CREADOS PARA ADORAR A DIOS
“Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
¡tiemble ante su rostro toda la tierra!” (Sal
96,9)
Dios creó todas
las cosas y todo lo hizo muy bien (cf. Gn 1,31). El salmista abre su corazón
ante Dios y le dice: “¡Cuán numerosas tus
obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría, de tus criaturas está llena la
tierra” (Sal 104,24), Y el autor del
Eclesiástico añade: “Sin que el hombre
llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Qo 3,11).
Pero la verdad es que Dios se complació especialmente en el hombre, creado a su
imagen (cf. Gn 1,27), único ser del mundo visible capaz de relacionarse con él
en espíritu y en verdad.
El hombre existe
para glorificar a Dios. En la naturaleza del hombre es innata la necesidad de
conocer y adorar a Dios, su Creador. El hombre, y con mayor razón el discípulo
de Cristo, tiene el deber de adorar a Dios. Se trata de un deber de justicia,
concretado en dar a nuestro Creador lo que le pertenece -la adoración- como
está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás
y sólo a él darás culto” (Mt 4,10). Nada hay más grandioso ni digno para el
hombre que adorar a su Creador. Cuando el hombre huye de esta necesidad, de
este mandato y de este destino de Dios
para el hombre, se sale de su lugar y no encuentra el equilibrio, la paz y la
felicidad que busca. Su resultado es semejante al del pez cuando es privado del
agua.
Nuestra meta es
ser alabanza de su gloria, como dice el apóstol Pablo, al revelarnos cuál es
nuestro destino: “Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en
él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia
en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia” (Ef 1,3-6). Ser alabanza de su gloria, implica que vivamos como
adoradores y que amemos y sirvamos de corazón al Señor. Hemos sido elegidos
para ser adoradores del Dios vivo, en la salud y en la enfermedad, en la
alegría y en la tristeza, en la abundancia y en la escasez, en el tiempo y en
la eternidad.
Sobre nuestros
antepasados –tanto antes como después del pecado original-, sobre nuestra
generación y las venideras, siempre regirá el mandato de adorar al Señor. Todos
los hombres de todos los tiempos y lugares somos llamados a postrarnos ante
nuestro Creador. Así oraba el salmista, consciente de su realidad de criatura:
“Adoremos, prosternémonos, ¡de rodillas
ante el Señor que nos ha hecho!” (Sal 95,6). Nuestra naturaleza pecadora
ofrece resistencia a adorar al único que debe recibir adoración, pero la
dificultad no es razón suficiente para evitarlo, ya que se nos ha capacitado
para hacerlo si de verdad queremos ser adoradores del Altísimo. La receta nos
la recuerda San Pablo: ”Despojaos del
hombre viejo con sus obras (que es el que opone resistencia), y revestíos del hombre nuevo, que se va
renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador.
Palabra profética
Palabra durante
la adoración. Éste es el mayor tesoro, el
privilegio más grande que podéis tener: estar postrados ante mí, ante mi trono,
ante mi santidad, ante mi gloria. Éste es mi deseo: que todos mis hijos me
adoren, no porque yo necesite su adoración, sino porque quiero hacerlos
beneficiarios de todas mis bendiciones.
Sobre nuestros antepasados –tanto antes como después del pecado original-, sobre nuestra generación y las venideras, siempre regirá el mandato de adorar al Señor. Todos los hombres de todos los tiempos y lugares somos llamados a postrarnos ante nuestro Creador. Así oraba el salmista, consciente de su realidad de criatura: “Adoremos, prosternémonos, ¡de rodillas ante el Señor que nos ha hecho!” (Sal 95,6). Nuestra naturaleza pecadora ofrece resistencia a adorar al único que debe recibir adoración, pero la dificultad no es razón suficiente para evitarlo, ya que se nos ha capacitado para hacerlo si de verdad queremos ser adoradores del Altísimo. La receta nos la recuerda San Pablo: ”Despojaos del hombre viejo con sus obras (que es el que opone resistencia), y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador.
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