lunes, 13 de julio de 2015

EL PACTO DE DIOS...


 
 
EL PACTO DE DIOS CON ABRAHAM

Génesis 12 y 13; Gálatas 3; Romanos 4

 Un llamado divino

Aproximadamente 2,000 años antes de Jesús, Dios apareció a Abraham y le dijo:"Vete de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." (Génesis 12,1)

Abraham vivía en la ciudad de Ur en la tierra que hoy en día se llama Iraq. Los habitantes de Ur eran idólatras y no sabían nada acerca del Dios verdadero. Sin embargo, Dios llamó a Abraham a dejar la idolatría y salir de Ur porque lo conocía y sabía que respondería a su llamado.

Abraham y su familia emprendieron el largo viaje hasta la tierra de Canaán, llamada hoy día Palestina o Israel. Fue un arduo viaje de más de 1,300 kilómetros.

Tenemos que recordar que en aquella época no había automóviles ni carreteras modernas.

Puesto que se dirigía a una tierra desconocida, este viaje representaba un gran acto de fe de parte de Abraham. En el Nuevo Testamento encontramos el siguiente testimonio:
"Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba." (Hebreos 11,8)

Ahora mismo, Dios nos llama a dejar las ambiciones mundanas y emprender un peregrinaje hacia el reino de Dios. Así como Abraham no conocía la tierra a donde iba, también nosotros aún no vemos el reino de Dios. Sin embargo, si confiamos en Dios y en su palabra, llegaremos a ser bendecidos tal como Abraham lo fue.

Una promesa de bendición

Cuando Dios dijo a Abraham que dejara su vida pasada, le prometió que lo bendeciría: "Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra." (Génesis 12,2, 3)

Estas promesas ya se cumplieron. Los descendientes de Abraham, los judíos, llegaron a ser una nación grande. Hoy en día hay unos 15 millones de ellos en el mundo.

La mera existencia del pueblo judío testifica que las promesas de Dios son confiables.

La promesa de la tierra

Cuando Abraham llegó a la tierra de Canaán, vivió como nómada en una tienda de campaña; no tenía un lugar permanente (Hebreos 11,9).

A Abraham le interesaba más obedecer al Señor que tener una residencia fija. Así debemos hacer nosotros. Dios no espera que vivamos en tiendas de campaña, pero debemos considerar que es más importante buscar el reino de Dios que vivir en una residencia lujosa.

Dios prometió darle a Abraham la tierra para siempre: "Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré." (Génesis 13,14-17)

Así, Dios prometió darle a Abraham toda la tierra que podía ver y le invitó a caminar por ella. La misma tierra también fue prometida a los descendientes de Abraham, los cuales serían numerosos en gran manera.

Estas promesas no se han cumplido aún.

Hablando de Abraham, Esteban dijo: "Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo." (Hechos 7,5)

¿Cuándo había de recibir Abraham la tierra como posesión?

En Hebreos 11 descubrimos que Abraham y los demás hombres fieles del Antiguo Testamento todavía no han recibido lo que se les prometió. Este pasaje nos da un indicio cuándo se le dará a

Abraham la tierra:

"Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros." (Hebreos 11,39, 40)

Esto significa que Abraham y sus descendientes recibirán su herencia en el futuro, cuando Jesucristo venga para resucitarlos y establecer el reino de Dios en la tierra. Podemos ver que el escritor de la Epístola a los Hebreos esperaba recibir la salvación al mismo tiempo que Abraham.

El hijo prometido

Dios había prometido bendecir a los descendientes de Abraham, pero él y Sara su esposa aún no tenían hijos. El llegó a tener 99 años y ella 90. Abraham se dio cuenta de que ya se le había pasado la edad de tener hijos y se preguntaba si la promesa se cumpliría por medio de alguno de sus siervos.

Pero Dios le aseguró de que no sería así, y volvió a prometerle que sus propios descendientes serían numerosos:

"Luego vino a él palabra de Dios, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: así será tu descendencia." (Génesis 15,4, 5)

El relato sigue diciendo que "Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia" (Génesis 15,6). Dios consideró justo a Abraham por haber creído en El.

El ejemplo de Abraham nos enseña que debemos creer que Dios es capaz de hacer lo que a nosotros nos parece imposible.

De acuerdo con la promesa de Dios, Abraham y Sara por fin tuvieron un hijo, Isaac, cuando Abraham tenía 100 años.

Podemos imaginar cuán felices se sintieron cuando nació Isaac, después de desear un hijo desde hacía tantos años.

Sin embargo, cuando Isaac todavía era joven, la fe de Abraham fue nuevamente puesta a prueba. ¡Dios le mandó que sacrificara a su hijo en holocausto! (Génesis 22:1, 2)

Cualquier padre o madre puede imaginar el horror que sintió
Abraham al oír el mandato de Dios. Además de la angustia de perder a su hijo querido, Abraham se preguntaba cómo se cumplirían las promesas si Isaac muriera.

Sin embargo, se dispuso a obedecer el mandato. Confiaba de que Dios era capaz hasta de resucitar a Isaac de los muertos (Hebreos 11,17-19).

Pero esto no fue necesario. Al último momento el ángel de Jehová detuvo la mano de Abraham y proveyó un carnero para que lo ofreciera en lugar de su hijo. Dios se agradó sobremanera de Abraham por haber confiado nuevamente en El, y le juró de que por cuanto no le había rehusado su único hijo, con seguridad cumpliría las promesas que le había hecho (Génesis 22,15-18).

El otro Hijo prometido

Casi 20 siglos más tarde, Abraham tendría otro descendiente que llegaría a ser más grande que Isaac y también heredaría las promesas. El apóstol Pablo nos explica que se trata del Señor Jesucristo, otro hijo prometido de Abraham:"Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente [descendencia], la cual es Cristo." (Gálatas 3,16)

El primer versículo del Nuevo Testamento también enfatiza que Jesucristo es el hijo prometido de Abraham: "Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham." (Mateo 1,1)

Abraham y nosotros

A primera vista, las promesas que Dios hizo a Abraham sólo tienen que ver con el pueblo judío y Jesucristo, los cuales son descendientes de Abraham según la carne.

Sin embargo, descubrimos en el Nuevo Testamento que nosotros que no somos judíos por nacimiento también podemos llegar a ser parte de la descendencia espiritual de Abraham, y así tener parte en las prometidas bendiciones: "Porque todos los que habéis sino bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa." (Gálatas 3,27-29)

Si nos bautizamos en Cristo, llegaremos a ser hijos espirituales de Abraham y herederos de las promesas. Recibiremos la tierra como posesión cuando Cristo vuelva para establecer el reino de Dios.

Ya podemos comprender cómo en Abraham "serán benditas todas las familias de la tierra" (Génesis 12,3). Por la fe en Jesucristo, el hijo de Abraham, personas de todas las naciones pueden recibir la salvación y la esperanza de vivir eternamente en la tierra.

La gran lección de la vida de Abraham es que confiaba completamente en lo que Dios le decía.

El desafío para nosotros es confiar en Dios y su palabra tanto como Abraham lo hacía. Así seremos hijos espirituales de Abraham: "...los que son de fe, éstos son hijos de Abraham." (Gálatas 3,7)

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