INTERCESORES CON CRISTO
“Vivid
en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima
de suave aroma” Ef
2,5.
Entregarse quiere decir darse, desposeerse, dedicarse, donarse,
abandonarse, ofrecerse, rendirse, dar la vida.
Quien da la vida, la pierde; ya
no le pertenece, pues la ha entregado.
Esto ocurre con los que aman; el amor es
una fuerza que nos empuja hacia fuera de nosotros, el amor verdadero no busca
acumular sino entregar, no busca recibir sino dar, darlo todo y sobre todo
darse a sí mismo.
La
intercesión supone entrega, de la misma forma que supone amor y supone cruz.
El
intercesor no pide en primer lugar para sí mismo, sino que se pone en súplica
en favor de los demás. Sólo un corazón desprendido, generoso, que ama, sólo una
persona entregada es capaz de interceder así.
Esto requiere la muerte de todo
egoísmo, morir a uno mismo para poder entregarse, como el Señor Jesús, que en
la última cena llegó a decir: “Éste es mi
cuerpo que es entregado por vosotros” (Lc 22,19). Él no podía entregar más,
pues se entregó a sí mismo y se entregó hasta el extremo.
Pablo entregó su vida al Señor por entero con el único objetivo de dar
gloria a Dios y de que alcanzase la salvación el mayor número posible de
personas.
Para ello renunció a todo lo demás, incluidas su comodidad, su
independencia y su libertad. Él lo expresa con celo y pasión con estas
palabras: “Siendo libre de todos, me he
hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. [...] Me he hecho débil
con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para ganar a
toda costa a algunos” (1 Co 9,19.22).
El intercesor es consciente de este
celo por la salvación de los hombres y de que su misión es vital y urgente para
que la salvación de Cristo se extienda y sea acogida por los corazones de los
hombres. Un buen intercesor puede decir también con Pablo, “Sufro [...] dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros”
(Ga 4,19).
Identificarse con el que sufre nos lleva a identificarnos con la cruz.
No se puede amar al prójimo si no se abraza y ama la cruz.
La cruz de cada día
-la muerte de cada día- es inseparables de un buen intercesor. El camino, que
es el que marcó el Maestro, es un camino de desposeimiento: Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo” (Flp 2,6-7).
Para el Señor, como para nosotros, no fue
fácil; pero él entregó su vida a esta misión: “Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a
dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45).
La
vida del discípulo, y por supuesto la vida del intercesor, es una negación
continua de sí mismo y una aceptación inequívoca de la cruz de cada día. Esta
renuncia a sí mismo con el fin de poner primero las necesidades de los demás y
la voluntad del Señor, es sin duda un camino de muerte, pero también de
plenitud: “Quien intente guardar su vida,
la perderá; y quien la pierda, la conservará” (Lc 17,33).
De
hecho, los hombres entregan sus vidas a muchas y diversas causas –con
frecuencia a ciertos ídolos-, pero de
nada ni de nadie reciben una satisfacción o una recompensa tan elevada.
El
intercesor ha entregado su vida al mejor Señor y a la mejor causa; no a una
causa pasajera, sino eterna como es el Reino de Dios.
Pero esta causa exige una
entrega verdadera y poner el amor al Señor en el primer lugar, sometiendo todos
los demás amores y servicios a éste: “Nadie
puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se
entregará a uno y despreciará al otro” (Mt 6,24).
·
Visión
de un monstruo enorme con apariencia de dragón. De su boca abierta salen muchas
y grandes llamas. Una palabra dice: El enemigo está envolviendo al mundo en
llamas. ¿Qué estáis haciendo los intercesores?
·
Otra
visión de guerreros con aspecto de gigantes. Al mismo tiempo una palabra que
dice: Esos sois vosotros cuando intercedéis conmigo ante el Padre, porque yo me
hago presente en cada uno de vosotros.
Estos guerreros ocupan la parte alta de
la visión. En la parte baja se divisan unos puntos pequeños casi
insignificantes, que el Señor nos da a entender que son nuestras familias y las
situaciones de cada día que tanto nos preocupan a veces. Su interpretación es
dada en esta palabra: Si cumplís vuestra
misión, si hacéis lo que os he encomendado, todo lo demás resulta
insignificante, todo lo demás es pequeño y está bajo mi control. Ocupaos por encima de todo de cumplir mis
mandatos.
El intercesor ha entregado su vida al mejor Señor y a la mejor causa; no a una causa pasajera, sino eterna como es el Reino de Dios.
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