lunes, 13 de julio de 2015

Cristo Vino a Buscar la Oveja Perdida


 



Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad. (Ezequiel 34,12).

Mientras estuvo en la tierra, Cristo cumplió la obra por la cual había dejado el trono de Dios en el cielo. Trabajó por la humanidad, para que gracias a su obra ésta pudiera ser elevada en la escala del valor moral ante Dios. Tomó la naturaleza humana para poder levantar a la familia de la humanidad, hacerla participante de la naturaleza divina, y colocarla en un lugar ventajoso frente a Dios. Toda su actividad ha sido hecha en favor del mundo caído: para buscar la oveja que se había descarriado del redil y traerla de vuelta a Dios.

El Señor nos vio en una condición desesperada y envió a nuestro mundo al único mensajero a quien le podía confiar su gran tesoro de perdón y gracia. Cristo, el Hijo unigénito de Dios, fue el mensajero delegado. Se le encomendó la realización de una obra que ni siquiera los ángeles del cielo habrían podido cumplir. Unicamente a él se le podía encomendar la tarea requerida para la redención de un mundo completamente endurecido y desfigurado por la maldición. Y en esta dádiva el Padre le entregó todo el cielo al mundo.

¡Qué cambio para el Hijo de Dios, al que adoraban los ángeles, la Luz del cielo! Podría haber ido a las agradables moradas de los mundos no caídos, a la atmósfera pura donde la deslealtad y la rebelión nunca habían entrado; y allí habría sido recibido con aclamaciones de alabanza y amor.

Pero era un mundo caído el que necesitaba al Redentor. “No he venido a llamar a justos —dijo él—, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9,13).

Al traer el mensaje de esperanza y salvación a nuestro mundo, vino a representar al Padre. No vivió para sí mismo; no tomó en cuenta su propia comodidad y placer; no cedió ante la tentación; y eligió morir con el fin de redimir a los seres humanos pecadores y darles vida eterna en las mansiones que habría de preparar para ellos. Su misión consistió en enseñar a las almas que estaban muriendo en sus pecados.

Cristo ha colocado esta responsabilidad sobre cada persona a quien ha comprado. El Señor dará abundante luz a todos los que sean sinceros y leales a él.

Su misericordia y la influencia llena de gracia de su Espíritu permanecen inalterables para todos los que quieran recibirlas. Su ofrecimiento de salvación no ha cambiado. Es el hombre el que cambia su relación con Dios. Muchos se colocan en un punto desde el cual no pueden reconocer su gracia ni su salvación.

Nada se dejó sin hacer de lo que Dios podía realizar en favor nuestro. En el carácter de su Hijo, nos dio un ejemplo perfecto del suyo; y la tarea de los seguidores de Cristo consiste en crecer a su semejanza mientras contemplan la excelencia incomparable de su vida y carácter. Reflejarán la imagen de Cristo a medida que miren a Jesús y respondan a su amor.

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