INTERCESORES CON CRISTO
“No vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).
¿Qué
pasaría si el rostro que más deseáramos contemplar fuese el de Cristo, si
nuestro tiempo más importante fuese para estar con él, si las palabras que más
aguardásemos escuchar fuesen las suyas? El Señor sería lo más importante para
nosotros y terminaríamos por parecernos a él, y finalmente identificarnos con
él.
Los
discípulos somos llamados a identificarnos con el Maestro, no a parecernos
mucho con él ni a compartir muchos de sus criterios, sino a ser uno con él, a
dejar traslucir a Cristo a través de nuestra vida. Podría parecer suficiente
tener al Señor como nuestro modelo y tratar de imitarlo en todo; pero aún así
no habríamos llegado al grado de identificación que el Señor quiere que
tengamos con él, que es una identificación basada en el conocimiento, en el
amor, en la permanencia en él, en una unión tan íntima y profunda que vivamos
nosotros en él y él viva en nosotros.
Sabemos que
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, algo que el hombre perdió en parte
por el pecado. Sin embargo, el plan de restauración del Padre busca reconocerse
de nuevo en nosotros, pero no buscando sólo una semejanza, sino algo mucho más
perfecto, porque quiere contemplar en nosotros a su propio Hijo: “Pues a los que de antemano conoció, también
los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
entre muchos hermanos” (Rm 8,29). El Padre quiere tenernos mucho más cerca,
tan cerca como está Cristo.
Se trata de
un programa de completa transformación, de renovación profunda a partir de la
situación inicial hasta la plena identificación con Cristo, que nos lleva a
despojarnos del hombre viejo, a renovar el espíritu de nuestra mente y a
revestirnos del Hombre Nuevo, que es Jesucristo (cf. Ef 4,22-24). Para lograrlo
tenemos que seguir el camino indicado por Juan Bautista: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).
La
identificación con Cristo no es una proeza que nosotros podamos realizar o algo
en lo que llevemos la iniciativa, sino un intercambio de amor en el que el
Señor acepta nuestra nada y se lleva nuestro pecado, para ofrecernos su vida y
hacer morada en nosotros. Pablo, que vivió esta experiencia, pudo decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive
en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20).
La
identificación con Cristo no es un asunto secundario para un intercesor, porque
la vida del intercesor tiene que ser una vida de identificación con Cristo
intercesor. Sólo desde ahí seremos escuchados, pues el Padre sólo reconoce la
voz del Hijo y la de aquellos que viven en Cristo, de aquellos que son uno con
él.
Respuestas a la intercesión –
Palabra profética
En tiempo
de adoración e intercesión: Visión de un corazón grande, de color rojo vivo en
el centro. A su alrededor hay varios corazones más pequeños.
Una fuerza que
sale del corazón grande los va atrayendo poco a poco hacia sí.
Se cree entender
que los corazones pequeños son los corazones de los intercesores y el corazón
grande es el del Señor.
Palabra al corazón: Los intercesores habéis sido
llamados a formar un sólo corazón con el mío, y la adoración es la fuerza que
os empuja hacia mí. Habéis sido llamados y elegidos para que seáis uno en mí
como yo lo soy en el Padre.
Sigue la visión: En el corazón grande se ve también
una Cruz, y los corazones que han sido atraídos hacia él salen impulsados hacia
arriba.
Han sido transformados y purificados con la Sangre del Crucificado y
han recibido una fuerza nueva.
La fuerza del mundo ya no les atrae hacia abajo.
De nuevo una palabra: Todo esto no será posible más que asumiendo el amor y el
dolor de la Cruz. Si no camináis en santidad, si no me buscáis de todo corazón,
os pasaréis la vida dando vueltas alrededor de mí, pero no llegaréis nunca a
vivir en mí ni a ser transformados por mí
No hay comentarios.:
Publicar un comentario