EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM
Génesis 12 y 13; Gálatas 3;
Romanos 4
Aproximadamente 2,000 años antes de Jesús, Dios apareció a
Abraham y le dijo:"Vete de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de
tu padre, a la tierra que te mostraré." (Génesis 12,1)
Abraham vivía en la ciudad de Ur en la tierra que hoy en día
se llama Iraq. Los habitantes de Ur eran idólatras y no sabían nada acerca del
Dios verdadero. Sin embargo, Dios llamó a Abraham a dejar
la idolatría y salir de Ur porque lo conocía y sabía que respondería a su
llamado.
Abraham y su familia emprendieron el largo viaje hasta la tierra de Canaán, llamada hoy día Palestina o Israel. Fue un arduo viaje de más de 1,300 kilómetros.
Puesto que se dirigía a una
tierra desconocida, este viaje representaba un gran acto de fe de parte de
Abraham. En el Nuevo Testamento encontramos el siguiente testimonio:
"Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir
al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde
iba." (Hebreos 11,8)
Ahora mismo, Dios nos llama a
dejar las ambiciones mundanas y emprender un peregrinaje hacia el reino de
Dios. Así como Abraham no conocía la tierra a donde iba, también nosotros aún
no vemos el reino de Dios. Sin embargo, si confiamos en Dios y en su palabra,
llegaremos a ser bendecidos tal como Abraham lo fue.
Una promesa de bendición
Cuando Dios dijo a Abraham que dejara su vida pasada, le
prometió que lo bendeciría: "Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y
a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de
la tierra." (Génesis 12,2, 3)
Estas promesas ya se cumplieron. Los descendientes de
Abraham, los judíos, llegaron a ser una nación grande. Hoy en día hay unos 15
millones de ellos en el mundo.
La mera existencia del pueblo
judío testifica que las promesas de Dios son confiables.
La promesa de la tierra
Cuando Abraham llegó a la
tierra de Canaán, vivió como nómada en una tienda de campaña; no tenía un lugar
permanente (Hebreos 11,9).
A Abraham le interesaba más obedecer al Señor que tener una residencia fija. Así debemos hacer nosotros. Dios no espera que vivamos en tiendas de campaña, pero debemos considerar que es más importante buscar el reino de Dios que vivir en una residencia lujosa.
A Abraham le interesaba más obedecer al Señor que tener una residencia fija. Así debemos hacer nosotros. Dios no espera que vivamos en tiendas de campaña, pero debemos considerar que es más importante buscar el reino de Dios que vivir en una residencia lujosa.
Dios prometió darle a Abraham
la tierra para siempre: "Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás
hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que
ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como
el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra,
también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a
lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré." (Génesis 13,14-17)
Así, Dios prometió darle a Abraham toda la tierra que podía
ver y le invitó a caminar por ella. La misma tierra también fue prometida a los
descendientes de Abraham, los cuales serían numerosos en gran manera.
Estas promesas no se han
cumplido aún.
Hablando de Abraham, Esteban
dijo: "Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un
pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después
de él, cuando él aún no tenía hijo." (Hechos 7,5)
¿Cuándo había de recibir
Abraham la tierra como posesión?
En Hebreos 11 descubrimos que
Abraham y los demás hombres fieles del Antiguo Testamento todavía no han
recibido lo que se les prometió. Este pasaje nos da un indicio cuándo se le dará
a
Abraham la tierra:
"Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio
mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor
para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de
nosotros." (Hebreos 11,39, 40)
Esto significa que Abraham y
sus descendientes recibirán su herencia en el futuro, cuando Jesucristo venga
para resucitarlos y establecer el reino de Dios en la tierra. Podemos ver que
el escritor de la Epístola a los Hebreos esperaba recibir la salvación al mismo
tiempo que Abraham.
El hijo prometido
Dios había prometido bendecir
a los descendientes de Abraham, pero él y Sara su esposa aún no tenían hijos.
El llegó a tener 99 años y ella 90. Abraham se dio cuenta de que ya se le había
pasado la edad de tener hijos y se preguntaba si la promesa se cumpliría por
medio de alguno de sus siervos.
Pero Dios le aseguró de que
no sería así, y volvió a prometerle que sus propios descendientes serían
numerosos:
"Luego vino a él palabra
de Dios, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te
heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las
estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: así será tu descendencia."
(Génesis 15,4, 5)
El relato sigue diciendo que
"Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia" (Génesis 15,6).
Dios consideró justo a Abraham por haber creído en El.
El ejemplo de Abraham nos
enseña que debemos creer que Dios es capaz de hacer lo que a nosotros nos
parece imposible.
De acuerdo con la promesa de
Dios, Abraham y Sara por fin tuvieron un hijo, Isaac, cuando Abraham tenía 100
años.
Podemos imaginar cuán felices se sintieron cuando nació Isaac, después de desear un hijo desde hacía tantos años.
Podemos imaginar cuán felices se sintieron cuando nació Isaac, después de desear un hijo desde hacía tantos años.
Sin embargo, cuando Isaac
todavía era joven, la fe de Abraham fue nuevamente puesta a prueba. ¡Dios le
mandó que sacrificara a su hijo en holocausto! (Génesis 22:1, 2)
Cualquier padre o madre puede
imaginar el horror que sintió
Abraham al oír el mandato de
Dios. Además de la angustia de perder a su hijo querido, Abraham se preguntaba cómo se
cumplirían las promesas si Isaac muriera.
Sin embargo, se dispuso a
obedecer el mandato. Confiaba de que Dios era capaz hasta de resucitar a Isaac
de los muertos (Hebreos 11,17-19).
Pero esto no fue necesario.
Al último momento el ángel de Jehová detuvo la mano de Abraham y proveyó un carnero
para que lo ofreciera en lugar de su hijo. Dios se agradó sobremanera de Abraham por haber confiado
nuevamente en El, y le juró de que por cuanto no le había rehusado su único
hijo, con seguridad cumpliría las promesas que le había hecho (Génesis 22,15-18).
El otro Hijo prometido
Casi 20 siglos más tarde,
Abraham tendría otro descendiente que llegaría a ser más grande que Isaac y
también heredaría las promesas. El apóstol Pablo nos explica que se trata del
Señor Jesucristo, otro hijo prometido de Abraham:"Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a
su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como
de uno: Y a tu simiente [descendencia], la cual es Cristo." (Gálatas 3,16)
El primer versículo del Nuevo
Testamento también enfatiza que Jesucristo es el hijo prometido de Abraham: "Libro de la genealogía
de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham." (Mateo 1,1)
Abraham y nosotros
A primera vista, las promesas
que Dios hizo a Abraham sólo tienen que ver con el pueblo judío y Jesucristo,
los cuales son descendientes de Abraham según la carne.
Sin embargo, descubrimos en
el Nuevo Testamento que nosotros que no somos judíos por nacimiento también
podemos llegar a ser parte de la descendencia espiritual de Abraham, y así
tener parte en las prometidas bendiciones: "Porque todos los que
habéis sino bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío
ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente
linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa." (Gálatas 3,27-29)
Si nos bautizamos en Cristo,
llegaremos a ser hijos espirituales de Abraham y herederos de las promesas.
Recibiremos la tierra como posesión cuando Cristo vuelva para establecer el
reino de Dios.
Ya podemos comprender cómo en Abraham "serán benditas
todas las familias de la tierra" (Génesis 12,3). Por la fe en Jesucristo, el
hijo de Abraham, personas de todas las naciones pueden recibir la salvación y
la esperanza de vivir eternamente en la tierra.
La gran lección de la vida de
Abraham es que confiaba completamente en lo que Dios le decía.
El desafío para nosotros es confiar en Dios y su palabra tanto como Abraham lo hacía. Así seremos hijos espirituales de Abraham: "...los que son de fe, éstos son hijos de Abraham." (Gálatas 3,7)
El desafío para nosotros es confiar en Dios y su palabra tanto como Abraham lo hacía. Así seremos hijos espirituales de Abraham: "...los que son de fe, éstos son hijos de Abraham." (Gálatas 3,7)
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