INTERCESORES CON CRISTO
“¡Clama, pues, al Señor, muralla de Sión capital;
que corran a torrentes tus lágrimas lo mismo de día que de noche; no te
concedas tregua, no des reposo a tus ojos!” (Lm 2,18)
Interceder con clamor y lágrimas
El significado de la palabra clamor en este contexto, unida a las
lágrimas, nos lleva a pensar en gritos y sollozos, en una súplica audible,
incluso desgarrada. ¿Cuándo se da una súplica semejante? Normalmente, en
situaciones extremas, de vida o muerte, o al menos muy graves. En la Biblia
encontramos muchos ejemplos:
§
La propia historia de
salvación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto comienza cuando el Señor
responde a su clamor, y dirigiéndose a Moisés le dice: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor
ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la
mano de los egipcios” (Ex 3,7).
§
Otro ejemplo es la
respuesta del pueblo judío ante el edicto del rey de Babilonia, cuando decretó
el exterminio de todos los judíos: “Cuando
Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de sayal y ceniza y
salió por la ciudad lanzando grandes gemidos, hasta llegar ante la Puerta Real,
pues nadie podía pasar la Puerta cubierto de sayal. En todas las provincias, dondequiera
que se publicaban la palabra y el edicto real, había entre los judíos gran
duelo, ayunos y lágrimas y lamentos, y a muchos el sayal y la ceniza les sirvió
de lecho” (Est 4,1-3).
§ Ezequías, viendo cercana la
muerte, se dirigió al Señor, y dice la palabra que “lloró deshecho en lágrimas” (2 R 20,3), ante lo que el Señor
respondió: “He escuchado tu plegaria y he
visto tus lágrimas. Voy a curarte; al tercer día subirás al templo del Señor.
Añadiré otros quince años a tu vida. Te libraré además, a ti y a esta ciudad,
de la mano del rey de Asiria, y, por mi honor y el de David, mi siervo,
extenderé mi protección sobre esta ciudad” (2 R 20,5-6).
Si las situaciones expuestas
son suficientemente graves, la intercesión del Nuevo Testamento por la
humanidad pecadora, lo es todavía más. El Señor Jesús nos lo muestra cuando “habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo
de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hb 5,7). La intercesión
que condujo al Señor a la cruz era suficientemente importante como para llevar
al Señor a lo largo de toda su vida a interceder intensamente con clamor y
lágrimas, como vemos ante la tumba de Lázaro.
El Espíritu nos puede llevar a orar de esta
manera, como a Pablo, que dice que ejerció su ministerio ”con toda humildad y lágrimas” (Hch 20,19), y que tuvo la
experiencia de que el Espíritu orase en él “con
gemidos inefables” (Rm 8,26). Todo verdadero intercesor, matriculado en la
escuela de la compasión, aprende esta lección. El salmista confesó su propia
experiencia: “Invoco a Dios y él me
salva. A la tarde, a la mañana, al mediodía me quejo y gimo, y oye mi clamor”
(Sal 55,17-18).
Palabra profética:
Palabras al corazón al pedir los intercesores luz al
Señor para ver cómo se puede compartir su dolor: Permaneciendo en mí, clamando
conmigo al Padre para que tenga misericordia.
Vuestro dolor está unido al mío.
Estáis siendo clavados en la cruz conmigo. Pero quiero que miréis a los hombres
como yo los miro: con el mismo amor, con la misma compasión y con la misma
actitud de perdón.
No dejéis de interceder. ¡Hay tanta necesidad! La
intercesión es el bálsamo que alivia el dolor de mi corazón. Sólo desde la cruz
se puede interceder de verdad, porque entonces intercedéis conmigo.
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