lunes, 13 de julio de 2015

EL PECADO EXISTE...

 
 
EL PECADO EXISTE

 

Hay mucha gente que no quiere oír hablar del pecado; pero ¿dejará de existir porque ellos cierren los ojos?

 

    

     Efectivamente, el pecado no está de moda como tema de conversación social a pesar de que está presente en cada estructura de la sociedad. Parece que hay un pacto de silencio sobre él y está permitido hablar de casi todo, excepto del pecado y cualquier otro tema que pueda relacionarnos con él como, por ejemplo, hablar de Dios. Sin embargo, su fuerza arrastra a la Humanidad con un poder sobrecogedor y la conduce hacia el abismo, mientras los hombres andan como locos tras el placer y en busca de experiencias que les ayuden a vivirlo cada día con mayor intensidad. Pero ¿va a dejar por eso de existir el pecado? La respuesta es ‘no’.

 

·       Podemos apreciar su presencia en el desorden de la creación. Creemos y sabemos por revelación que Dios es el Creador de todas las cosas, y al mismo tiempo afirmamos que Dios es la bondad y la perfección absolutas. El libro del Génesis nos recuerda que, una vez acabada la creación, “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1,31). Si además nos preguntamos por la posibilidad de que Dios creara algo desordenado o bajo el poder de algún tipo de mal, tendremos que contestar que eso no es posible en él. La palabra revelada afirma por boca del salmista: “Clemente y compasivo es el Señor, tardo a la cólera y grande en amor;  bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras (Sal 145, 8-9).

 

Sin embargo, es fácil observar que hay muchas situaciones en la creación que no son precisamente espejo de bondad y perfección: el contraste entre la vida y la muerte, entre el placer y el dolor, entre la paz y la guerra, entre la luz y las tinieblas están siendo testigos de desorden, deficiencia y maldad. La creación sufre violencia y la palabra revelada nos lo confirma cuando nos habla de su estado actual: “La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8,20-22).

 

La actitud de Dios ante la creación no es de hostilidad ni indiferencia, sino de amor. Y ¿cómo iba a poner Dios ese desorden en algo que estaba amando? Pero ¿por qué la creación se nos muestra como si estuviera bajo algún tipo de maldición?

 

·       El libro del Génesis nos da a conocer que, a causa del comportamiento del hombre, la creación fue maldita: “Al hombre le dijo: ‘Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa; con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida’” (Gn 3,17). La acción del hombre que dio lugar a que se produjeran y sigan produciéndose tales efectos recibe el nombre de ‘pecado’. ¡El pecado existe!

 

     También se detecta con facilidad el pecado en el desorden de la Humanidad. La situación original del hombre creado por Dios a imagen y semejanza suya era de bienestar, felicidad, comunión con Dios...  La narración que hace el Génesis sobre la creación del hombre es muy expresiva al hablar de la familiaridad que había entre Dios y el hombre, al que colocó “en el jardín del Edén” (cf. Gn 2,15) .

 

No estábamos allí, pero de nuevo la revelación viene en nuestra ayuda y nos da el conocimiento que necesitamos. Como criatura salida de las manos de Dios, el primer hombre no sólo fue creado bueno, sino que gozaba también de una relación magnífica con su Creador y vivía en armonía consigo mismo y con toda la creación que había en su entorno.

 

     Si echamos un vistazo a la Humanidad, ¿qué encontramos? No hace falta profundizar mucho. Está a la vista de quien quiera verlo: guerras entre tribus, pueblos o naciones; enfrentamientos entre culturas, guerras no declaradas entre economías, acoso de los poderosos sobre los débiles, persecución por motivos religiosos, abuso de los indefensos, asesinatos constantes de esposas a manos de sus esposos y de los débiles a manos de los fuertes, de padres a manos de sus hijos y de hijos a manos de sus padres, muerte cada año de millones de niños no nacidos en medio de un silencio culpable de una sociedad que se muestra cínicamente impasible o apoya la muerte de los inocentes mientras defiende, por ejemplo, con todas sus fuerzas la causa de los animales, las riberas de los ríos, el ave o el reptil en peligro de extinción o ciertos rincones de la naturaleza, -cosas dignas de alabanza pero que no dejan de ser un insulto incalificable para los no nacidos-, etc. etc.

 

El desorden, la injusticia, el dominio... están a la vista de cualquiera y en cualquier parte. Y esto uno día y otro, uno año y otro, un siglo y otro. La Escritura resume la situación de la Humanidad con estas palabras: Cierto es que no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin nunca pecar” (Qo 7,20).

 

Todos estos acontecimientos son una confesión constante de la presencia del pecado, de cuya paternidad proceden todos los males. Porque existe el pecado, existe el mal que se manifiesta en cualquier parte y alcanza al mundo entero en todas sus estructuras y formas de ser o convivir.

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