradores o proclamando adoración al Dios verdadero en lugares
dedicados a idolatría.
Éste es
el asunto de la conversación que la samaritana entabla con Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte y
vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn
4,20).
Pero el Señor Jesús lleva la conversación adonde le interesa; el lugar
no es obstáculo, la adoración depende más bien de la actitud del corazón: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la
hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros
adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que
los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así
quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran,
deben adorar en espíritu y verdad.’” (Jn 4,21-24).
El espacio puede ayudar
a la adoración, pero no la condiciona. La ignorancia sobre este punto daña a
muchos que creen que no pueden adorar si no van al templo y, como lo tienen
difícil, el resultado es que nunca tienen ocasión para la adoración.
Dijo el
Señor por medio de Isaías: “Los cielos
son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿qué casa me vais a
edificar, o qué lugar de reposo si el universo lo hizo mi mano y todo vino al
ser? -Oráculo del Señor-. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de
espíritu, y en el que tiembla a mi palabra” (Is 66,1-2).
No es necesario
buscar mucho dónde adorar al Señor,
lo que importa es buscar de corazón al Señor. Los hombres solemos comenzar por
lo accesorio y dejar lo importante a la improvisación. Dios nos dice que no hay
que comenzar por edificar templos, sino por ser templos de Dios. De este modo
podremos permanecer sin interrupción en el lugar de la adoración.
Palabra profética
Dejaos abrasar por este fuego en el que os quiero consumir hasta hacer de
vosotros verdaderos adoradores de mi Padre".
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Pero el Señor Jesús lleva la conversación adonde le interesa; el lugar no es obstáculo, la adoración depende más bien de la actitud del corazón: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.’” (Jn 4,21-24).
ResponderBorrarHoy vengo hasta vosotros con fuego devorador para abrasar todo el hombre viejo que hay en vosotros; dejaos quemar por él para que de las cenizas brote el hombre nuevo que alabe y bendiga al Padre, el hombre nuevo que sirva a mi Padre, el hombre nuevo que adore y evangelice, que proclame sin cesar la gloria de mí Padre.
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