lunes, 13 de julio de 2015

NO CONFUNDEMOS EL CAMINO


                                                              

 

         El mundo tiene necesidad de un tratamiento con la Palabra de Dios.


Es por eso que en vivimos en forma especial,


cada mes, una Palabra de Vida tomada de la Biblia.


 


Una sola podría transformar el mundo


y todos la podemos vivir,


porque Jesús es la luz de cada hombre.


 


Este mes non proponemos transformar en vida esta Palabra que te compartimos.


Te invitamos a que lo intentes con nosotros.


 Te aseguramos que vas a experimentar una transformación  en tu vida.


 


Palabra de vida



"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios"
(Mt 19, 24).

 
Esta es una palabra esencial para comprender la relación de Jesús con la riqueza.

La imagen es fuerte, paradójica como en el estilo semítico. Entre la riqueza y el reino de Dios hay incompatibilidad y es inútil querer aguar una enseñanza que encontramos muchas veces en la predicación de Jesús, como cuando dice, por ejemplo, que no se puede servir a Dios y al Dinero. O cuando parece pedirle al joven rico renuncias imposibles para el hombre pero no para Dios.

Pero tratemos de comprender el verdadero sentido de esta Palabra observando cómo el mismo Jesús se comportaba con los ricos.

Jesús frecuenta también a personas de situación acomodada. A Zaqueo, que da solamente la mitad de sus bienes, le dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa". Además, los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de que, en la Iglesia primitiva, la comunión de los bienes era espontánea y libre.

 
Es decir, Jesús no tenía pensado fundar sólo una comunidad de personas llamadas a seguirlo, que dejan de lado toda riqueza.

Sin embargo, dice:

 
"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".

 
¿Qué es entonces lo que Jesús condena? No ciertamente los bienes de esta tierra por sí mismos, sino a quien está apegado a ellos.

¿Y por qué?

 
Es claro: porque todo pertenece a Dios y el rico, en cambio, se comporta como si las riquezas fueran suyas.

 
Lo cierto es que las riquezas toman fácilmente, en el corazón humano, el lugar de Dios y enceguecen y facilitan cualquier vicio. Pablo, el Apóstol, escribía: "Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos".

 
¿Cuál tiene que ser, entonces, la actitud del que posee? Se requiere que tenga el corazón libre, totalmente abierto a Dios, que se sienta administrador de sus bienes y sepa, como dice Juan Pablo II, que sobre ellos pesa una hipoteca social.

Los bienes de esta tierra, al no ser un mal en sí mismos, no se deben despreciar, pero hay que usarlos bien.

 

No es la mano, sino el corazón, el que tiene que estar alejado de ellos. Se trata de saberlos utilizar para el bien de los demás.

Quien es rico, lo es para los demás

 

"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".

 

Sin embargo, alguien podría decir: yo no soy rico para nada, así que estas palabras no son para mí.

 

Hay que estar atentos. La pregunta que, consternados, le dirigieron los discípulos a Cristo enseguida después de haber hecho esta afirmación, fue: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Esto dice claramente que, de alguna manera, estas palabras estaban dirigidas a todos.

También uno que ha dejado todo para seguir a Cristo puede tener el corazón apegado a mil cosas. También un pobre que blasfema porque se le toca su atado puede ser un rico delante de Dios.

 Sin embargo muchos ricos, en la historia de la Iglesia, no se han echado atrás y siguieron a Jesús por el camino de la pobreza más radical. Fue lo que sucedió con un joven, al que yo conocía muy bien: un joven alto, hermoso, inteligente y rico que, cuando sintió el llamado de Dios a seguirlo, no se dio un minuto para pensarlo.
 
No se volvió a mirar atrás. Parecía que para él las riquezas nunca hubieran existido. Donó todos sus bienes y también su vida. Mientras realizaba un acto de caridad por un joven encontró la muerte en un lago, a sólo 33 años. Allí, sobre la orilla, una lápida que lo recuerda tiene escritas estas palabras suyas: "He elegido a Dios solo, y ninguna otra cosa".

Es seguro que cuando se presentó ante Jesús, éste no tuvo que recordarle: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".

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