martes, 14 de julio de 2015

La entrega del intercesor.


 

 
 
 

 
INTERCESORES CON CRISTO 

Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” Ef 2,5.

Entregarse quiere decir darse, desposeerse, dedicarse, donarse, abandonarse, ofrecerse, rendirse, dar la vida.
 
Quien da la vida, la pierde; ya no le pertenece, pues la ha entregado.
 
Esto ocurre con los que aman; el amor es una fuerza que nos empuja hacia fuera de nosotros, el amor verdadero no busca acumular sino entregar, no busca recibir sino dar, darlo todo y sobre todo darse a sí mismo.

La intercesión supone entrega, de la misma forma que supone amor y supone cruz.
 
El intercesor no pide en primer lugar para sí mismo, sino que se pone en súplica en favor de los demás. Sólo un corazón desprendido, generoso, que ama, sólo una persona entregada es capaz de interceder así.
 
Esto requiere la muerte de todo egoísmo, morir a uno mismo para poder entregarse, como el Señor Jesús, que en la última cena llegó a decir: “Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros” (Lc 22,19). Él no podía entregar más, pues se entregó a sí mismo y se entregó hasta el extremo.

Pablo entregó su vida al Señor por entero con el único objetivo de dar gloria a Dios y de que alcanzase la salvación el mayor número posible de personas.
 
Para ello renunció a todo lo demás, incluidas su comodidad, su independencia y su libertad. Él lo expresa con celo y pasión con estas palabras: “Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. [...] Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para ganar a toda costa a algunos” (1 Co 9,19.22).
 
El intercesor es consciente de este celo por la salvación de los hombres y de que su misión es vital y urgente para que la salvación de Cristo se extienda y sea acogida por los corazones de los hombres. Un buen intercesor puede decir también con Pablo, “Sufro [...] dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Ga 4,19).

Identificarse con el que sufre nos lleva a identificarnos con la cruz. No se puede amar al prójimo si no se abraza y ama la cruz.
 
La cruz de cada día -la muerte de cada día- es inseparables de un buen intercesor. El camino, que es el que marcó el Maestro, es un camino de desposeimiento: Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo” (Flp 2,6-7).
 
Para el Señor, como para nosotros, no fue fácil; pero él entregó su vida a esta misión: “Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45).

La vida del discípulo, y por supuesto la vida del intercesor, es una negación continua de sí mismo y una aceptación inequívoca de la cruz de cada día. Esta renuncia a sí mismo con el fin de poner primero las necesidades de los demás y la voluntad del Señor, es sin duda un camino de muerte, pero también de plenitud: “Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará” (Lc 17,33).

De hecho, los hombres entregan sus vidas a muchas y diversas causas –con frecuencia a ciertos  ídolos-, pero de nada ni de nadie reciben una satisfacción o una recompensa tan elevada.
 
El intercesor ha entregado su vida al mejor Señor y a la mejor causa; no a una causa pasajera, sino eterna como es el Reino de Dios.
 
Pero esta causa exige una entrega verdadera y poner el amor al Señor en el primer lugar, sometiendo todos los demás amores y servicios a éste: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro” (Mt 6,24).


 Testimonios – Palabra profética

·         Visión de un monstruo enorme con apariencia de dragón. De su boca abierta salen muchas y grandes llamas. Una palabra dice: El enemigo está envolviendo al mundo en llamas. ¿Qué estáis haciendo los intercesores?

·         Otra visión de guerreros con aspecto de gigantes. Al mismo tiempo una palabra que dice: Esos sois vosotros cuando intercedéis conmigo ante el Padre, porque yo me hago presente en cada uno de vosotros.
 
           Estos guerreros ocupan la parte alta de la visión. En la parte baja se divisan unos puntos pequeños casi insignificantes, que el Señor nos da a entender que son nuestras familias y las situaciones de cada día que tanto nos preocupan a veces. Su interpretación es dada en esta palabra:  Si cumplís vuestra misión, si hacéis lo que os he encomendado, todo lo demás resulta insignificante, todo lo demás es pequeño y está bajo mi control. Ocupaos por encima de todo de cumplir mis mandatos.

1 comentario:

  1. El intercesor ha entregado su vida al mejor Señor y a la mejor causa; no a una causa pasajera, sino eterna como es el Reino de Dios.

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