ADORAR
A JESUCRISTO, CORDERO DE DIOS
“Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Co
5,7).
Adorar a
Jesucristo implica adorarle en su persona, sus atributos, sus obras... todo lo
que de algún modo pertenece a su naturaleza y manifiesta su presencia.
A veces,
debido a nuestra dificultad para tratar con las realidades espirituales, nos
ayuda centrar nuestra mente o nuestro corazón en aspectos concretos que apoyen
nuestra adoración o que nos ayuden a sentirnos más motivados para postrarnos
ante él.
Una de estas situaciones es la pasión y muerte de Jesucristo. Nuestra
adoración sería inmediata, si fuéramos capaces de comprender en nuestro
corazón, con conocimiento espiritual, la
profundidad de los misterios de la redención. Y a falta de éste, necesitamos el
empuje de la fe que nos anime a postrarnos ante él.
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Poco tendríamos que esforzarnos
para adorar a nuestro Redentor, si fuéramos capaces de aceptar y creer en
profundidad estas palabras de San Pedro, aplicándolas a nosotros mismos: “Habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una
sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 P
1,18-19).
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Tampoco tendríamos que esforzarnos
mucho para adorarle desde el convencimiento profundo de que el profeta habla de
Jesucristo cuando dice del Siervo: “Como
un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 537), por la única razón de que
“eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha
sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el
castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos
nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor
descargó sobre él la culpa de todos nosotros” (Is 53,4-6).
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La adoración motivada por la
contemplación de la pasión y muerte del Cordero no se puede confundir con una
reacción psíquica traducida en sentimientos de compasión o dolor ante el
sufrimiento humano, aunque sean importantes y no deban excluirse a priori.
Pero, si no alcanzamos a ver detrás de estos acontecimientos el amor infinito
de Dios, capaz de llegar a tal extremo, no nos resultará difícil postrarnos en
adoración.
La
adoración a Jesucristo “Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) va más allá de su pasión y muerte,
ya que ocupa un lugar especial en la liturgia celestial que presenció Juan en
visión y que nos describe en el Apocalipsis. De ella participan todos los seres
celestiales que proclaman la grandeza de la obra del Cordero y su derecho a la
adoración y terminan postrándose ante él para adorarle como merece: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de
los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; [...]
Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero [...]. Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.
Y los cuatro Vivientes decían: ‘Amén’; y los Ancianos se
postraron para adorar” (Ap 5,6.8.11-14). El que está sentado en el trono y
el Cordero reciben por igual la adoración que tributan los seres celestiales,
signo evidente de su igual dignidad y derecho a recibirla.
Palabra profética
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“Os he sacado del estercolero de vuestro pecado y os he llamado a vivir en mi santidad. Quiero vuestra vida vivida en agradecimiento, santidad y adoración”.
ResponderBorrarLa adoración a Jesucristo “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) va más allá de su pasión y muerte, ya que ocupa un lugar especial en la liturgia celestial que presenció Juan en visión y que nos describe en el Apocalipsis. De ella participan todos los seres celestiales que proclaman la grandeza de la obra del Cordero y su derecho a la adoración y terminan postrándose ante él para adorarle como merece: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado
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