domingo, 12 de julio de 2015

Identificarse con Cristo


 


 
 
INTERCESORES CON CRISTO 

“No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).

                       Requisitos: Identificarse con Cristo

      Dicen que en algunos matrimonios, al pasar el tiempo, los esposos terminan pareciéndose hasta físicamente. Tienen muchas cosas en común: mucho tiempo juntos, muchas decisiones tomadas entre los dos, muchas horas comunicándose, se conocen profundamente, se aman, están identificados el uno con el otro.

 

     ¿Qué pasaría si el rostro que más deseáramos contemplar fuese el de Cristo, si nuestro tiempo más importante fuese para estar con él, si las palabras que más aguardásemos escuchar fuesen las suyas? El Señor sería lo más importante para nosotros y terminaríamos por parecernos a él, y finalmente identificarnos con él.

 

      Los discípulos somos llamados a identificarnos con el Maestro, no a parecernos mucho con él ni a compartir muchos de sus criterios, sino a ser uno con él, a dejar traslucir a Cristo a través de nuestra vida. Podría parecer suficiente tener al Señor como nuestro modelo y tratar de imitarlo en todo; pero aún así no habríamos llegado al grado de identificación que el Señor quiere que tengamos con él, que es una identificación basada en el conocimiento, en el amor, en la permanencia en él, en una unión tan íntima y profunda que vivamos nosotros en él y él viva en nosotros.

 

     Sabemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, algo que el hombre perdió en parte por el pecado. Sin embargo, el plan de restauración del Padre busca reconocerse de nuevo en nosotros, pero no buscando sólo una semejanza, sino algo mucho más perfecto, porque quiere contemplar en nosotros a su propio Hijo: “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). El Padre quiere tenernos mucho más cerca, tan cerca como está Cristo.

 

    Se trata de un programa de completa transformación, de renovación profunda a partir de la situación inicial hasta la plena identificación con Cristo, que nos lleva a despojarnos del hombre viejo, a renovar el espíritu de nuestra mente y a revestirnos del Hombre Nuevo, que es Jesucristo (cf. Ef 4,22-24). Para lograrlo tenemos que seguir el camino indicado por Juan Bautista: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).

 

     La identificación con Cristo no es una proeza que nosotros podamos realizar o algo en lo que llevemos la iniciativa, sino un intercambio de amor en el que el Señor acepta nuestra nada y se lleva nuestro pecado, para ofrecernos su vida y hacer morada en nosotros. Pablo, que vivió esta experiencia, pudo decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20).

 

    La identificación con Cristo no es un asunto secundario para un intercesor, porque la vida del intercesor tiene que ser una vida de identificación con Cristo intercesor. Sólo desde ahí seremos escuchados, pues el Padre sólo reconoce la voz del Hijo y la de aquellos que viven en Cristo, de aquellos que son uno con él.

 

 

 


    Respuestas a la intercesión – Palabra profética


 

     En tiempo de adoración e intercesión: Visión de un corazón grande, de color rojo vivo en el centro. A su alrededor hay varios corazones más pequeños.
 
Una fuerza que sale del corazón grande los va atrayendo poco a poco hacia sí.
 
Se cree entender que los corazones pequeños son los corazones de los intercesores y el corazón grande es el del Señor.
 
Palabra al corazón: Los intercesores habéis sido llamados a formar un sólo corazón con el mío, y la adoración es la fuerza que os empuja hacia mí. Habéis sido llamados y elegidos para que seáis uno en mí como yo lo soy en el Padre.

Sigue la visión: En el corazón grande se ve también una Cruz, y los corazones que han sido atraídos hacia él salen impulsados hacia arriba.
 
Han sido transformados y purificados con la Sangre del Crucificado y han recibido una fuerza nueva.
 
La fuerza del mundo ya no les atrae hacia abajo.
 
De nuevo una palabra: Todo esto no será posible más que asumiendo el amor y el dolor de la Cruz. Si no camináis en santidad, si no me buscáis de todo corazón, os pasaréis la vida dando vueltas alrededor de mí, pero no llegaréis nunca a vivir en mí ni a ser transformados por mí

 

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