viernes, 17 de julio de 2015

“Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Co 5,7).


                   ADORAR A JESUCRISTO, CORDERO DE DIOS

“Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Co 5,7).

 

 

 

     Adorar a Jesucristo implica adorarle en su persona, sus atributos, sus obras... todo lo que de algún modo pertenece a su naturaleza y manifiesta su presencia.
 
     A veces, debido a nuestra dificultad para tratar con las realidades espirituales, nos ayuda centrar nuestra mente o nuestro corazón en aspectos concretos que apoyen nuestra adoración o que nos ayuden a sentirnos más motivados para postrarnos ante él.
 
      Una de estas situaciones es la pasión y muerte de Jesucristo. Nuestra adoración sería inmediata, si fuéramos capaces de comprender en nuestro corazón, con  conocimiento espiritual, la profundidad de los misterios de la redención. Y a falta de éste, necesitamos el empuje de la fe que nos anime a postrarnos ante él.

¨       Poco tendríamos que esforzarnos para adorar a nuestro Redentor, si fuéramos capaces de aceptar y creer en profundidad estas palabras de San Pedro, aplicándolas a nosotros mismos: “Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 P 1,18-19).

¨       Tampoco tendríamos que esforzarnos mucho para adorarle desde el convencimiento profundo de que el profeta habla de Jesucristo cuando dice del Siervo: “Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 537), por la única razón de que “eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!
 
    Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros” (Is 53,4-6).

¨       La adoración motivada por la contemplación de la pasión y muerte del Cordero no se puede confundir con una reacción psíquica traducida en sentimientos de compasión o dolor ante el sufrimiento humano, aunque sean importantes y no deban excluirse a priori. Pero, si no alcanzamos a ver detrás de estos acontecimientos el amor infinito de Dios, capaz de llegar a tal extremo, no nos resultará difícil postrarnos en adoración. 

         La adoración a Jesucristo “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) va más allá de su pasión y muerte, ya que ocupa un lugar especial en la liturgia celestial que presenció Juan en visión y que nos describe en el Apocalipsis. De ella participan todos los seres celestiales que proclaman la grandeza de la obra del Cordero y su derecho a la adoración y terminan postrándose ante él para adorarle como merece: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; [...]

Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero [...]. Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que  respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia  por los siglos de los siglos.
 
Y los cuatro Vivientes decían: ‘Amén’; y los Ancianos se postraron para adorar” (Ap 5,6.8.11-14). El que está sentado en el trono y el Cordero reciben por igual la adoración que tributan los seres celestiales, signo evidente de su igual dignidad y derecho a recibirla.

Palabra profética

 “Os he sacado del estercolero de vuestro pecado y os he llamado a vivir en mi santidad. Quiero vuestra vida vivida en agradecimiento, santidad y adoración”.

 

                                               *   *   *

2 comentarios:

  1. “Os he sacado del estercolero de vuestro pecado y os he llamado a vivir en mi santidad. Quiero vuestra vida vivida en agradecimiento, santidad y adoración”.

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  2. La adoración a Jesucristo “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) va más allá de su pasión y muerte, ya que ocupa un lugar especial en la liturgia celestial que presenció Juan en visión y que nos describe en el Apocalipsis. De ella participan todos los seres celestiales que proclaman la grandeza de la obra del Cordero y su derecho a la adoración y terminan postrándose ante él para adorarle como merece: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado

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