domingo, 12 de julio de 2015

CLAMAR A DIOS EN NUESTRA ORACION





 

INTERCESORES CON CRISTO   

 

“¡Clama, pues, al Señor, muralla de Sión capital; que corran a torrentes tus lágrimas lo mismo de día que de noche; no te concedas tregua, no des reposo a tus ojos!” (Lm 2,18)

 

 Interceder con clamor y lágrimas

 

El significado de la palabra clamor en este contexto, unida a las lágrimas, nos lleva a pensar en gritos y sollozos, en una súplica audible, incluso desgarrada. ¿Cuándo se da una súplica semejante? Normalmente, en situaciones extremas, de vida o muerte, o al menos muy graves. En la Biblia encontramos muchos ejemplos:

 

§  La propia historia de salvación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto comienza cuando el Señor responde a su clamor, y dirigiéndose a Moisés le dice: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios” (Ex 3,7).

§  Otro ejemplo es la respuesta del pueblo judío ante el edicto del rey de Babilonia, cuando decretó el exterminio de todos los judíos: “Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de sayal y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos, hasta llegar ante la Puerta Real, pues nadie podía pasar la Puerta cubierto de sayal. En todas las provincias, dondequiera que se publicaban la palabra y el edicto real, había entre los judíos gran duelo, ayunos y lágrimas y lamentos, y a muchos el sayal y la ceniza les sirvió de lecho” (Est 4,1-3).

§  Ezequías, viendo cercana la muerte, se dirigió al Señor, y dice la palabra que “lloró deshecho en lágrimas” (2 R 20,3), ante lo que el Señor respondió: “He escuchado tu plegaria y he visto tus lágrimas. Voy a curarte; al tercer día subirás al templo del Señor. Añadiré otros quince años a tu vida. Te libraré además, a ti y a esta ciudad, de la mano del rey de Asiria, y, por mi honor y el de David, mi siervo, extenderé mi protección sobre esta ciudad” (2 R 20,5-6).

 

Si las situaciones expuestas son suficientemente graves, la intercesión del Nuevo Testamento por la humanidad pecadora, lo es todavía más. El Señor Jesús nos lo muestra cuando “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hb 5,7). La intercesión que condujo al Señor a la cruz era suficientemente importante como para llevar al Señor a lo largo de toda su vida a interceder intensamente con clamor y lágrimas, como vemos ante la tumba de Lázaro.

 

El Espíritu nos puede llevar a orar de esta manera, como a Pablo, que dice que ejerció su ministerio ”con toda humildad y lágrimas” (Hch 20,19), y que tuvo la experiencia de que el Espíritu orase en él “con gemidos inefables” (Rm 8,26). Todo verdadero intercesor, matriculado en la escuela de la compasión, aprende esta lección. El salmista confesó su propia experiencia: “Invoco a Dios y él me salva. A la tarde, a la mañana, al mediodía me quejo y gimo, y oye mi clamor” (Sal 55,17-18).

 

 

Palabra profética:

 

Palabras  al corazón al pedir los intercesores luz al Señor para ver cómo se puede compartir su dolor: Permaneciendo en mí, clamando conmigo al Padre para que tenga misericordia.
 
Vuestro dolor está unido al mío. Estáis siendo clavados en la cruz conmigo. Pero quiero que miréis a los hombres como yo los miro: con el mismo amor, con la misma compasión y con la misma actitud de perdón.
 
No dejéis de interceder. ¡Hay tanta necesidad! La intercesión es el bálsamo que alivia el dolor de mi corazón. Sólo desde la cruz se puede interceder de verdad, porque entonces intercedéis conmigo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario