1.- Introducción
2.- Así comenzó
3.- Una reunión de oración
4.- Seminario de iniciación
5.- Retiro de Efusión
6.- Renovación y compromiso
7.- Espiritualidad de la Renovación
8.- La Renovación en la Iglesia actual
1.- INTRODUCCIÓN
Un día del mes de diciembre de 1976 viajaba en tren de Ávila a Madrid.
A mi lado se colocó una chica joven. No tardamos en entablar conversación y
hacer las presentaciones de rigor. Ella se llamaba Maravillas. Era sevillana, y
se comunicaba con facilidad y soltura. Estudiaba por aquel entonces en Madrid.
Yo le dije que era sacerdote dominico y que estaba de profesor en el
convento de los Dominicos de Alcobendas. Le expliqué que en ese momento ejercía
también el cargo de Prior y que tenía bajo mi custodia unos 120 frailes, la
mayoría jóvenes profesos en camino hacia el sacerdocio. Pronto se me hizo claro
que a ella le interesaba el tema religioso. Al poco tiempo me hizo una pregunta
inesperada: -¿Conoces la Renovación carismática?
-Algo he oído hablar de ella, le respondí sorprendido; y entre los
frailes de mi convento hay dos jóvenes que asisten regularmente a los grupos;
pero la verdad es que nunca me he preocupado demasiado por conocer qué hacen
allí y de qué se trata la cosa.
Entonces ella, con mucha
simpatía y, yo diría que con dulzura, pero con una enorme firmeza me dijo:
"Ve, ve a la oración. Es necesario que vayas". Durante varios días
medité sobre el asunto y me di cuenta
que las palabras de la chica me habían tocado. Me entraron ganas de ir,
pero a la vez me afloraron varios prejuicios inconscientes que actuaban sobre
mí como frenos. Eran tres principalmente:
- Emocionalismo.
Tenía la sensación difusa de que en esos grupos había un exceso de
sentimentalismo y de actitudes extrañas que yo no podía asumir. ¿Quién no ha
visto alguna película en la que un pastor conjura como un energúmeno al demonio
y le conmina a salir del poseso? Siempre he creído que la acción del Espíritu
está revestida de una gran sobriedad, equilibrio y armonía. Evocaba y me venían
a la imaginación esas asambleas, que había visto también en el cine, en las que
la gente oraba con sonidos extraños, gesticulaba con sus cuerpos y adoptaba
actitudes semi-extáticas que a mí me repelían. La sospecha de ser una secta, un
gueto, un grupo segregado y, por lo tanto, peligroso, actuaba poderosamente en
mi inconsciente.
- Americanismo.
Yo sabía que estos grupos procedían de Norteamérica. Acerca de esta
procedencia bullían en mi interior una serie de prejuicios. Estaba dispuesto a
aceptar cualquier novedad técnica o científica que procediera de U.S.A. pues
les creía preparados para ello. Pero en el orden cultural y religioso: ¿podía
venir algo bueno de allí? Me parecía que teológica y pastoralmente no habían
contribuido gran cosa ni al desarrollo del Concilio ni, en general, a la
evolución de estos temas. ¿Podría yo, pues, sacar algún provecho con asistir a
esos grupos de procedencia norteamericana?
- Protestantismo.
Algo hay en el inconsciente que me ponía en guardia ante el talante
protestante. En mí también existía ese algo. Ni siquiera el haber estado varios
años conviviendo con protestantes había mitigado este rechazo, que estaba ahí.
Además el ecumenismo es una teoría incipiente al no haber llegado aún al pueblo
todo. Yo sabía que estos grupos estaban emparentados con el protestantismo
pentecostal, dos nombres que encrespaban los nervios de mi espíritu.
* * *
A pesar de que las palabras de Maravillas fueron dichas con autoridad y de que el recuerdo de
la chica me motivaba para volverla a ver y, sobre todo, para ver si la realidad
se correspondía con las cosas tan bonitas y tan ponderadas con las que ella me
describió en el tren los grupos de oración, a pesar de ello, la pereza me
retraía de dar el paso. Pero algo se
movía dentro de mí. Por otra parte, yo no sentía necesidad alguna de
cambiar mi vida. Humanamente me sentía realizado y, más o menos, fui alcanzando
las metas que, al menos en el inconsciente, me iba proponiendo. No tenía tampoco ningún trauma especial, ni
ninguna de esas carencias o pobrezas trágicas que te obligan a clamar desde el
fondo de ti mismo. Y no es que fuera insensible a las cosas de Dios, ni dejara
de sentir celo por su gloria. Creo que era un fraile normal. Más tarde, sin
embargo, se me hizo claro que en aquel entonces yo tenía un Dios muy apañadito,
que apenas me inquietaba, pues le tenía muy domesticado por la razón. A mis 40
años me encontraba suficientemente tranquilo y satisfecho.
Me pasaba algo semejante a la Samaritana del capítulo cuarto de San
Juan. No tenía necesidad de otra agua. ¿Para qué un agua nueva? ¿No bastaba con
el agua del pozo que nos dio Jacob, del cual habían bebido generación tras
generación, ellos y sus ganados? Ese agua era buena y, aunque no le saciaba del
todo la sed, pues necesitó el consuelo de seis maridos, le daba seguridad. Era
una fe muerta, pero sagrada. Un poco más adelante en el mismo Evangelio, Jesús
tuvo que desenmascarar las seguridades religiosas de otro grupo de judíos que,
apoyados en su tradición, rechazaban la posibilidad de una conversión o cambio
en sus vidas: "No fue Moisés, les dice Jesús, quien os dio el pan del
cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de
Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo" (Jn. 6,32).
Jesucristo, y menos crucificado, no atrae los intereses humanos de
nadie. Pero yo sin darme cuenta iba identificando mis deberes religiosos con
mis intereses, y esto me daba la seguridad de ser un hombre religioso y
respetable; por eso me iba apegando cada vez más a las cosas tal como estaban.
Y entonces en vez de abrirme a lo nuevo, a una gracia nueva que me sacara de mi
atonía, me iba creando un dios a mi imagen y semejanza e iba creciendo en mí el
celo contra el vicio y el error de los que pensaban distinto de mí. Esta puede
ser socialmente una conducta correcta y digna de alabanza, en lo que cabe,
porque crea según ese orden personas íntegras y legales, sólo que se puede
vivir así año tras año, sin tener nada que ver con Jesucristo. Y aunque tu mente
se llene de "santos" pensamientos, tu corazón se endurece, y al final
te encuentras con que eres un perfecto cristiano y un perfecto ciudadano,
incluso lleno de buena voluntad, pero
sin aquella caridad y misericordia que puedan poner en peligro tus seguridades.
Sin embargo, todo es gracia. Yo nunca
hubiera salido de aquí si no hubiera sido por una gracia especial de Dios. El
único mérito, si lo hay, es tener el corazón abierto y sencillo, que también es
gracia. En mi caso, yo me alegro de que fuera suficiente la conversación con
una chica simpática en un tren, para lanzarme a una aventura espiritual que ha
troquelado mi alma como se troquela una moneda con la efigie de un rey o de un
personaje famoso.
* * *
Pasadas unas semanas, terminábamos un día de comer en el gran
refectorio de Alcobendas, poblado de hábitos blancos. Era miércoles. De repente
me percaté de que los dos jóvenes carismáticos del convento cuchicheaban entre
sí: -¿De qué hablan? les pregunté acercándome.
-Nada, me respondió uno. Estábamos quedando en la hora para ir juntos a
la oración.
-¿A qué hora salen?
-A las 7, me dijeron.
-Perfecto, contesté, yo voy con ustedes.
A las 7. 30 de la tarde daba
comienzo la oración en el grupo Maranatha de Madrid. Calculo que habría en aquella
sala unas 150 personas. Maravillas no asistió, ni la he vuelto a ver jamás en
mi vida. Sólo conservo un sentimiento claro de aquel día: fueron dos horas de
oración y se me hicieron cortísimas. Al salir me junté de nuevo con los dos
jóvenes que, por ser guitarristas, habían estado con la música separados de mí.
Julio Figar me preguntó: -¿Qué te ha parecido?
-Me ha gustado, respondí, yo vuelvo.
El caso es que llevo 18 años
volviendo. Y nunca, a no ser por fuerza mayor, he dejado pasar un miércoles sin
ir a la oración. Es más, por aquellas mismas fechas iniciamos en el convento el
grupo de la "Rosa de Sarón" con el cual me identifiqué profundamente
durante varios años, hasta que me trasladaron a otros lugares. Lo que he
recibido en estos años lo llevo grabado en mi alma. Pero es de eso,
precisamente, de lo que quiero hablarles en este librito.
Hace unos meses viajé con varias personas a dar un retiro a los grupos
vascos que se reunían en Loyola. Fui durante un rato protestando porque no
había en la Renovación española un libro que fuera apto para que las personas
nuevas se enteraran un poco de qué se trata la Renovación, y de cuáles son sus
contenidos de mayor garra y novedad. Me dirigía, sobre todo, a una mujer que es
de la Coordinadora nacional. Ella se sorprendió de mi perorata y en un momento
dado me cortó el discurso y, mirándome, me
dijo: "escríbela usted". Me quedé perplejo. Nunca había pensado
en tal cosa. Sin embargo, allí mismo supe que, al menos, lo iba a intentar.
Y en esto estoy. Les aseguro -me refiero a los nuevos- que no voy a
hablar como un sabio. Primero, porque no lo soy; y, en segundo lugar, porque mi
oficio actual, que es el de párroco de una parroquia del centro de Madrid con
unos 20.000 feligreses, no me lo permite. Les voy a hablar como un testigo, que
me parece mucho mejor. De esta forma puedo utilizar un lenguaje fácil y
sencillo que me salga del corazón. Espero que no se me note demasiado la
"deformación profesional" que ha podido causar en mí el estudio de
una larga carrera de teología abstracta, en un lenguaje extraño, apto sólo para
iniciados. Creo que la Renovación tiene
también el cometido de romper con un tono y un lenguaje curial y escolástico y
de casta, con el que se suelen expresar las cosas del Espíritu.
2.-
ASÍ COMENZÓ
El día 9 de Marzo de 1897 el Papa León XIII sorprendió al mundo con la
publicación de la encíclica "Divinum illud munus", verdadera y
auténtica "suma teológica" sobre el Espíritu Santo. Con ella, de
algún modo, le consagraba el nuevo siglo. Además hizo obligatoria para toda la
Iglesia la novena al Espíritu Santo como preparación anual a la fiesta de
Pentecostés.
Sin embargo, nadie recuerda a este Papa como el Papa del Espíritu
Santo, sino como el Papa de la "Rerum novarum", otra encíclica suya
en la que expresa las preocupaciones de la Iglesia por las cuestiones sociales,
dando inicio de esta forma a la doctrina social de la Iglesia. Marx y Engels,
creadores del marxismo, que es una especie de "cristianismo" laico y
ateo, habían lanzado al mundo el grito famoso con el que acaba el
"Manifiesto comunista", pregón programático de la nueva
"religión": "proletarios de todos los países, únanse". Eran
las nuevas tendencias, a las que había que discernir y hacer frente. En esta
tarea se empeñan, impulsadas por el Espíritu, no sólo la Iglesia Católica, sino
también las grandes confesiones protestantes.
Pero el Señor no quiere que su Iglesia se polarice demasiado en una
línea, pues la haría estrecha y determinista. Por eso suscitó, por aquella
misma época, otras corrientes, no contrarias a la anterior, pero sí
complementarias. Entre las iglesias protestantes hubo una que apenas entró en
la discusión de los temas sociales, tan acuciantes, y siguió predicando a un
Jesucristo escueto, con mucha garra pastoral y fecundidad misionera.
1 de Enero de 1901
El movimiento espiritual del que vamos a hablar parece haber surgido,
más o menos simultáneamente, en
diversas partes de la tierra, especialmente en Armenia, Gales, India y USA. No
se puede considerar patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa. La
corriente principal y mejor constatada, sin embargo, fue la que apareció en una
pequeña y pobre iglesia protestante a la que acabamos de hacer referencia. Es
la Iglesia Metodista. Es ésta una iglesia escindida del Anglicanismo hacia el
año 1729. Este cisma no se hizo por rechazo, sino por afán de reforma y de
acercamiento sencillo del culto y de los grandes dogmas al pueblo cristiano. Es
por esto que quizás se ha comparado el
movimiento metodista al franciscanismo. Sus promotores, en especial John
Wesley, un hombre de entraña mística y de una predicación muy imaginativa y
cercana al pueblo, conservaron siempre un gran respeto por la Iglesia madre
Anglicana. El nombre de metodistas les fue impuesto por burla, pues hacían gala
de seguir un método adaptado a las buenas costumbres de las que nos habla la
Biblia. Los fieles metodistas se extendieron por varios países del mundo
anglosajón, aunque nunca llegaron a ser muy numerosos.
Sucedió en la noche de fin
de año de 1900. Un grupo de estudiantes celebraban una asamblea de oración en Topeka,
Kansas. La presidía el joven pastor metodista Charles F. Parham. Le pedían al Espíritu Santo que les enviara
los mismos dones que había otorgado a los apóstoles en el cenáculo.
Una chica, llamada Inés Ozman, sintió
el impulso de salir al centro de la asamblea. Rogó al pastor que le
impusiera las manos e invocara sobre ella la efusión del Espíritu Santo, como
se hacía en tiempo de los apóstoles. El pastor, en un primer momento, se quedó
perplejo, pero al fin condescendió.
"En aquel momento, refirió la joven, me sentí como arrastrada por un río
en crecida y como si un fuego ardiese en toda mi persona, mientras que palabras
extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneas a los
labios y se me llenaba el alma de una alegría indescriptible".
Seguidamente los demás estudiantes y el propio pastor Parham recibieron los
mismos dones.
La noticia se difundió. De todas partes acudía la gente para recibir lo
que se llamó "el bautismo en el
Espíritu" y "el don de lenguas". En 1906 ya era un auténtico
fenómeno religioso muy extendido. Las iglesias protestantes, sin embargo, no
supieron acoger esta movida religiosa que parecía convulsionar sus cimientos.
La hostilidad se hizo general. El diario New York American escribe irónicamente
en su número del 3-12-1906 con motivo de un acontecimiento pentecostal: "La fe proporciona a esta secta un
nuevo idioma para convertir al Africa. Todas las noches experimentan un
milagro. Los líderes del movimiento son casi todos negros". Excomulgados
por sus iglesias y, aun en contra de su voluntad, los primeros carismáticos no
tuvieron más remedio que integrarse en una iglesia nueva que se llamó la
Iglesia Pentecostal.
MOTIVOS DE DISCREPANCIA
La historia del pentecostalismo en los años que siguieron se hizo
turbulenta. Hubo entre ellos y con las demás iglesias nuevas divisiones y
enconadas luchas y disputas teológicas. Cayeron en un gran desprestigio.
Durante cincuenta años se sumieron en una semioscuridad y dejaron, por tanto,
de ser un peligro digno de ser tomado en cuenta. Todo el mundo creía que el ciclo pentecostal había llegado a su fin. Daba
la impresión de que aquella semilla que tan pujante brotó en el grupo de
jóvenes de Parham se había muerto para siempre.
La novedad de la irrupción pentecostal fue imposible de asumir en un
principio. Podemos mencionar varios factores de discrepancia, entre otros
muchos. Para los primeros pentecostales,
siempre hubo dos cosas innegociables: el bautismo en el Espíritu y el don de
lenguas. En efecto, para la mayoría de los protestantes, incluidos los
pentecostales, el bautismo cristiano tiene como dos momentos: el bautismo de
agua, que produce la regeneración y el bautismo del Espíritu, que otorga la plenitud
del Espíritu Santo. Lo que sucede es que en las iglesias tradicionales estos
dos momentos se fundían en un solo acto y, de esta forma, era bautizada la
gente sin que se urgieran más estos temas. Pero al sobrevenir la experiencia
carismática, en la iglesia Pentecostal se diversificaron estos actos. Ello
produjo innumerables disputas e incomprensiones.
Por otra parte, el don de lenguas siempre fue tomado por los de fuera
como un fenómeno incómodo y embarazoso, que si desapareciera evitaría problemas,
puesto que para ellos más que de provecho servía de confusión. Más que causar
un efecto positivo causaba escándalo y daba a las reuniones pentecostales un
tinte esotérico, como si fuera una secta de iniciados extáticos y
extravagantes. De ahí nacían, igualmente, las frecuentes acusaciones de fanatismo, de fundamentalismo, de
emocionalismo y de poco aprecio a la razón, incluso a la razón teológica.
No les ayudó nada tampoco su sectarismo y su rechazo de todas las iglesias
institucionales. El rechazo hacia la
Iglesia Católica era visceral.
También fueron motivos de contradicción el subjetivismo, la
interiorización religiosa y el misticismo en los que incurrían los
pentecostales, cosas todas ellas, según sus críticos, contrarias a la tradición
protestante. Como es sabido, para los católicos siempre ha habido dos fuentes
de revelación: la Escritura y la Tradición. Los protestantes, sin embargo, sólo
admiten una fuente de revelación, que es la Biblia. A ella acceden mediante la
inspiración privada y el libre examen. Estas cosas, aunque sean personales, no
sujetas a magisterio, son siempre objetivas. No podían aceptar el subjetivismo pentecostal, como si hubiera una
revelación pública y otra privada. Frases, como por ejemplo: "el Señor me
ha dicho", no podían ser asumidas.
ACOGIDA EN LAS IGLESIAS PROTESTANTES
Debido a estas y otras muchas contradicciones la semilla pentecostal
pareció, en cierto momento, que podía desaparecer. Pero no fue así. Al
contrario. Durante estos cincuenta años de oscuridad y silencio fue madurando
y, a pesar de la injuria y el escándalo de los hombres, hacia los años 60 sus
rebrotes se hicieron de nuevo incontrolables. Y ahora no era ya momento de excomuniones, sino que las iglesias no
pudieron eludir el hacer un nuevo discernimiento.
Pero ya habían cambiado muchas cosas en esas
iglesias; el mundo también era otro. La rigidez puritana de principios de siglo
había pasado; dos cruentas guerras mundiales habían relativizado muchas cosas;
y una filosofía nueva, personalista y vivencial había abierto la posibilidad de
un mundo de experiencias nuevas.
A pesar de los conflictos mencionados, las iglesias tuvieron que
enfrentarse al hecho de que muchos de sus fieles iban siendo tocados por la experiencia carismática.
Aún más: bastantes pastores participaban
en grupos de oración y habían experimentado igualmente un cambio profundo en
sus vidas. Por ello, aunque aún no se hayan apagado las disputas ni se
hayan eliminado totalmente las incomprensiones, las iglesias llamadas
"históricas" han dado su aprobación a la espiritualidad pentecostal.
En la Iglesia Episcopaliana fue a partir de 1958; la Luterana USA en 1962; la
Presbiteriana también en el 62; y lo mismo ha sucedido en algunas comunidades
ortodoxas.
Desde este momento se empieza a descubrir
la parte positiva de toda esta movida espiritual. Ahora es valorada la
capacidad evangelizadora de la nueva corriente espiritual; su novedad y
frescura de cara a los jóvenes y alejados; la vitalidad en los cultos y
celebraciones; la revalorización de la oración y lo sobrenatural en un mundo
materialista y práctico; y, de una manera especial, la capacidad ecuménica de
este nuevo movimiento. Fieles de todas las confesiones participan juntos en
grupos de oración: ¿No será que el Espíritu Santo quiere construir la unidad
desde las bases, desde el pueblo?
EN LA IGLESIA CATÓLICA
Dados estos antecedentes, no es de admirar que este movimiento
espiritual apareciera inevitablemente en la Iglesia Católica. Sin embargo,
cuando esto tuvo lugar causó una sorpresa casi general. Siempre había existido
una profunda hostilidad hacia el Catolicismo por parte de las Iglesias
Pentecostales, el cual, según ellas, era
la suma y compendio del formalismo y organización aniquiladores del Espíritu.
Por otra parte, la mayoría de los
católicos nunca habían tomado en serio a los pentecostales por su aparente
emotividad y fanatismo.
Nadie, pues, imaginaba la rápida aceptación con que fue acogida la
espiritualidad pentecostal en la Iglesia Católica. La verdad es que se ha
extendido con mucha mayor rapidez en ella que en todas las demás iglesias, y la
oposición ha sido mucho menos intransigente. Observadores pentecostales han comentado sorprendidos la facilidad con
que los católicos han aceptado el "bautismo en el Espíritu". La
jerarquía católica se ha mostrado más abierta y favorable al movimiento que la
de las demás iglesias.
Pero también en la Iglesia Católica habían cambiado muchas cosas. Había
pasado Juan XXIII con su lema: "valoricemos
lo que nos une y dejemos lo que nos separa". Había pasado un concilio,
el Vaticano II, que abrió las
puertas y ventanas de la Iglesia de par en par y realizó una apertura sin
precedentes a la modernidad, al progreso, a la tolerancia, a los derechos
humanos y, en general, a las realidades terrenas, cosas todas ellas asumidas en
una síntesis poderosísima bajo la acción del Espíritu. Fue un concilio sin
condenas, un concilio de aperturas, de tolerancia del pluralismo religioso, de
anhelos ecuménicos. Ya no hay herejes ni
cismáticos, sino hermanos separados, entre los cuales pueden darse también
"la fe, la esperanza, la caridad, la vida de la gracia y otros dones
interiores del Espíritu Santo".
En la apertura de dicho concilio Vaticano II, el Papa Juan invocó al
Espíritu Santo pidiéndole: "Renueva en estos días tus maravillas,
a la manera de un nuevo Pentecostés".
SE ENCIENDE EL FUEGO
En la Universidad del
Espíritu Santo de Duquesne, en Pittsburgh, USA, hay un grupo de cristianos
inquietos. Son agentes de pastoral dentro de la misma Universidad, pero están
desilusionados y un tanto desmoralizados, sobre todo, por la ineficacia e
infecundidad de sus esfuerzos y trabajos. Sin embargo, están en actitud de
búsqueda y de encuentro. Cae en sus manos un libro que se ha hecho famoso: "La cruz y el puñal". Es una
especie de autobiografía de un intrépido pastor, David Wilkerson, el cual habla
de su apostolado entre las pandillas de jóvenes delincuentes y drogadictos de
Nueva York. Entre estos jóvenes se habían realizado auténticos milagros con
signos visibles de una presencia fuerte y viva del Espíritu Santo. Allí se
relataba algo distinto, allí se percibía una eficacia y una fecundidad
superiores a los puros dones y categorías humanos.
La lectura de este libro fue
para ellos una revelación. Decidieron orar los unos por los otros diariamente
la secuencia del Espíritu Santo: "Ven, Espíritu divino". Pedían que
se derramara sobre ellos la misma fuerza y el mismo fervor que habían
experimentado los primeros cristianos.
Sucedió a principios del año 1967. Después de
algunos meses de perseverar en esta oración y en estos deseos encontraron
suficiente humildad para pedir a algunos neopentecostales que oraran sobre
ellos a fin de recibir el bautismo en el Espíritu.
Los efectos fueron inmediatos y
prodigiosos. Los frutos del Espíritu se derramaron copiosamente: se sienten
invadidos por una fuerza nueva; perciben un profundo sentimiento de paz; se
regocijan con una alegría inexpresable; sienten la necesidad casi impulsiva de
dar testimonio. Y lo que es más importante: experimentan en sus propias vidas
la realidad poderosa y santa del Espíritu, que les lleva a descubrir a un Jesús
vivo, resucitado, señor de todas las cosas. Perciben como un cambio cualitativo
en su propio ser, cambio que se expresa también a través de varios dones
carismáticos: don de lenguas, profecía, curaciones.
Demasiado fuerte para asimilarlo de inmediato. Dentro de la paz y
sobriedad del Espíritu que, de por sí, nunca hace perder la armonía y el
equilibrio, se sienten gozosos, pero desconcertados y un tanto perdidos. ¿Qué
está sucediendo? ¿Es esto un nuevo Pentecostés?
Pero no era un momento adecuado para pararse a teorizar lo que estaba
pasando. Había que apurar la experiencia hasta el final. Y, sobre todo, había
que dar salida a la urgencia de comunicación, de compartir con otros, algo que
en su fuero interno sabían que era auténtico, oro de ley. Programan pronto un retiro, que se hizo famoso, al cual asistió mucha
gente nueva, y en el que de nuevo percibieron la presencia viva del Espíritu
Santo. Pasaron un fin de semana en oración como sumidos en una atmósfera
ultraterrena.
La experiencia se extiende rápidamente como un fuego. El 4 de Marzo de 1967 un joven
estudiante de Duquesne comunica estos sucesos a un asombrado pero reticente
auditorio de la Universidad de Notre
Dame, en South Bend. También aquí
acuden a los pentecostales que, en un encuentro de oración, oran por ellos,
repitiéndose los mismos acontecimientos con los mismos resultados. En pocos
meses se propagó la noticia por diversas regiones de USA, saltando
inmediatamente sus fronteras en todas las direcciones.
NACIÓ EN AMÉRICA, PERO NO ES AMERICANA
Ni la propaganda de la coca-cola; ni la
publicidad de la hamburguesa; ni la estrategia de los VIPS; ni el espectáculo
de Michael Jackson; ni las intrigas de la CIA; ni el marketing de una
multinacional; ni la acción de las películas del Oeste han sido vehículo para
que la Renovación haya llegado, rincón por rincón, hasta los confines del
planeta. El Espíritu Santo no ha necesitado la influencia americana para
"colonizar" espiritualmente al mundo. Viene de América, pero no es
americana.
Y entonces se preguntará alguien: ¿por qué nació en América? He aquí
una cuestión insoluble. Los designios de Dios son inescrutables. No se pueden
dar ni razones de conveniencia. De todas formas es sorprendente que haya nacido
en USA, pues las cosas de Dios suelen
brotar en la debilidad, la pobreza y la impotencia. Sin embargo también en
EE UU hay pobrezas. Desde el principio se trató de descalificar al movimiento
pentecostal a causa, según decían, de su origen humilde en una iglesia negra.
Muchos comentaristas e historiadores piensan que el mismo ambiente que dio
origen al Negro Spiritual, al Jazz y a los Blues, produjo también el movimiento
pentecostal. La verdad es que desde el principio hubo adeptos de ambas razas,
aunque también está constatado que en el inicio la mayoría de los líderes y el
gran impulso se realizó por medio de comunidades de gente de color.
Y, ¿por qué en el Protestantismo? No lo sabremos jamás, como tampoco
sabremos por qué el Hijo de Dios nació en una cueva en Belén. Tal vez era el
sitio más pobre y por eso lo escogió. De esta forma hasta los mendigos que
duermen en la calle, los desheredados, los emigrantes y desterrados, se pueden
identificar con él. Si hubiera nacido en un palacio, los pobres jamás hubieran
pisado sus umbrales. La Renovación no tuvo ni patria ni sitio en
la posada. Nació en la Iglesia Metodista, pero fue expulsada de ella y de las
demás iglesias protestantes. Tuvo que construirse su propia chabola. ¿Si
hubiera nacido en la Iglesia Católica, la aceptaría todo el mundo? Hay muchos
que consideran a esta iglesia demasiado poderosa, demasiado prepotente. En
cambio, naciendo donde nació, y creciendo como creció, a la Iglesia Católica y
a todos nosotros nos sirve de ejercicio de pobreza y de reconciliación. Y hay
que reconocer que en este tema nuestra Iglesia Católica ha alcanzado auténticas
cotas de catolicidad y de aceptación de los demás.
Hablando de un tema semejante San Pedro dijo un día en casa de un
pagano: "Verdaderamente Dios no hace acepción de personas, sino que el
hombre que le teme, sea de la nación que sea, le es grato" (Hch. 10,34).
Este fuego no hace, pues, referencia a ninguna nación, a ninguna ideología, a
ninguna cultura, ni lengua ni raza ni color.
NO FUE PROGRAMADA NI TIENE FUNDADOR
A ningún consejo de pastoral o reunión de
planificación, a ningún capítulo general o comisión teológica se le ocurrió
jamás un programa de acción o evangelización en el que se incluyera como acción
prioritaria un "bautismo en el Espíritu". Ninguna pastoral de
conjunto ha incluido en sus planes la oración en lenguas, la profecía o las
curaciones. Todos sentimos la necesidad de una nueva evangelización, "con
nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo ardor" pero, ¿quién es capaz de
actuar algo concreto que cambie vidas, que haga descubrir a un Jesucristo vivo
y poderoso y que llene nuestras actuaciones de carismas y de una acción
poderosa del Espíritu?
La única planificación que puede haber, para que lo dicho suceda, es la
oración en la que se clama por esos dones y esa venida del Espíritu. Y él, como
el día de Pentecostés, nos ha sorprendido una vez más. Y está ahí. La cuestión
ahora es reconocerle y secundar sus planes. Cada uno en el lugar donde perciba
su llamada.
Para la Renovación esto no es tan sencillo, pues el Espíritu no se vale
en ella de las mediaciones ordinarias por las que suele actuar. Aquí no hay un fundador, ni se puede decir
que sea un movimiento. Por eso, no tiene una teología especial, ni un
centro espiritual, ni un programa de acción, ni unos objetivos concretos. No
trata de reformar la oración, ni la liturgia, ni abrir cauces a la Palabra de
Dios, ni está llamada a unos compromisos sociales concretos. Es una re-novación
de lo que siempre fue, una puesta a punto, una vitalidad renovada. Nadie dirige los pasos de la Renovación. La
única referencia instintiva que hace el carismático es al Espíritu Santo. Él es
el fundador, el motor, el que programa, el que señala cadencia y ritmo. Por
ello, la actitud más auténtica es la de la escucha, viviendo siempre la
provisionalidad de lo que tenemos. En la Renovación nunca hay nada terminado,
porque el Señor es nuevo cada día.
3.-
UNA REUNIÓN DE ORACIÓN
Los tres capítulos que siguen, como en general todo el libro, están
escritos con un amor y atención especial a los que van dando sus primeros pasos
en la Renovación carismática. Me refiero a esas personas que acaban de entrar y
quieren enterarse no sólo de las ideas teológicas que la Renovación pone en
juego, sino de la vida que hay en ella y la que puede comunicar. Para describir
esta vida y llegar al fondo del mensaje, me ha parecido que la fórmula mejor no
es teorizar, sino contar historias reales con su escenificación natural. Todo
lo que van a leer, pues, en estos capítulos, son historias reales que, por otra
parte, expresan lo que gran parte de los carismáticos hemos experimentado
también. Naturalmente, se han cambiado los nombres y parte de las circunstancias.
Para aquellos momentos, en especial los testimonios, en los que es más fácil
identificar a la persona real protagonista de los hechos, se han pedido los
permisos necesarios.
-Hola. Buenas tardes. ¿Eres nuevo?
-Sí. Vengo por primera vez.
-¿Quieres que te acompañe?
-Bueno...
-Me llamo Marta, ¿sabes? Soy del grupo que llamamos aquí de acogida.
Tenemos el encargo, entre otros, de acompañar a los que vienen a la oración por
primera vez, para que no se sientan solos y perdidos. De todas formas eres libre.
Si quieres estar solo, puedes hacerlo.
-No. Prefiero que me acompañes.
-¿Cómo te llamas?
-Llámame Paco.
Marta conduce a Paco hacia una
sala amplia, donde se encuentra ya mucha gente reunida. Hay animación. Algunos
colocan las sillas en círculos concéntricos. Fuera de eso, apenas se ven
preparativos que indiquen lo que se va a hacer allí. -¿Por qué se abrazan y
besan tanto? pregunta Paco. ¿Hace mucho que no se ven?
-No. Desde el martes pasado, respondió Marta. Tenemos la reunión de
oración todos los martes del año.
-Pues da la impresión de que no se ven desde hace un siglo.
-Sí. Aquí es así. ¿Te parece raro?
-No. Pero es curioso que se alegren tanto al encontrarse.
-Hay mucha convivencia, sugiere Marta, y eso engendra cariño. Además
hay una experiencia de fe muy compartida.
* * *
La sala se iba llenando poco a poco. Se esperan unas doscientas
personas. Hay gente de todas las edades. Un grupo de jóvenes afinan sus
guitarras. En otros corros se charla animadamente. Paco lo observa todo, al parecer
muy interesado. Es un chico joven que, como más tarde confesó, tiene
personalmente inquietudes religiosas. Además es catequista de confirmación en
una parroquia y le atrae el tema de una
experiencia viva del Espíritu Santo. Pero lo que le ha movido de verdad a hacer
esta experiencia es una persona a la que él quiere mucho y que le viene
motivando desde hace tiempo. -¿Todas estas personas forman parte de un mismo
grupo de oración?
-Sí, respondió Marta. Somos un grupo o comunidad, que nos reunimos todos
los martes, como te he dicho. Hay más grupos, no sé cuantos, pero muchos. Este
nuestro se llama "Agua viva".
-Ah. ¿Tienen un nombre?
-Sí. El nuestro hace referencia al agua, como símbolo del Espíritu
Santo, que da vida, renueva y hace crecer las plantas.
-Bueno, y la sesión de hoy ¿de qué se trata? dijo Paco con creciente
interés. ¿Me puedes explicar un poco?
-Hoy es una reunión de oración. Siempre es como la que vas a ver hoy,
menos los primeros martes de mes, que tenemos la celebración de la cena del
Señor o Misa. Viene a durar unas dos horas. La primera hora la dedicamos
íntegramente a la oración de alabanza.
-No sé bien qué es eso, dijo Paco, pero
bueno, continúa.
-Después durante media hora escuchamos una enseñanza. Suele hablar una persona a la que se le ha encargado
previamente, e incluso se le ha dado el tema. La media hora final se dedica a
lo que llamamos testimonios. Es una
forma de compartir la fe y la gracia de Dios que actúa en nuestras vidas.
Algunos testimonios impactan mucho.
Finalmente nos tomamos de las manos y rezamos o cantamos un padrenuestro.
-¿En todos los grupos hacen lo mismo? inquirió Paco.
-No conozco muchos, respondió Marta. Pero creo que sí. En todos se
hacen las mismas cosas. Claro que a veces hay grupos pequeñitos o de
principiantes que, a lo mejor no tienen guitarras, o no hay nunca enseñanza
porque no tienen quién las dé. Pero, más o menos, todos tienden a completar el
esquema que te he dado. En todo caso en el nuestro se hace así.
-Sólo otra pregunta, añadió Paco: ¿Quién
dirige todo esto?
-Los grupos eligen, cada cierto tiempo, un equipo de personas
encargadas de llevar adelante esta tarea. Se le llama el equipo de discernimiento. En
la Renovación, sin embargo, no funcionan las cosas por democracia, sino por
carismas. Por eso, más que una elección es un discernimiento.
* * *
Cada vez había más gente en la sala y las conversaciones subían de
tono. No se veía a nadie que pudiera poner orden en aquella algarabía. A Paco
esto le mosqueaba un poco. ¿Cómo es posible, se decía a sí mismo, que dentro de
unos momentos esté esta gente en oración?. Pero no quería caer en prejuicios.
Se había prometido a sí mismo que iba a ir con una actitud abierta, pasara lo
que pasara. Ya habría tiempo de hacer una reflexión más sosegada. Por otra parte, no veía ni una imagen, ni
un cuadro, ni un símbolo religioso, aparte de los que decoran ordinariamente la
sala. ¡No me explico cómo se pueda crear una presencia de Dios en esta
marabunta! Queriendo salir de sí mismo, se dirige de nuevo a Marta: -¿Qué clase
de gente suele venir aquí?
-Hay de todo, respondió Marta. Aquella de amarillo, por ejemplo, es
peluquera. En aquel grupo de señores hay un cura, un médico y un jubilado que
si te descuidas te encaja una aventura de cuando estaba en el frente. Ese otro
que coloca sillas es un taxista. Hay señoras de "sus labores" etc.
-¿Y esos que están en sillas de ruedas?
- En los grupos carismáticos, contestó
Marta mirándole a la cara, siempre verás gente enferma, sencilla, pobre. Los
mismos que rodeaban a Jesús. Donde hay gratuidad siempre encontrarás a los
pobres. Aquí, no sólo tienen derecho a estar, sino a hablar y a intervenir como
cualquier otro.
-Pero esto tendrá sus inconvenientes, ¿no?
-Sí, arguyó Marta, pero tiene muchas ventajas evangélicas.
-Según esto, ¿cómo preparan la oración?
-No olvides que se trata de una oración de alabanza y ésta para ser sincera ha de ser espontánea. Es como
si preparas una elogio o un piropo, perderían mucho de su gracia. Por eso todo
lo que veas y oigas durante dos horas va
a ser espontáneo.
Mucha gente pasaba y les
saludaba. Paco se extrañaba de que nadie subrayara su condición de novato. Para
la mayoría era como un amigo de toda la vida. De repente, una sombra de
preocupación se manifestó en su cara: -¿Sabes Marta? Me está entrando un poco
de miedo. Me temo algún contagio.
-Tal vez quedes contagiado, pero no como tú
temes. De todas formas, no te preocupes. Es todo muy sencillo, sonrió Marta con
dulzura.
* * *
Y dio comienzo la oración. Paco no podía disimular. A pesar de todos
sus propósitos, estaba a la defensiva.
Sonaron algunas canciones semifestivas que fueron atrayendo la atención de la
gente. Se levantó un señor como de unos 50 años. Era el encargado de dirigir la
oración. Las palabras que salieron de sus labios eran de invitación. Apelaba a
la interioridad, a la escucha, a hacer presente al Señor, que nos había
convocado a todos un martes más. Jesús el Resucitado, continuó diciendo, el que
vive para siempre está vivo en medio de nosotros. Él preside esta oración y,
mediante su Espíritu, nos va a hacer saborear los bienes de arriba. Terminó su
exhortación dirigiéndose personalmente al Señor con una oración espontánea: "Envíanos, Señor, tu Espíritu, que
penetre en nuestros corazones. Que sea Él quien te alabe verdaderamente desde
nuestro interior. Que clame Él con gemidos inefables. Danos tu presencia y que
ésta, tu comunidad, prorrumpa en alabanzas".
En aquel momento vibraba el silencio. Sin previo aviso, suenan las
guitarras, esta vez en plenitud de oración, y entonan una
canción:"Espíritu Santo de Dios, ven sobre mí". La gente se mete
dentro de sí. Cierra los ojos. Interioriza la canción. A Paco le impresiona la metamorfosis que se está obrando allí.
Doscientas personas charlando y saludándose como se hace a la puerta de un
teatro y, de repente, la atención de
todos se concentra en un punto interior como si hubieran sufrido un
encantamiento. ¿Qué artista genial se ha hecho presente en el alma de todas
estas personas?
A Paco se le aflojaron los músculos. Nadie se preocupaba de él. Ni
siquiera Marta que también había entrado en oración con una enorme libertad. Es
como si estuviera solo. La asamblea se le hizo espectáculo y pudo observar a
todos, sin que nadie le viera a él. Cantaban con los ojos cerrados. Parecía que
todos habían entrado en contacto interior con Jesús resucitado. Miró a Marta, y
la encontró bella, interior, relajada. La
paz de la asamblea prendió también en su alma.
* * *
Pero su sorpresa no había
llegado al colmo. Al terminar la última estrofa la gente inició una extraña
armonía, que no era boca cerrada, no repetía la melodía de la canción, sino que
creaba una nueva, sin letra, poderosa, multiforme. Cada uno cantaba lo que le
salía del alma. A veces la armonía se espesaba, se hacía densa y estallaba casi
en júbilo y en grito. Marta se percató del estado de ánimo que podía tener Paco
y acercándose a él le sugirió al oído: -Esto que oyes se llama canto en
lenguas. La cascada de voces seguía densa. A veces aflojaba ligeramente, pero
pronto volvía a elevarse el tono, como porfiando por llegar al techo del
júbilo. Así durante varios minutos. San Agustín, un día, explicó muy bien lo que
estaba sucediendo: "Dios mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle:
no te preocupes por las palabras como si éstas fuesen capaces de expresar lo
que le deleita a Él. Canta con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo?
Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón.
En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún
otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su
alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder
expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que
siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del
Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y,
si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con
júbilo. De este modo el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del
gozo no se ve limitada por unos vocablos" (Sermón 1 al salmo 32). La tradición cristiana ha visto, de esta
forma, en el canto en lenguas, la forma suprema de la alabanza y la ha llamado
"oración de júbilo" o "jubilatio".
La poderosa armonía de la
asamblea se iba haciendo cada vez más fluida y en un punto inició un descenso casi
en picada, se hizo débil en todas las gargantas y se posó con suavidad como el
vuelo de una paloma. -Alucinante... musitó Paco.
* * *
A Marta no le dio tiempo a acoger estas impresiones de Paco. Al término del canto en lenguas no entró el
silencio, sino que la asamblea prorrumpió en una cascada de aclamaciones a voz
en cuello, en las que predominaban frases como éstas: "Gloria a ti, Señor.
Bendito seas. Aleluya, aleluya. Tuyo es el poder, la gloria, el honor y la
alabanza". De cada boca salían palabras distintas, pero todas a una.
Expresiones diversas, pero un sólo grito. Incluso algunos daban palmas, otros
levantaban los brazos y otros vitoreaban con fuerza. Al lado de Paco un hombre
gritaba con fuerza: "que te aplaudan los ríos y te aclamen los montes,
Señor". Marta suavizó el entusiasmo con el que estaba orando, pues
presentía que Paco estaba un poco perdido ante tanta intensidad:
-Esto que escuchas ahora se llama oración
de aclamación, susurró al oído de Paco. Es como si hubiera entrado un personaje
muy famoso y muy querido en la asamblea. Sin duda la gente le aclamaría. -Sí,
pero aquí no ha entrado nadie, acentuó Paco un poco incómodo.
-Es que ya está dentro, sentenció Marta. Pero esto es un secreto.
-Sin duda que tiene que haber un secreto, aceptó Paco. O ustedes están
locos o tiene que haber un secreto.
-¿Por qué no intentas entrar un poco en
oración? Es la única forma de captar ese secreto, insinuó Marta haciendo ella
un ademán de invitación.
Paco cerró los ojos e hizo un
esfuerzo interior para conectar con algo. Pero no era el momento oportuno. La
poca oración que había hecho en su vida fue siempre en situaciones de quietud y
de silencio. Y aun así, apenas había logrado algo más que rezar, es decir,
recitar una serie de oraciones con la intención de pedirle algo a Dios. Pero no tenía experiencia de una oración
íntima, secreta, nacida del corazón. Más que con la oración había intentado
acercarse a Dios siendo coherente y honrado, y ganándose la paz del alma con
una dedicación y entrega a los demás. En la oración nunca había encontrado
jugo. Se sentía vacío por dentro y la propia vaciedad le horrorizaba si en
algún momento quería entrar dentro de sí. Por eso, a pesar de la invitación de
Marta no pudo concentrarse.
Mientras tanto, seguían las aclamaciones y los vítores. Algunas
personas daban la impresión de estar en trance. La mayoría, sin embargo,
gritaban con fuerza pero dentro de una gran sobriedad y equilibrio. Es cierto.
Ninguna de estas formas de orar está fuera de la Palabra de Dios, aunque sean
tan distintas de lo que estamos acostumbrados a oír en nuestras iglesias. La
oración comunitaria actual es demasiado hierática, anodina y estereotipada. La falta de vibración en nuestras
celebraciones no está ayudando mucho a la causa del evangelio. A veces da la
impresión de que no nos motivan ni las propias palabras que salen de nuestros
labios.
En otros tiempos con más fe y menos complejos, no era así. El Espíritu
se sentía menos bloqueado y podía hacer maravillas y crear auténticas celebraciones
comunitarias. Cuando se tiene una
experiencia viva y salvadora de Dios, la respuesta lógica es un grito de clamor
y de alabanza: "Dichoso el pueblo que sabe aclamarte" (Sal.89,15). De
nuevo: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de
júbilo" (Sal. 47,2) Y en otro lugar: "En su templo un grito unánime:
"¡Gloria!" (Sal. 29,9).
* * *
Al término de las aclamaciones sobrevino
un silencio. Se percibía densidad en la atención. La gente estaba como a la
escucha. Paco agradeció estos momentos de quietud. Necesitaba un descanso. Sin
embargo, la asamblea seguía viva. Jesús, el Resucitado, seguía derramando su
energía, es decir, su Espíritu sobre todos los presentes. No se veía a nadie
encauzando ni dando ningún tipo de indicaciones sobre la oración, por lo que
eran imprevisibles los derroteros por los que en adelante discurriría.
El equipo de música entonó otra canción. Era un estribillo:
"Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado".
Lo repitieron varias veces con gran suavidad. Se notaba que el pueblo
saboreaba estas palabras y las encontraba jugo. Paco lo encajaba ya todo sin
pestañear, pero no pudo reprimir su curiosidad: -¿Por qué la repiten tantas veces? preguntó dirigiéndose a Marta.
-Porque esta canción en este momento está
ungida, y la gente la saborea como un manjar. En estas celebraciones la unción
es un elemento esencial.
-¿Qué
significa unción?
-Es
parte del secreto del que te he hablado. Imagínate un picaporte que funciona
mal, explicó Marta. Si le echas un poquito de aceite queda suavizado, ungido, y
entonces da gusto abrir la puerta.
-¿Quieres
decir que el Espíritu Santo ha puesto un poco de aceite en esta canción?
-Exactamente,
asintió Marta. La unción es una experiencia sobrenatural. La perciben los que
van ya entendiendo el lenguaje del Espíritu. La unción engendra todos los
carismas. Si el Espíritu Santo pone un poco de aceite en las palabras de un
predicador, te llegan ungidas y penetran muy hondo, como el aceite. Si pone
aceite en un sufrimiento, lo vives con una fuerza especial que no procede de
ti. Carismático en algún sentido significa ungido. Una oración, como ésta, es
carismática cuando está ungida.
-A mí
esto me suena a nuevo.
-La
Iglesia desde siempre ha conocido este misterio, explicó Marta. En varios de
sus sacramentos pone un poquito de aceite en la frente o en las manos de los
que los van a recibir.
* * *
En aquel momento terminó la canción. Se percibía mucha unción en la
asamblea. De repente una señora gorda y bien configurada se arrancó con voz
fuerte en una plegaria personal. Paco se asustó un poco, pues la tal señora
estaba inmediatamente detrás de él. "Señor, dijo la mujer, te doy gracias
porque has estado toda la semana conmigo. Siempre estás conmigo. Sólo tú y yo
sabemos, Señor, lo que estoy sufriendo. No te alejes nunca de mí".
A Paco le llegó esta oración y otras varias que siguieron en un tono
semejante. La asamblea se distendió mucho durante bastantes minutos. Se notaba
que algunas personas pugnaban por meter su oración particular. A veces se
atropellaban un poco unas a otras y hablaban dos o tres casi a la vez. Paco se
relajó. En este tipo de oración se encontraba más a gusto. Dirigió a Marta una
mirada de complacencia, pero esta le respondió con una mueca indescifrable:
-¿No te agrada esto? preguntó Paco.
-No del todo.
-¿Y eso?
-Mira, las oraciones personales son importantes porque transmiten una
acción genuina del Espíritu y la experiencia concreta de salvación en la historia
de una persona y, como por un efecto de diapasón, de los demás, pero tal como
se suceden hoy no me están gustando. No
hacen comunidad.
-Y ¿por qué me siento yo a gusto con ellas? dudó Paco.
-Porque tienen mucho de razón y mucho de sentimiento y en este terreno
humano tú te sientes bien. Sin embargo,
a mí hoy no me llegan ni con Espíritu ni con unción.
Marta tenía razón. Aunque haya
muchas personas juntas orando, esto no quiere decir que siempre salga de ellas
una oración comunitaria. Uno tiene que dejar de lado sus estados de ánimo del
momento, su protagonismo y sus pequeños o grandes problemas personales o
domésticos. Si hay muchas personas que lanzan su intervención desde sí mismas,
sin tener en cuenta a los demás, habrá un sinnúmero de oraciones yuxtapuestas,
pero no habrá oración de la comunidad. Y
el efecto inmediato es la caída de la unción y el enfriamiento de los
corazones.
Sin embargo, si en las intervenciones
personales se atiende a la línea que va llevando el Espíritu, si se escuchan
los unos a los otros, si uno se deja inspirar por las oraciones de los demás,
si lo que interesa es el Señor y su acción en la comunidad, poco a poco va
subiendo la unción y pronto se vuelve a experimentar que la oración la lleva el
Señor, y el pueblo quedará sanado, consolado y fortalecido y se hará grande la
unidad en los corazones.
Esto vale no sólo para las oraciones individuales sino también para la
música, la predicación y los testimonios. Si
el ministerio de música canta las canciones guiado por criterios estéticos,
sentimentales o de moda, sin atender al ritmo y línea que marque el Espíritu,
serán canciones sin unción y enfriarán la alabanza. Lo mismo en la
predicación y en los testimonios. Estos últimos deben de estar fundamentalmente
motivados por la oración y la predicación del día, aunque hayan sucedido hace
tiempo. Si están desconectados de ella, aunque sean claramente del Señor,
rebajarán el efecto comunitario de la oración.
Los jóvenes de música quebraron la serie de oraciones individuales con
una canción destinada a aunar de nuevo a todos los espíritus en una alabanza
más comunitaria. De nuevo se creó un clima de relativa interioridad. Después de
la canción hubo un intento de aclamación que no culminó. Se creó seguidamente
un silencio un poco forzado. De en medio del silencio surgió una voz fuerte:
"Pueblo mío, te amo. Ábrete a la acción de mi Espíritu. Entrégame tus
preocupaciones, tus ansiedades, tus problemas, que te roban la paz e impiden
una comunicación transparente conmigo. Yo soy el señor de todos tus agobios. No
dejes tampoco que tu corazón caiga en la trampa de los ídolos, que vacían tu
espíritu de mi presencia y ahogan la alabanza en el umbral de tus labios.
Vuelve a tu amor primero. Ámame con el mismo ardor con el que se ama a la
esposa de la juventud. Deja que mi Espíritu realice en ti un camino poderoso,
santo, profético. Te he elegido para que seas mi instrumento y comuniques mi
salvación a otros hijos que hoy no están aún en el redil. Pero déjate salvar tú
primero..."
Paco inquirió con los ojos a Marta y ésta susurró en voz baja: -Es un profeta.
-¿Un profeta? ¿Como Jeremías?
-No sé. San Pablo habla de ellos. Creo que
dice que son muy importantes para guiar al pueblo.
El hombre que dirigía la oración invitó a la
asamblea a estar unos minutos en silencio para acoger el mensaje. Siempre se
debe hacer cuando se proclama una palabra profética o una lectura bíblica. Las
palabras habían causado gran impacto en la asamblea pues ésta penetró en un
silencio profundo.
San Pablo, en efecto, habla mucho del carisma profético y, en un
sentido amplio, deseaba que todos tuvieran el don de profecía. En las primeras comunidades cuando aún no
había leyes ni estructuras, la palabra profética conducía al pueblo y le
trasmitía órdenes del Espíritu. Su misión era la de descubrir los misterios
de la Escritura; la de exhortar, animar y corregir al pueblo; y, a veces, la de
leer en los corazones y anunciar el porvenir. Bernabé y Pablo fueron enviados a
la misión evangelizadora en obediencia a una palabra profética, atribuida al
mismo Espíritu Santo (Hch. 13,1-4). Más tarde al proliferar las costumbres, las
estructuras y las leyes se fue apagando la inspiración y unción profética. San
Ireneo terció en esta lucha, que ya era fuerte a finales del siglo II, diciendo
que no debemos desechar en la Iglesia la práctica profética con el pretexto de
que haya falsos profetas.
* * *
Después de varios minutos de escucha en silencio se fue iniciando un
murmullo de aclamación. Poco a poco se fue haciendo denso. El pueblo estaba muy
motivado por la palabra del profeta y, al fin, se desató en una auténtica
aclamación.
El ministerio de música reforzó la alabanza entonando la canción:
"Alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor". En ciertos momentos la alabanza tiene que estallar en música para poder
expresarse con toda la fuerza. Gran parte de la asamblea se puso en pie
cantando con los brazos en alto. Un bello espectáculo. Marta estiraba sus
brazos cuanto podía. En esa postura sonrió a Paco, que también se había levantado,
invitándole a hacer lo mismo. Paco le devolvió la sonrisa, pero no levantó los
brazos. Se sentía ridículo. Le pesaban como plomo. Sin embargo, le parecía
normal que los demás lo hicieran. Esto le dio más rabia y se reprochó su
incapacidad de hacerlo. Se consoló pensando para sí mismo: ¿Será también esto
parte del secreto?
Al terminar el canto, que culminó con palmas y aclamaciones, todos se
sentaron de nuevo. Un hombre alto, de edad avanzada, quedó en pie, con su
Biblia en la mano en actitud de leer. El
reloj marcaba una hora transcurrida totalmente en la alabanza. Con esta
oración el pueblo, que se siente amado y salvado, ha respondido a la acción
salvadora de Dios. Las diversas formas de hacerlo pueden variar según esquemas
culturales o idiosincrasias, pero conservando siempre unas constantes que son
netamente humanas. Éstas son: la alegría, la fiesta, la celebración, el gozo.
Todas estas cosas engendran una serie de expresiones corporales innatas y
espontáneas que van desde el baile a la adoración y se expresan en los más
variados gestos. La alabanza no es sólo una forma de orar sino un estilo de
vivir. El hombre que alaba es un ser
positivo, optimista, tolerante, paciente, esperanzado, caritativo. Y es que la
alabanza coloca al hombre en el mismo corazón de Dios, fuente de todas las
sabidurías. Y ahí no le pides nada sino que le bendices porque existe, porque
es bueno, por su inmensa gloria.
El hombre de edad avanzada, que quedó de pie con su Biblia en la mano,
proclamó con voz potente: "Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos;
broche de mis palabras: Él lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle?
Él es más grande que todas sus obras. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor
cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra
fuerza, no os canséis que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que pueda
describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? Mayores que éstas quedan
ocultas muchas cosas. El Señor lo hizo todo y dio a los humildes la
sabiduría" (Si. 43,27-33).
* * *
El mismo señor, de unos 50 años, que inició
la oración, se dirigió de nuevo a la asamblea: "Hemos terminado la hora de
alabanza. Ahora vamos a seguir atentos al Señor, escuchando lo que nos quiera
decir por medio de la hermana señalada para darnos hoy la enseñanza. Vamos a
orar brevemente por ella". Le impuso las manos, mientras bastantes
personas del pueblo hacían el mismo ademán desde lejos. Oró en estos términos:
"Señor, hazte presente en el corazón de ésta tu hija, para que trasmita tu
palabra a esta comunidad. Vacíala de sus preocupaciones, de sus intereses, de
su protagonismo, de todo aquello que pueda quitar transparencia a tu mensaje. A
todos nosotros danos un corazón dócil, de escucha, para que no pongamos
obstáculos a lo que hoy nos quieras decir".
Se levantó una mujer como de unos 38 años. Comenzó a hablar con mucha
suavidad. Era casada y tenía dos niñas. Había hecho la carrera de Químicas y
trabajaba en un laboratorio. El tema que le habían señalado era la misericordia
de Dios. No lo planteó de una manera
teórica, partiendo de unos principios teológicos para llegar a unas
conclusiones. Al contrario, ella había percibido esa misericordia en su vida
que en ciertos momentos estuvo rota y perdida. Sobre todo enfatizó que el Señor
había librado su corazón del odio y del resentimiento, a pesar de que
humanamente tenía motivos más que sobrados para vivir de ese odio y
resentimiento. Se encontraba limpia y eso la maravillaba. Ahí se le había hecho
encontradiza la misericordia del Señor, pues todo lo atribuía a la acción de su
Espíritu.
A Paco le encantó la media hora de enseñanza. Esta mujer no tenía un
gran don de predicación, ni brillaba por las grandes ideas, pero en cambio
tenía una gran transparencia y sencillez. -Me ha gustado esta mujer, dijo Paco.
He encontrado en ella una paz y un equilibrio sorprendentes.
-A mí también, asintió Marta. La conocía del grupo, pero nunca la había
oído dar una enseñanza.
-Le ha salido el alma por la boca.
-Sí. Ha estado muy ungida.
En la Renovación la experiencia es la fuente de donde brotan todas las aguas.
-¿Aquí no se aplaude nunca? inquirió Paco.
-No. Y si alguna vez se hace, el que dirige
suele llamar la atención para que todo el protagonismo revierta sobre el Señor.
Él es el que pone el aceite, y si no existe esta unción la predicación y la
reunión entera no es otra cosa que un afán puramente humano.
A Marta le hubiera gustado
explicar mejor las cosas a Paco. Pero en ese momento ya estaba alguien dando
una serie de avisos sobre próximas celebraciones y retiros de otros grupos, a
los que todo el mundo quedaba cordialmente invitado. Marta quería comentar a
Paco que la predicación cristiana debe ser también renovada. Se ha hecho
demasiada catequesis y demasiada teología en los púlpitos, y éstas por
naturaleza llevan un componente objetivo racional que pertenece explicar a los
maestros. Pero lo que hoy se necesita
primordialmente no son maestros sino testigos. La gente hoy escucha más a
los testigos que a los maestros, y si escucha también a los maestros es cuando
son a la vez testigos. Testigos como lo eran los apóstoles. No basta pasar el
evangelio por la propia cabeza, hay que vivirlo y pasarlo por la propia
historia. De esta forma uno anuncia su propio evangelio, es decir, el evangelio
de Jesucristo vivido en sus propias circunstancias. Y se hace testigo y se le
da al Espíritu Santo la posibilidad de llegar al fondo de todas las situaciones
de los oyentes.
* * *
Al término de los avisos, el hombre que dirigía la oración introdujo, con
unas palabras, a toda la asamblea en la última media hora de la reunión. Este
tiempo suele dedicarse a los testimonios. Advirtió a todos, como cosa ya
sabida, que el testimonio debe ser
corto, sencillo y que debía quedar
patente en él la acción de Dios y no el protagonismo humano. Añadió que
nadie tenía derecho a callarse, por vergüenza, lo que había hecho Dios en su
vida. Al contrario, debe ser publicado para gloria de Dios y edificación de la
comunidad. El testimonio, concluyó, es una de las formas más bellas de
compartir la fe.
En primer lugar se levantó un hombre que contó una extraña historia en
la que difícilmente se vislumbraba la actuación de la fuerza o el poder de
Dios. Apenas ofreció interés de ninguna clase. Lo mismo ocurrió con el testimonio
de una señora que se enredó con asuntos de su familia. En tercer lugar habló
una chica de 28 años. Ésta sí llegó al corazón de la asamblea:
Comenzó diciendo que hasta ahora nunca había dado testimonio en
público, pero que la charla la había motivado y dado fuerza para proclamar en
voz alta la misericordia del Señor en su vida: "Llevo tres años en la
Renovación. Yo no tuve a Dios nunca como punto de mira. Me educaron
cristianamente, pero me sirvió de poco. Me fui por mis caminos y, sin darme
cuenta, me alejé tanto de Dios que entré en un pozo muy hondo. En mi vida no
había nada salvable: he sido alcohólica y tóxicodependiente, sin terminar nada
en los estudios, sin trabajo, sin ideales. En estos tres años he ido intuyendo
que el Señor nunca me ha dejado, ni siquiera aquellas noches que llegaba a casa
borracha, vacía, rota y destrozada. Siempre me ha puesto a alguien que me ha
protegido, pues yo muchas veces no sabía dónde me había levantado, ni con quién
había estado, ni lo que había hecho.
Alguien me habló de venir aquí. El primer día oí que nadie viene por
casualidad, sino que es el Señor el que verdaderamente nos conduce. Pensé con
burla para mis adentros: "te lo crees tú. Yo estoy aquí porque se lo he
prometido a una persona que está harta de mis delirios, de mis borracheras y de
mis vomitonas, y quiero darle un poquito de gusto". Lo primero que recibí
en esta comunidad fue amor. Y al amor, aunque fuera una pizquita, nunca me he
negado. En la calle no he encontrado el amor jamás. Allí sólo encontré mucha
oscuridad, mucha decepción, mucho daño, mucho odio y enconamiento. Pronto me di
cuenta de que la misericordia de Dios andaba por medio y empecé a sentirme
mejor. Llevaba muchos años bebiendo y haciendo de todo, pero logré estar unos
días en casa sin salir. Me lo pasé muy mal. Todo eran temblores y me sudaban
hasta las pestañas. Pero me fui tranquilizando al cabo de unos días. Con esta
fuerza que iba recibiendo fui capaz de ir a un programa de rehabilitación de
toxicómanos. Ha sido largo y terrible. Pronto me darán el alta terapéutica, con
lo que ya estoy sana y útil para la sociedad. Pero en lo que se refiere al
Señor, yo sé que Él me sanó el primer día que entré aquí.
Mi vida ahora no tiene nada que ver con la de antes. Ahora está llena
del amor de Dios y de los hermanos. Gracias a esto saco fuerzas para pronunciar
un nuevo sí cada día. Nadie piense que ahora soy maravillosa. No. Sigo con las
mismas tendencias de siempre, a mi cuerpo le gusta lo de siempre: salir, beber,
ser humana, no pensar en nadie, librarme de toda traba y hacer mi vida. Pero yo
ya sé que estas cosas se te presentan muy bellas y atractivas, pero al final te
hunden en el infierno. Y no lo hago, porque el Señor ha permitido que yo elija
seguirle a Él. Y en ello experimento y, eso es lo increíble, que el Señor me
quiere. Y eso me hace vivir, me hace ir a trabajar, estar con mi familia y con
vosotros, me hace abrir mi corazón absolutamente a todo. No me importaría que
viniera alguien que me demostrara con toda clase de argumentos que Dios no
existe; me daría igual. Yo he sentido su amor tan real, tan físico, tan
rompedor de toda mi vida y de todos mis esquemas, que no me haría mella. No me
importa estar vulnerable, estar en tela de juicio. Lo único que me importa es
Él, y que Él no me retire su mirada. Yo estaba muerta, pero Él resucitó en mí
con todo poder y fuerza, y creo que por eso permitió que me sucediera lo que me
sucedió. ¡Gloria al Señor!".
Al acabar el testimonio hubo un fuerte murmullo de agradecimiento al
Señor por lo que acababa de oírse. Después
hubo unos momentos de peticiones espontáneas. La gente pedía por diversas
necesidades. Finalizada esta oración de petición, sin más, el pueblo entero
se levantó, se cogieron de las manos los unos a los otros, y se cantó el
padrenuestro. Con ello se dio por finalizada la oración.
Paco hizo un gesto de agradecimiento hacia Marta. -¿Qué te ha parecido?
preguntó ésta.
-No sé. No quiero simplificar. Me ha impactado, pero son demasiadas
impresiones para asimilarlas de repente.
-Es natural, a casi todos nos ha pasado igual.
-Una cosa está clara para mí, añadió Paco. Si a la Iglesia se viene a
celebrar la fe, ustedes verdaderamente la han celebrado. Pero yo no tengo esa
fe. ¿Cómo la han adquirido?
-Ése es el secreto, concluyó
Marta. Si vuelves, ten seguro que se te revelará.
4.-
SEMINARIO DE INICIACIÓN
Una novela de Georges Bernanos: "Diario de un cura rural",
nos cuenta la historia de un joven y humilde sacerdote de pueblo. Vivió unos
años en su aldea atormentado por su inmadurez humana, su precario estado de
salud y sus escrúpulos e inseguridad religiosa. Por causa de su salud, hizo un
viaje a la ciudad y visitó al médico que, después de algunos titubeos, le
reveló sin ambages que padecía un cáncer ya casi en estado terminal. El pobre
sacerdote se hundió moralmente. Deambuló sin rumbo durante horas por las calles
de la ciudad y, al fin, llamó a la puerta de un compañero de seminario que
vivía en esa ciudad y que hacía años había abandonado el sacerdocio.
Allí le empezaron los sudores, los vómitos y
los síntomas de una próxima muerte. Este trance se prolongó por varias horas.
Su amigo llamó a un sacerdote de la parroquia más cercana, pero éste tardaba en
venir. Su situación se iba deteriorando por momentos y pidió a su compañero que
le absolviera, cosa que éste hizo con cierta reticencia.
El joven cura rural cayó en una semiinconsciencia. Su amigo, en un
momento determinado, se creyó obligado a expresarle el pesar que le producía el
retraso del vicario de la parroquia que estaba a punto de privarle de los otros
consuelos que la Iglesia reserva a los moribundos. "No pareció oírme,
cuenta el ex-sacerdote, pero algunos instantes después su mano se posó sobre la
mía, mientras su mirada me hacía señal de que acercara mi oído a su boca. Pronunció
entonces claramente, aunque con extraña lentitud, estas palabras que estoy
seguro de transmitir exactamente:
"Qué más da. Todo es ya gracia". Creo que murió
inmediatamente".
* * *
A este pobre cura de pueblo le costó la vida entera llegar a descubrir
la suprema de todas las sabidurías: todo
es gracia. En ese momento huyeron de él todos los miedos las inseguridades,
los escrúpulos. Era hijo de Dios, pero no había disfrutado de ello. Lo sabía perfectamente en su cabeza, pero
en su corazón seguía viviendo como un esclavo. Su lucha fue titánica y, al
fin, fuera de su esfuerzo, se le reveló la gran verdad con la misma sencillez y
gratuidad, con la que acude el sueño a los ojos de un niño cuando su madre le
acuesta.
Este secreto se les revelará a todos los que busquen a Dios, a unos
antes y a otros después. Todo según el designio y voluntad de Dios. La Renovación carismática aparece como uno
de esos momentos y lugares donde Dios se digna revelar este secreto a muchas
personas. Por pura gracia, sin mérito alguno de parte de nadie. En ella
muchos hemos perdido los miedos, las inseguridades, los escrúpulos. Hemos aprendido que las obras humanas, los
esfuerzos, las violencias no salvan. Hemos conocido a un Dios que nos salva, no
porque seamos buenos, sino porque Él es bueno.
Sin embargo, no nos engañamos: todo es
gratuito, pero al "precio" de la sangre, de la vida. Parece imposible
hacer concordar estos dos términos, pero el que lo vive sabe que no es difícil.
En efecto, una gratuidad total, un amor total, requiere por parte de la otra
persona una entrega total. A este curita le costó una vida de oscuridad
alcanzar la gran revelación; a otros se les revela antes y disfrutan de la
libertad, de la alabanza, de la fraternidad; lo que no sea respuesta sincera el
Amor lo irá devorando, porque la gratuidad es un fuego que lo consume todo.
La Renovación carismática está llamada a vivir a estos niveles. Este es
su núcleo y vocación más íntima. Y aunque la experiencia de nuestra pobreza de
cada día nos impulse a bajar la puntería, no debemos hacerlo, porque este tema
es obra de la gratuidad, no de nuestro esfuerzo, aunque se nos requiera la
vida. Hay millones de personas en el mundo que testifican que ha sido en el
Seminario de iniciación, sobre todo en el momento de la efusión del Espíritu,
cuando se les concedió esta gran revelación: "todo es gracia": gracia es predicar, gracia perdonar, gracia
es atender a los pobres, gracia es el martirio, gracia es el cielo y el amor de
Dios, y lo que de esto no sea gracia es casi nada.
* * *
Paco siguió asistiendo todos los martes a la oración. No sabía bien por
qué lo hacía, pues aunque se encontraba a gusto y habían desaparecido sus
reservas del principio, la verdad es que no sentía nada especial. Llegó a
pensar que este tipo de oración no era para él. Sin embargo, se dio cuenta que
conectaba con Marta y a través de ella con un grupo de jóvenes con los que
tomaba un café después de la oración. No acababa de saber cuál era su punto de
enganche con este grupo, pero se encontraba a gusto con ellos. Un día de estos
estando en el bar le dijo Marta: -¿Te has fijado en los avisos que han dado hoy
en la oración?
-No sé. Tú dirás... respondió Paco.
-Han dicho que va a comenzar un seminario de las siete semanas.
-Y ¿qué es eso?
-Pues es como un breve cursillo, acomodado sobre todo, a las personas
nuevas para que puedan ir penetrando en el núcleo del mensaje de la Renovación.
-Y ¿tú crees que me vendrá bien a mí?
-Sí, mira: tú sabes que aquí hay un secreto que se tiene que revelar.
Es un secreto a voces, porque está abierto a todo el mundo. No es para una
pequeña élite, ni trata de crear una aristocracia espiritual. Es para los que
lo desean, para los niños, para los que son abiertos de corazón. Yo creo que tú
estás en buena disposición para hacerlo.
-No capto qué se me pueda ofrecer de nuevo en ese seminario, pero
bueno, tampoco me opongo a hacerlo. ustedes, ¿lo han hecho? preguntó Paco
dirigiéndose a un grupo de jóvenes que escuchaban la conversación.
-Sí, respondieron al unísono. Uno continuó: "cada uno hemos venido
como hemos podido. Hemos buscado a Dios desde distintas situaciones personales.
Al final, para llegar a algo, hemos tenido que hacer una opción personal muy
concreta, que es Jesucristo, tal como lo hemos entendido aquí. Es una opción,
una entrega, un bautismo. El seminario te guía a este encuentro con la persona
de Jesús. Se trata de someter tu vida, con la poca o mucha fe que tengas, al
señorío de Jesucristo para poder experimentar su poder, su verdad y su
bondad".
Paco iba a replicar diciendo que
él ya estaba bautizado y confirmado pero se detuvo por lo rotundo con que
fueron pronunciadas estas palabras. Sin embargo no le molestaron, pues intuyó
que no salían de ningún tipo de fundamentalismo o ideología opresora. No eran
palabras sectarias ni rechazaban a nadie. Era la expresión de una profunda
convicción personal.
A Paco le atraía la forma de ser de este
grupo de jóvenes. Les encontraba auténticos y además como con una gran
autonomía personal. Cada uno tenía su experiencia para contar. Le encantaba su
naturalidad, su lenguaje, sus gustos y aficiones, no distintos de los de otros
jóvenes pero sin ser esclavos de los tópicos que hoy fabrican pandillas cuyos
miembros parecen hechos en serie, cortados todos por el mismo patrón, que se
reúnen para no contarse nada, sin interioridad, sin experiencia alguna
personal. Ni los tóxicos, ni el alcohol, ni el sexo, ni la música, ni el
rechazo a la sociedad eran los contenidos básicos de su conversación. Por otra
parte tampoco les veía sometidos a otros tópicos de tipo religioso, como pueden
ser los puritanismos, moralismos, religiosidad afectada y hecha de ritos. Se
movían con una gran naturalidad en su lenguaje, en sus bromas, en sus
discusiones y en sus afectos.
Una frase se le quedó grabada a Paco y con ella en el alma se marchó a
su casa: "se trata de someter tu
vida al señorío de Jesucristo". ¿Qué significan estas palabras? ¿Cómo
puede hacerse tal cosa?
* * *
El martes siguiente Marta se fue con Paco y le confió a Paco: -Me han
nombrado servidora de este Seminario.
-Y eso, ¿qué quiere decir?
-Que asistiré con ustedes las siete semanas. Siempre se nombra un grupo
de personas más experimentadas para que puedan ayudar a los nuevos en diversos
menesteres: unos dan las charlas, otros testimonios, otros se encargan de la
música.
-Y tú, ¿de qué te vas a encargar? preguntó Paco con cierta ironía
afectuosa.
-Yo de nada, de estar, de hacer bulto, de orar por ustedes.
-¿No me podrías adelantar algo de lo que se hace en un seminario?
-Sí, aunque otros lo podrían hacer mejor. Pero bueno, algo te puedo
decir yo también. Cada una de las semanas tiene un tema alrededor del cual gira
todo lo que se hace ese día: oración espontánea, charla y testimonios. Los
temas podrían considerarse los siete puntos fundamentales de la predicación o
kerigma cristiano, tal como han sido anunciados en el libro de los Hechos de
los Apóstoles. Los cuatro primeros
constituyen una preparación para un acto fundamental que se llama "bautismo"
o efusión del Espíritu Santo. En este acto se ora por cada una de las personas
que lo pidan para que reciban el Espíritu Santo. En esta oración suele
revelarse el secreto de que te he hablado tantas veces. Esta efusión es
imprescindible para que se pueda acceder a la experiencia básica, no digo de la
Renovación, sino del cristianismo, pues en realidad de lo único que se trata es
de llegar a ser cristianos a fondo.
-Pero yo, dijo Paco, soy catequista de confirmación y en realidad
preparamos a los chicos para un sacramento que lleva consigo una efusión del
Espíritu Santo. ¿Dónde está la distinción entre lo que hago yo y lo que se hace
aquí?
-Siempre he oído decir a los que dirigen los seminarios que no conviene
iniciarlos preocupados por cuestiones teóricas. Los problemas, cuestiones o
dificultades se discutirán al cabo de las siete semanas, momento en que ya se
habrán solucionado por sí mismos gran parte de ellos. Nos inculcan que hagamos
el esfuerzo de entrar como los niños.
No vamos a hacer un aprendizaje sino una experiencia. En toda experiencia, pero
más en una religiosa, se requiere ir libre de prejuicios, si no jamás te
encontrarás otra cosa que tus propios pensamientos.
-Una última pregunta: los seminarios, ¿se hacen de la misma forma en
todos los grupos?
-Creo que no. Unos grupos en vez de siete semanas lo hacen todo en los
siete días de una semana. A veces cuando los grupos son pequeños y no hay mucha
gente nueva, todo se hace muy resumido. En ocasiones se unen varios grupos o
cada uno se apaña como mejor puede. Lo que sí es fundamental son las catequesis
básicas y la oración de efusión por las personas que lo requieran.
* * *
El jueves de esa misma semana comenzó el seminario. Se reunió un grupo
de unas sesenta personas: cuarenta y cinco totalmente nuevas. El resto eran los
servidores, entre los que se encontraba Marta. Se notaba una cierta frialdad en
el ambiente, propia de personas desconocidas. Las sillas estaban colocadas en
semicírculos y sólo el más interior se cerraba completamente. Allí se colocaron
los que iban a dirigir la oración y el que iba a dar la charla. Los demás se
fueron sentando libremente donde mejor les parecía. Marta se sentó junto a
Paco.
Se levantó una mujer y anunció en qué iba a
consistir la sesión de ese día: se tendría en primer lugar media hora de
oración, después una predicación, más tarde algún testimonio y, finalmente,
habría una breve presentación de cada uno de los asistentes. Ella misma
introdujo la oración, a lo que el equipo de música respondió con una canción
invocando al Espíritu Santo. Durante la media hora hubo, como de costumbre,
aclamación, lenguas, intervenciones personales, canciones, todo ello en pura
espontaneidad. Sin embargo, apenas se percibía nada del calor y de la
motivación que reinaba en la reunión general del martes. Sólo los quince
servidores eran los que oraban en voz alta. El resto daba la impresión de que
la cosa no iba con ellos. Para la mayoría, esa forma de orar era total novedad
y una sorpresa agridulce. Daban la impresión no tanto de timidez como de recelo
y de mantenerse a la expectativa.
Al cabo de la media hora, la que dirigía la oración presentó a un
sacerdote, al que se le había encargado dar las charlas. Lo iba a hacer él
mismo todas las semanas. Era un hombre maduro con cara relajada y sonriente.
Oraron sobre él y comenzó la predicación:
"El tema de esta primera semana, comenzó diciendo, se puede
formular de la siguiente forma: Dios te ama. Presentó el Seminario como una
ocasión de evangelización: habéis venido aquí para ser evangelizados; para
descubrir que el evangelio se puede hacer realidad en sus vidas. Citó a Juan
Pablo II cuando dijo que cualquier reevangelización de los cristianos tiene que
comenzar por creerse y experimentar esta frase: "Dios te ama".
Lo importante, continuó, no
es que tú ames a Dios con tu esfuerzo, con tu sacrificio, con tus obras
buenas... no; lo importante es que experimentes que Dios te ama a ti. Con lo primero
puedes llegar a poco; con lo segundo entras en la verdad y se te abre un mundo de
posibilidades insospechadas. Dios no es una conquista del hombre, sino una
gracia y un don que se derrama bondadosamente sobre nosotros.
Este amor de Dios se ha manifestado en
Jesucristo. Él es la revelación, el rostro de Dios hecho humano. No tenemos
otro Dios que el que se revela en Jesucristo. De esta forma Dios tiene ojos
humanos, oídos, labios, corazón de hombre. Ya no está en medio de nosotros
porque ha muerto, pero resucitado vive para siempre. Se nos hace presente
mediante su Espíritu, que es santo y bueno y te ama. Por eso el amor de Cristo
consiste en experimentar que su Espíritu actúa en ti. De esta forma Dios se nos
hace real y cercano. A esta experiencia los ha convocado este Seminario.
No te importe cómo estés hoy. Te ama aunque estés indiferente, aunque
seas ateo, aunque estés lleno de pecado, aunque rechaces estas mismas palabras
que oyes. Hoy te convoca y te dice: "tienes
que nacer de nuevo".
Paco salió contento. Todo el desarrollo de la sesión se le había hecho
familiar, pues se parecía mucho a la reunión del martes. No le creó ningún
nuevo temor. Por otra parte, el grupo a través de las presentaciones le había
caído simpático. -¿Qué te ha parecido el grupo? preguntó a Marta.
-Me ha gustado, contestó ésta. Me encanta que en un seminario haya
viejos y jóvenes, hombres y mujeres, curas y monjas, ricos y pobres, gente dura
y bloqueada, racionalistas empedernidos. Me ha impresionado también el
matrimonio drogadicto. Me huele que al
Espíritu Santo le esperan jornadas de mucho trabajo.
-Me ha gustado también el cura que habló. Tenía las ideas muy claras,
insinuó Paco.
-Sí, pero a mí me ha llegado más su unción
y la fuerza con la que hablaba.
-Cierto, parecía un testigo,
asintió Paco. Daba la impresión de que vendía mercancía propia. Por cierto, Marta,
tú que has oído estas cosas varias veces, ¿no te aburres?
-No. En primer lugar, porque son muy diferentes las personas que hablan
y por lo tanto diversas las experiencias que transmiten. Pero sobre todo,
porque no son ideas lo que aquí se presenta. Los nuevos, al principio, se
mueven todavía a nivel de ideas. El Espíritu Santo tendrá que cambiar esta
perspectiva. Una predicación, si es auténtica, es un anuncio, que quiere decir
lo siguiente: "si abres tu corazón,
sucederán en ti las cosas que se te anuncian". La única respuesta
válida a esta proposición, es la de la Virgen María: fiat, hágase en mí, según
tu palabra. Esto es lo que significa evangelio, que es una buena noticia. No es algo que tú tengas que realizar o
cumplir, sino algo que se realizará en ti. En esto está el corazón de la
gratuidad, palabra que tantas veces has oído aquí. Todo es gracia. Por eso
yo no me aburro, porque siempre lo recibo como un nuevo anuncio, que siempre
engendra algo nuevo en mí. Y todavía me faltan muchas cosas por dar a luz.
-Otra cosa con la que no acabo de estar de acuerdo, prosiguió Paco, es
con el lenguaje que utilizan aquí. "El Señor lo quiere; lo que diga el
Señor; el momento del Señor". ¿No meten a Dios más de la cuenta en todas
las cosas? ¿No hay en ello una especie de fatalismo providencialista?
-Si vas conduciendo, contestó Marta, a 120 por hora en una curva que
sólo admite 40, seguro que te das el golpe. Sería una malísima teología decir
que Dios ha querido tu accidente. El problema está en ti que has utilizado mal
tu inteligencia y tu prudencia. No metemos, pues, a Dios en todas las cosas.
Las realidades tienen su propia autonomía y sus propias leyes que hay que
respetar. Pero el que tiene una visión de fe de la vida sabe que la última referencia
de todas las cosas es Dios. Creemos que Dios tiene un plan sobre cada persona y
sobre cada cosa, más allá de todo cálculo humano, aunque el hombre sea libre y
cada uno de sus actos o sucesos se rijan por sus propias leyes. Por eso, el
lenguaje que utilizamos es lícito, y así se hablaba en otras épocas de más fe
que ahora.
* * *
Al llegar el siguiente jueves, Paco no encontró en la sala a Marta y le
extrañó, pues es superpuntual. Conversó con algunas personas de entre los
nuevos y se confirmó en su opinión de que había bastante gente despistada y
otros, poco decididos a seguir adelante. Estos detalles le deprimieron un poco.
Al cabo de unos minutos vio que Marta y un grupo de los servidores salían de
una sala contigua. La presencia de Marta le hizo recobrar el ánimo: -¿Qué
hacíais en esa habitación? preguntó.
-Estábamos orando, respondió ella.
-Oran mucho, ¿no?
-Sí, ya sabes que aquí todo se espera de arriba. Todo es gracia y por
eso pedimos la actuación del Espíritu Santo. Le hemos pedido que ilumine las
oscuridades, que dé paz a los corazones y que nos proteja contra toda
perturbación del maligno.
-¿Piensan que el demonio puede perturbar la reunión? inquirió Paco con
incredulidad.
-Cuando se vive la religión a nivel de mente apenas aparece el demonio,
pero cuando se empieza a vivir a nivel de Espíritu se detecta su actuación con
frecuencia. No olvides que el diablo es un espíritu, y que también una parte
del ser del hombre es espiritual.
Paco
le confió a Marta la impresión pesimista que había sacado al hablar con la
gente. Pero ella le respondió sin perturbarse: El Señor está trabajando. En ese
momento el grupo de música acababa de entonar una invocación al Espíritu Santo
y poco a poco se entró de llenó en la oración. El ambiente, de nuevo, parecía
gélido y apenas se habían relajado los gestos en alguna cara. Sin embargo,
también se veían bastantes personas sencillas con sonrisa en sus labios y
ademanes de esperanza. Lo que era cierto es que nadie movía los labios, ni
cantaba, ni hacía gesto alguno, a no ser el conjunto de los servidores.
La catequesis de esta segunda semana la formuló el sacerdote con estas
palabras: "Jesús vive y es el
Señor". Comenzó diciendo que "la resurrección de Jesucristo no la
pueden ver los ojos de la carne, ni comprenderla la mente humana. Por eso no se
puede decir que sea un hecho histórico. Pero aunque no sea histórico es un
hecho real. Esta realidad sólo puede ser captada por la fe. Los sentidos y la
razón tienen una barrera más allá de la cual no pueden captar nada.
Jesús resucitado es el primer habitante de una nueva creación. Se trata
de unos nuevos cielos y una nueva tierra. Pero de esa realidad nadie conoce
nada ni es capaz de conocer. Nosotros conectamos con ella mediante la fe. Esta
fe no es una credulidad tonta como la de los duendes o las brujas, sino que es
un don del Espíritu Santo, principio de un auténtico conocimiento y fuente de
una bellísima experiencia. Los sentidos y la razón impregnados de la
autenticidad de esta experiencia nos ayudan a formularla y a darle
credibilidad.
El día de Pentecostés los apóstoles recibieron un copioso chorro de
esta fe que les hizo ver que a Jesús, el crucificado, el mismo que había vivido
entre ellos y había sido asesinado como un malhechor, Dios lo ha constituido
Señor de ambas creaciones, Juez de la historia y único Nombre que se nos ha
dado para salvarnos. Le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Los que sometan su vida al señorío de este
Jesús vivo y resucitado experimentarán, ya en esta vida, que Jesús toma en sus
manos su defensa, pues hasta ahora todos hemos estado sometidos a otros
señores, sea del otro mundo o de éste, que nos han llenado de miedo, de
esclavitud, de odio y desesperación. El que someta su vida a Jesús, pasando por
ese bautismo, por esa muerte, experimentará, ya en las cosas de este mundo, la
liberación, la paz, el gozo y la capacidad de vivir para los demás, superando
el egoísmo original con el que hemos nacido y nos destruye como hombres".
A Paco le impresionó esta catequesis. Vio con claridad que, si esto es
verdad, la Iglesia no tiene otra razón de existir que la de proclamar a todas
las generaciones que Jesús vive y es el
Señor. "Pero me falta la experiencia, decía para sí mismo, lo creo
pero me falta la experiencia". Estaba impresionado y empezó a notar que
algo le ardía por dentro. Las guitarras al terminar la charla entonaron una
melodía lenta y plena de unción: "El Señor, el Señor...resucitado de la
muerte y es Señor. Cada lengua clamará que Jesús es el Señor". -Bella canción,
dijo Paco.
-Ungida, superungida,
contestó Marta, profundamente compenetrada con el texto que se cantaba. Es de
las primerísimas de la Renovación. Algo así como si fuera su himno, pues
expresa de lleno la intuición básica de su espiritualidad. Jesús no sólo es el
Mesías, el Salvador, el Juez de la historia, es el Señor, es decir, Dios.
-Ahora entiendo mejor, agregó Paco, lo que me decías antes del demonio.
Es el señor de muchas cosas de este mundo. Y entiendo también una frase que leí
en un libro del Papa: que "hay
diversos poderes que luchan por apoderarse del alma de este mundo".
-No pienses que yo tengo mucha experiencia de ello, se disculpó Marta.
Pero sí me impresiona mucho la frase de San Juan cuando dice que este mundo
está sometido al poder del maligno.
- Me siento mejor, Marta. Reza por mí.
-Lo seguiré haciendo, concluyó ella con cariño.
* * *
Durante toda esta semana Paco leyó con más
atención el cuadernillo que le habían dado el primer día del Seminario. En este
folletito están marcadas cada una de las semanas con el tema principal de la
catequesis y una pequeña meditación, avalada por algunos textos de la
Escritura, que el principiante debe escrutar cada uno de los días de la semana.
Hasta este momento apenas le había prestado atención, pero en estos últimos
días había hecho incluso algunos intentos de oración personal.
Una frase se le había incrustado, hacía ya tiempo, en el centro de su
alma: "someter la vida al señorío de Jesús". No sabía qué hacer con
este sentimiento que había hecho nido en el núcleo de su ser más íntimo. Estas
palabras le hacían daño, pero un daño sabroso que no quería evitar. Le
despertaban sueños de radicalidad, y toda su juventud se tensaba hacia algo
difuso, anhelado e inalcanzable. Pero ninguna silueta nítida se perfilaba en su
interior. Allí reinaba la oscuridad. Marta se dio cuenta de su lucha interior,
sin embargo no acudió a solucionarle el problema. Sabía que no le amenazaba
ningún mal. Era el Espíritu Santo que en
algunos momentos se hace purgatorio. -¿Cómo estás? preguntó ella.
-No sé, contestó Paco. Algo está bullendo en mí, pero no sé si es para
dar a luz o para tirar la toalla definitivamente.
-No te preocupes, para construir un edificio
nuevo hay que derribar primero el antiguo.
Se sentaron juntos cuando ya el
grupo estaba invocando con un canto la presencia del Espíritu. A pesar de ser
ya el tercer día que se reunían había todavía rostros de esfinge. Incluso
algunos hacían gala de su poco entusiasmo. Otros en cambio se saludaban con más
soltura. Un grupo se quejaba de que no hubiera un rato para poder discutir y
exponer cada uno su opinión. Exigían algo así como una lluvia de ideas. Pero en
este asunto los dirigentes se mostraban inflexibles.
Sin embargo, la alabanza hoy fue poderosa. Se percibía vibración. El
Señor rompió muchos complejos que atenazaban incluso a los propios servidores.
Para no agudizar el rechazo de algunas personas, se sofocaba la acción del
Espíritu. Aunque este detalle en ciertas ocasiones puede nacer de una sana prudencia,
en general al Señor le gusta la valentía con su pizquita de escándalo para los
espíritus de cerviz dura. Aquí todo es gratuito y nadie debe nada a nadie, a no
ser el amor de compartir los dones del Señor.
El sacerdote comenzó la enseñanza enfatizando las palabras que sirven
de título a la catequesis de esta tercera semana: "Conviértanse a Jesús". "Tenemos ideas extrañas
sobre la conversión, continuó diciendo. La unimos con una serie de propósitos,
obligaciones, prácticas ascéticas, esfuerzo de voluntad. Prometo: "a
partir de tal día me convertiré". Al final todo queda en una frustración
más, no sólo por mi falta de voluntad, sino por falta de verdaderos objetivos.
Y si por desgracia alguien se llega a convertir desde esos presupuestos, se
convierte a sí mismo, a sus propias ideas de Dios, se radicaliza y se
esteriliza, suponiendo que no se transforme en un peligroso activista. A todas
estas conversiones siempre les acecha una gran frustración.
La conversión es a
Jesucristo. Él es el único objetivo. Conocerle a Él y el poder de su
resurrección. Pero, sin embargo, esto no está en manos de ningún hombre, ni en el
esfuerzo de ninguna voluntad. Hoy, muchos hablan de Jesús de Nazaret, pero para
hablar de este Jesús e, incluso para seguirle como a un líder, no se necesita
tener fe. La conversión es a Jesús el resucitado, el que vive, el que está
actuando en ti. Para convertirte a este
Jesús, al que no puedes acceder ni por la razón ni por los sentidos, necesitas
al Espíritu Santo, a cuya luz esplendorosa podemos conocerle y acogerle.
Por eso, en toda verdadera conversión el
Espíritu te convencerá y te iluminará sobre tu pecado, no para castigarte sino
para que te arrepientas. Y ¿cuál es tu pecado? Tener otros señores, seguir a
otros ídolos, apagar tu sed en cisternas rotas, amarte a ti mismo y situar en
ti tu propio cielo. De esta forma pierdes el eje de tu existencia y te privas
de la experiencia de la fraternidad y le robas a tu vida todo sentido. El
arrepentimiento consiste en entregar a Jesús todos estos ídolos, de la misma
forma que Él requirió de la samaritana la entrega de sus maridos. De este modo
queda toda tu vida sometida al señorío de Jesús. Y su Espíritu te irá llevando
a vivir una vida cuyo modelo no va a ser otro que el hombre Jesús, el Jesús
histórico que vivió entre nosotros y del cual nos hablan los evangelios.
Dejarás de ser tú, pero caminarás por caminos de verdad, felicidad y gozo,
incluso en las tribulaciones de la vida".
Al terminar la oración de hoy en el ambiente se cortaban diversas
reacciones. Paco reaccionó con sorprendente suavidad. Se dirigió a Marta: -La
verdad es que yo siempre he conocido y amado a Jesús, pero me da la impresión
de que le he amado como parte de mi cultura. No le siento como el centro de mi
vida, no la dirige, no unifica mis proyectos. Lo vivo todo desde mí, desde mi yo. Ahora caigo en la cuenta de que
necesito conversión. Cerca de ellos se encontraba una chica joven. Había
asistido los tres días, pero, siempre solitaria, no se la veía compartir con
nadie. Según dijo el día de la presentación se llamaba Ruth, tenía 25 años, la
misma edad que Paco y Marta y estaba casada. Había escuchado el desahogo de
Paco. Marta le hizo un ademán de acogida con los ojos y ella se acercó: -Estoy
mal, me estoy sintiendo muy mal.
-¿Qué te pasa? le dijeron los dos al unísono.
-Me está turbando el hecho de que Dios pueda ser algo real. Aquí se lo
creen. Pero si Dios es real, ¿qué hago yo con mi vida? Yo no quiero ser alguien
distinta de mí misma.
-Ése es mi problema, irrumpió Paco contagiado.
-Pero tú siempre has sido creyente, ¿no? le replicó Ruth.
-Sí, pero Dios, para mí, creo que no ha
pasado de ser un concepto. Por eso no me ha dado nunca miedo, aunque me
exigiera el cumplimiento de algunas cosas.
-No entiendo por qué no hay aquí un espacio para preguntas o para
discutir las cosas como se hace en todas partes, añadió nerviosa Ruth.
-Te haría daño a ti la primera, dijo Marta con suavidad. Si entramos en
discusión caemos en una dialéctica racional, en el juego de las ideologías,
cada uno se quedaría con sus ideas y nadie recibiría nada nuevo. No te conozco,
no sé cómo piensas, pero te puedo decir que para experimentar al Señor no hay
otro camino que dejar a un lado las propias opiniones y sabidurías. Aquí venimos a escuchar al Espíritu Santo.
Alguna vez en la vida hay que pasar por un poquito de humildad y de obediencia.
Yo sentí al principio las mismas rebeldías que tú y al final resultaron ser
puras fantasías. Por eso los dirigentes no ceden en esta cuestión; si lo hicieran
vaciarían a la Renovación de sus contenidos más puros.
* * *
Era diciembre. Ya estábamos en pleno adviento. La gente entraba en la
sala muerta de frío, frotándose las manos. Las calles de la ciudad, a pesar del
esplendor de las luces y adornos navideños, estaban siendo barridas esta tarde
por un viento del norte duro e incomodísimo. Uno a uno iban entrando como el
que se siente perseguido. El frío se hizo disculpa para que todos se saludaran
hoy con un poquito más de calor y confianza.
Marta y Paco coincidieron en los metros finales y entraron juntos en la
sala. Allá en el fondo vieron a Ruth que les sonreía. Mientras se acercaban a
ella, Paco se desabrochaba un anorak que parecía comprado en el país de las
nieves y Marta jugaba con su bufanda en las manos. Paco, que se encontraba muy
eufórico esta tarde, abordó a Ruth directamente bromeando: -¿De modo que tú no
quieres ser alguien distinta de ti misma?
-No, respondió Ruth sonriendo.
-Pues aquí nos van a dar vuelta como un calcetín, amenazó Paco.
-Eso es lo que más me fastidia. Me van a dar vuelta. A mí estos poderes
y fuerzas incontrolables me dan miedo.
-Pero entonces, terció Marta, ¿cómo se te ha ocurrido venir aquí?
-Es mi suegra la que tiene fe y es la que me ha empujado a venir.
-¿No me dirás que tú eres atea? bromeó Paco.
-Sí, lo soy y además de nacimiento. Claro que soy una atea muy
especial, continuó Ruth suavizando; ni me preocupo ni sé nada de Dios pero rezo
padrenuestros cuando voy al dentista. Pero, de verdad, lo que menos me apetece
a mí ahora es tener una experiencia religiosa.
-Explícate algo más, le insinuó Paco.
-Pues mira: yo he nacido en una familia en la que no existía Dios. De
niña no oí jamás pronunciar su nombre en mi casa. De ahí que yo me considere
una persona naturalmente atea. Al casarme me han descubierto problemas de
ovulación por una isquemia en las trompas de Falopio y, como consecuencia de
ello, no puedo tener hijos. Esto me ha deprimido lo indecible y ha generado en
mi corazón odio y rebeldía. Me encuentro sola, vacía, absurda y no le encuentro
ningún sentido a mi vida.
Alguien les estaba haciendo señas para que se
sentaran pues iba a comenzar la oración. Paco tomó la mano de Ruth y se la
apretó con cariño. Marta quiso decirle algo, pero ya no hubo posibilidad.
Mejor, pensó para sí, dejemos que actúe el Señor.
El sacerdote enunció el tema de esta cuarta semana como una
proclamación: "Y recibiréis el don
del Espíritu Santo". "Con esto, continuó, culmina el kerigma o
anuncio básico del cristianismo, el que proclamó Pedro a los judíos el mismo
día de Pentecostés. Si se arrepienten del asesinato que han cometido en la
persona de Jesús, -o de cualquiera de los pobres que han existido desde el
principio del mundo- recibiran el don del Espíritu Santo. Estas dos cosas valen
para todos los hombres de todos los siglos.
La predicación de hoy enfatizó el tema de ser niños delante de Dios. La
conversión nos ha despojado de todos nuestros ropajes falsos con los que
queríamos cubrir nuestra pobreza y desnudez nativas. Esto parece una actitud
negativa, pero en realidad tiende a dejar al hombre en la más pura y limpia
sinceridad delante de sí mismo y de los demás. El aceptar nuestra impotencia, nuestro pecado, nuestra incapacidad de
librarnos del absurdo, de los odios y egoísmos de la vida no nos hace malos,
sino pobres y niños. El niño necesita totalmente de su madre, y así todos
debemos aprender lo que necesitamos de Dios.
El próximo domingo se va a orar por ustedes para que reciban el
Espíritu Santo. Que nadie tenga miedo. Dios es más tú que tú mismo, te conoce
mejor que tú mismo, te ama más de lo que te amas tú a ti mismo. Tu vida en el
Señor está mucho más protegida y mejor guardada que en tus propias fuerzas.
Algunos tienen miedo de lo que el Señor les pueda pedir. Tienen miedo a
cualquier compromiso. Quieren ser libres. Pero, ¿qué vas a hacer con tu
libertad estéril? Llénala de contenidos auténticos. De lo contrario esa
libertad se te transformará en vacío, sin sentido, aburrimiento y
absurdo".
A Ruth hoy le llegaron estas palabras. Sintió que le habían hecho una
radiografía interior. Agradeció, no sabía bien a quién, que no las hubiera
recibido como una amenaza. Por primera vez no le pareció beato y ridículo el
lenguaje religioso. Se sentía extraña dentro de sí misma porque no le daban
ganas de escapar corriendo. Al contrario, le encantaría quedarse con Paco y con
Marta y charlar un rato. Pero, por desgracia, tenía que irse pronto.
Estaba ensimismada mientras dieron todos los anuncios y explicaciones
sobre el retiro de efusión que se iba a celebrar ese mismo fin de semana. No se
enteró de nada. Marta le repitió, de nuevo, el horario, el lugar y demás
detalles necesarios para pasar juntos el sábado por la tarde y la jornada del
domingo. -Entonces ¿es importante asistir a este retiro el fin de semana?
indagó Ruth poco segura de sí misma.
-No sólo importante; yo diría que imprescindible, respondió Marta. Date
cuenta de que todo lo que hemos hecho estos cuatro días es una preparación para
recibir el "bautismo" o efusión del Espíritu Santo, que es la gracia básica de la Renovación.
-Bueno, bueno, aceptó Ruth. Voy a venir. Al menos mi suegra no se
sentirá frustrada.
En aquel momento alguien llamó a
Ruth. Eran los que iban para su barrio, con los que viajaba todas las tardes en
el coche de uno de ellos. Aunque con prisa, no quiso omitir el dar un beso a
Paco y a Marta. Era la primera vez que lo hacía. Cuando quedaron solos Paco le
dijo a Marta: ¿Sabes una noticia?
-No sé.
-Que viene mi novia al retiro, quiere asistir a la efusión del Espíritu
Santo.
-¿Tu novia? preguntó ilusionada Marta.
-Sí. No habíamos hablado de ello. Es la persona que me ha empujado a
venir aquí. Ella estudia en USA. En todas las cartas me repetía la misma
cantinela. Llegó a parecerme una pesada, pero ahora se lo agradezco.
-Pero ¿viaja sólo por eso? preguntó asombrada Marta.
-No, viene por las Navidad, pero adelanta el viaje unos días.
-¿Tienes miedo que te condicione su presencia?
- No. Noto que hay una experiencia muy autónoma, muy mía, que está
creciendo en mi interior. Ahora entiendo que el hecho de que querer recibir el
"bautismo" en el Espíritu Santo entraña una opción radical por
Jesucristo, como me dijisteis hace unas semanas en el bar. Estas cuatro semanas
me han preparado para hacerlo y estoy dispuesto. Sé que esto quiere decir que
acepto a Jesús como mi Señor y Salvador, y que por lo tanto tengo que someter
mi vida a su señorío. Estoy sintiendo que es necesario un bautismo para mi
evangelización, tal vez para la de otros muchos, tal vez para toda la Iglesia.
Intuyo que no invalida al bautismo y confirmación sacramental, sino que, al
contrario, los plenifica. Para recibir la plenitud de la gracia de Dios, de
ordinario, tiene que haber un proceso liberador en lo humano, que los niños y
jóvenes aún no han podido concluir. La
gracia no ha tenido tiempo para hacer que ellos elijan y opten personalmente
por Jesucristo.
Marta
le miró asombrada por el cambio que estaba presintiendo en él.
-Te estoy hablando desde la oscuridad, aclaró Paco. No veo nada, no
siento nada, pero, eso sí, espero mucho de este retiro.
Paco se despidió de Marta con un abrazo muy cariñoso. Al cabo de unos
pasos se volvió sonriendo hacia Marta: -Tú, ¿no tienes novio?
-Sí, respondió ella. Me caso en junio.
-No me lo habías dicho.
-No me lo habías preguntado.
Poco antes de que doblara la
esquina, Marta le gritó: -¿Cómo se llama ella?
-Mabel, respondió Paco con otro grito, mientras su mano dibujaba un
adiós en el aire.
5.-
RETIRO DE EFUSIÓN
A las cinco de la tarde ya había llegado mucha gente a la casa de
ejercicios. A pesar de la reticencia de algunos, se prevee que la gran mayoría
asistirán al retiro. Hacía frío. A través de los ventanales se veían caer,
marchitas, las últimas hojas del otoño. Deambulaban por la galería: un
sacerdote, varias monjas, matrimonios, grupos de jóvenes y algún solitario.
Todos esperaban, después de inscribirse y de haber dejado sus pertenencias en
la habitación, a que comenzara el primer acto del retiro.
Aparecieron Paco y Marta con otros jóvenes. Ruth no había llegado. La
gente se saludaba con cierto cariño. A Paco siempre le llamó la atención que el
grupo fuera tan heterogéneo. Tal vez lo que más le chocaba era la coexistencia
pacífica e incluso cariñosa de los jóvenes con personas que, muchas de ellas,
les doblaban sobradamente los años. Saludó al único sacerdote que estaba
haciendo el Seminario, al que conocía de las clases de religión. Se llamaba
Pablo. Conversaron un rato: -Aquí hay gente de toda especie, bromeó Paco.
-Es cierto, respondió Pablo. Está representado todo el pueblo de Dios.
-Pero lo que más me sorprende, continuó Paco, es la facilidad con que
los jóvenes se integran en un conjunto en que hay también muchos mayores.
-Sí, da la impresión de que aquí no hay conflictos generacionales. Ya
había pensado yo en ello, agregó el sacerdote. Tal vez sea porque aquí tienen
poca cabida las ideologías y los intereses personales que tanto separan. Todos
vamos en busca de una experiencia y, éstas, sobre todo las religiosas, no
tienen edad.
-Es cierto, asintió Paco, las ideologías, las costumbres, las modas
siempre tienen fecha de nacimiento y caducidad.
* * *
Siguieron paseando y conversando un rato. Marta, que ya había saludado
a todo el mundo, se acercó a ellos para avisar que a las 5.30 tenían que
reunirse en una sala destinada para ello. Le hicieron partícipe de su
conversación, que había derivado a la presencia de curas y monjas en estos
grupos. -A mí, como seglar, me parece extraño que haya aquí curas y monjas,
dijo Paco. Sobre todo, me extrañan las monjas.
-Pues en todos los grupos encontrarás cantidad, advirtió Marta.
-¿Es que no tienen ellas sus propias comunidades, su carisma, su
espiritualidad?, siguió reflexionando Paco.
-No sé, dijo el sacerdote, sin embargo, por lo que he podido ver en
estos cuatro días, aquí se nos ha hablado de cosas anteriores a la división de carismas, funciones o vocaciones. Esto,
lo mismo vale para el obispo, para el ama de casa, que para el portero.
- Sí, eso es verdad, asintió Paco.
-Yo he sentido, prosiguió
Pablo, que el campo que la Renovación quiere regenerar es precisamente ése que
es común a todo cristiano: el del Bautismo y la Confirmación, es decir, los dos
sacramentos pentecostales por excelencia. La mayoría damos por
supuesto que estando bautizados y confirmados ya no hay más que hacer. Pero
está claro que aquí hay una asignatura pendiente. Por eso, nuestro cristianismo
se queda raquítico. A mí, por lo menos, me está haciendo bien y no me extraña
que le suceda lo mismo a las monjas. En su congregación seguro que les hablarán
mucho de su carisma, sus normas y constituciones, pero poco de su bautismo.
-Por eso, terció Marta, he oído decir que, a veces, somos "buenos
católicos" o "buenas monjas", pero poco cristianos.
-Sí, no me extraña que digan aquí, siguió
el sacerdote, que de alguna forma necesitamos ser rebautizados. Porque si en el
bautismo que recibimos no ha habido iluminación, no ha habido experiencia de
que Jesús vive, jamás podremos llegar a la Eucaristía, que es la fuente de la
caridad que nos hace verdaderamente cristianos.
* * *
Una mujer anunció el programa para toda la tarde: después de un rato de
oración, habrá una charla y, al cabo de un breve descanso, se tendrá el acto
penitencial y la intercesión. Finalmente se acabará el día con la eucaristía
después de la cena.
Cuando se iba a iniciar la oración llegó Ruth con los acompañantes de
su barrio. El rato de oración fue corto y sencillo, apenas una media hora. Acto
seguido se tuvo la charla programada, cuyo tema, al menos en el grupo Agua
viva, suele versar siempre sobre los dones y los carismas.
El sacerdote comenzó su charla buscando el sitio de la Renovación
carismática dentro de un amplio esquema teológico del cristianismo. Con
palabras distintas repetía el tema de la conversación que acabamos de escuchar
entre Paco, Marta y el sacerdote asistente al Seminario. "La Renovación carismática, comenzó diciendo, nace de una fuerte
experiencia bautismal. La finalidad de este retiro es recibir ese "segundo
bautismo" que, ciertamente no es un nuevo sacramento, porque el Bautismo
imprime carácter, pero que hoy se hace imprescindible para llevar a cabo una
nueva evangelización de la Iglesia. Son millones los testigos que, a lo largo y
ancho del mundo, pueden avalar estas palabras.
Alguno se preguntará la razón de esta práctica un poco novedosa y que
introduce en la Iglesia la incomodidad de una exigencia nueva. A esto debería
responder sólo el Espíritu Santo, que es el que ha suscitado la Renovación carismática
y la urgencia de una nueva evangelización. Tal vez se deba a que hoy, en
amplios sectores de la Iglesia y del mundo, hay una pérdida creciente de fe y
una carencia grande de valores éticos y religiosos, que amenazan con degradar
seriamente las relaciones entre los humanos. Se necesita una fe nueva, una
mística nueva, una experiencia nueva de lo sobrenatural. Y esto pertenece de
lleno al campo de acción del Bautismo.
Por eso, la Renovación se coloca en la onda
del kerigma o predicación, que es el que engendra la fe. Es lo que han
escuchado los cuatro primeros días del Seminario. Imaginen por un momento que
no tienen fe, o tienen una fe transmitida, cultural, sin garra ni incidencia
práctica en sus vida. Por el contrario, llevan una vida prácticamente pagana,
aunque nadie quiera confesárselo a sí mismo. Entonces, ¿qué es lo que
necesitan?: ¿Una catequesis? La catequesis supone la fe. ¿Una moral? La moral
se basa también en unos principios religiosos. ¿Una ética? Se puede llevar una
vida ética y moral sin tener nada que ver con Jesucristo.
Necesitan a Jesucristo,
bautizarse en Jesucristo, sumergirse en Él, si quieren ser cristianos a fondo.
Con este bautismo se recibe un don especial del Espíritu Santo que fortalece la
fe, la esperanza y la caridad iniciales. Los sitúa, ya desde el principio, en
una vida a nivel de los dones, dándoles una sabiduría y visión nueva de todas
las cosas. De este bautismo nacen también los carismas básicos, que son como
propiedades inmediatas que brotan de una presencia viva del Espíritu: un hablar
nuevo, una oración nueva, una canción nueva, una visión profética nueva y una
medicina nueva que se derrama sobre los bautizados en sanación y liberación.
Para ello hay que estar abiertos a la acción de ese Espíritu. Ése
es el objetivo básico de este retiro: abrirnos a la acción del Espíritu. No
basta con tener buena voluntad. A veces hay pecados y tendencias que se
resisten a ser desalojados; otras veces nos encontramos bloqueos interiores,
traumas, complejos, resentimientos, mecanismos de defensa a los que nos
aferramos. No es fácil quedarse desnudos delante de Dios. No es siempre posible
decir: "Señor, someto toda mi vida a tu señorío". Si uno no es dueño
de su vida, si no te dominas a ti mismo, ¿cómo te vas a entregar? No podemos
invalidar esta tentativa nueva de recibir los frutos del Bautismo".
* * *
Ruth se hizo la encontradiza con Marta y Paco. Les saludó con cariño,
pero se quedó un poco cortada por la presencia del sacerdote. Nunca en su vida
había hablado con un cura. Habían iniciado el rato de descanso y se dirigieron
a tomar un café. Ruth estaba muy viva y con ganas de comunicarse: -No he
entendido ni una palabra de lo que ha dicho este hombre, dijo.
-A mí me ha gustado, añadió Paco, pero me he sentido como si me hablara
de "Alicia en el país de las maravillas". Mi novia siempre se pone en
una perspectiva semejante. Yo, claro, me paso los ratos discutiéndole todo. Ella ve cosas que yo no veo. Una de
dos, o yo estoy ciego o ella se pasa de rosca.
-Entonces, si conocieras a mi suegra, te caías, replicó Ruth.
-Mejor, terció Marta, así vivírás un poco la esperanza. Es el Señor el
que viene, es Él el que viene a ustedes. No tienen que hacer ustedes el camino
para llegar a Él. Es Él el que está viniendo ya.
-Lo que yo necesito, confesó Ruth, es convencerme de que quiero que
venga. Yo no sé si necesito a Dios. No sé siquiera si me interesa una
experiencia con Él. Si me diera un hijo... pero me parece mucha cara pedírselo.
Nunca le he hecho caso y cuando me viene la dificultad, acudo.
-Bueno, Jesús vino por los pobres, replicó Marta.
-Sólo le podemos reconocer en nuestras pobrezas, asintió Pablo, en lo
que necesitamos ser salvados en cada momento. La vida y la fe son muy
concretas. Yo no puedo saber que Dios es bueno conmigo a no ser que lo
experimente en alguna de mis necesidades.
-Por eso, continuó Marta, tú le puedes pedir al Señor un hijo y
cualquier otra cosa, aunque sea pequeñita, como un niño le pide a su padre.
- Sí, pero con qué cara, comentó Ruth.
-Porque,
aún no te sientes amada, no te sientes hija, concluyó Marta.
* * *
Después de hacer un momento de oración y cantar una canción el
sacerdote explicó el contenido del acto siguiente: Confesión e intercesión. Enfatizó la necesidad del sacramento de la
confesión antes de recibir la efusión del Espíritu: todo lo que está actualmente en nuestro consciente que puede ser
obstáculo a la gracia ha de ser presentado y entregado al Señor en la
confesión. Es inútil presentarse a la efusión, por ejemplo, con un odio al
que no quieres renunciar. Ese odio bloqueará el camino a la gracia. Tú dices:
es que no puedo dejar de odiar. Bien, vamos a ver: el dejar de odiar en
ocasiones no está en manos del hombre, pero la gracia nos ayudará a pedir esa
fuerza al Espíritu Santo. Eso es lo que se hace en la confesión, porque para
Dios no hay nada imposible. De esta
forma, a la vez que experimentas y te gozas del perdón de Dios, permites a
Jesucristo entrar con su poder en el campo de tu pecado.
Pero además de los pecados conscientes hay un entramado de malicia en
tu interior al cual tú no tienes acceso. Hay actitudes, tal vez trasmitidas de
generaciones anteriores, que actúan en ti como un pecado original, que es un
pecado de trasmisión. De repente, te encuentras odiando a una gente y sintiendo
antipatía por otra sin saber bien por qué. Hay algunos que por trasmisión o por
una herencia espiritual odian a la Iglesia y a los sacerdotes; otros, por lo
mismo, no pueden soportar a los negros, o a los de derechas, o a los protestantes.
¿Tú conoces a algún protestante? Yo no. Entonces, ¿por qué les tienes
antipatía? Pues no sé. Te viene de generación en generación. También se
trasmiten inclinaciones hondas a la bebida, al juego, al sexo. Igualmente se
trasmiten influencias del espíritu del mal. Tu abuelo, tal vez, fue
espiritista. Todo esto tiene que ser sacado a la luz por la oración de
intercesión y liberación, para que se dé una sanación interior, y pueda ser presentado después al sacramento de
la confesión.
Nuestro pecado y el de otras personas, a lo largo de la vida, han
podido dejar en nosotros huellas profundas
que tienen que ser conocidas, aceptadas y sanadas en la intercesión. A este
grupo pertenece la gama de traumas, resentimientos, complejos, manías,
obsesiones, frustraciones, depresiones, taras de todo tipo y la multitud de
mecanismos de defensa que engendran. Podemos citar algunas causas de estos
males: sufrimientos en el embarazo, no haber sido deseados, falta de amor y
acogida de pequeños, orfandades, abandonos, pobreza de nuestro hogar, rigidez
en la educación, imposiciones, malos ejemplos y tratos, soberbias y egoísmos,
ateísmos y agnosticismos, violaciones de todo tipo, soledades, menosprecios,
defectos físicos, taras mentales...
Hay que presentar también en la intercesión y en la confesión toda
clase de actividades y supercherías relacionadas con la brujería, la
adivinación, el ocultismo, las cartas, el tarot, horóscopos etc., cosas todas
ellas que nos parecen inocuas pero que infectan seriamente nuestro espíritu.
Finalmente debemos llevar también a la intercesión situaciones conscientes y
reales de la vida personal, familiar y social, cuya solución no depende ni de
nuestra voluntad ni de nuestro esfuerzo, pero que están afectando a nuestra
falta de paz, a multitud de apatías, omisiones, tristezas, depresiones,
desamores, desmotivaciones y, a veces, a una pérdida seria de fe, esperanza y
caridad. En la intercesión todas estas cosas hay que ponerlas bajo el señorío y
poder de Jesucristo, no sólo para adquirir el equilibrio humano perdido sino
también para experimentar al hombre nuevo y renovado, fruto escatológico de su
resurrección. A veces el efecto de esta
oración se percibe en el acto y la gente sale profundamente consolada.
* * *
Varios sacerdotes se repartieron por la sala para escuchar confesiones.
Paco fue uno de los primeros en acercarse al sacramento de la penitencia. Ruth
se dirigió a Marta: -¿Qué hago?
-¿Te da miedo confesarte? preguntó Marta.
-No sé, replicó Ruth. No lo he hecho jamás en la vida. No sé cómo se
hace.
-Pero, ¿tú estás bautizada? se sobresaltó Marta.
-Sí, me bautizaron de pequeña. Pero fuera de eso nada.
Marta se quedó perpleja. No
sabía qué hacer. Cuando Paco finalizó su confesión se acercó a ellas. Marta le
puso al tanto de la situación. Paco dijo sin inmutarse: -Esto se soluciona
fácilmente. Voy a decírselo a Pablo. Él nos dirá lo que hay que hacer. En ese
momento estaba confesando. Al término de una confesión, Paco se acercó y se lo
comentó: -Nada más que pase este golpe fuerte de gente los veo, dijo Pablo. Al
cabo de unos minutos se acercó y ellos le pusieron al tanto del tema. Miró con
cariño a Ruth y tomándola de un brazo se retiraron a pasear por el jardín.
Mientras tanto algunos seguían confesándose; otros acudían a los cuatro grupos
de intercesión, los cuales se habían distribuido por distintas habitaciones. La
mayoría seguía en oración animada por el grupo de música.
* * *
Paco le consultó a Marta si debería presentarse a intercesión. No
sentía gran urgencia en hacerlo. Él era un hombre tranquilo, equilibrado, de
una familia normal. No había padecido conflictos ni familiares, ni religiosos,
ni políticos. No detectaba en sí ningún trauma especial. El tema religioso era
muy importante en su vida, pero más bien por tener un alma naturalmente buena y
sensible para todo lo grande, lo bello, lo verdadero. Tenía muy desarrollado el
sentido de la justicia. Una única carencia y un único temor le asaltaban de vez
en cuando: el puesto de trabajo, abrirse paso en la vida al terminar su
doctorado en Derecho.
Marta le respondió: -La intercesión es buena para todos. Pero, de
momento, no hace falta que vayas. Deja el sitio para otros que tengan más
necesidad.
-Entonces ¿qué hago para prepararme mejor?
-Nada especial. Seguir el retiro de una manera normal. Trata de convencerte cada vez más de que es
Él el que viene. Él es el que hace la obra. Es Él el que te busca a ti y por
eso te ha llamado y traído aquí.
-Parece sencillo, aceptó Paco, pero no lo es. No tengo experiencia de
que Dios venga a mí. Siempre he tenido la sensación de que yo le he buscado a
Él.
Al momento se acercó Ruth. Venía
sola y sonriente, pero con señales inequívocas de haber llorado. -¿Qué tal?
preguntó Marta.
-Muy bien, dijo Ruth, el sacerdote ha sido un encanto, pero así y todo
he tenido que hacer un esfuerzo terrible para mantenerme de pie. Creo que he
quedado agotada de los nervios. Tenía una sensación difusa y extraña de que
iban a violar mi interior. Pero me
siento liberada. Es la primera vez en mi vida que me he mirado por dentro,
que he examinado mi pasado, que me he juzgado a mí misma por causa de mis
actos.
-A lo mejor te venía bien ahora ir a intercesión, insinuó Paco.
-No, replicó Marta. Tal vez sea todo esto demasiado fuerte.
-Me siento con fuerzas, dijo Ruth. Es otra aventura...
Sin embargo, había mucha gente
esperando para entrar a la intercesión. Como se hace individualmente y sin
prisas, a veces es imposible satisfacer tanta demanda, incluso habiendo como
aquí cuatro grupos. Se acercaba el momento de la cena. Mientras tanto pasearon
un rato por la galería. Marta estaba a gusto con Ruth. La iba tomando con
cariño de la mano: -Ruth, te veo bien, le dijo.
-¿Sí? replicó ésta.¿Bien? ¿De qué? Porque yo estoy como en un
quirófano.
-Yo creo que va a suceder en ti algo importante, confidenció Marta. No
tengo idea de lo que va a ser. Lo presiento. Sea como haya sido tu vida,
alguien ha preservado tu corazón. Te veo sencilla y pobre de espíritu. Tienes
una gran capacidad de acoger. No te veo endurecida, ni a la defensiva, ni
contra nada.
* * *
Terminada la cena y el rato posterior de reposo, la gente se iba
acercando a la capilla. No habría eucaristía sino un tiempo de adoración y,
mientras tanto, seguirían las confesiones y los grupos de intercesión. Esta vez
Ruth entró pronto en la habitación.
Allí se encontró con tres personas que iban a orar por ella. La
acogieron sonrientes y, con mucha naturalidad, le indicaron que se sentara en
una silla que estaba en el centro de la sala. Después de algunos saludos la
invitaron a explicar sobre qué quería que se centrara la oración. Ruth contó un
poco la trayectoria de su vida. A la vista de ello decidieron orar para que el
Señor se le hiciera presente sin más. Él sabe mejor que nadie, le dijeron, para
qué te ha traído aquí y cuáles son tus verdaderas necesidades.
Le impusieron las manos y oraron por ella. Al principio se sintió un
poco confusa. Le pasaba por la mente que iba a sufrir algún tipo de conjuro o
de magia. Sin embargo, algo fue captando su atención hacia dentro de sí misma.
Sentía un calor hondo en el centro de su pecho que, poco a poco, derivó en una
especie de paz interior. Se le fueron los miedos y las prevenciones. Estaba a
gusto. Se daba cuenta que la oración le estaba haciendo bien. Se sentía amada
por dentro, en un lugar donde hasta ese momento no le había llegado ninguna
impresión ni ningún amor.
Una de las personas leyó de la Biblia: "¿Qué ves, Jeremías? Veo
una rama de almendro en flor. Y dijo el Señor: Has visto bien. Así soy yo: un
centinela para que mi palabra se lleve a cabo" (Jr. 1,11). La persona que
había leído, muy ungida, le explicó:
"La flor del almendro es el preludio de la primavera. El Señor te anuncia
una experiencia de primavera. No te habla con un lenguaje de ideas sino de
amor. Él mismo dice que hará de centinela contigo, para que se cumpla esta
palabra". Ruth rompió a llorar. No eran tanto las palabras con que la
acababan de hablar, como la presión en su pecho. Se sentía amada como nunca lo
había sido. Su cerebro estaba vacío. No
tenía ni una sola idea, pero su corazón le estallaba. Salió de allí
semiflotando y, sin ver a nadie, se fue a la habitación. Tumbada sobre la cama
lloró mucho rato. Las lágrimas le hacían bien. No sentía deseos de hablar con
nadie. Al poco rato se acostó agotada.
* * *
Hizo viento aquella noche. En los cristales presionaba con fuerza la
inclemencia del invierno. Ruth durmió de un tirón toda la noche. Al despertarse
continuaba la sensación de paz interior,
hasta el punto de encontrarse extraña dentro de sí misma. Otras personas, en
cambio, apenas habían dormido y hubo un grupo de jóvenes que ni siquiera se
acostó, a pesar de las repetidas recomendaciones en contra que se habían hecho.
En un principio continuaron en la capilla cantando canciones y orando. Después
se fueron a una habitación y pasaron el rato compartiendo. Al amanecer salieron
a pasear, hasta que el frío y la incomodidad del viento les hizo recluirse de
nuevo en el edificio. Allí se encontraban tomando café en las máquinas automáticas,
cuando sonó la música despertador a las 8 de la mañana. Marta y Paco se habían
quedado con ellos en la capilla, pero más tarde se fueron a dormir.
A las 10 daría comienzo la oración de la mañana. Iban llegando poco a
poco personas que querían acompañar en la efusión del Espíritu. Llegó la suegra
de Ruth. Llegó también Mabel, la novia de Paco y otros, unidos con algún lazo
sentimental, familiar o espiritual, con alguno de los que iban a recibir al
Espíritu Santo. Se iba haciendo cada vez más sensible el ambiente de familia en
el que todos eran acogidos.
Comenzaron la oración con una bella canción que termina saludando al
amanecer de aquel día con un acento especial: "Bendita la mañana que trae
la gran noticia de tu presencia joven en gloria y poderío". Ruth saboreó
como nadie esta alabanza. Nunca en su vida había orado así, ni sabía siquiera
lo que significaban ciertas palabras, pero había fiesta en su corazón. Ella
sabía que podía bailar, gritar, saltar, levantar los brazos, hacer cualquier
cosa extraña. Sin embargo, su cerebro seguía vacío sin ningún tipo de ideas,
por lo que no podía contar nada a nadie. Sólo podía expresarse y comunicarse
con gestos y con gritos. Se miraba a sí misma desde fuera y se veía ridícula,
pero desde dentro se sentía motivada. Todos estos gestos quedaban ahogados en
su propia cuna porque su suegra y su propio ridículo la cortaban un montón,
pero comprendió la raíz de la auténtica alabanza. Marta, dándose cuenta, se le
acercó al oído y le dijo:
-Tú has recibido ya la efusión del Espíritu
Santo.
Finalizada la oración el sacerdote que predicaba el Seminario inició
una charla. Iba a hablar sobre el Espíritu Santo. Comenzó diciendo: "¿Conocéis a este extraño personaje?
Hay muchas personas, incluso entre los cristianos, que no le conocen, que nunca
le han experimentado. Sin embargo, sentirle a Él, conocerle, acoger su acción,
es la clave para comprender todo el misterio. Un cristianismo sin Espíritu
Santo nunca será otra cosa que una ideología más, un moralismo más, un fundamentalismo
más.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha amado mucho a este personaje.
Se ha sentido habitada, movida, dirigida, motivada, amada por Él. Su presencia
hace santa a la Iglesia, a pesar de que esté constituida por pecadores. La
Iglesia no es un club de perfectos, es un conjunto de pobres y necesitados en
los que el Espíritu va haciendo una obra de embellecimiento. Cuando el Espíritu
Santo habita en un alma, reside en ella el amor de Dios, su gracia y su
salvación.
Dios quiere que su presencia no pase desapercibida, quiere que se note.
Por eso, el Espíritu saca de cada ser humano lo mejor que tiene: una alegría
nueva, un amor, una alabanza, una vida nueva. Sin el Espíritu Santo el hombre
no es más que lo que es y termina ahogado en su propia impotencia y sin
sentido, que es el estipendio del pecado. Con
el Espíritu Santo ha entrado el cielo y la vida eterna en cada uno de
nosotros".
Al terminar la charla, Ruth se dio cuenta que amaba al Espíritu Santo.
¡Quién se lo iba a decir a ella que hasta hace unos días apenas le había oído
nombrar! Le hubiera gustado gritar: "Dios es real, existe, está
aquí". Su lengua, sin embargo, estaba bloqueada, no podía hablar. Su único
desahogo seguían siendo las lágrimas. Lloraba con una sobriedad que la hacía más
bella que nunca. Descubrió otra novedad dentro de sí: todo el mundo le parecía
distinto. El amor que se había derramado sobre ella le hizo aceptarse
totalmente a sí misma en cada uno de los minutos de su pasado y de su presente.
Y se reconcilió con todos. Aceptó el pecado de todos, la soledad y la
condenación de cada uno de los seres humanos y empezó a amarles desde dentro.
El juicio fue aniquilado dentro de ella y veía a todos buenos, guapos,
simpáticos, amables. Su corazón sintió misericordia y compasión por su suegra,
por su marido, por toda la gente de su casa. Hubiera corrido a abrazarlos a
todos. Se sentía desbordada y superada. El volcán, sin embargo, ardía sólo por
dentro. Hacia fuera apenas brotaban los signos. No obstante, en los más
cercanos se despertó una simpatía nueva hacia ella. La veían distinta. Pero todos estaban preparados para la
sorpresa.
* * *
Las 12.30 era la hora marcada para la
efusión del Espíritu. La cita era en la capilla preparada ya para el
efecto. Delante del altar, en medio, estaban unas quince sillas colocadas en
semicírculo. La gente se iba acomodando en los laterales del oratorio. Como de
costumbre, se cantó una invocación al Espíritu Santo, seguida de un momento de
oración para centrar los espíritus. El sacerdote salió al medio y pronunció
unas palabras para ambientar la ceremonia y motivar una apertura total a la
venida del Espíritu.
"Imaginen empezó diciendo, que van a recibir un bautismo.
Bautizarse para una persona significaba en la antigüedad adherirse a ella,
entregarse. Aquí nos bautizamos para Jesucristo, optamos por Él o, como hemos
dicho, sometemos nuestra vida bajo su señorío. Si lo hacemos, Él responderá
regalándonos el Amor del Padre que es el Espíritu Santo. Entonces sucederán en
nosotros mil maravillas.
En este pequeño catecumenado que hemos seguido hasta aquí, el propio
Espíritu nos ha ido conduciendo hasta el umbral de esta entrega y sólo espera
nuestro sí para derramarse a torrentes. Juan nos dice: "Él los bautizará
con Espíritu Santo y fuego" (Mt. 3,12). Con la resurrección de Jesucristo
ha venido sobre el mundo una irrupción nueva, única, definitiva del Espíritu de
Dios. El Resucitado nos lo envía a manos llenas. Pero no pensemos que el
Espíritu es alguien distinto de Jesús. Sabemos que en Dios se distinguen las
personas pero, de cara a nosotros, en nuestra percepción, experimentar al
Espíritu es conocer a Jesús. Él vive y se hace Señor, mi Señor, en las
vivencias que el Espíritu provoca en nosotros.
Vamos a pedir este Espíritu con una
ceremonia supersencilla. La comunidad, como cuerpo de Cristo, va a implorar del
Padre que conceda ese Espíritu a aquellos que lo pidan. Lo va a hacer con la
oración y con un sencillo gesto de imposición de manos. Así lo hacía Jesús para
bendecir y curar; igualmente los apóstoles trasmitían la gracia y las
bendiciones por medio de este gesto. Por nuestra parte, además de ser un gesto
cuasi sacramental, conlleva un significado de solidaridad, de cariño y de
caridad hacia los que lo piden.
Les va a parecer todo muy sencillo; pero
millones de testimonios podrían dar fe de que Dios ha unido a este gesto y a
esta oración gracias especialísimas. Sólo Dios conoce sus designios, sólo Dios
sabe por qué en estos momentos de soberbia racional y descreimiento se necesita
una revalorización del bautismo; pero los frutos están a la vista. Pidámosle a
Dios que aumente nuestra fe, porque es
sobre todo un acto de fe. Ninguna oración cristiana produce efectos
mágicos. Aquí no hay magia, sino la espera paciente de la fe, que a veces tarda
mucho en manifestarse. Si Dios nos concediera siempre lo que pedimos, y al
momento, la oración no sería una piedad sino un negocio. Sin embargo, ábranse a
todos los dones y carismas del Espíritu. Que nadie se sienta indigno; nuestra
miseria y pecado, puestos delante de Dios no nos hacen malos, sino pobres e
indigentes. Lo que el Espíritu ha comenzado, que Él lo lleve a feliz
termino".
* * *
La oración de efusión se va a hacer en tres tandas de unas quince
personas cada una. Una vez que las quince de la primera tanda se sentaron, el
grupo de servidores y otras personas se colocó detrás de ellas para imponerles
las manos. Detrás de Paco se puso su novia Mabel. Marta impuso las manos a
Pablo, el sacerdote. Las guitarras entonaron "Espíritu Santo de Dios, ven
sobre mí", en medio de una concentración y silencio impactantes. Al
término de la canción siguió un largo y poderoso canto en lenguas. El sacerdote
predicador recogió la unción de la
oración para hacer una especie de imprecación o epíclesis pidiendo al Espíritu Santo que bajara sobre cada uno de los nuevos, les
sanara y les revistiera de una fuerza nueva. El momento era emocionante y se
escuchaban lágrimas y sollozos entrecortados.
Uno de los servidores leyó con fuerza un pasaje de la Biblia: "No
temas. Yo te he rescatado. Te llamo por tu nombre. No podrán anegarte las olas
del mar. Aunque pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Tampoco el fuego
te quemará ni la llama prenderá en ti. Yo soy tu protector, ya que eres
precioso a mis ojos. ¿Te acuerdas de lo pasado? Pues bien, he aquí que yo lo
renuevo, ya se está realizando, ¿no lo notas?"(Is. 43,1 y 18).
La oración sobre este primer grupo duró como unos quince minutos. Ruth
no se sentó en las sillas hasta que lo hizo la tercera tanda. Tenía una cara
extraña, como desencajada. Se inició este tercer momento con un canto en
lenguas fortísimo. Parecía que no iba a tener fin. Era Paco el que le estaba
imponiendo las manos a Ruth. Lo hacía con fuerza y con cariño. No se hizo otra
cosa que orar en lenguas hasta que alguien proclamó de nuevo unas palabras del
profeta Isaías: "No se oirá hablar más de violencia en tu tierra, ni de
despojo o lamento en tu recinto. Al contrario, tu defensa será la salvación y
tu salida la alabanza. Tu luz nunca más vendrá del sol, ni el resplandor de la
luna será quien te alumbre de noche. Yahvé será para ti luz eterna, y tu Dios
será tu hermosura"(Is. 60,18).
Una mujer gritaba con fuerza y era atendida por dos o tres servidores.
Sin embargo, había varias personas tendidas en el suelo a las que, al parecer,
nadie prestaba atención. El sacerdote invitó a todos a darse la paz. Con
extraña lentitud la gente iba fundiéndose en largos abrazos. Todos a todos.
Parecía que querían demostrarse un cariño largamente retenido, al cual se le ha
dado suelta, una vez destruidas las murallas del egoísmo y del miedo.
* * *
La comida hoy empalmó con una larga sobremesa. Había ambiente de
fiesta, ganas de compartir y de comunicarse. Algunos grupos salieron a tomar
café y a liberar la tensión de la mañana por los bares vecinos. Nadie parecía
frustrado. El grupo de nuestros protagonistas se fueron juntos, pero no
separados, pues había crecido entre todos la confianza y la necesidad de
conocerse. Por eso, todos hablaban con todos.
Sólo dos actos ocupaban el programa de la tarde. En primer lugar un
rato de testimonios y, seguidamente, la eucaristía final. La gente estaba ávida
de saber lo que había pasado en cada uno. Necesitaban escucharse y compartir
todas las experiencias.
A la cuatro de la tarde ya estaban todos reunidos en la sala. Hubo un
momento de oración y alguna canción para recoger los ánimos y crear el clima
necesario para contar las obras del Señor. Uno de los servidores se levantó e
introdujo la sesión recordando a todos lo que es un testimonio y subrayando las
tres "c" que lo definen: corto, concreto y centrado, no en el
protagonismo humano, sino en la acción del Señor. Seguidamente invitó a la
gente a levantarse y hablar.
No hubo una respuesta masiva. A la mayoría les costaba arrancar y les
imponía mucho hablar en público. Fueron goteando los testimonios sin que
hubiera muchos con auténtica garra. De repente se levantó Paco y empezó a
hablar pausadamente: "No me es fácil dar un testimonio en este momento.
Necesito tiempo para ir asimilando un cúmulo de impresiones que se agolpan en
mi interior. Pero hay algo que tengo completamente claro: Dios ha actuado en
mí.
Desde que entré en la facultad, siempre me vengo haciendo esta
pregunta: ¿Qué añade el cristianismo a una persona que, sin ser cristiana, se
comporta correctamente, es honrada, tiene sentido de la justicia y lucha por
implantar en el mundo los valores éticos? ¿No nos basta con un humanismo
sincero? Me parecía que el cristianismo era una bella idea, una utopía y un ideal,
con gran solera histórica, pero un poco superfluo ya en nuestro tiempo. El
mismo Jesús no pasaba de ser para mí una referencia histórica, ciertamente
entrañable e interesante como hombre, pero perdida en el túnel del tiempo. Era
para mí parte de una cultura y de una educación que me inculcaron de pequeño.
Sin embargo, nunca quise romper con la fe. Estas cosas eran tentaciones, pero
he seguido yendo a misa y practicando, si bien es verdad que muy desmotivado.
Ya a lo largo del Seminario se ha ido conmoviendo mi interior, a veces
con fuerza; pero hoy ha sido demasiado. Durante unos minutos me he sentido como
flotando, en otra dimensión, incluso de
mi garganta salían sonidos que yo no emitía. Estoy seguro que algo se ha
infundido en mí, algo me ha penetrado. En esta experiencia se me ha revelado
que Él vive. Jesús vive. No es una referencia histórica, no yace adormecido en
el túnel del tiempo. Él vive, es real,
actúa en nosotros. Ya tengo alguien ante quien arrodillarme y decirle: mi
Señor. Alguien que sé que va a salvar mi vida y llenarla de sentido. Se me ha
revelado la dimensión del amor y de la misericordia. Entiendo que el
cristianismo añade al humanismo una Persona en la que está el verdadero
fundamento de todas las cosas. Una Persona, no una idea o un sistema de ideas.
Una persona que nos abre el camino para el amor y la vida. Las ideologías no
tienen sangre, por eso no nos sacan de nosotros mismos, no nos acercan ni a
Dios ni a los hombres. Al humanismo le falta humanidad. Ningún humanismo me salvó de mi egoísmo, pues estoy sintiendo que
no he amado a nadie en la vida, sólo me he amado a mí mismo y, a los demás, en
cuanto servían a mis intereses. Mi pequeño yo siempre fui el centro de mi
universo.
Ahora entiendo que me he cargado fardos demasiado pesados. He querido
ser bueno, he trabajado y he luchado por los demás, he sufrido el peso de la
vida. Leer un periódico o ver un telediario nunca me dejó indiferente, pues
siempre me atrajeron las causas justas y me desazonaron las injusticias y
atropellos de unos hombres contra otros. Pero
ha sido todo desde mí, y todos esos mis esfuerzos se me revelan ahora como
sin valor. Yo no sabía que el propio actuar, aun con buena voluntad, está lleno
de orgullo y soberbia y engendra vacío y discriminación.
El Señor me ha mostrado hoy en un segundo
toda mi vida. Ha sido una ráfaga. Mi maldad no ha consistido en cometer una
serie de delitos o pecados, sino en la orientación general de mi vida. Yo era el centro de mí mismo y de todas las
cosas; yo era, para mí, mi señor. Creo que el bautismo resitúa al hombre y
le orienta toda su vida. Siento que ése ha sido mi pecado original, del cual
creo que he sido sanado hoy".
Marta le miró con ojos enaguados, mientras Mabel se levantó decidida y
le dio un abrazo a la vez que gritaba "gracias, Señor, bendito seas".
Ruth, sin embargo, estaba extrañamente quieta, como acobardada, limitándose a
sonreír. La música entonaba después de cada testimonio unas breves estrofas. En
este momento cantaron: "A ti yo me rindo, te adoro también, dueño
absoluto, amén, amén".
* * *
Nada más terminar la canción y como movido por un resorte se levantó
Pablo, el sacerdote, y después de confesar que la valentía de Paco le había
animado a él, continuó diciendo: "No me extraña que los Padres de la Iglesia
llamen al Bautismo la "Iluminación", pues hoy yo me he sentido
profundamente iluminado. Hoy he encontrado la clave para explicar un grave
desconcierto interior que he padecido desde siempre. Con la sicología y la
introspección me he ido conociendo a mí mismo, pero hoy se me ha revelado el
corazón de mi propio misterio y con ello espero vivir en la paz y la
reconciliación.
Mis males arrancan desde el mismo día que
nací. Yo no fui aceptado, nunca fui querido, nunca encontré sitio ni hueco en
la vida. La sensación de inseguridad cuando era niño fue aplastante. Mendigaba
una mirada, no digo de cariño, simplemente no agresiva. Llegué a sentirme como
un bicho que estorbaba en todas partes. Esto me culpabilizó de tal modo que
aprendí pronto a rechazar conscientemente la vida, que me resultaba un peso tan
cruel. Si nadie me quería, mi vida tenía que ser un delito y, por eso, me
culpabilizaba a mí mismo por haber nacido y me preguntaba qué sentido tenía mi
vida.
Los estudios representaron para mí la primera tabla de salvación. Tenía
gran facilidad y sacaba muy buenas notas. Pronto
identifiqué el estudio como mi salvador y el estudiar como mi salvación.
Ahí podía ser alguien, ahí podía encontrar algo de identidad y seguridad. Hoy
he visto también claro que el sacerdocio ha sido para mí igualmente una huida y
una expiación. Ha sido mi segunda tabla de salvación. En mi inconsciente yo no
me creía digno de la vida, ni capacitado para luchar por el amor de alguien.
Sin embargo, en el sacerdocio he podido ser brillante por mi facilidad con los
libros. Por eso, me ha servido de coartada para aminorar mis inseguridades,
aunque en el fondo también aquí he sentido la necesidad de justificar mi
existencia y de recabar mis derechos a un sitio en la vida, que tal vez nadie
me discutía.
En este momento siento una
paz profunda y una reconciliación. El Espíritu me ha revalorizado ante mis
propios ojos. Me siento amado por Él. Al instante han perdido protagonismo
todos mis males anteriores, que huyen de mi presencia. Hoy no tienen tanta
realidad como tenían ayer. Me siento capaz de perdonar. Me siento reconciliado
conmigo mismo, con mi pasado, con todas las personas que me hayan podido hacer
daño. Creo que podré amar y comprender las pobrezas de todos.
Lo curioso es que yo no me sentí conmovido interiormente cuando me
impusieron a mí las manos, sino cuando las impuse yo en la tercera tanda. Al
terminar el primer grupo, en el que oraron sobre mí, me levanté frío, con el
corazón duro y a punto de hacer un juicio peyorativo sobre todo lo que se
estaba haciendo allí. Sin embargo, en la tercera tanda, cuando nos dijeron que
impusiéramos también las manos los que lo habíamos recibido ya, me acerqué,
impuse las manos a una persona y al instante noté que algo empezó a suceder
dentro de mí. Sentí ganas de llorar, cosa que jamás había sentido y supe que se
estaba sanando mi corazón. La tensión de toda mi vida se aflojó y me sentí con
una paz increíble. Además, supe que el
Espíritu vino a mí cuando yo estaba ejerciendo un ministerio sobre otra
persona, lo cual significaba que el Señor convalidaba mi sacerdocio. Me hice
sacerdote para huir, sin saberlo; ahora, el Señor me lo regala como efecto de
su gratuidad y su elección".
Toda la sala se quedó impactada. No sólo por el testimonio del sacerdote
sino sobre todo por su humildad. Su cara era prueba fehaciente de lo que había
dicho. Se sentó pacífico y relajado, acogiendo con dulzura la simpatía que los
ojos de todos le trasmitían.
* * *
Todavía tenemos tiempo para dos o tres testimonios más, advirtió el que
dirigía la sesión. Se miraban unos a otros y se pronunciaban nombres para
animar a los más tímidos, pero muchos no se atrevían. Marta quería que hablara
Ruth y la estaba incitando continuamente a ello. Por fin, Ruth cedió: "Anoche,
comenzó diciendo, sentí al ir a intercesión una experiencia interior muy
profunda, como nunca la había sentido antes. Ayer supe que tenía alma. Hasta
ahora no lo había sabido porque nunca tuve una experiencia interior. Anoche me sentí tocada, invadida, amada. Había
como un fuego sabroso dentro de mí. Pero eso no me venía ni de mi mente, ni de
mi voluntad, ni de ninguna reflexión mía. Simplemente me llegaba, me iba
llegando y se metía en una parte de mi ser que yo no sabía que la tenía, porque
nunca había sentido algo tan adentro.
Pero en el momento de la efusión, sorprendentemente, se me fue toda la
experiencia anterior y me quedé fría, oscura, llena de dudas y de ansiedad. De
repente me pareció todo mentira, una burla. Mi razón no fue afectada por la
experiencia de anoche, sino que simplemente estaba bloqueada ante la intensidad
de mis sentimientos. Sin embargo, por lo que veo, estaba al acecho, pues nada
más que se me ha debilitado el gozo interior que tenía, ha tomado de nuevo el
mando y me ha sugerido que todo esto es una burda pantomima, que siga como he
sido siempre, que lo mío no es la beatería. Me resonaba dentro la palabra:
engaño, engaño, engaño... pero también me parecía imposible que fuera mentira
lo de anoche. Quedé desconcertada y aún lo estoy, pero me hace bien decir estas
palabras que les estoy diciendo.
Antes de entrar aquí he hablado con una persona y me he desconcertado
aún más. Me ha dicho que dentro de mí
hay una lucha del Espíritu de Jesucristo contra el espíritu del mal. Me ha
dicho que mi vida estaba dominada por el mal, que se había disfrazado con el
ropaje de una ideología, de una cultura, de unos intereses políticos bastardos,
que bajo la capa de la libertad y de la justicia para todos encubría un rechazo
a Dios y a su acción en nosotros. Me ha
dicho también que Dios, de una forma totalmente gratuita, se ha fijado en mí y
me quiere sacar del lugar donde estaba.
Sigo notando que estas palabras que digo me están haciendo bien y me
están dando fuerzas para confiarles un secreto que se está revelando en mí en este momento. Ayer, cuando me fui a
confesar, no dije ni se me ocurrió decir algo que me sucedió a los 16 años. Yo
quedé embarazada y a las pocas semanas aborté. Nunca me sentí culpabilizada por
ello. En el ambiente en que vivía esto era normal, aceptado por todos, y por
eso nunca me inquietó. Pero ahora mismo estoy sintiendo que ha sido algo muy
importante y que ha condicionado aspectos de mi vida. Siento que todo ello me
ha producido un serio trauma. Yo me hice también como una especie de ligadura
de trompas que, aunque me la han quitado al casarme, se ve que ha dejado sus
consecuencias, porque ahora tengo un grave defecto de ovulación, y no puedo
tener hijos.
Qué agazapado, qué pacífico, qué taimado habitaba el mal dentro de mí.
Mi vida se está desenmascarando y la estoy entendiendo ahora. Yo nunca he
sabido nada de Dios, en mi casa jamás se pronunció su nombre, de niña nadie me
ha hecho orar ni la más pequeñita oración. No he hecho ni siquiera la primera
comunión.
Ahora estoy percibiendo también la frialdad de mi interior. Mi mundo ha
sido un mundo gélido y tampoco lo sabía. Nadie me ha amado jamás. Ahora me doy
cuenta... (Ruth comenzó a llorar y a hablar entrecortadamente). Pero ahora me
estoy sintiendo amada, amada incluso en mi pecado. Estoy entendiendo que no me
debo preocupar ni siquiera del niño que aborté, pues pasó de mi seno a los
brazos de Dios. Ahora sé que me puedo curar de cualquier cosa, que Dios puede
hacer en mí un milagro, pues el más
grande de todos los milagros es entender que me ama. No me explico cómo he
podido estar tan ciega. ¿Quién era mi señor? Entiendo que he estado engañada,
manipulada, traicionada. Yo no quiero sentir más lo que sentía, no quiero
pensar lo que pensaba, no quiero ser más yo misma. Algo nuevo ha entrado en mi
vida que creo que es bueno, limpio, amoroso y santo. ¡Qué bien, qué alegría,
existe el amor!".
* * *
Una vez terminados los testimonios, la gente fue lentamente
encaminándose hacia la capilla, donde se iba a celebrar la eucaristía final.
Todo el mundo saludaba a Ruth y la abrazaba con cariño. El sentimiento de que
había ya algo en común entre todos crecía por momentos. Este grupo de personas
que antes era no-pueblo empezaba a
sentirse pueblo, comunidad. Algo muy
hondo les estaba uniendo. Brotaba una simpatía y una confianza nuevas, preludio
del amor, signo de una comunidad cristiana viva.
En efecto, el amor mutuo es
la prueba que se ha recibido el Espíritu Santo. Por eso, la fe o la experiencia
del Espíritu sólo crece en comunidad. Lo individual, que siempre es incompleto,
se agotaría pronto. De ahí que siempre, una gran experiencia bautismal nos lleve a la
eucaristía, que es la celebración del amor que está surgiendo y que se va
haciendo perfecto en Jesucristo. Cualquier experiencia del Espíritu que no nos
lleve al amor y a la comunidad es falsa, o al menos raquítica.
Las semanas que siguieron hasta terminar el Seminario les dio a todos
fundamentalmente esta experiencia: la de la comunidad y el amor fraterno. Ahí
está encerrado todo el crecimiento. Brotó en todos un sentimiento de familia
poderoso y fuerte. A Ruth y a otras personas que habían vivido su vida hasta
ahora con tanto desamor, las nuevas relaciones les parecían más fuertes y más
íntimas que el propio parentesco humano. La verdad es que en este caso, como en
otros, la gracia no destruye la naturaleza ni la sustituye. Es decir, el nuevo amor cristiano, la caridad, no
invalida los amores humanos sino que más bien los refuerza y profundiza. En
el cielo, sin embargo, no habrá ni marido ni mujer, ni padres, ni madres, ni
hijos, ni hermanos, ni amigos, ni nada de aquello que sean estructuras
puramente humanas con las que se articula la vida en este mundo. En el cielo, todas estas relaciones o son
en el Espíritu o no serán. Una experiencia bautismal y eucarística como la
que hemos descrito nos hace entrar ya aquí en la tierra en la gran experiencia
que en los cielos no se acabará nunca.
6 -
RENOVACIÓN Y COMPROMISO
Me imagino que a muchos de ustedes que
acaban de entrar en la Renovación les interesa conocer lo más posible sobre
este movimiento religioso. Se habrán preguntado de qué se trata, cuáles son sus
contenidos básicos, su espiritualidad, su moral. Máxime cuando la Renovación no
es una cosa neutra sino algo que suscita serias controversias, dudas,
prejuicios, rechazos. "Pero, ¿no será una secta el grupo ése en el que te
reúnes? habrán, tal vez, oído decir . Otros acusan diciendo: "mucho rezo,
mucha gesticulación, mucha reunión... Lo que importa es que se comprometan con
lo que sucede en la realidad. ¿Se creen que son los únicos buenos?" Y
desde ahí denuncian el espiritualismo de la Renovación y le achacan su evasión,
su alienación, su estar en las nubes.
Es importante para todos nosotros y, en
general, para la Renovación clarificar todos estos equívocos. Para esto no
basta con la experiencia personal y los testimonios por más auténticos que
sean. Es necesario ir creando poco a poco un lenguaje y unas categorías
teológicas serias que sirvan, en primer lugar, para aclararnos a nosotros
mismos y, después, para dialogar con otras corrientes de la Iglesia. De lo
contrario la formidable experiencia de Dios que hay en la Renovación
permanecería en un nivel de espontaneidad, emotividad e ingenuidad que le
restaría parte de su posible fecundidad y no engendraría en nosotros una praxis
convincente. Es importante, siempre desde la realidad revelada en nuestra
comunidad, desentrañar toda su virtualidad, confrontándola con la totalidad del
mensaje cristiano. Igualmente, es también importante que estas categorías
teológicas sean críticas con los contenidos e historia de nuestra comunidad,
para que una experiencia tan bella como la que se ha iniciado en nosotros no se
pierda y se ahogue en sí misma.
Ubicación teológica de la Renovación
Yo creo que la primera cosa que la Renovación debe aclarar a todo el
mundo es la cuestión teológica de la
relación entre la fe y la vida humana, entre la oración y el compromiso, lo
natural y sobrenatural. ¿Cómo se viven estas cosas entre nosotros? En este
tema creo que está el núcleo de muchos malentendidos con respecto a la
Renovación. En realidad es una cuestión muy vital dentro de la Iglesia entera y
a lo largo de este mismo siglo ha tenido diversas respuestas.
Mentalidad de cristiandad.
Seguro que conocen personas de esas que piensan que uno es bueno si va
a misa, si se confiesa mucho, si participa en varios movimientos. Para esta
gente el que es piadoso es bueno. Por lo tanto la persona que vive así tiene la
salvación asegurada. Otras cosas como pueden ser la caridad, la justicia, la
solidaridad quedan en un segundo plano. De
esta forma nacen esos típicos casos de individuos que parece que se comen a los
santos, pero no les importa ser egoístas, acrecentar su patrimonio a costa de
lo que sea, ser insensibles a las necesidades de los demás. Su radicalismo
lo ejercitan, sobre todo, en ciertas cuestiones de la moral de la intimidad.
Muchos creen que la Renovación ha nacido para apuntalar este tipo de
religiosidad que últimamente está perdiendo fuerza.
Detrás de estas actitudes, que he acentuado
para una mejor comprensión, hay un modelo teológico de Iglesia. Según este modelo la bondad y la
salvación están en la Iglesia. El que es y participa de ella está salvado.
Fuera de la Iglesia no hay salvación. El ideal en este caso es no mezclarse demasiado con el mundo.
Éste hace su camino en una historia distinta que no es de salvación. En la
liturgia era común la terminación de muchas oraciones: "despicere terrena
et amare coelestia", es decir, despreciar lo terreno y amar lo celestial.
Cuando algunos fieles le pidieron a Pío IX poder participar en política con
nombre cristiano, el Papa les respondió con el famoso: "non
possumus", no podemos.
Nueva cristiandad.
Con la mentalidad anterior la Iglesia caminaba, no sólo al margen, sino enfrentada con una serie de realidades terrenas como el progreso,
la filosofía, la técnica, la evolución social. La sociedad secular, al no
sentirse comprendida, reaccionó también en contra y se hizo atea. Parecía que
había dos historias separadas y
contrapuestas: una historia de salvación y otra de maldición.
Hacia los años veinte de este siglo hubo una fuerte reacción dentro de
la Iglesia católica. El enfoque pastoral incluía ahora un acercamiento y acción
sobre el mundo y sus realidades. Pero no aceptándolas en sí mismas, no
respetando su autonomía, sino queriéndolas bautizar, para hacerlas entrar
dentro de la órbita de sacralidad de la Iglesia. Se fundaron partidos políticos
cristianos y diversos movimientos como la Acción católica, Hermandades del
Trabajo y otros que están en la mente de todos. Con ello entró la Iglesia en la
política, se abordó la filosofía desde el neo-tomismo, se constituyeron
sindicatos cristianos etc. Se vivió una gran sensación de modernidad. Todas estas
actividades estaban impregnadas de una actitud militante. Bajo el estandarte de Cristo Rey, a cuyo grito murieron muchas
personas, se institucionalizó como una especie de campaña o cruzada. Sin
embargo, la teología de base era la misma que en la mentalidad anterior: la bondad y la salvación se encuentran sólo
en la Iglesia. El Reino de Dios y la Iglesia se identifican.
Vaticano II.
La obra que el Espíritu Santo realizó en
este concilio parecía imposible e impensable. Se dio un vuelco a las
concepciones anteriores. La bondad y, por lo tanto, la salvación, ya no están
en la piedad como en el primer caso o en una presencia cristiana en el mundo.
La bondad está ahí, en el mundo: en la vida, en el trabajo, en la familia, en
las relaciones con los demás. ¿De qué te sirve rezar, cantar, alabar a Dios,
ser piadoso, si en tus relaciones sociales eres insolidario y egoísta? ¿De qué
te sirve clamar a Dios si descuidas a tu familia o no eres fiel en tu trabajo?
Ahí se encuentra la autenticidad del comportamiento humano.
El punto clave teológico es que no hay nada ajeno al plan de Dios. Las realidades terrenas, todo el
proceso del mundo, no están fuera de la mente y del plan de Dios. La Iglesia,
por tanto, ya no tiene que atraer al mundo hacia sí para salvarlo sino que, por
el contrario, se hace ella servidora del
mundo. El Reino de Dios no se identifica
con la Iglesia sino con la historia entera de los hombres, sanada por el poder
de Jesucristo y recapitulada por su resurrección. De ahí deriva un gran
respeto por la tarea secular, por la autonomía de las realidades terrenas.
Llega a decir la Gaudium et Spes que, aunque hay que distinguir cuidadosamente
entre el crecimiento del Reino y el progreso secular, sin embargo, éste, de un
modo misterioso, entra a formar parte del material del Reino de Dios. Es cierto
que la realidad terrena está minada por el pecado y, por ello, muchas veces
está en contraposición al Reino de Dios, pero es ahí donde incide de una manera
específica la obra de la salvación.
Debajo de todo este cambio de mentalidad hay una nueva idea y
experiencia de la salvación. Ésta, ya no es simplemente algo que sucederá más
allá de la muerte, frente a la cual la vida presente no sería más que una prueba; es algo que se da aquí, algo que asume toda la realidad
humana, la sana, la trasforma, la sufre y la goza y, al final, la lleva a su
plenitud en Cristo.
El pecado, por consiguiente, no es sólo un impedimento para la
salvación en el más allá; es una realidad histórica que es ruptura con Dios,
porque es quiebra de su plan, dañando la comunión y el amor entre los hombres. El más allá no es la "verdadera
vida" desconectada de la historia humana, sino que es la trasformación y
la realización plena de la vida presente. El impacto absoluto de la
salvación, lejos de desvalorizar este mundo, le da su auténtico sentido y
consistencia propia. Merece la pena vivir una vida que no sólo es apasionante
sino que nos aboca a una plenitud total de sí misma trasformada por el esfuerzo
del hombre fecundado por el don gratuito de Dios.
La liberación
Estos presupuestos del Vaticano II han obligado a muchos antiguos
movimientos apostólicos a resituarse y a cambiar sus idearios. Los que no han sido capaces de hacerlo han
perdido toda su significación pastoral y languidecen envejecidos. Entre los
que han brotado después del Concilio, hay dos que tienen como núcleo central de
su experiencia la palabra liberación: la Teología de la liberación y la
Renovación carismática. Yo me he sentido muy sensibilizado y cercano a ambas
corrientes y la verdad es que, desde hace años, he sospechado que las dos han nacido de una intuición
básica común. Son como dos hermanas, pero con temperamentos y costumbres
tan diversas que, aparentemente, no tienen nada en común. Sin embargo, es
necesario clarificar este tema. Es necesario, sobre todo, porque en países de
lengua y cultura española ambas corrientes no se entienden y en vez de ayudarse
se hacen daño.
El primer punto en que coinciden
es en el rechazo, por parte de
ambas, de los modelos de cristiandad que
describimos más arriba. Las dos tienen fuerza y actualidad porque han
asumido, asimilado e incluso rebasado los contenidos de la Gaudium el Spes: el
hombre se salva, se santifica, se hace bueno en confrontación con sus deberes
seculares en la familia, en el trabajo, en las relaciones humanas. Ahí se juega
también su relación con Dios. No hay dos historias, una sagrada y otra profana.
Sólo hay una historia que comenzó con Adán y se cerrará con el último hombre.
El Evangelio y la Iglesia están al servicio de esa historia. La Iglesia es como
la sal en la sopa o el fermento en la masa o la luz en las tinieblas. No se trata de que toda la sopa se
trasforme en sal, sino que esté sabrosa y bien condimentada.
Todo esto está claro en referencia a la Teología de la liberación; pero
en relación con la Renovación carismática hay gente que no lo ve. Hay muchos
que piensan que la Renovación tiene una actitud preconciliar, que ha nacido para reeditar en nuestros días los modelos
de cristiandad con un tipo de piedad afectada, evasiva, lejos de la realidad.
Hay personas que piensan que la Renovación es un refugio de sentimentalismos y
de alienaciones, en los que se separan la fe y la vida, la oración y el
compromiso. Hay que aceptar que cuando no se vive la Renovación en serio puede
dar esa impresión. Toda la alegría y
alabanza carismática, si no naciera de una experiencia liberadora sería una
grotesca y triste mascarada. Pero si nace de una experiencia liberadora y
sanadora, como así es, el poder que haya dentro de ella está luchando contra
las esclavitudes reales en las que se halla inmerso el hombre de hoy.
Una segunda cosa en la que ambas corrientes coinciden es en el concepto de liberación. Ambas aceptan que la
liberación en Jesucristo es el verdadero sentido de la vida y de la historia.
Se trata de crear un hombre nuevo y un mundo nuevo. La historia repetirá, de
una forma o de otra, el modelo de la muerte y resurrección de Jesucristo. Toda
ella pasará por un bautismo liberador, que es un sumergirse en la muerte, para
que sea trasformada gratuitamente en unos cielos nuevos y en una tierra nueva
ya sin relación al pecado y a la esclavitud.
Una cristología "desde abajo".
Sin embargo, siendo realistas, aunque estas dos tendencias puedan
llegar a encontrarse y a completarse, hoy por hoy en muchos de sus aspectos
aparecen muy distanciadas. La liberación a la que hace referencia la Teología
de la liberación, parece muchas veces no superar los límites de lo puramente
social. Da la impresión de que la muerte de Cristo no fue más que un
acontecimiento político derivado de sus posturas de enfrentamiento social. Esta
teología pone en el centro de su seguimiento y reflexión al Jesús histórico, el
que vivió, luchó y murió entre los hombres, subrayando siempre su aspecto conflictivo
contra los poderes de este mundo y en defensa del pobre, del débil y del
explotado.
La legitimación de estas posturas por parte
de la Teología de la liberación viene dada por el convencimiento de que sólo es
posible acceder a una mayor y mejor comprensión del Cristo resucitado, del
Cristo de la fe, si se hace la predicación y la praxis del Jesús histórico y, a
partir de la actualización de esa praxis, en su seguimiento. Podemos llegar a
descubrir al Resucitado en la medida que sigamos e imitemos al Jesús que pasó
por nuestras condiciones históricas. La muerte de Jesús y su resurrección, en
algunos países de pobrezas extremas, no pueden ser reflexionadas y vividas al
margen de las situaciones de muerte y de las esperanzas que generan las luchas
liberadoras de los pobres. Esto no entraña la negación de la gratuidad ni de
los contenidos de resurrección de la fe cristiana sino que es una simple
postura metódica.
A pesar de lo incompleto de estos planteamientos la insistencia de esta
Teología en las situaciones de opresión y de esclavitud y su afán liberador merecen un voto de confianza. El pecado
social y estructural es un hecho muy real, lo mismo que las opresiones que
genera. Algún tipo de militancia contra esas situaciones no debe ser ajeno a la
praxis cristiana. Siendo conscientes, claro está, de que ciertas cosas tienen
que estar mejor formuladas y de que hay problemas a medio resolver como el del análisis marxista de la sociedad y
la violencia que genera, lo mismo que el problema de la gratuidad del Reino de
Dios que es lo más específico de la salvación cristiana. Otro reto con el
que tiene que encararse la Teología de la liberación es el de la formulación de
una espiritualidad en la que el hombre se encuentre consigo mismo en Dios,
descubra su presencia amorosa y sienta la necesidad de celebrarlo.
Una cristología "desde arriba".
Al contrario de todo esto que acabamos de
decir la Renovación carismática nace como una experiencia de fe. Desde arriba.
Generalmente en el "bautismo" o efusión del Espíritu se recibe un
algo que unas veces es más sensible que otras, pero que cuando es verdadero
cambia la vida de la persona que lo ha recibido. Se puede hablar de un
pentecostés, es decir, de una iluminación, de una conversión, de una
trasformación.
Uno no sabe en qué lugar de la conciencia humana se ha hecho presente
esa acción del Espíritu, pero se experimenta como absolutamente real. Además es
sorprendente. Nadie se la espera. Si no viniera como una unción amorosa produciría miedo, pues estamos acostumbrados a
controlar de una forma o de otra, por la razón o por los sentidos, las
sorpresas que nos llegan en la vida. Pero ésta es distinta.
Esta experiencia, guiada por la Palabra de Dios y el discernimiento de
la comunidad, reconoce pronto los contenidos con los que está habitada. La
primera referencia es a Jesús, el resucitado. Jesús vive, es el primer grito de
alegría de los Apóstoles y de la persona que se encuentra un día con la fe
cristiana. Ahí empieza el proceso de fe normal del que nos hablan los Hechos de
los Apóstoles y que se repite en cada comunidad cristiana carismática que se
vaya formando. Este proceso tiene como pasos el anuncio, el
"bautismo" y la formación de la comunidad.
Experiencia liberadora.
Esta vivencia siempre es
liberadora o, con un término más clásico, salvadora. Por eso, tal vez el segundo
grito del que ha sido sorprendido por la irrupción de la fe es el de Jesús
salva, es Salvador. Y es que la acción del Espíritu viene a un ser concreto, a
una persona concreta sometida a todos los condicionamientos de la historia.
Como toda persona humana, ésta de que hablamos está sometida a toda clase de
esclavitudes, de opresiones, de pecados. Ha buscado al Señor desde su pobreza
real, la que le hace sufrir, la que experimenta como un mal, la que le
disminuye como hombre. Estas pobrezas a veces son personales, otras familiares,
otras sociales. La salvación siempre es
histórica. No viene a un hombre intemporal o irreal.
La persona que se siente salvada es un pobre, un necesitado. Lo primero
que piensa al recibir esta gracia no es en la posible solución de sus problemas
económicos, familiares o sociales. En el hombre hay otras pobrezas más
profundas que todas éstas. La primera de ellas es la propia pobreza de ser
hombre. Es esa condición nativa de desvalimiento, de impotencia, de soledad
metafísica. Por eso en la Renovación
nadie se avergüenza de traducir esta salvación primera en términos de amor y
decir: Dios me ama, Él está conmigo. Él está, es real. Dios es amor, dice
San Juan. Cualquier salvación que no venga con amor no es apreciada ni
valorada.
Me contaba una misionera seglar que después de hablar a unos campesinos
en Guatemala defendiendo sus derechos, quiso tomar y acariciar a un niñito que
estaba en los brazos de su madre, pero ésta no se lo permitió. Le llegó al alma
este desaire. A los pocos días en una eucaristía la mujer, arrepentida, vino de
lejos a darle la paz. Le preguntó la misionera: ¿Por qué no me dejaste el niño?
Porque me pareció que aunque nos defendías no
nos querías.
Jesús es el Señor.
Esta es la expresión y la experiencia que define más hondamente a la
Renovación carismática: el señorío de Jesús sobre todas las cosas. La
experiencia liberadora del Espíritu aquí cobra toda su plenitud. Esta frase: "Jesús es el Señor", no es un
eslogan o una expresión puramente contemplativa. No nos ha sido trasmitida como
un título emblemático o nobiliario, como un adorno que decora la personalidad
de Jesús, a la que hay que rendir pleitesía o adoración. Es un principio activo o, como diríamos en terminología de hoy, es una
frase revolucionaria.
Por eso, la Renovación carismática no se nos presenta como un lugar
apacible o una verde y jugosa pradera donde el alma se va a recrear
placenteramente. Es cierto que se experimentan las profundas alegrías de la
salvación, que van a ser expresadas y celebradas con cantos, aplausos y
alabanzas, cosas todas ellas que no sólo son expresiones de liberación sino que
son liberadoras en sí mismas, pero a la larga va a resultar un proceso de salvación
que no en todos los momentos será fácil reconocerlo como liberador.
Para que Jesús sea verdaderamente el Señor tiene que hacerse el Señor. La condición humana, la historia del
hombre, ha estado, y lo está aún en gran parte, sometida a otros señores. Estos
no son salvadores sino dominadores, explotadores y han multiplicado el delito
por el mundo entero. No sólo el ser humano se encuentra profundamente
herido en sí mismo sino también en su contexto social. Es cierto que existe el
pecado estructural, es cierto que hay estructuras opresoras que no solamente
ahogan la libertad sino que oprimen y roban al hombre. La Iglesia, y la
Renovación en ella, al hacerse servidoras de nuestro mundo y de nuestra
historia, saben muy bien que la realidad está minada por el pecado y que
generalmente no es neutral sino beligerante contra la debilidad y la inocencia.
Jesús, el que vivió como hombre, estuvo siempre de parte del pobre y del débil,
como una parábola de lo que constituiría su reino una vez resucitado.
En este sentido, también la Renovación hace su opción preferencial por
el pobre, porque es el que más sufre el peso de la historia y por otra parte es
el que más cerca está del Reino de Dios. Sosteniendo y amando al pobre se hace
una dura denuncia sobre todas sus condiciones de explotación y, desde ahí, el
cristianismo nos ha regalado una cultura de gran respeto por la persona humana.
La Renovación, precisamente porque se alimenta del señorío de Jesús
resucitado, vive esta actitud de lucha. Una
cosa sí que tiene clara y en ese error no quiere caer: que el único Salvador es
Jesucristo; que los hombres no salvamos nada, aunque lográramos cambiar todas
las estructuras; que las cosas necesitan una sanación profunda que sólo puede
venir de arriba. Se trata nada menos que de crear un hombre nuevo y un
mundo nuevo y esto sólo Dios lo puede hacer. El hombre tiene la capacidad de
inventar, es decir, de encontrar cosas que ya están ahí y con ello fabricarse
una civilización y una técnica, pero no es capaz de amarse un poquito más y el
amor es el centro del hombre y del mundo nuevo.
El sacramento de la liberación.
Para nuestro gozo tenemos un sacramento, es decir, un signo o símbolo
eficaz que produce lo que significa. Es
la Eucaristía. Ella realiza el señorío de Jesús sobre el mundo entero y es
a través de ella como se hace efectiva la fuerza de aquella palabra del
Resucitado: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra"
(Mt. 28,18).
Cuando
alguien comulga el cuerpo de Cristo en la eucaristía se está comiendo la vida
eterna. "Lo mismo que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mí,
y yo le resucitaré el último día" (Jn. 6,57). Pero la vida eterna ya comienza en este mundo. Todas las cosas de
este mundo deben de estar impregnadas y atravesadas de eternidad para que sean
auténticas. Sólo comiendo a Jesucristo se da la gracia sanante que hace nuevo
todo lo herido y descompuesto de este mundo. El mundo nuevo y la novedad de un
mundo distinto y fraterno nace de la Eucaristía, que es el sacramento de la vida restaurada. Por eso, es también el
sacramento de la liberación y por eso nos damos la paz al recibirlo. Ninguna
otra metodología puede llegar a la hondura y verdad de este signo eficaz de
Dios.
Sin embargo, a muchas personas les puede
parecer banal, o incluso algo peor que eso, invocar la eucaristía cuando se
habla de un compromiso de trasformación del mundo, abrumado por pobrezas tan
sangrantes. ¡Hemos oído tantas eucaristías y el mundo no parece haber cambiado
en absoluto! ¿No será más eficaz el análisis marxista, con su lucha de clases y
su apelación a la violencia cuando resulte imprescindible? ¿No hay métodos más
expeditivos para implantar la justicia y la igualdad en el mundo?
Esta es la tentación del
hombre que ha dado origen a todas las guerras, las cuales, en vez de eliminar
el pecado del mundo, lo han hecho más patente y más sangrante. Quizá llegue un
día en que el hombre se convenza de la inutilidad de su agresivo fariseísmo. Hay un fariseísmo de las observancias y
otro de las obras. Ambos coinciden en pretender la salvación desde sí mismos. Marx apostaba por cambiar las
estructuras para que cambie el corazón del hombre; Cristo, sin embargo, quería
cambiar el corazón del hombre para que cambiasen las estructuras, pues de él
nacen todos los malos pensamientos, incluso los que crean las estructuras de
opresión y de injusticia.
También considero muy fariseo el argumento de que estando ya ahí las
estructuras de injusticia, si no se toma partido contra ellas es como ponerse a
su favor, porque se favorece el statu quo. Cierto, la Renovación está contra
ellas. No es un problema de toma de posición, es un problema de método. Es ahí
donde verdaderamente se puede discrepar. En
todo caso, la Renovación prefiere beber el poder sanador y transformador de la
realidad en la fuente de la eucaristía. No se avergüenza de esta aparente
debilidad e inutilidad de la cruz de Cristo. Ella es el memorial de la
muerte de Cristo, sacramento de todas las muertes que el hombre tiene que
sufrir para sanar y liberar al mundo; y por lo mismo la proclamación de una
resurrección poderosa a la cual, en un proceso histórico, tal vez muy largo,
está convocada, con el compromiso humano, toda la realidad de la historia del
hombre.
Al corazón de la realidad.
Pero aún hay que decir más. Nadie de los que estamos en la Renovación
tenemos la sensación de que la gracia y el don de Dios experimentado nos haya
sacado de nuestra realidad y de nuestros compromisos naturales. El don de Dios
es tan puro y tan sutil que llega, te inunda y te desborda de tal forma que
sientes tu personalidad renovada, pero todas las condiciones existenciales en
las que tú habitas siguen siendo las mismas. Esta venida de Dios te deja con tu
forma de pensar, los problemas con tu mujer siguen estando ahí, te sigue cayendo
mal el gobierno y el que te parecía tonto te lo sigue pareciendo.
Sin embargo, esta neutralidad del don de Dios es sólo aparente. La
conversión no ha consistido en cambiarte tus cosas sino en recibir su Espíritu,
que ha derramado el amor en tu corazón. No hay nada tan comunicativo como el
amor. La esencia de todo compromiso
cristiano o está en el amor o no hay compromiso cristiano. Este amor lo
primero que hace es cambiarte a ti. Te saca de la espiral de las violencias y
del círculo infernal de la competencia y del odio que gira alrededor de cada yo
humano, autónomo por el pecado original. Te hace hermano de la creación entera
y entonces puedes ir derramando por el mundo esa paz que es sólo el preludio de
todos los demás frutos del Espíritu.
De esta forma Dios quiere llegar al corazón de los hombres, de las
relaciones sociales y de los sufrimientos e injusticias que azotan la realidad
del hombre. Te utiliza a ti como vehículo y profeta, y a tu comunidad y a tu
iglesia. Ese amor a veces es violento
como una denuncia, otras tierno como una caricia. En ocasiones te mantendrá
impedido en una silla de ruedas y a otros los llevará al martirio.
El compromiso en la
Renovación está en dejarte usar y utilizar por el Espíritu. Ahí se unen la
oración y el compromiso, lo natural y lo sobrenatural. El Señor te juntará con
otros y se hará una comunidad, en primer lugar celebrativa, en segundo lugar de
crecimiento y, en tercer lugar, según los carismas que Él derrame, también de
compromiso social. Y aunque esto último no se lleve a cabo de una manera especializada,
el amor de Dios potenciado por la comunidad te llevará a cumplir con los
compromisos naturales de madre de familia, de sacerdote o de obrero de la
construcción a plenitud. No hay que olvidar nunca que los pobres son de
Jesucristo, no tuyos, por lo que el ansia de abordar ciertos compromisos tiene
siempre que estar discernida. Lo importante es estar bien orientados y no
utilizar ni manipular las realidades terrenas con fines religiosos bastardos,
sino colaborar siempre en el plan de la creación con respeto y dedicación. Al que le toque vivir en un contexto social
de duras desigualdades y pobrezas extremas, si es sincero y se deja usar,
seguro que el Espíritu lo llevará a iniciar auténticas acciones de liberación o
a colaborar desde el Evangelio con las que otros hayan iniciado.
El gozo de la sanación.
Todo el afán, pues, del compromiso cristiano consiste en ser
colaboradores de la obra de salvación de Jesucristo. Se trata de crear un
hombre nuevo, una sociedad nueva, una nueva humanidad. La experiencia que
tenemos es que esta obra no entra dentro de las posibilidades del hombre. Éste
puede crear bellas civilizaciones y técnicas supersofisticadas, pero no puede
llegar al corazón del hombre, que sigue siendo el viejo, el de siempre, el que
busca lo suyo y es egoísta, avasallador e insincero. Nunca como en el siglo XX
ha habido más desigualdades, más odio e indiferencia, y nunca se han desatado
resentimientos raciales y tribales que parecían ya superados, con prepotencias
inauditas y exterminio sin piedad de otras razas y otros pueblos. ¿Ha fracasado
el proyecto hombre?
El que por medio de la Renovación carismática ha recibido la
experiencia del don de Dios se niega a aceptar este pesimismo. Al contrario, se
ha llenado de coraje interior, de afán de lucha, de confianza en la tarea.
Funciona dentro de él un bello don de fortaleza.
Muchas veces me he admirado leyendo las obras del gran teólogo Tomás de
Aquino del aprecio que tenía a la gracia que él llama sanante. Según Santo
Tomás, la naturaleza humana no está totalmente destruida por el pecado, pero sí
seriamente herida. Necesita una restauración, necesita una sanación. Pues bien,
el sentir de la gran teología de la Iglesia lo recoge la Renovación carismática
en una amplia praxis de sanación, con el fin de colaborar en la creación de un
hombre nuevo. Un hombre sanado y restaurado por la gracia. "El que está en
Cristo es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo" (II Cor.
5,17).
Hay cosas que jamás deberían de ser banalizadas. En la Renovación hay
un peligro evidente de hacerlo con el tema de la sanación. En vez de buscar un hombre nuevo en Cristo, lo que nos interesa es que
el viejo sea curado. Entonces se monta un gran tinglado de sanación sin
pasar por la cruz de Cristo. ¿Es éste el Cristo de la Renovación? La Palabra de
Dios no transige con el hombre viejo: "Esta generación malvada y adúltera
pide una señal pero no se le dará otra que la del profeta Jonás" (Mt
12,39). Lo mismo que frivolizamos a Jesucristo diciendo de él que es un
guerrillero, así pasa cuando le hacemos un curandero o milagrero.
Las dimensiones de la sanación.
El peligro de frivolizar y pervertir el tema de la sanación está ahí, y
en él caemos cada día. En muchos lugares se montan auténticos espectáculos
cuyos contenidos semimágicos van ocupando el núcleo central de la praxis de la
Renovación. Poco a poco la alabanza, el testimonio, la oración comunitaria, la
acogida de los demás van perdiendo sentido y se abandonan. Todo es sanación.
Todo es ejercicio de carismas. Al final los dones y carismas no nos dejan
llegar a Jesucristo y a su cruz salvadora, con lo que hemos extraviado la
verdadera perspectiva y caemos en la
manipulación de lo más sagrado.
Sin embargo, estas denuncias, que son necesarias, no invalidan el
contenido precioso de sanación y salvación que tiene la Renovación carismática.
Siempre en la línea de la evangelización, de la conversión, de la manifestación
de la gloria de Dios. El hombre sometido a la dura experiencia del pecado y al
peso de su propia naturaleza semidestruida necesita ser restaurado por el poder
del señorío de Jesús. Necesita experimentar aquí en este mundo, en esta
historia el poder salvador de Dios. Aquí la oración se hace compromiso
salvador. Es el pecado personal el que se encuentra realmente en los cimientos
de las estructuras sociales injustas. Es preciso trabajar sobre las raíces y el
tronco más que sobre las ramas y las hojas si se quiere llegar al fondo de los
problemas. Jesucristo envió a sus discípulos a predicar y a sanar para que se
hiciera patente que el Reino de Dios ya actuaba en medio de nosotros.
Sanación en el espíritu.
El espíritu del hombre es como un territorio en el cual un ejército
invasor ha tomado fuertes posiciones o como un campo de fútbol cuyo dueño es el
equipo de casa. Ese dueño se llama Satanás, el príncipe de este mundo. En el
momento del bautismo entra en ese campo el equipo de fuera y se entabla entre
los dos una gran batalla. El
espectador privilegiado es el propio hombre que mediante su inteligencia y su
voluntad, que tienen una punta de espiritualidad, puede tomar partido por uno
de los dos contendientes. Si se toma partido por Satanás, éste afianza sus
posiciones. Si por el contrario apostamos por el Espíritu del bien, va a comenzar una ardua y dura tarea de
desalojo de las posiciones del enemigo que tiene todo el campo minado.
Muchos hombres no son conscientes de su
espíritu. Es una dimensión que la tienen atrofiada o, al menos, no
suficientemente desarrollada. Y, sin embargo, ése es el campo donde se juega
básicamente el bien y el mal del hombre. Estas personas no tienen experiencia
de la gracia y, por consiguiente, tampoco del pecado que lo reducen a pura
sicología. La razón en ellos usurpa todo el campo del espíritu. En mi
experiencia pastoral de párroco he conocido rechazos a Dios, al Papa, a los
sacerdotes o a la Iglesia, que son algo más que sicología. He conocido fuertes
depresiones y rebeldías por la muerte de algún ser querido. Con el tiempo se curó la depresión, que es
psicológica, y permaneció la rebeldía, que es espiritual. El pecado
verdadero es espiritual aunque se cometa en la carne. "Nuestra lucha no es
contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal, dominadores de
este mundo tenebroso"(Ef. 6,12). Cuando el Mal arraiga en un espíritu
humano, el pecado original despliega toda su intensidad y ese hombre se llena
de soberbias y de todos los demás vicios capitales y ahondan en él las raíces
de todos los egoísmos y opresiones sin percatarse que está dominado por un
poder superior a él. Por eso, en la línea de la evangelización, Jesús dio a sus
discípulos poder para expulsar los demonios. En parte, también para eso la
Iglesia ejerce sus sacramentos. La Renovación, que cree en ello, ora para que
el hombre quede liberado del poder de ese espíritu maligno.
Sanación interior en la sicología.
Sobre su dimensión psicológica el hombre ya tiene más poder. Puede
controlar sus pensamientos, sus emociones, sus sentimientos. Aunque la raíz del
pecado nunca esté en un sentimiento o en un pensamiento, sin embargo, en ellos
se encarna. Por eso es muy importante en el orden de la gracia tener una
sicología sana, de tal forma que el mal y el demonio no tomen motivo de las
heridas del hombre para engendrar actitudes espirituales de rechazo, de
desprecio, de odio, de soberbia, etc.
Orar, por lo tanto, para que se cure una depresión, un complejo, un
resentimiento o cualquiera de las heridas que nos haya producido la vida no es
curanderismo, sino que va en la línea espiritual de crear un hombre nuevo, para
lo cual es necesario someter todas las parcelas de nuestro ser al señorío de
Jesús.
Sin embargo, en este campo el hombre ya tiene, como hemos dicho, más
dominio. Este dominio lo va ejerciendo con el progreso de la ciencia y los
descubrimientos psicológicos. Sabemos que la gracia no destruye la naturaleza
ni la sustituye. Dios respeta la ley de la creación que él mismo dio y la
autonomía de cada una de las realidades temporales. Por eso, un psiquiatra
carismático que en vez de aplicar las conclusiones de la ciencia, sólo hiciera
oración por sus pacientes, haría muy mal. Lo mismo el enfermo psicológico que,
en vez de acudir al médico, sólo le interesara la oración espiritual de
sanación erraría la verdadera perspectiva. En caso de duda, un buen discernimiento siempre debe empezar
por lo natural.
Sanación física en el cuerpo.
Siempre hay que tener en cuenta que una acción de Dios, sea por medio
de una gracia ordinaria o de una extraordinaria, como puede ser un milagro, es
para producir un bien espiritual. Los milagros, más que otra cosa, son signos
que intentan introducirnos en una conversión hacia el Reino. Separar una sanación física de la actitud
de conversión es vaciarla de su contenido más hondo y, por lo tanto, entrar en
el camino de la superficialidad. La
sanación va unida a la evangelización y a la Palabra de Dios. Hay una
palabra muy fuerte del Señor cuando se frivolizan estos temas (Mt. 7,22).
La Renovación hace muy bien en intensificar su praxis de sanación
física. Dos son las razones principales: en primer lugar, el hondo sufrimiento
humano que hay a este nivel; y después, la manifestación de la gloria de Dios y
la experiencia del Reino. Tenemos que
pedir mucha fe para que proliferen los signos por doquier y el pueblo pobre sea
consolado hondamente por una presencia de Dios tangible. Este tema está muy
unido con la caridad hacia todas las situaciones de explotación y de esclavitud
de los hombres, entre las cuales la enfermedad es una opresión emblemática.
Pero también en este campo la prioridad la tiene el tratamiento médico
normal y la humilde obediencia, por parte del enfermo, a las leyes de la
naturaleza y de la ciencia. La verdad y la salud, vengan de donde vengan,
tienen su origen en el Espíritu Santo, dice Tomás de Aquino. Si pasamos por
alto las leyes de la naturaleza descubiertas por la ciencia, no sólo
despreciamos el plan de Dios sino que nos trasformamos en extraterrestres. No
hay razón para invocar acciones sobrenaturales, cuando con un sencillo
tratamiento natural se pueden conseguir los mismos efectos. Casos habrá en los
que además de extremar los cuidados médicos, tengamos que acudir también al
poder de Dios.
La Renovación y la acción revolucionaria.
Oí un día a una mujer zapatista del estado
de Chiapas decir lo siguiente: "Nos podrán invadir, expulsar de nuestras
casas, destruir nuestras cosechas... Nos podrán torturar, deportar e incluso
asesinar, pero no nos vencerán. Esto no lo podrán conseguir porque de nuestra
parte están la dignidad, la verdad y la justicia. Por eso amamos y defendemos a
nuestro obispo y a nuestra Iglesia, porque nos han enseñado que tenemos una
dignidad como personas humanas, que nos asiste la verdad pisoteada por tantos
atropellos y que es lícito luchar por una justicia que se nos niega".
Yo creo que cuando un hombre
o un pueblo ha asumido su dignidad como hijo de Dios, la verdad de su causa y
la justicia de sus luchas, este pueblo es invencible. Estos son los valores que
emergen espontáneamente en un hombre renovado, liberado, restaurado,
evangelizado por la gracia sanadora de Dios. Estos valores son más
revolucionarios que todos los ejércitos y las ideologías del mundo. Cualquier
teología o praxis de oración que, a un pueblo oprimido y explotado no le revelara
estas grandes verdades, sería un culto superfluo y evasivo. No actuaría el
señorío de Jesucristo sobre esa realidad. Sólo una Renovación carismática
degradada, caería en esa superfluidad y en ese escapismo. En este caso sería
fácilmente manipulable y entraría a formar parte del entramado de la opresión y
de la represión. Pero esto no nace de la verdadera entraña de una Renovación
auténticamente evangélica.
Creo también que la acción de la teología o de la praxis espiritual
debe quedarse ahí. La teología no tiene que encarar análisis sociales para una
lucha "liberadora" concreta. No tiene ni siquiera que empujar a la
lucha ni arbitrar medios para hacerlo. ¿No
hemos quedado en que las realidades terrenas son autónomas? La teología
debe expresar las grandes verdades y los grandes valores, sin invadir otros
campos que no le corresponden. Serán otras instancias humanas las que realicen
la lucha a través de sindicatos, partidos políticos o grupos más o menos
radicales.
Escucha y autocrítica.
Alguien ha dicho que la Renovación es una flor delicada que hay que
cuidarla con esmero. Es capaz de todo lo mejor pero también es sumamente
vulnerable. "Corruptio optimi, pessima", decían los antiguos; que
quiere decir: la corrupción de lo mejor, resulta lo peor. La tarea de creación
de un hombre nuevo y renovado tal como lo aborda la Renovación es sumamente
ardua y generará muchos rechazos. Es el
rechazo a la gratuidad. Se la acusará de quietismo, de no colaborar lo
suficiente, de insensibilidad a los problemas de la calle, de refugiarse en un
gueto de sentimentalismo.
El garaje donde guardamos el coche de mi parroquia está en un sótano
oscuro y profundo. Sólo se sale de allí por una larga y empinada rampa cerrada
arriba, por un pesado portón. Para abrir ese portón es imprescindible dar un
cuarto de vuelta con una llave. Siempre que lo hago y se abre el portón y veo
la claridad del sol, me embarga la alegría de la luz y de la libertad. La
gratuidad es cuestión de un cuarto de vuelta de llave. Sólo así podemos entrar en
la dimensión del Espíritu, sintonizar la onda en la que se expresa y se revela
el Señor y entender que la acogida de la gratuidad no es quietismo, sino que
nos va a comprometer a subir por una empinada rampa. Sin ese cuarto de vuelta
es cuando estamos verdaderamente quietos aunque nos parezca lo contrario; o lo
que es peor estorbaremos a la auténtica obra de liberación. Sin él nunca
saldremos de la oscuridad de nuestra mente, lo haremos todo desde nosotros mismos, nos cargaremos con pesados
fardos y al final del camino nos encontraremos con un portón infranqueable que
nos cierra, cualquier posible salida. Nosotros no podemos fabricar nuestra
propia libertad, necesitamos que Alguien
dé un cuarto de vuelta con una llave.
Sólo de esta forma podremos entrar en el misterio de la Renovación.
Jesús prometió ese cuarto de vuelta a sus discípulos cuando les dijo pocos días
antes de Pentecostés: "seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hch.
1,5). Al parecer, no basta con haber sido bautizados con agua. En el bautismo
en el Espíritu comprendemos que hay cosas que sólo las puede hacer Dios y sólo
a Él le pertenecen: Él es el Salvador,
Él es el Creador del hombre nuevo y de
la nueva humanidad, de los cielos y tierra nuevos. Aceptando en la acción
estas premisas entramos en el juego de Dios guiados por el más grande amor. Por
eso necesitamos la oración, la escucha. Con ellas conoceremos los planes de
Dios y su voluntad en cada acontecimiento. Sabemos que a una confiada escucha,
Él siempre se revelará y no caminaremos a oscuras. Sin ellas, sin la oración y
la escucha, no puede darse ninguna praxis pastoral recta.
Sin embargo, también necesita la Renovación una sincera autocrítica
interna y un dejarse interpelar por otras instancias externas. De esta forma no
cristalizarán posibles actitudes desviadas. La autocrítica se hace imposible
cuando se sacralizan ritos y doctrinas y se mitifican personas e ideales. Para
nosotros el único es Jesucristo, y los ideales de bondad, verdad y belleza le
pertenecen a Él y en Él hay que buscarlos, por lo que queda excluida cualquier
actitud de prepotencia espiritual. ¿Qué
tienes que no hayas recibido?
Muchas de las acusaciones mencionadas más arriba, o son verdad o pueden
serlo en ocasiones. La gratuidad jamás puede producir quietismo, pero la
ignorancia, los mitos o ciertas actitudes enquistadas, pueden pervertir hasta
lo más limpio y desviar la praxis más recta. Sería ridículo que un estudiante
carismático quisiera aprobar el curso sin haber estudiado, fiado únicamente en
la gratuidad de Dios. Sería vano y absurdo experimentar un Espíritu que no nos
llevara a tener los mismos sentimientos que tuvo Jesús, a tomar las mismas
posturas que Él tomó. Haríamos muy mal en interiorizar e individualizar de tal
forma la salvación que no llamáramos la atención ni inquietáramos a nadie. La
verdad de Dios produce escándalo en
las conciencias endurecidas y en las prácticas y estructuras que viven de
oprimir y explotar al prójimo. Si Jesús sólo hubiera sufrido en su espíritu el
dolor interior del pecado, sería redentor del pecado interior; pero viéndolo
crucificado por unos poderes sociales, queda absolutamente claro que es también
redentor de la sociedad y de la historia.
Asumir el riesgo histórico.
Por eso, me parece muy importante que la
Renovación se mantenga y acepte cada vez más el riesgo y el compromiso del
momento histórico. Sólo así será fecunda. De lo contrario, vivirá para sí
misma, como una célula cancerosa y no contribuirá al bien común. La Renovación
es Jesucristo y, si se abre verdaderamente al Espíritu, éste la irá ajustando
cada vez más a su divino modelo.
Nada sucede sin el previo designio de Dios. Estoy convencido de que la
Renovación nació en el momento oportuno, cuando se dio un determinado contexto
social y teológico. Es impensable la Renovación en la Iglesia Católica antes
del Vaticano II. Es impensable sin la Gaudium et Spes. La poderosa fuerza
espiritual que habita en la Renovación, puesta al servicio de una teología
mediocre, podía haber producido incontables males. ¡A qué excesos de interiorismo, de espiritualismo y de falso misticismo
se hubiera llegado cuando, desde el sentir más o menos oficial, se predicaba la
huida del mundo y el desprecio de las realidades terrenas!
Sin embargo, en este momento, esa poderosa fuerza espiritual puesta al
servicio de la Iglesia y de la sociedad humana, no solamente sirve para una
llamada de conversión interior y espiritual, sino también para una auténtica
praxis de reconstrucción de la fe y de los valores que han constituido siempre
el humus cristiano, entre ellos la promoción de lo cultural y de lo social.
Este es el momento de inyectar en el mundo un poderoso influjo espiritual, que
es el mayor servicio que se le puede hacer, para paliar la oscuridad del
materialismo, generado por el espejismo de la técnica y de otros relumbres que
ofuscan pero no salvan a nadie. La renovación, que está en todos los países
del orbe y en todas las confesiones cristianas, tiene contenidos más que
suficientes para hacer ese regalo a nuestro mundo.
7.-
ESPIRITUALIDAD DE LA RENOVACIÓN
Decía en cierta ocasión la M. Teresa de Calcuta a sus monjas: "No
penséis que hemos venido a esta congregación a servir a los enfermos. No, hemos
venido para conocer a Jesucristo. Ése es el fin principal. Ahora bien, para
conocer e identificarnos con Cristo, Dios ha querido que le sirvamos en los
pobres y enfermos. Ésa es nuestra vocación y ése nuestro carisma
específico".
El objetivo básico de todo
cristiano es conocer a Jesucristo y de este modo descubrir y vivir la caridad. Cada uno lo hace
por el camino que le señala su vocación. Lo mismo hay que decir de todo tipo de
comunidad cristiana. Las órdenes religiosas, por ejemplo, las asociaciones o
movimientos cristianos tienen como fin fundamental entrar en comunión con Jesús.
Sin embargo, a cada uno de ellos el Espíritu le da una vocación o carisma
particular que marca su camino para llegar a Cristo. ¿Cuál es el carisma de los
Dominicos? Entrar en comunión con Cristo mediante la predicación y el estudio
de la Palabra de Dios. ¿Cuál es el carisma de los Salesianos? Conocer a
Jesucristo sirviéndole en la educación cristiana de la juventud. En esa
vocación se especializan ellos de una manera plena y a ella dedican todos sus
afanes.
La vocación y el carisma cristiano
presuponen la fe en Cristo Jesús. Cada individuo recibe su llamada específica
en un proceso de fe. El Señor para canalizar y profundizar la entrega de estas
personas, haciéndolas más partícipes de la gracia de Jesucristo, las llama o,
mejor dicho, les regala una determinada vocación y de esa forma se diversifican
las tareas, funciones y ministerios de la Iglesia.
La llegada de los movimientos
El siglo XX va a ser recordado en la historia como el siglo de los grandes movimientos cristianos. Otras épocas han
conocido también diversas manifestaciones similares, pero los del siglo XX
parecen señalar la entrada en una nueva era de la Iglesia. Estos movimientos
conservan la finalidad básica del afán cristiano que nos lleva a Jesucristo y
enfatizan, por consiguiente, la vivencia de una fe que crece y se desarrolla en
comunidad mediante la caridad. Se diferencian de las órdenes y congregaciones
religiosas, desde el punto de vista que nos interesa aquí, en que estos grandes
grupos o movimientos están constituidos, en gran parte, por personas que son
laicos. Este hecho crea y requiere una dinámica nueva, y presupone una teología
de la perfección muy distinta de la que hubo en otras épocas.
Todos estos movimientos seglares que han florecido en el siglo XX han
sido constituidos también alrededor de un carisma o intención fundamental. A
veces es de tendencia contemplativa como el carisma de Taizé, pueblito francés
cerca de Cluny, adonde llegó Roger Schutz y fundó una comunidad de monjes en
1944 en la que año tras año se reúnen miles de jóvenes para una búsqueda
ecuménica de la unidad, resaltando básicamente lo que nos une y no lo que nos
separa, como suele él decir a la comunidad. Otras veces los carismas de estos
movimientos vienen definidos por diversas tendencias de tipo pastoral. Toda
esta gran movida espiritual dentro del cristianismo presupone, como elemento
indeclinable, la fe de los participantes, que va a ser cultivada, acrecentada y
culminada con su pertenencia al movimiento. A la vez, claro está, ejercen una
auténtica labor de evangelización en personas alejadas por la irradiación de su
vivencia comunitaria, sus trabajos y su garra testimonial.
Diversidad de movimientos
Los movimientos que nacieron a principios de siglo están marcados por
el estilo y la calidad de fe que se vivía en aquellos momentos. Algunos de
ellos conservan aún ciertos aspectos que les asemejan, en parte, a las órdenes
religiosas. Con el paso del tiempo han ido evolucionando con características y
estructuras tan novedosas que no están contempladas en el ordenamiento jurídico
de la Iglesia y no caben en el Derecho canónico, ni siquiera en el último que
ha entrado en vigor en este mismo pontificado de Juan Pablo II. Hay aquí una novedad del Espíritu, ajena a toda
previsión y programación humana que, poco a poco, irá siendo asumida por la
Iglesia a todos los niveles.
En el primer tercio del siglo XX, con los albores de la mentalidad de
la "Nueva Cristiandad" surgió la Acción católica, que participaba de
su misma intuición pastoral. Se trataba de prolongar, mediante los laicos, el
apostolado de la jerarquía, buscando conquistar y evangelizar ambientes hasta
entonces muy descuidados por la Iglesia. El Vaticano II puso en grave crisis a
todos los grupos que participaban de esta perspectiva pastoral. Actualmente,
los que sobreviven, están tratando de resituarse.
Por aquellos mismos años apareció la Legión de María, fundada el año
1921 en Dublín por Frank Duff, funcionario del ministerio de hacienda. El fin
es "la santificación de sus miembros por la oración y por una cooperación
activa en la obra de María". Se dedicará a la salvación de los más
abandonados entre la población Algo más tarde, por los años cuarenta, fueron
fundadas en Madrid por D. Abundio García Román las Hermandades del Trabajo, que
son una organización apostólica y social para promocionar el mundo del trabajo.
Más cercanos a nuestros días han visto la luz otros movimientos de gran
influencia social y religiosa y que destacan fuertemente en su labor pastoral y
evangelizadora, al menos en nuestros ambientes latinos. Entre ellos podemos
citar a Los Focolares, cuyo origen se remonta a 1943. Hijos de la sensibilidad
femenina y de la inspiración espiritual de Chiara Lubich. Desean vivir el
evangelio desde la perspectiva de la unidad, a la cual quieren llegar por medio
de un amor oblativo que acoge a los demás como son. Comunión y Liberación,
nacido en 1954 por inspiración del sacerdote Luigi Giussani, es un movimiento
italiano, como el anterior, fundado para insertarse de una manera viva y militante
en el campo estudiantil mediante una vivencia fuerte de Jesucristo en
comunidad. Finalmente los Cursillos de cristiandad promovidos por Monseñor
Hervás, obispo de Mallorca, D. Eduardo Bonín, D. Sebastián Gallán y un grupo de
jovenes, nacieron con la intención de formar grupos de cristianos que
fomentaran cristianamente los ambientes. Su origen se remonta al año 1949 pero
han logrado mantener un principio de actualidad vivo por haber encontrando un
amplio hueco pastoral, prolongando de alguna manera la experiencia de las
Misiones populares. Desarrollan tendencias más abiertas en la línea de la
evangelización. No se dirigen a un público especializado ni subrayan algún
aspecto del mensaje sino que se acercan mucho a una predicación libre y
kerigmática, con las consiguientes experiencias de conversión e iluminación.
El Camino neocatecumenal
Entre los movimientos surgidos a raíz del Vaticano II y que recogen,
por tanto, en su inspiración inicial toda la fuerza renovadora de los
documentos conciliares, el más antiguo dentro de la Iglesia Católica es el de
los llamados Neocatecumenales.
Este Camino se inició en Madrid en 1964 entre los chabolistas de
Palomeras altas. Allí Kiko Argüello y Carmen Hernández fueron llamados por el
Señor a vivir su cristianismo en medio de los pobres. Ellos mismos se vieron
sorprendidos cuando su experiencia y su predicación comenzó a concretarse en
una auténtica síntesis catequética. Tres fueron las piedras angulares de este
edificio espiritual: una palabra poderosa (kerigma) que se hizo carne en la
gente pobre pero abierta para acogerla; una comunidad que surgió al conjuro de
esta palabra de salvación; y una liturgia en la que se celebraba todo ello.
Este trípode va a ser también la base del posterior desarrollo de este movimiento
evangelizador y renovador.
Punto de partida
El otro gran movimiento surgido del Vaticano II es la Renovación
carismática. Nació en 1967. Tampoco se identifica a sí mismo como movimiento y
la palabra no le pega bien cuando trata de autodefinirse. Sin embargo, hay que
ser sencillos y realistas. ¿Es la Renovación un movimiento? Yo diría: en cuanto
al impulso renovador es un movimiento; en cuanto a los contenidos a renovar no
lo es sino más bien es la Iglesia en
movimiento. Lo que la Renovación trata de renovar es toda la vida
cristiana, pero enfatizando lo más básico que es el propio bautismo y sus
consecuencias más directas.
He oído con frecuencia a muchos superiores
religiosos quejarse de que sus súbditos asistan a los grupos carismáticos. En
algunos conventos de monjas la Renovación se está viviendo como en catacumbas,
de una manera clandestina y con complejo de persecución. La prohibición de orar
al estilo carismático y de asistir a los grupos, a veces, es radical. El
argumento es el de la doble pertenencia o doble espiritualidad. "¿No
tenemos ya nuestro carisma, nuestra espiritualidad, nuestro camino
propio?"
Podemos conceder que por motivos de disciplina, de horarios, de
ocupaciones no sea factible una presencia de ciertos religiosos en los grupos
carismáticos. Ese es un problema cuya solución no nos pertenece. Lo que deja
entrever un desconocimiento hondo del tema, rozando a veces la frivolidad, es
el de la doble espiritualidad. La Renovación no se pone nunca en contradicción
con ningún carisma, porque su campo de
acción es anterior a la división de todos los carismas. Va a incidir en lo
que es común a todo cristiano, es decir, en el Bautismo y, en general, en el
terreno de la iniciación cristiana. "Con el agua de la regeneración y la
renovación del Espíritu Santo, es decir, con el Bautismo y la Eucaristía se
ponen los cimientos de la Iglesia" (San Juan Crisóstomo, catequesis 3,
13-19).
La Renovación carismática va a radicalizar el proceso de iniciación
cristiana hasta el punto de rozar al propio Bautismo. Todos los ministerios, todos los carismas que originan las diversas
órdenes religiosas, todos los movimientos que han existido hasta ahora en la
Iglesia presuponen dos cosas: la fe y el Bautismo. La Renovación
carismática, sin embargo, aceptando sin discusión la teología clásica del
Bautismo, invita en línea pastoral a todos sus miembros a ser rebautizados en
el Espíritu, para que se engendren en ellos auténticos contenidos de fe viva y
operante. El asombro se produce cuando se pueden contar por decenas de millones
las personas que a lo largo y ancho del mundo pueden testificar que este método
funciona y es tremendamente eficaz. No sólo eso, sino que marca un antes y un
después en la vida espiritual de los que lo reciben. Ninguna persona que entre en
la Renovación persevera más allá de unos meses si no ha sentido en su propio
ser esa iluminación que es la característica clásica del Bautismo cristiano. El asombro, como es claro, no se refiere al
método ni al rito, por otra parte sencillísimo, sino al designio por el que
Dios ha querido unir una gracia tan sorprendente y tan intensa de iluminación a
esta sencilla ceremonia.
El bautismo en el Espíritu
Los discípulos, antes de la muerte de Cristo, ya eran cristianos, ya
habían sido bautizados en agua, ya eran discípulos de Jesús. Sin embargo, el
escándalo de la pasión les encontró sin fuerzas, sin capacidad de resistencia y
huyeron todos como unos cobardes. Jesús, después de resucitado, les dice:
"No os ausentéis de Jerusalén. Esperad aquí la promesa del Padre.
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis
testigos hasta los confines de la tierra" (Hch. 1,4-8). A pesar, pues, de
estar con Jesús y haber vivido tres años juntos, los discípulos necesitaron un
pentecostés que los hizo nuevos.
La Renovación recoge estos datos y los hace actuales. También en el
mundo de hoy hay multitud de personas que siguen a Cristo, que han sido
bautizadas y confirmadas, que se glorían incluso de esa fe, pero que no se
manifiestan en ellas los frutos de ningún pentecostés. Su vida cristiana es
cansina, sin signos, guiada por la razón, incapaz de testimoniar, sin
auténticos dones del Espíritu. Sin darse cuenta caen en la práctica de una
religiosidad natural que aquieta sus conciencias hasta donde puede, pero no les
produce una relación personal con Cristo ni les da la "parrexía" para
confesarle en todo momento y dejar que Él guíe sus vidas.
La Renovación, por tanto, es un precioso recinto donde Jesús vuelve a
insinuar actualmente a todos los que le quieran escuchar: descubran ahí la
Promesa del Padre. Dejen que los inunde el don de Dios. Reciban mi Espíritu que
los iluminará. Por eso, el Señor realiza en ella esa efusión poderosa, tan
sorprendente para todos los que la han experimentado y que constituye el punto
de partida de toda la espiritualidad de la Renovación.
Es importante estar dentro de la Palabra de Dios y de la tradición de
la Iglesia, pero fuera de esto no hay que caer en la tentación moderna de
teorizar siempre la experiencia. Al contrario, hay que apurarla hasta el fondo
y dejar que las nuevas vivencias nos inunden. De esta forma se darán auténticas
conversiones, cambios de vida, florecimiento de carismas. Hoy día se necesita renovar más la experiencia que el conocimiento. En
realidad son las experiencias nuevas las que conmueven y pueden arrastrar al
mundo.
Pentecostés
La experiencia carismática
se inicia con un pentecostés. Es pentecostal. Pentecostés es una irrupción, no
una siembra. No es el fin de un catecumenado sino el principio de un proceso o
vida nueva. Estamos acostumbrados a que la gracia se siembre en lo humano y vaya
germinando poco a poco. Un pentecostés, sin embargo, es sorpresa, es gratuidad
total, es lo inesperado. En él, el Espíritu toma la iniciativa y, aunque estés
en oración, pidiéndolo, te encuentra desprevenido.
Por eso, la experiencia
pentecostal está abierta a todos: a los pobres, pecadores, impreparados,
despistados, analfabetos y, de una manera especial, a los niños, es decir, los
que no rechazan la presencia del Señor. Muchas de las personas que acceden
"por casualidad" a los grupos antes de conocer la doctrina cristiana,
antes de un comportamiento moral, sin haber practicado nunca los sacramentos ni
conocido la Iglesia se encuentran invadidos por una experiencia religiosa. ¿Qué
es esto? ¿Qué me pasa? se preguntan. Es el Espíritu que viene a los pobres y
quiere reconstruir en ellos un largo camino. Desde esa experiencia descubrirán
a Jesús, la fraternidad, la oración y la Eucaristía. Los pobres hoy, para llegar
a Jesús, se encuentran con demasiadas doctrinas, documentos, reflexiones,
teologías, puntos de vista sobre la persona de Jesús, sin poder descubrir a
Jesús en persona. Se ahogan en esa
maraña. Si escapan de esos lazos les esperan multitud de ritos, de liturgias,
de ceremonias, bajo los cuales tampoco vislumbran la fraternidad. Y si se
sortea todo esto, se puede encontrar uno con un entramado de burocracia, de
papeleo y de oficialidad donde se hace difícil descubrir la caridad.
El Espíritu lo quiere hacer
todo mucho más sencillo. Por eso se inicia con una experiencia religiosa que
se expresa básicamente con una palabra: amor. Dios me ama. Esta es la vivencia
básica del cristianismo. Si eso no existe sobra todo lo demás. Ahí uno descubre
que Dios no se ha separado de los pobres, que puede haber un pentecostés para
los drogaditos, para los sidosos, para los analfabetos y para todos los
impreparados. A estas personas les es difícil descubrir a Jesús desde la
teología actual, desde el lenguaje y el rito oficial. Por ello Jesús, como en
Palestina, se les hace el encontradizo. El
Espíritu ha venido en ayuda de la nueva evangelización. Cuando se está a punto
de perder el enganche espiritual con los pobres sucede el vuelco. Los pobres
son de nuevo evangelizados. Los últimos se colocan los primeros.
Jesús vive
Para entender en profundidad el evangelio debería empezar a leerse
siempre desde los capítulos que hablan de la resurrección de Jesús. Si a Cristo
no se le vive y se le entiende resucitado el resto del evangelio sirve para
poco. Jesús sería un hombre interesante, pero no nuestro salvador. Aún más: el
evangelio tomado desde otra perspectiva nos haría daño por inhumano. Sus
exigencias serían destructoras, dada la debilidad natural del hombre. "Occideret"
es la palabra que usa Tomás de Aquino. La letra del evangelio nos mataría.
La espiritualidad de la Renovación enfatiza fuertemente la vivencia de
un Jesús vivo y resucitado. No precisamente como una frase teórica sino como
una experiencia personal y comunitaria. La
fuerte experiencia religiosa pentecostal que se recibe con el "bautismo en
el Espíritu" hace referencia inmediata a Jesús el resucitado que mediante
su Espíritu nos ha tocado. Con ello se produce la alegría de la Pascua de
resurrección. De un solo golpe se descubren dos cosas fundamentales: la fe y su
contenido básico. Esta alegría impregna todas las manifestaciones de un grupo
carismático.
La gratuidad es total en esta experiencia. En efecto, la adhesión a
Jesús, en este caso, no es un acto natural, sino efecto de la fe. Ningún hombre
lo puede hacer, por más esfuerzos y maña que se dé. Es de otro orden, es otra
dimensión. Sólo el Espíritu Santo lo
puede hacer. Por eso, una experiencia viva y fuerte de esto significa
entrar en una dimensión donde los dones van a dejarse sentir con profusión.
Parece imposible esto, dado que en la espiritualidad siempre ha habido que recorrer un fatigoso camino para
alcanzar la actuación de los dones. Sin embargo, éste es un dato cierto en la
Renovación y si se minimiza se pone en peligro el grupo, que pronto deviene una
simple reunión de devoción. Los dones del Espíritu sirven para facilitarnos y
hacer sencillo el descubrimiento de un Jesús vivo, haciéndolo presente en todo
el discurrir de nuestros actos. La Renovación es una prueba de que los dones
del Espíritu generan un cristianismo que debería ser normal, el de todos los
cristianos bautizados. Por desgracia, hoy, el nivel de la normalidad en la vida
cristiana está sumamente rebajado hasta puntos en los que apenas aparece ni la
presencia ni la necesidad del Espíritu Santo.
Jesús es el Señor
En la Renovación hay, pues, una revalorización de lo sobrenatural, tan
domesticado por la razón en estos tiempos. Siempre que el Espíritu empieza a
ser protagonista se abren anchas perspectivas en la vida cristiana. La fuerza y
el poder de lo sobrenatural se hacen presentes. El Espíritu se hace
verdaderamente nuestro pedagogo para llevarnos a Jesús, en el que se encierran
todos los tesoros con los que el Padre ha querido bendecir a los hombres.
Dentro de la espiritualidad de la Renovación carismática, hay un punto
que es necesario destacar: todo es
gratis, pero al precio de la sangre de Cristo. Por eso, el hombre tiene que
pasar por el bautismo y optar por Jesucristo. Esta opción incluye un largo
proceso de purificación o sanación que se llama obediencia de la fe y que se
inicia cuando la gracia te lleva a someter tu vida al señorío de Jesús. De esta
forma, el poder del Resucitado y Señor desalojará de nosotros el dominio de todos los demás señores.
Es una acción liberadora, pero en ella se van a sentir conmovidos los cimientos
del propio yo. El sometimiento de tu vida al poder del señorío de Jesús va a
constituir el inicio del proceso de la santificación de cada persona.
En nosotros, los bautizados, normalmente el Espíritu está dentro. Pero
el hombre viejo ahoga las manifestaciones de ese Espíritu, o bien por el
pecado, o bien por una serie de complejos, bloqueos, resentimientos y
racionalismos. Entonces no se nota, no hay vida, no hay santidad. Actuamos más
por nuestros propios principios humanos que por la fuerza del Espíritu. Cuando
sometemos este hombre viejo al poder de la Resurrección va siendo evangelizado
o sanado por parcelas y entonces vivimos con la continua sensación de estar
caminando. Hoy se te ilumina una parcela de tu vida, mañana otra. De esta forma se vive con la sensación de
que alguien está sanando y guiando tu vida. Me decía hace poco una chica
joven que el Espíritu funciona en ella al estilo de un microchip. ¿Qué es eso?,
le pregunté. "Un microchip, me dijo, es la unidad mínima de conducción con
el máximo de información. En un cabellito superfino puede almacenarse toda la
información de la biblioteca nacional de Madrid. Lo único, que el Espíritu se
ahorra hasta el cabellito, viene directo. Cuando más descuidada estoy recibo un
máximo de información sobre un punto que me deja parada".
La Renovación es una gran escuela y puede producir verdaderos frutos de
santidad. Como es de una gratuidad tan fuerte y tan sorprendente es necesario
que haya auténticos maestros y dirigentes verdaderamente experimentados,
atentos al Espíritu, pero también con el coraje de abordar caminos distintos y
transitar por sendas nuevas. Muchos de los esquemas, clichés y conclusiones
definitivas de la espiritualidad tradicional tienen que ser seriamente revisados desde esta nueva experiencia
que, al fin, no es más que una renovación, pero tan poderosa que parece todo
nuevo.
Más de cien lámparas.
Hasta hace poco, mi parroquia estaba iluminada por un antiguo y
antiestético sistema eléctrico. No estábamos a oscuras pero no había alegría ni
luminosidad. Ahora nos hemos decidido a cambiar ese viejo sistema. Nos han
puesto uno nuevo, no mucho más estético pero esplendente, con unos potentes
focos halógenos, indirectos, que resaltan hasta los últimos rincones del
templo. El técnico nos decía: "Ustedes no tienen actualmente ni cuarenta
lámparas, es necesario pasar a más de cien".
Yo creo que la Renovación es un sistema
espiritual nuevo que puede iluminar a la Iglesia con más de cien lámparas, para
que vaya pareciendo otra. Y lo puede hacer porque ha vuelto a conectar con las
fuentes verdaderas donde se produce la energía espiritual. La vida cristiana o es pascual o no sirve para nada. Como hemos
visto, la Renovación no nos ahorra ni la kénosis, ni la cruz, ni la obediencia,
pero las ilumina con la luz pascual del señorío de Jesús. De esta forma
comprendemos que todo tiene que pasar por la muerte para ser vencido y
resucitado, pero todos estos temas vistos con los potentes focos halógenos de
la Resurrección parecen otros temas. Tus pesos, por los que estás sufriendo
ahora y que tal vez te están destrozando y degradando como persona, han sido ya
pasados por la cruz de Cristo y sanados en su Resurrección. El Espíritu Santo
te hará conectar con este circuito para que experimentes, que aunque tengas que
pasar tu cruz y morir tu muerte, en Jesucristo ya son gloriosas, con más de
cien lámparas. Respetando la hondura del dolor humano y sus plazos de
asimilación, si la tristeza permanece en ti inconmovible, es que no has
conectado verdaderamente con la Pascua de Cristo. Sigues medio a oscuras. En el
cristianismo la dicha siempre es más honda que la pena.
De esta forma comprendemos la actitud festiva de la espiritualidad
carismática que, por otra parte, despista a muchas personas. Algunos piensan
que los carismáticos son unos frívolos y superficiales, que se juntan por un
simple instinto gregario y se pasan el tiempo haciendo globitos. A veces he
pensado que en las cosas del Señor casi siempre se cumple aquello de "para
que viendo no vean y oyendo no entiendan" (Mt. 13,13). El cristianismo
siempre tendrá un tinte de infancia porque "de los que son como ellos es
el Reino de los cielos" (Mc. 10,14). Pero si te dejas guiar por el
Espíritu, descubrirás en tu propia historia toda la tragedia que ha significado
el pecado del hombre, condensada en el rostro del Cristo crucificado, muerto y
lívido, pero en el que sigue brillando la esperanza.
La alegría de la gratuidad
Un compañero me decía un día semi en broma:
"tú, Chus, has sabido elegir bien. Como el trabajo y el esfuerzo no te
apasionan gran cosa, te has cubierto con eso de la gratuidad y ahí eres feliz.
No sé si todos los carismáticos son iguales, pero la ventaja que llevan es que
se la pasan muy bien... en grande". Yo traté de aclararle un poco el tema,
quise decirle que la gratuidad es el camino más duro que puede escoger un ser
humano, pero ya no me escuchaba.
Este es otro de los contenidos básicos en la espiritualidad
carismática. En ocasiones me he gozado en percibir la Renovación como si fuera
un zumo destilado directamente de la Carta a los Gálatas: "Oh insensatos gálatas - decía Pablo a aquellas comunidades de
Galacia que comenzaban a dejar de ser carismáticas - ¿quién os ha embrujado?
Sólo quiero que me respondáis a una cuestión: ¿recibisteis el Espíritu por las
obras que habéis hecho o por la fe sencilla en la Palabra?" (Gál. 3,1).
A Pablo se le rompía el alma cuando aquellos paganos, hijos de la gratuidad, no pudiendo soportarla
por mucho tiempo y azuzados por el incordio de unos judíos semiconvertidos,
empezaban a sentir la necesidad de justificarse por las propias obras
"santificadas" por la Ley.
La gratuidad es una flor
delicada, muy difícil de conservar. La culpabilidad humana nos inclina pronto a
la auto justificación. Es imposible aguantar en fe, en confianza, en espera
larga.
Ni Abrahán fue capaz de hacerlo: la espera se le hizo tan larga que, por si
había entendido mal la promesa de Dios, tuvo un hijo con una esclava. El ser
humano se destroza en la espera de la fe. El
que aguanta queda purificado del todo, pues su yo deja de existir. Entonces ya
no vive él, es otro quien vive en él.
Dios nos ha dotado a los hombres de poderes
y facultades, tanto en el cuerpo como en el alma, que tenemos que desarrollar.
En el terreno humano nadie va a hacer por ti lo que tú no hagas. Hay que
fortalecer el yo, educar la inteligencia, ejercitar la voluntad. Es necesario
entrenar el cuerpo, trabajar y esforzarse al máximo. De ello dependerá tu
personalidad, tu progreso y tu éxito. En este terreno no hay gratuidad sino
esfuerzo, previsión e inteligencia. De ello va a depender la cultura y la
civilización humanas.
El problema se presenta
cuando trasladamos estas prácticas humanas al campo del Reino de Dios. Todas las
religiones naturales se basan en el esfuerzo y la expiación. Tendemos a hacer
propicio a Dios, a ganárnoslo para nuestra causa. La gratuidad, por el contrario, se da cuando es Dios el que toma la
iniciativa, cuando nos ama siendo enemigos, cuando nos salva sin haber hecho
méritos. Al hombre le es casi imposible aceptar esta perspectiva. Quiere
salvarse por sí mismo, por sus buenas obras; quiere su justicia, no la que
viene de Dios. El hombre es capaz de cargarse con cualquier peso, asumir toda
clase de exigencias con tal de experimentar la "buena conciencia" del
esfuerzo realizado. Pero entonces dirá Pablo: "si somos buenos por
nuestras propias obras, ¿qué necesidad tenemos de Jesucristo?" (Gál. 5,2).
La gratuidad significa entrar en ocasiones en una confianza total de
que Dios te va a ayudar en los más pequeños detalles, va a colocar a tu lado
las personas que necesites, te va a guiar por los pasos que tú desconoces.
"Pero eso es temeridad", me decía un día una mujer. ¿Sabe usted,
señora, le respondí, lo que es el don de piedad? Gratuidad es un estilo de
vida, la forma de vivir del hombre nuevo. La Renovación quiere vivir la
gratuidad al máximo. Pero esto es un
don, una gracia. El que no lo tiene ni lo entiende siquiera. Piensa que es
un asunto de vividores y superficiales. Sin embargo, es algo tan impactante que
te obliga a responder no a una exigencia sino a un amor, a una predilección. En
uno de los momentos en los que yo vivía con dureza el rechazo a trabajar en una
Parroquia donde los superiores me destinaron, oí en mi interior con la claridad
del Espíritu las siguientes palabras: "¿No eres capaz de compartir conmigo
el peso de esta gente? Para mí es fácil elegir a otro. Tú verás". Este
reproche me colocó en órbita. Yo creía que era yo el que llevaba el peso de las
tareas. No me daba cuenta que era un predilecto al poder trabajar en la viña
del Señor.
Toda renovación tiene que volver a las
fuentes de la gratuidad o, si no, será un nuevo moralismo por muy moderno que
aparezca. Sólo en la gratuidad Dios es Dios. Sólo por ella el hombre entra de
nuevo en el paraíso por los caminos de la obediencia. Esto significa que el
hombre renuncia a su autonomía, que vuelve a aceptar el árbol como límite. A
cambio, se abre al conocimiento y a la amistad con Dios y puede conversar con
Él desnudo, acompañado por su mujer, también desnuda, todas las tardes a la
hora de la brisa.
El don de la fraternidad
Convivir es, en lo humano, la forma superior de vida. La comunidad de
fe es una gracia que dimana directamente de Pentecostés. No es un hecho
natural, ni una conquista histórica, ni un producto cultural. Los hombres no nacemos hermanos. Cada
uno nace sometido al duro peso del pecado que nos divide en razas, colores,
lenguas, culturas, sexos, nacionalidades e intereses. Sólo el Espíritu, sin
borrar las diferencias, nos hace hermanos y nos revela nuestra hermandad en
Jesucristo. Entra en nosotros un principio superior de comunicación y, de esa
forma, nace el fruto más bello de la Pascua, que es la caridad. Esto no es un simple amor de atracción o
instintivo, hunde sus raíces en el acontecimiento pentecostal. Es fruto del
Espíritu.
Sin embargo, la caridad es amor. No se puede
ejercer desde la prepotencia, sino desde la pobreza. El mismo Jesús tuvo que
rebajarse, hacerse hombre y cargar con todos nuestros agobios para que
entendiéramos su amor. Nada nos hace tan humildes como el amor. Amar es
Decirle a otra persona: te quiero, te necesito, no puedo vivir sin ti.
En este acto se pierde toda arrogancia y uno se hace humilde. Lo mismo sucede
en comunidad: la caridad que procede de arriba te llevará un día a decirle a
tus hermanos: los quiero, los necesito, no puedo vivir ni morir sin hermanos.
Por eso, el amor mutuo es la
prueba que hemos recibido el Espíritu Santo. Sin olvidar que la caridad
es algo más que una frase y que exige un largo proceso de crecimiento. Cuando
el Señor derrama con el Espíritu el don de la fe en una persona, la empuja, la
convoca necesariamente a la comunidad. No puede dejarla sola, pues la fe sólo
crece y se alimenta en comunidad. La fe sin la amistad, sin el compartir, sin
la comunidad, se ahoga en sí misma y el que la posee se hace un excéntrico que
va hablando solo por las calles. La fe sin comunidad nunca será más que una
ideología por falta de caridad.
En la Renovación, el don de la fe pascual se cultiva con mimo, pues lo
primero que te proporciona es una comunidad donde puedas vivirla. De ahí que la
Renovación se estructure en grupos. En ellos acaece lo que nos cuentan los
Hechos: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la
comunión y a la fracción del pan que partían por las casas. Tomaban el alimento
con alegría y sencillez de corazón y alababan a Dios"(Hch. 2,42 ss).
Es que la caridad y el amor mutuo se sacan del altar donde se parte el
pan, pues es allí donde se celebra el misterio del amor. En la eucaristía
Jesucristo resucitado nos da el pan que alimenta nuestra comunión mutua.
Recuerdo muy bien el día que yo entendí en
el Espíritu esta gran verdad. Escuchaba una misa en italiano. En un momento
dado el sacerdote hizo alusión a que Jesucristo resucitado estaba presente y
actuaba allí. La palabra "risorto" se me grabó a fuego en el alma. En
la espiritualidad carismática el Resucitado no sólo preside y realiza la
eucaristía, sino que cada uno de los actos y reuniones quedan impregnados de un
perfume de vida y resurrección.
La alabanza
"Alababan a Dios"... Uno de los elementos más populares y
característicos que definen la espiritualidad de la Renovación es la alabanza. Esta es un don pascual. Nace del descubrimiento de que Jesús vive y te
ama. Por eso una asamblea en la que todos participan de esa misma vivencia
no puede expresarse de otra forma que con una alabanza fuerte y ruidosa. Aquí
hay algo más que una devoción: son vidas cambiadas que han dado un vuelco
cualitativo, las que gritan la alegría de esa novedad.
Los gritos, los gestos, los abrazos, el clamor de un campo de fútbol
cuando mete un gol el equipo de casa son una buena parábola para entender este
misterio. Los que no son aficionados no participan del entusiasmo y, a lo
mejor, hasta se ríen. Los aficionados, en cambio, están profundamente motivados
y gritan un alborozo digno de mejor causa. Y eso que un gol no soluciona
ninguno de los problemas radicales de esos devotos aficionados. Una vez salidos
de ese encanto, de esa magia y alienación, se encuentran de bruces con la dura
realidad de la vida. Sufren y gozan con su equipo y, de esta forma, sienten
sensación de vida.
La motivación para tales gestos en la
Renovación es real. Nace del alma. Si fuera un simple contagio duraría nada. La
experiencia del Espíritu es, casi siempre, sorprendentemente fuerte. Y, sobre
todo, personal. Sientes que has sido elegido y amado tú. Entonces la alabanza
es una respuesta que suele variar según la idiosincrasia de cada país o de cada
individuo, pero que se expresa con los gestos típicos de la alegría humana:
aleluyas, gritos, canciones, brazos en alto, danza, abrazos. Cada uno reacciona
según lo que tenga adentro. En un mundo tan inhibido como el nuestro y con una
teología tan bloqueante y racional como la que se sirve al uso, estos gestos no
encajan. "Para orar no hace falta tanto alboroto"...dicen algunos.
"Depende al Dios que lo hagas y la motivación que tengas"...
contestan otros.
Me espanto de la libertad
que Dios me da, decía Santa Teresa. Los hombres proyectamos la imagen de Dios
según lo que hay en nuestro corazón. De ahí que, a veces, le hacemos duro, castrante,
rígido, airado. Le hacemos aliado de nuestras ideas, cómplice de nuestros
asesinatos, aval de nuestras frustraciones. Muchas cosas de éstas se las
trasmitimos a los demás como dogmas. Pero Dios es un ser inefable. Nadie ha
visto su rostro. El único que ha respetado a Dios, hablando de Él, ha sido
Jesucristo. Todos los demás hablamos de nuestro Dios. Cada atributo que le
asignamos nace, en gran medida, de una proyección. Si decimos que a Dios le
gusta el orden, es nuestro orden; si le agrada la dignidad, es mi idea de
dignidad. Tal vez no podamos hacer otra cosa porque somos muy limitados; pero
lo que es aberrante es descalificar a los demás.
Dios es un ser muy libre y
en Él caben todo tipo de manifestaciones. Por eso, cuando sientes la
oración de alabanza como una liberación te das cuenta lo verdadera que es. Sólo
cuando te haces libre conoces lo inhibido que estabas antes. Somos nosotros los
que nos recortamos mil libertades, los que nos cargamos de exigencias y los que
nos creamos multitud de tabúes. La alabanza en la Renovación es liberadora,
ensancha el corazón y da rienda suelta a sentimientos siempre coartados por la
estrechez de los ritualismos.
Oración y contemplación
La Renovación se alimenta de oración. Las reuniones y los grupos se llaman
de oración y en ellos se celebra en comunidad el amor de Dios. Un amor
manifestado en la resurrección de Cristo que se nos ha hecho vivo y personal
por el Espíritu del mismo resucitado. Pero además de estas oraciones
comunitarias, el carismático necesita orar privadamente en casa, de camino, en
el autobús, en miles de ocasiones. Más que oración de petición es de gratuidad,
de reconocimiento y acción de gracias. Brota
de la necesidad de ir conociendo un poco más del Señor, de saborear algo más de
Jesucristo, de hacer más honda y vital su experiencia. Es difícil que no brote
la chispa de la oración donde hay varios carismáticos reunidos. Es como una
forma de ser, un estilo de vida. Hasta las conversaciones se alimentan del
Señor y de lo que Él va haciendo en cada una de las vidas.
Desde fuera podría parecer beatería. Pero no existe tal cosa porque el
carismático no lleva una doble vida, no hay afectación ni cultivo de las
apariencias. El carismático ora culminando cada uno de los acontecimientos de
la vida. Goza profundamente de las cosas, de la vida, del amor, de la
diversión, de la naturaleza, de la amistad y del compartir. Del Señor es la
tierra y toda su plenitud. Todo lo vive
como don y por eso le brota la alabanza. Se siente hijo de Dios al cual le
pertenecen por herencia todas las cosas. No siente la necesidad de conquistarse
un sitio en la casa basándose en méritos y esfuerzos sino que vive del asombro
de las riquezas de su Señor y Salvador.
Desde esa actitud vital a la
contemplación no hay más que un paso. Un paso hondo y difícil que ha de preparar
el corazón para ser despojado. La contemplación exige un despojo y despegue,
pero no maniqueos. La contemplación es
una experiencia espiritual en la que una vez despojada el alma de los apegos y
protagonismo de las cosas se hace apta para que Dios hable en ella. El
agente y guía de la contemplación es el Espíritu Santo y el contenido es
Jesucristo a través del cual se nos manifiesta la Trinidad. Es un acto de amor
sublime manifestado en parábolas de amor humano. Es el Cantar de los Cantares.
La Renovación está llamada a
culminar su experiencia religiosa en una auténtica contemplación. Es auténtica cuando
alcanza el corazón de Dios sin alienarse de la realidad del mundo y de los
hombres. Conocer a Dios es también compartir con Él el amor con el que ha
creado todas las cosas. En estas alturas los dones del Espíritu Santo soplan en
plena libertad de eficacia y fecundidad, entre ellos el don de piedad que
introduce a las criaturas en la casa y familia de Dios.
El pecado
Es otro de los temas que cobra un lugar nuevo dentro de la Renovación
en el Espíritu. En la conciencia de casi todos nosotros se debaten actualmente
dos esquemas o formas de concebir la moral y, por lo tanto, el pecado, que nos
tienen bastante confusos. Siempre es difícil llegar a una claridad pacificada
en este tema porque éste es uno de los campos donde más marcas y heridas nos ha
dejado la formación y los tabúes de las épocas y personas que han intervenido
en ella. La Renovación ha nacido para volcarse en el hombre actual y es
importante librarle de ciertos fantasmas que pueden frenar su labor de
presentar a nuestro mundo y a nuestra gente una imagen renovada de Dios, de su
verdad y de sus exigencias. A esos dos esquemas podríamos llamarlos del culto y
de la caridad.
El culto.
La moral que nace de aquí quiere llegar a Dios a través del culto. La
bondad y la salvación se consiguen básicamente por medio de una religiosidad cultual.
Históricamente es una religiosidad de tipo sacerdotal, ligada al templo y a
determinadas prácticas y leyes. Hace una distinción tajante entre lo sagrado y
lo profano. El pecado más grave que se puede cometer en esta perspectiva es el
de impureza, es decir, el que te impide participar en el culto y, por lo tanto,
relacionarte y estar a bien con Dios. Hay acciones puras e impuras,
pensamientos puros e impuros, personas puras e impuras.
Otro de los rasgos de esta moral es la preferencia de la ley sobre la
conciencia personal. Funciona con legalismos rígidos que señalan los distintos
grados de impureza. La fidelidad y el deber pasan por una sumisión y obediencia
estricta a este entramado de leyes. Para conseguirlo es necesario una dura
ascesis, fuerza de voluntad, dominio de todas las tendencias. De esta forma, esta moral se trasforma en
una carga penosa para sus devotos, pero tiene la contrapartida de que crea un
orden, cada uno tiene claro a lo que debe atenerse y tranquiliza la conciencia,
pues para los casos de trasgresión existen determinados ritos purificadores.
No es de un talante muy positivo sino que más bien las formulaciones de los
preceptos son negativas, siendo básicos los tabúes, la afirmación constante de
lo prohibido, de lo intocable, de lo que mancha y contamina.
Muchas de las personas que superamos el medio siglo hemos recibido de
lleno el impacto de este tipo de pensamiento. Cada uno lo ha vivido como ha
podido pero la mayoría lo hemos considerado como un camino moral, único e
intocable. Ahora, sin embargo, vemos con asombro y algunos con escándalo, que
muchos jóvenes, incluso los que quieren ser buenos cristianos, pasan de muchas
cosas de la moral que antes se consideraban intocables. No les importa
demasiado perder la misa y espaciar o no recibir otros sacramentos, no hacen
aprecio del templo y de las devociones tradicionales y, lo que es para muchos
más escandalizante, el sexto mandamiento no es primordial en su sentido del
pecado.
La caridad.
¿Caminan hacia alguna parte estas nuevas tendencias? Comenzamos por
admitir que hoy existe un tremendo permisivismo y relativismo moral, si bien
éste no es el asunto que nos ocupa aquí. ¿Se vislumbra algo de bueno en esta
anarquía moral? Yo creo que sí. Poco a
poco va emergiendo una moral con nuevas bases, de tipo menos cultual y más
profético, con fuerte arraigo también en la Palabra de Dios. Los profetas
siempre clamaron por una nueva moral: "¿Qué me importan vuestros
sacrificios? Estoy harto de vuestros holocaustos y de la sangre que me
ofrecéis. No sigáis trayendo oblación y culto vano" (Is. 1,11-13). Jesús
recalca este reproche con otra fuerte afirmación: "Quiero misericordia y
no sacrificios" (Mt. 9,13).
En la moral profética siempre es fundamental la visión comunitaria.
Dios no requiere primordialmente lo puro o impuro sino lo justo o injusto. Por lo tanto, la moralidad se refiere,
sobre todo, a la vida y a las relaciones entre los miembros de la comunidad.
El
pecado no es, por consiguiente, una simple impureza que impide participar en el
culto, sino una rotura de comunión entre los hombres que pone en peligro la
caridad y la vida en comunidad. La reparación del pecado no pasa, pues,
por el campo ritual primariamente, sino por un rehacer las relaciones rotas y
reparar las injusticias cometidas.
En esta perspectiva la ley pierde parte de
su rigidez sustantiva y adquiere un valor simplemente instrumental. La fuerza
moral no está en ella sino en la experiencia del don, de la alianza y la
comunión. Y ahondando un poco más llegamos a la experiencia cristiana de la
libertad en el Espíritu que, en ocasiones, hace prácticamente innecesaria la
ley, pues la dimensión del amor ha sustantivado todo el comportamiento.
Esta es una moral de formulaciones positivas y de convicción personal. Es una moral que no tiende a adquirir
méritos salvíficos sino que descubre la acción de gracias. En ella, por lo
tanto, la conciencia individual, sobre todo cuando está actuada por la gracia,
cobra un valor supremo.
La síntesis de la Renovación
Un día me confiaba un joven: "fui a una discoteca y salí con una
chica. No llegamos a todo pero hubo cosas entre nosotros. Me siento degradado
en mi persona y en la persona de ella, porque no tenía intención de continuar
nada, no hubo cariño, no hubo respeto, sólo pura pasión. No me basta el pensar
que ella tuviera los mismos sentimientos y que por lo tanto no quedara
frustrada".
Siempre que hay una renovación profética se mueve el eje del respeto y
pasa de las acciones o cosas sacralizadas a las personas. Todas las renovaciones realizan ese ajuste. En este sentido
Jesucristo fue total. La Renovación carismática nace de un pentecostés cuyo
contenido básico es la experiencia de Jesús resucitado. De ahí brota el
Espíritu que es el que configura el comportamiento normal del que ha tenido esa
experiencia. Éste no deriva, en este caso, de las exigencias sociales, de la
ley natural o del respeto a la naturaleza.
Ningún joven carismático guarda actualmente la castidad por consideraciones
sociales o filosóficas, ni siquiera éticas, sino por la Palabra de Dios y la
fuerza del Espíritu. En el afán racionalizador de los últimos siglos hemos
rebajado las virtudes a niveles demasiado humanos y las hemos desacreditado. Es
necesario hacer de nuevo que las virtudes vuelvan a ser cristianas, no
simplemente éticas o naturales.
Tal vez el problema más grave de la moral actual está en borrar los
perfiles de las cosas. Todo da casi igual. De este modo se diluyen las
convicciones y queda minada cualquier capacidad de entrega a una causa noble.
La Renovación reivindica la sobrenaturalidad del cristianismo. El
comportamiento cristiano consiste en "impetrar de Dios una conciencia pura
por la resurrección de Jesucristo" (I Pe. 3,21). San Pedro era iletrado y
no sabía de éticas ni de leyes naturales, pero conocía bien de donde manaba la
fuerza para ser mártir, para dar testimonio y, en general, para ser cristiano.
La perspectiva moral de la Renovación tiene que ir en esa dirección: enganchar
de nuevo, autentificar el comportamiento cristiano en sus raíces primigenias.
También aquí es importante que surjan auténticos maestros. Sería ridículo que la Renovación respondiera a un pentecostés
experimentado con una fuerte alabanza y acción de gracias y, sin embargo, su
moralidad estuviera comandada por viejas normas cultuales e, incluso, por otras
de tipo profético pero de corte veterotestamentario. Aún sería peor, claro
está, si la fundáramos en consideraciones basadas en una ética puramente
natural, como tanto se hace hoy, con el consiguiente desconcierto ante la
diversidad de concepciones sobre la naturaleza. No, nuestro comportamiento
tiene que nacer de un corazón nuevo recibido del Espíritu de la resurrección.
En este sentido la
Renovación hace una síntesis muy bella y crea un tipo de hombre libre y
desembarazado de viejos tabúes pero, a la vez, respetuoso y entregado a un
auténtico culto "en espíritu y en verdad" del Dios que nos ha amado
hasta el extremo en Jesucristo. De esta manera, centra su moral en la comunidad, no
sólo con un respeto distante sino con un verdadero amor oblativo por cada una
de las personas. La altura de una virtud y la gravedad de un pecado siempre se
medirá, siguiendo la tradición tomista, por su acercamiento o alejamiento de la
caridad. De ahí que la Renovación esté capacitada para asumir las tendencias
juveniles más arriba citadas, dándoles verdadera luz, raíz y fundamento
cristiano. Todo esto, claro está, sin despreciar la ley y sus fuentes naturales
y reveladas, pero colocándolas en su sitio.
El juicio del mundo
Además de todo esto la Renovación tiene muchas más cosas que decirnos
sobre el pecado. He leído, no sé dónde, que en cierto lugar había un párroco
que descuidaba más de la cuenta la limpieza de su iglesia. Entonces habló con
una buena mujer, ya entrada en años, pidiéndole que le hiciera de sacristana y
ama de casa. Se fue a vivir con él. Los ocho primeros días limpió tanto que
logró que la casa de Dios brillara como el locutorio de un convento. Pero el
cura empezó a inquietarse cuando, al poco tiempo, le obligó a él mismo a
quitarse los zapatos para entrar en casa. El día entero se lo pasaba
persiguiendo con saña la menor señal de polvo. Si por ella fuera no dejaría
entrar a nadie en la iglesia para que Dios estuviera en un lugar limpio. No
había manera de serenarla. Al final tuvo que meterse en la cama con un ataque
de reumatismo articular. Las rabietas e impotencia de la pobre vieja al ver
desde la cama que el polvo seguía cubriendo todo fue tal, que terminó por
fallarle el corazón al sentirse totalmente derrotada. "Su equivocación,
comentaba el cura después del entierro, no estuvo en combatir la suciedad, sino
en querer eliminarla, como si tal cosa fuera posible. Una parroquia se pone a
veces forzosamente sucia y lo mismo la cristiandad entera. ¡Cuántas paladas de
basura sacarán los ángeles el día del juicio de los más santos monasterios!".
En la Renovación se combate el pecado pero no
con una actitud de esa buena señora. La justificación que nos ha traído la
resurrección de Jesucristo nos ha capacitado para no ser unos fanáticos ni unos
fundamentalistas ni seres que quieren eliminar el pecado. Al contrario, la
Pascua dota a todo verdadero cristiano de un corazón de perdón y misericordia. Eso significa que tenemos que
convivir con la debilidad, aceptar la pobreza sin traumarse y suspender un juicio que no nos pertenece. No
sólo la debilidad de los demás sino también la propia. Sólo donde existe
aceptación de la pobreza pueden brotar las bellas plantas de la misericordia,
del perdón y de la gratuidad. La espiritualidad de la Renovación rechaza de
plano ese perfeccionismo de algunos que desearían que no hubiera hombres para
que el mundo fuera más limpio, más puro y ecológico.
El mundo se vuelve limpio no
eliminando a los hombres sino salvándolos, como hace Jesucristo. Y
esta salvación, por parte de Jesús, ha consistido en clavar en su cruz el mal
del mundo y los pecados de la humanidad. Por lo tanto, si ha asumido toda esta
miseria el juicio del mundo le pertenece a Él, no a nosotros que somos los
reos. Cualquier consideración, pues, del pecado del mundo y de los hombres
fuera de la cruz de Cristo es bastarda. Él lo ha comprado esto a gran precio,
nada menos que al precio de su propia sangre. "Cuando yo sea levantado a
lo alto, atraeré a todos hacia mí" (Jn. 12,32). Desde esa altura, desde
esa atalaya mira la Renovación el pecado de este mundo.
Misericordia de uno mismo
No tenemos derecho ni de juzgarnos a nosotros mismos porque lo hacemos
sin amor y nos hacemos daño. La persona
se salva en Dios, no en sí misma. También nuestros pecados le pertenecen al
Señor. Para creerse esto y poder vivir esta libertad interior, hay que ir
conociendo el corazón de Jesucristo, hay que asombrarse del exceso de amor
gratuito con que Él nos ama y hay que asumir que Él perdona sin condiciones.
Yo vi muy claro esto un día. Después de
haber sido acosado en la parroquia por los mendigos que acudían uno tras otro
con duras exigencias, al final estallé y con uno tuve una fuerte discusión.
Comprendí que me había pasado e incluso dado mal ejemplo a otras personas que
lo presenciaron. Me culpabilicé y lo estaba pasando mal. De repente sentí como
en un microchip que me informaba el Señor: "Hay cosas que te sobrepasan y
que tú nunca las podrás hacer bien. La pobreza de los demás siempre te
superará. Eres así de pobre pero confía en mí". En ese momento me entró
una gran compasión y tuve misericordia de mí mismo. Me hizo bien, me
desculpabilizó. Comprendí que tenía que entregarle mi comportamiento a Cristo.
Me sentí liberado de mi propia bondad y justicia. Y como todo esto sucedió
junto a un bar, entré a tomar un vaso de vino para celebrarlo.
"Habéis sido llamados a la libertad, pero no toméis pretexto de
esa libertad para satisfacer las apetencias de la carne" (Gál. 5,13). Si
alguno hiciera esto estaría fuera de lugar. No se trata de eso. Se trata de
reconocer la total gratuidad de Dios en Jesucristo. Se trata de conocer y
gozarse del inmenso e inabarcable corazón del Señor. En definitiva, se trata de
asombrarse y sacarle todo el provecho al excesivo amor de Dios. Se trata de
superar radicalmente los planteamientos del hijo mayor de la parábola, que no
entendió la gratuidad del corazón de su Padre. La fe consiste en vivir a costa de Jesucristo.
El peso del pecado
Al hablar del pecado no nos referimos a ésos de personas endurecidas
que conscientemente niegan a Dios, se alejan de su Iglesia o rechazan con plena
clarividencia a otra persona, negándoles expresamente su caridad. Este es el
pecado contra el Espíritu Santo, cuyo juicio sólo a Dios pertenece. Hablamos de
esos pecados de debilidad que asaltan continuamente aún a los que no quieren de
ninguna manera separarse de Dios. Estos pecados no sólo existen sino que Dios
permite muchas veces que hagan en nosotros un largo recorrido y nos veamos
agobiados y dominados por ellos. El estipendio del pecado es la muerte y, en
parte, nos viene bien experimentar el peso de nuestra condición pecadora.
"Ha sido conveniente a lo largo de la historia de la salvación, dice Tomás
de Aquino, que Dios permitiera al hombre caer en pecado, para que experimentando su debilidad, reconociera la
necesidad de la gracia" (I-II, 106,3c).
Yo, a veces, en la dirección espiritual, cuando alguna persona busca
obsesivamente confesarse para librarse de un pecado, le digo: "espera unos
días, aguanta el peso de tu pecado". Y es que, en realidad, eres tú el que
te condenas, no Dios. Tú necesitas sacarlo fuera de ti, buscas un acto de
purificación, te confías a tus propósitos aun a sabiendas del poco valor que
tienen. No hay gratuidad en este querer salir del pecado. Por eso, aguanta su peso, el Señor te está
queriendo ahí donde tú te rechazas. En el agobio de la culpabilidad tú piensas:
tiene que haber alguien que pueda entender mi corazón hasta el fondo. Pues
bien, ése es Jesucristo y aquellos que reciben ese don. Te entiende hasta el
fondo, a pesar del juego poco limpio de tu corazón.
Pero lo más impresionante es que Jesús no te juzga porque ya ha sido
juzgado Él por tu pecado. Sólo quiere
que lo entiendas para que, reconociéndolo, sientas sobre ti su amor, que te
hará bueno. "En esto ha llegado el amor a su plenitud en nosotros: en
que tengamos confianza en el día del juicio". "El amor perfecto
expulsa todo temor" (I Jn. 4,17 y 18). San Pablo en una comprensión
sublime de todas estas cosas nos dice: "Ante esto, ¿qué diremos? Si Dios
está con nosotros ¿quién estará en contra? Si Dios no perdonó a su propio hijo
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va dar con Él
gratuitamente todas las cosas?" (Rom. 8,31).
No nos pertenece el juicio
Yo agradezco mucho que la Renovación nos haya facilitado el acceder a
la comprensión y a la vivencia de unos contenidos tan espirituales y, por otra
parte, tan consoladores. No es lo corriente ni en la Iglesia ni en el mundo
actual, donde la culpabilidad consciente o larvada corroe tantas actitudes, como
si Jesucristo no hubiera muerto en realidad. Por eso, a la Renovación y a todos
los que lo entiendan, les es requerido un apoyo explícito y una contribución
valiente a esta obra de evangelización, es decir, de buena noticia, que sólo
procede del Espíritu Santo. Dios no quiere ser un peso para nadie. El que pueda
entender que entienda.
Lo malo es que el demonio, por medio de la culpabilidad, domina al
mundo y engendra toda clase de actitudes insolidarias. El que se siente
juzgado, ¿cómo no va a juzgar? ¿Puede cargar él con su culpabilidad y la de los
demás? Imposible. Juzgaremos a los demás, sentiremos placer al hacerlo, pues en
el inconsciente funciona el argumento: los demás son malos, luego yo soy bueno.
Si puedo criminalizaré a los demás para sentirme yo liberado. Y si es un
sacerdote o una persona religiosa el que está bajo sospecha, el placer de la
murmuración se refina hasta lo indecible: "Si el cura anda a peces, qué
harán los feligreses".
Sin embargo, ni puedes ni debes juzgar a nadie. El pecado de tu hermano
no le pertenece a él sino a Jesucristo. No te es lícito interferir ese circuito
que no pasa por tu propiedad. Los dominicos tienen un número en su Constitución
que dice lo siguiente: "La trasgresión de un fraile se debe sopesar por el
perjuicio ocasionado al bien común, y no por el pecado que tal vez lleve
anejo" (Const. 55,I). Si una comunidad está amenazada por el
comportamiento de una persona debe defenderse, incluso a veces separando a ese
tal de la comunidad. San Pablo utilizó con un incestuoso una pedagogía muy
curiosa en Corinto: "Ese individuo sea entregado a Satanás (separado de la
comunidad y, por tanto, bajo el poder del demonio) para destrucción de la
carne, a fin de que el espíritu se salve el día del Señor (y pueda convertirse)"
(I Cor. 5,5). Pero esto no incluye
ningún juicio condenatorio de dicha persona, cosa que sólo le pertenece a Dios.
Sanación interior del pecado
No es fácil llegar a la libertad interior aun a personas que viven en
cierta experiencia de gratuidad. Alguno de los movimientos citados más arriba,
o incluso algunas personas dentro de la Renovación, no pueden librarse de una
especie de pesimismo luterano que
condiciona su libertad y alegría interior. Creen y proclaman a boca llena la
gratuidad de la salvación. Se sienten teóricamente salvados. Oran agradeciendo
a Jesucristo el don gratuito de la vida que ha brotado de su resurrección, pero
la alegría de este don no les baja hasta los sentimientos ni trasforma su cara.
Existe en ellos como una desesperanza larvada - pesimismo luterano - de poder
salir algún día del pecado que les domina. Se
sienten salvados pero con una salvación extrínseca, como se salva a un niño que
ha caído en la corriente de un río.
En este tema, como en otros, la Renovación empalma con la gran
tradición tomista en la que uno de los atributos de la gracia es la de sanar
como una medicina. La gracia sanante ¿qué es esto? El pecado no es sólo una
quiebra legal o una rotura de equilibrios o una ofensa a Dios. Es algo que deja
en el hombre su marca, su reato, su
herida. Siempre ha dicho la Iglesia que aunque el pecado esté perdonado el
reato tiene que ser purificado en esta vida o en la otra. El protestantismo no
acepta el purgatorio pues no cree en la sanación interior ya que para ellos la
naturaleza está corrompida y es insalvable. De ahí que la salvación sea
totalmente gratuita y extrínseca. La Renovación, de acuerdo con la Iglesia,
acepta la necesidad de una purificación o sanación de los restos o estigmas del
pecado. La diferencia está en que la
renovación ha eliminado la connotación de castigo y subraya la acción amorosa
de la purificación o sanación interior por obra del Espíritu Santo. Por
esta sanación el hombre va siendo recreado, liberado, trasformado en una
criatura nueva. Por esta sanación el hombre siente en su propia psicología y en
su propio cuerpo la bondad benéfica del señorío de Jesús resucitado que libera
al hombre del poder del mal manifestado en el pecado original.
¿Cuáles son los frutos de ese pecado? El estipendio del pecado del
hombre es la muerte, dice la Carta a los Romanos. La muerte y todo lo que lleva
a la muerte: caducidad, desequilibrio, enfermedad, sufrimiento, resentimiento,
opresión, pecado en toda su amplitud. La Renovación actúa una fuerte praxis de
sanación interior. En todos los grupos hay un ministerio de sanación o
intercesión en el que se ora para que las personas vayan descubriendo las
raíces de su mal y de su pecado. El Espíritu Santo, como un gran siquiatra a lo
divino, va iluminando las parcelas de cada persona que necesitan ser sanadas
para integrarse en una personalidad redimida y apta para todo soplo y don del
Espíritu. Esta praxis es un ejercicio de creación de una humanidad nueva.
También existe una praxis de sanación física, pero ésta busca primariamente
la razón de signo. Una curación física, sin excluir nada, sirve sobre todo para
confirmar la predicación o la presencia del Señor en sus sacramentos. La
sanación interior es una predilección personal. La persona que siente esa
acción sanadora del Señor se sabe querida, cuidada, protegida. De esa forma,
aunque la sanación interior a veces necesita quirófano y cirugía, nunca se sale
del ámbito del amor ni de la acción benevolente de Dios. Y aunque la debilidad
y el pecado se hagan a veces recalcitrantes y parezca que no van a ser
expulsados nunca, no se pierde la esperanza en el poder de Dios ni la alegría
de saber que aún en esa situación uno está en sus manos.
La espiritualidad de la Renovación siempre apunta a una actitud
positiva. Devuelve a Dios el rostro de Padre. Ha logrado superar las tendencias
que empujan al ser humano a la esclavitud y al miedo. Por eso uno se confía a
Dios como un niño, llamándole Abba, Padre. Tal vez este mundo, hundido como
nunca en la postración de la culpabilidad y el pecado, necesite ver un rostro
de Dios que le acoja con el mismo abrazo con el que el Padre acogió a su hijo
menor, pecador y desagradecido pero, al fin, siempre hijo muy querido.
8.-LA
RENOVACIÓN EN LA IGLESIA ACTUAL
En cierta ocasión, dando una charla sobre la Renovación carismática, se
levantó alguien al terminar y me espetó lo siguiente: "Ustedes piensan,
por lo que veo, que el Espíritu Santo es propiedad privada de su grupo. Me
parece intolerable el monopolio del Espíritu que ustedes ostentan". Me
daba la impresión, por las caras, que el resto del auditorio estaba de acuerdo
con esta persona. Entonces yo pregunté dirigiéndome a todos: "¿De verdad
creen que lo que yo he dicho les roba a ustedes su Espíritu Santo?". Hubo
un silencio embarazoso. Una mujer contestó: "Yo ni tengo idea ni experiencia del Espíritu Santo y, además,
nadie me ha hablado nunca de tal personaje". Se alzó un murmullo de
conversaciones entrecruzadas, se distendieron los gestos y, al final, la gran
mayoría confesaron que no tenían idea del Espíritu Santo ni lo habían echado en
falta para vivir su vida cristiana.
Este diálogo lo tuve hace años al poco tiempo de entrar en la
Renovación carismática. Tengo que confesar también que, antes de esa entrada, a
pesar de llevar ya bastantes años de sacerdocio, tampoco yo consideraba al
Espíritu Santo como un personaje activo e importante en mi vida espiritual. Lo
había estudiado en clase de teología y lo sabía, pero ahí se quedó todo.
También tengo que decir con valentía que en mi juventud no se me habló
experimentalmente de ello ni encontré personas (o no lo supe ver) dotadas de
poder de convicción en esta línea, en las que brillaran manifestaciones
especiales del Espíritu. No es extraño,
por tanto, que el impacto que hizo en mí la efusión del Espíritu me creara una
especie de celo desmedido de "neoconverso", que causara a los oyentes
la sensación de monopolio.
No se trata, sin embargo, de descalificar a nadie, ni siquiera a mí
mismo. El pretendido monopolio de la Renovación no es otra cosa que la alegría
de un redescubrimiento que le pertenece a toda la Iglesia, como vamos a ver en
este capítulo. Dios no tiene acepción de personas ni el Espíritu Santo hace
discriminaciones. En todo caso, las razones últimas de las cosas le pertenecen
a Él, no a nosotros. Pero lo cierto es que ha habido tiempos en que la
presencia del Espíritu en la Iglesia parecía, a nuestro corto entender, que
estaba en baja. Ahora nos da la sensación de que había como una especie de
ausencia, al menos ausencia de fuertes manifestaciones carismáticas, que en
otros momentos han sido el dedo y el sello del Espíritu en su Iglesia.
Ausencia de carismas
El tema viene de lejos. San Juan Crisóstomo, muerto en el año 407, es
el primero en notar en su tiempo la
ausencia de los grandes carismas extraordinarios de que nos hablan la Palabra
de Dios y la Iglesia primitiva. El mejor exponente de esto es San Marcos:
"Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación. Los
que crean y se bauticen se salvarán; los que no crean se condenarán. A los que
crean les acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán
lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no les
hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán" (Mc.
16,15-18). Estos y todos los otros signos extraordinarios que se mencionan en
la Escritura, sobre todo en San Pablo, que da un testimonio fehaciente de su
existencia en la Iglesia primitiva, parece que no existían ya en el siglo IV,
en tiempos de San Juan Crisóstomo. Pero éste racionaliza esta ausencia y, con
ello, marca la pauta para posteriores interpretaciones del tema a lo largo de
los siglos. Justifica la existencia de carismas en la Iglesia primitiva o
incluso la concesión a personas indignas de estos dones apelando a la
necesidad, acuciante al comienzo de la Iglesia, de difundir la Palabra de Dios
por todas partes. Los carismas, por ejemplo los milagros, eran necesarios como
signos de credibilidad para confirmar la fe que se proclamaba: "Un buen
agricultor, mientras un árbol nuevo recién plantado es todavía tierno, le
presta grandes cuidados, lo rodea de piedras y espinos para que no le arranque
el viento; pero quita esas defensas tan pronto como ve que el árbol ha echado
raíces y va creciendo, pues la planta ya es capaz de hacer frente por sí misma
a los peligros. Lo mismo sucede con la fe. Cuando estaba recién plantada y era
todavía tierna, cuando acababa de arraigar en los espíritus humanos, necesitaba
todo género de cuidados; pero, una vez que se ha estabilizado, ha arraigado y
crecido, Cristo quita las defensas y demás medidas de seguridad. Por eso, los
carismas eran concedidos también a los indignos, porque la antigüedad
necesitaba esa ayuda para fomentar la fe; pero ahora no son concedidos ni siquiera
a los dignos, porque la fuerza y firmeza de la fe no necesita ya ese
auxilio" (PG. 51,81).
El Crisóstomo concibe los carismas, como se ve, en sentido estricto, no
como efusiones o frutos del Espíritu, ni siquiera como carismas ordinarios sino
en la línea de San Pablo, como manifestaciones del Espíritu gratuitas y
extraordinarias con el fin de construir la comunidad y edificar la Iglesia. Estas reflexiones del Crisóstomo marcaron
pauta, pues a partir de él hasta ahora, la teología y la pastoral, en contraposición
a lo que sucedió en los siglos primeros, han recluido los carismas en el baúl
de los recuerdos y, en algunos casos, los han llegado a temer y menospreciar.
En San Juan Crisóstomo la nostalgia, sin embargo, aún estaba viva.
Comentando ciertos relatos carismáticos de San Pablo y relacionándolos con su
tiempo escribe: "¿Se puede concebir algo más triste? La Iglesia estaba
entonces en la gloria, el Espíritu la gobernaba como dueño". Un poco más
adelante continúa: "La Iglesia
ahora se parece a una mujer que ha perdido su antigua hermosura y conserva sólo
vestigios de su anterior felicidad; de sus joyas de oro no le quedan más que
los cofres y estuches, pues han desaparecido sus riquezas. Así es ahora la
Iglesia". A pesar de la nostalgia sigue en sus trece cuando termina
diciendo: "No me refiero sólo a la falta de carismas, pues no sería grave
si sólo se tratara de eso, sino también a causa de la vida y las virtudes"
(PG. 61,312).
A lo largo de los siglos
La Iglesia siempre ha creído en la acción del Espíritu sobre ella. Por
eso, siempre ha habido una serie de carismas, llamados ordinarios, que en todo
momento se han considerado fundamentales para su acción pastoral. Entre ellos
están los carismas de gobierno, de enseñanza y catequesis, asistencia a los
enfermos, los que requieren los diversos ministerios, carismas de celibato,
vida religiosa, matrimonio. Carismas incluso de sufrimiento por la Iglesia o
por otras personas particulares. Estos nunca han estado en discusión. El
problema surge al tratar de la necesidad de los carismas extraordinarios:
palabra poderosa confirmada con milagros, dones de profecía, lenguas, palabras
de conocimiento, sanación interior y física, cada uno de los siete dones del
Espíritu que cuando se ejercitan para utilidad común se trasforman en carismas,
por ejemplo una sabiduría portentosa y, en general, todo tipo de fenómenos o
manifestaciones del Espíritu sorprendentes, como nos cuenta la Escritura que se
dieron en Pentecostés y, al menos, en los primeros decenios de la Iglesia.
Estos carismas extraordinarios, como hemos
visto, tuvieron mala prensa a partir del siglo IV en el pensamiento teórico de
la Iglesia. Y eso a pesar de las evidencias, pues lo cierto es que no han
desaparecido nunca de ella y ha habido muchos santos y fundadores con
auténticas manifestaciones carismáticas. Pero siempre se han considerado
excepcionales. La teoría oficial era que ya no los necesitaba la Iglesia, pues
sus signos de credibilidad habían pasado a ser otros. Incluso los propios
santos, dotados con tales dones carismáticos, se puede decir que más bien los
soportaban y los sufrían, nunca los fomentaban ni los agradecían, al menos
públicamente, ya que primaba en estos casos el temor a la vanidad e incluso al
escándalo.
Se sabe que San Agustín aceptaba el carisma de profecía y el de
lenguas, a pesar de que no eran ya de uso común en las asambleas de oración en
su tiempo, alrededor del año 430. Sin embargo, también él participa de las
opiniones mencionadas: "¿Por qué ya no existen entre nosotros los milagros
y otros dones extraordinarios?", se pregunta. La respuesta es que estos
dones ya no son necesarios para la credibilidad del cristianismo: "Una vez
que la Iglesia católica se edificó y extendió por toda la tierra, Dios no quiso
que continuaran estos dones en nuestros días, no sea que nuestro espíritu se
quedase en lo visible y la humanidad, acostumbrándose a ellos, perdiese el
ardor que comunicaron cuando eran recientes" (PL. 34,142).
¿Quiere decir esto que en la Iglesia ya no había signos de
credibilidad? No, responde Agustín. Este cometido lo desempeña la vida
cristiana. Es ésta la que con sus virtudes prueba que Dios está en ella. Y
termina: "Viendo esa asistencia de Dios, ese progreso, ese resultado,
¿dudaremos en echarnos en brazos de la Iglesia?" (PL. 42,91).
Santo Tomás de Aquino no constata la falta de carismas en la Iglesia de
su tiempo, siglo XIII. Y es que no habla desde una experiencia pastoral, como
los anteriores, sino como teólogo. Como tal no puede dudar de que donde está el
Espíritu están todos sus dones. Por eso, aunque es cierto que conoce todos los
carismas y cree en su permanencia teórica como signos de credibilidad, no cree
del mismo modo en su frecuencia y necesidad. También para él la Iglesia
primitiva, por hallarse en su infancia, necesitaba un especial cuidado de Dios,
mientras que llegada a la madurez puede caminar por su propio pie, sin ayuda de
hechos extraordinarios. De este tenor suena la interpretación que Santo Tomás
da del "final" de Marcos, siguiendo en ello las huellas del
Crisóstomo, que él recibe a través de San Gregorio Magno (Catena aurea II).
Hasta el Vaticano II
Con la llegada de Lutero en
el siglo XVI se estrecha aún más el cerco pastoral y la prevención contra todo
carisma extraordinario. Lutero dice claramente: "Ahora que tenemos su
Escritura no hay nada que revelar además de lo que fue escrito. No necesitamos
ninguna revelación particular ni milagros... Por eso, atengámonos a esa
revelación o kerigma del Espíritu Santo, la única que nos dirá lo que debemos
saber, la que nos hace profetas y nos muestra el porvenir" (O.C. Weimar
46,64). No es de extrañar, por tanto, que la Iglesia católica asuma a partir
de ahora una extraordinaria prudencia a la hora de admitir unos hechos
extraordinarios que podrían descalificarla ante sus adversarios en caso de
aceptarlos sin el debido discernimiento.
Sin embargo, en esta época
se agranda el contraste entre la teoría oficial y los hechos reales. En este tiempo, en
efecto, florecen los grandes místicos, dotados de toda clase de dones y
fenómenos místicos extraordinarios. Baste con mencionar a Teresa de Avila, San
Juan de la Cruz, Santa Margarita Alacoque, Santa Catalina Labouré y, más tarde,
pero aún dentro de esta época, las grandes apariciones de Lourdes y Fátima con
sus manifestaciones carismáticas de sanación, de enorme consuelo y atractivo
para la fe del pueblo. Entre los santos de esta época merece la pena citar a
San Francisco de Sales, que muestra con claridad su desacuerdo con la teoría
oficial. Aludiendo a las opiniones de San Juan Crisóstomo sobre la Iglesia como
una planta que ya no necesita ser regada, dice que todo eso es cierto, pero que
pretender "eliminar totalmente el efecto, mientras permanece todavía en
buena parte la necesidad, es una pésima filosofía. ¿Por qué, pues, querer
quitar a la Iglesia ese bastón que Dios ha puesto en sus manos? Dios quiere sin
duda los milagros, y por eso siempre han existido, para confirmar la
predicación" (Oeuvres, Annecy, 99-100).
La teoría oficial, no obstante, sustentada por teólogos, exégetas y
predicadores, sigue encastillada en las posiciones de siempre. Incluso según va
pasando el tiempo parece que se va agudizando más el rechazo a los carismas
extraordinarios. Sólo voy a citar un párrafo del famoso orador Luis Bourdaloue,
del siglo XVIII: "Contra los impíos y libertinos hay que mostrar el
carácter esencial del cristianismo y pedir al Espíritu Santo que nos conceda
los dones de todas las gracias, no de las gratuitas (carismas), que no sirven
más que para las operaciones sobrenaturales y no para la santificación de las
personas que las difunden y distribuyen. No hablo tampoco de todos esos dones
de profecías, lenguas y milagros ni de esos otros que hacen a los hombres
considerables e importantes, como dice San Pablo. No, no pido esos dones para
hablar de vos, Dios mío, con sublimidad de sabiduría, sino el don de hablar con
humildad; sólo os pido la verdadera ciencia que es la de Jesucristo. No os pido
el don de curar a los enfermos, porque tengo otras curaciones que hacer, las
que se refieren a las almas y a su conversión. No os pido tampoco el don de
profecía porque estoy bastante comprometido en el estado presente de la vida
para querer conocer el futuro. Lo que pido a Dios es el Espíritu de Jesucristo,
que es sello de la vida cristiana en este mundo y en el otro" (O.C. París
1919, I,184).
Difícilmente se puede encontrar un párrafo con más contradicciones que
el que acabamos de citar. Igualmente me parece difícil poder interpretarlo, aún
con toda la buena voluntad, dentro de la Palabra de Dios. Si aceptáramos todo
esto tendríamos que suprimir muchas páginas de la Escritura. Lo que sí muestra
a las claras es la pasión con la que se trataba el tema en ese tiempo, signo
evidente de que la teoría oficial no aquietaba las conciencias y de que la
realidad siempre emergente del Espíritu y de sus dones presionaba una y otra
vez por salir a la luz. Pero todavía no había llegado el momento, ni llegó
tampoco durante el siglo XIX. Al contrario. Voy a citar un sólo dato para
mostrar hasta qué punto la propia idea de carisma había desaparecido de la
perspectiva teológica del siglo pasado: León XIII en su encíclica "Divinum
illud munus" (1897), dedicada por completo al Espíritu Santo, no alude en
ella ni una sola vez a los carismas de I Cor. 12 ni a los citados por San Pablo
y todo el Nuevo Testamento en otros pasajes.
¿En qué basaban la credibilidad de la Iglesia? Según el Vaticano I, la
Iglesia es un perpetuo signo de credibilidad a causa de su unidad, fecundidad,
estabilidad y santidad. Esto mismo es lo que estudiamos antes del Vaticano II
en los tratados de apologética, sin el menor atisbo en todos ellos de un
aprecio consecuente de los carismas extraordinarios, mencionados únicamente a
título histórico. Una, santa, católica y apostólica. Naturalmente, esto es una
verdad preciosa de la Iglesia pero, aparte de no excluir en absoluto otras
manifestaciones carismáticas, tiene la desventaja de que dado que otros hechos
están siempre ante nuestra vista, terminamos acostumbrándonos a ellos y dejan
de motivar la fe.
Una nueva época
¿Qué es lo que ha motivado un repentino e inesperado aprecio y resurgir
de los carismas extraordinarios? ¿Ha cesado de espantar el sobrenaturalismo? Es
evidente que en estas épocas pasadas había un gran temor a equivocarse pero,
por otra parte, la Iglesia, sometida también a la influencia del despotismo de
la razón ilustrada, acorralada por críticas a veces rabiosas incluso contra los
propios fundamentos de sí misma, ha sentido el complejo de lo no racional, la
vergüenza de tener que expresarse en términos de sobrenaturalidad. Por eso,
acorazó sus murallas, se ha atrincherado en la estructura y ha caminado a la
defensiva con pies de plomo. El Vaticano II ha significado la toma de posesión
de sí misma, se ha hecho de nuevo consciente de sus propias fuerzas ante el
mundo y desde esa seguridad es capaz no sólo de enfrentarse al mundo sino de
ponerse a su servicio.
La Iglesia ha salido de la época de cristiandad y tiene que enfrentarse
a un mundo nuevo, secularizado, pagano y ateo. Ya no tiene los apoyos legales e
institucionales que le prestaban en otros momentos los estados y tiene que
abordar, para seguir siendo fiel a sí misma, un mundo recalcitrante que ha
buscado otros dioses como: la razón, el humanismo, el progreso, la técnica. El
mundo ha querido salvarse por sí mismo, ha construido sus torres de Babel y se
ha encontrado con un estrepitoso y sangrante fracaso, con dos guerras mundiales
y asesinatos en masa, que dieron al traste con todas las ilusiones humanistas.
El existencialismo dio expresión a este fracaso hablando de náusea, asco,
desesperanza y angustia vital. El hombre es un imposible, un ser para la nada y
una pasión inútil.
Estas expresiones han sido experiencias vivas en varias generaciones y
de ahí ha surgido la búsqueda de unos nuevos contenidos de salvación. El hombre
siempre se resistirá a morir.
Vivencia fenomenológica
Hay un tema que para mí es muy querido y me da la clave para entender y
disfrutar muchas cosas de la Renovación. Se trata de la filosofía
fenomenológica. Una chiquilla de 14 años le dice a su padre con aplomo:
"No voy a la iglesia porque la misa no me dice nada". Otro joven te
cuenta que le aburren las clases, la catequesis... "¿Dios? Me parece un rollo
todo lo que oigo sobre él". En cierta ocasión estaba una sobrina mía de
unos 17 años con su abuela, que no podía ya moverse de casa. La muchacha le
preguntó: "Abuela, ¿usted no se aburre?" "Pero, hija, le
respondió, eso de aburrirse es una cosa de ustedes. Yo nunca oí esa palabra
hasta que tuve por lo menos cincuenta años. Antes nunca nos aburríamos ni se
hablaba de eso".
Yo estaba allí cuando sucedió este diálogo. Me impresionó esta
respuesta. No sé si es verdad o mentira lo que decía esta abuela. Lo que sé es que vivimos en un mundo en que
se valoran sobre todo las experiencias, las vivencias. Necesito tener vivencia
de las cosas, de lo contrario como si no existieran para mí. Dios, o es una
experiencia en mí o no me interesa. No me valen las razones, los grandes principios.
Hoy, a nadie le interesa la verdad en abstracto, a la gente le interesa tu
verdad, tu experiencia de las cosas, tu testimonio. Si habla un sacerdote
preciosidades teóricas sobre las cosas más divinas, a nadie le interesa nada.
Empieza verdaderamente a interesar cuando a través de las palabras se capta una
experiencia vivida. El hombre que trasmite fe llega a la gente.
Antes había que ir a misa porque la misa es una cosa objetivamente
buena. A la gente se la educaba en una serie de principios, normas y
estructuras válidas en sí mismas. Hoy las objetividades no motivan a nadie. La
gente quiere experimentarlo todo y cuando hay un vacío de experiencias
positivas se cae en la experiencia negativa del aburrimiento. Nuestra época es
capaz de la más grande experiencia mística, pero también de otras experiencias
tan desoladoras y degeneradoras como la de la droga o autodestrucción.
Esta es la filosofía básica del siglo XX. En ella hemos crecido casi
sin darnos cuenta. Esta actitud vivencial es capaz de proporcionarnos
sufrimientos interiores como tal vez ninguna otra época de la historia los ha
tenido; pero también es capaz de abrirnos a un mundo de posibilidades de
experiencias bellas. Para muchos, por ejemplo, la más bella de todas las
experiencias es la de Dios, vivenciado a través de la Renovación carismática.
La filosofía de nuestro tiempo ha posibilitado mucho la vivencia de una
religión experimental. En ella, Dios ha
dejado de ser una abstracción y se ha hecho vida. Dios se ha transformado en
una persona y es con las personas donde se tienen verdaderamente las vivencias.
Dios se ha convertido en un Jesús vivo, resucitado, real, experimentado por su
Espíritu.
Actitud carismática
Por eso, hoy vivimos en una época del Espíritu. El Espíritu es el aliento
de Dios, la acción de Dios, la energía de Dios, el amor de Dios actuando en
nosotros. El Espíritu es la experiencia de Dios viva. Hoy apenas se puede
predicar una religión de objetividades, normas y verdades. Ni la recitación del
credo motiva fuertemente a la gente. Todo esto hay que pasarlo por una vivencia
personal, hay que experimentarlo. Por
eso, el Espíritu se ha hecho presente en medio de su pueblo. Ahora no podemos
llegar a Dios por medio de ideas y doctrinas sino por medio de Espíritu y de
experiencia.
La Renovación carismática ha recogido el más
hondo aliento filosófico de nuestra época, que es un aliento vital y le ha
hecho religioso y le ha puesto en comunicación con Dios. En ella Dios se hace
sensible al corazón y entra de nuevo en la perspectiva y el horizonte humano. El Evangelio deja de ser una dogmática y se
hace pueblo y vida y surgen de nuevo los milagros. Escuchas a la gente
compartir testimonios y experiencias que son vida y hacen a Dios muy cercano.
En otras épocas el Señor tenía sus caminos y métodos para llegar a la gente,
según los aspectos culturales de cada momento; ahora el Espíritu se ha hecho coetáneo y nos habla con el lenguaje que
mejor entendemos, que es el de las experiencias. Hace un rato hablaba de
que han vuelto los carismas extraordinarios a la Iglesia. ¿Cómo no? No sólo se
dan, se necesitan en la entraña del ser de este hombre del siglo XX.
Necesitamos los carismas, que son signo de una presencia viva y consoladora de
Dios. Necesitamos una presencia viva y
consoladora de Jesucristo, que no nos la da ninguna doctrina. Necesitamos ver
que se levanta un paralítico en medio de la asamblea, que alguien
proféticamente ilumina un hecho torturador de tu pasado, necesitamos palabras
de conocimiento, necesitamos una fe nueva que se desembarace de tantos tabúes y
ponga a la razón y a su ilustrado espíritu en su sitio. La nueva actitud
carismático, eclesial, se basa en un bello fruto del Espíritu, que a veces es
carisma y se llama fe. No es exactamente
la fe teologal. Es la fe que mueve las montañas. Es una disposición
interior que sólo puede provenir del Espíritu por la que se está presto a creer
que Dios lo puede hacer todo en este momento, aquí y ahora. Esta fe es una
forma de mirar la vida, que hace absolutamente concreta y detallada la
esperanza. Esta fe provoca una forma de orar viva y sentida. Esta fe hace que
una asamblea perciba al Espíritu de Jesús resucitado casi físicamente. Esta fe
nos proporciona la actitud interior necesaria para que suceda el milagro. La fe
es, pues, un carisma pasivo, tan importante para que suceda el signo como el
carisma del sanador.
Yo soy plenamente consciente de que esta fe puede degenerar en
credulidades y en mil aberraciones; pero también soy consciente de que la mayor
aberración es que no exista. Y es que esta fe es la crema de la tarta.
Generalmente los miedos a estas cosas provienen de trasteros no habitados por
el Espíritu. El Espíritu, el verdadero Espíritu, lo hace todo muy sencillo y
acepta a cada uno como es, preserva la paz y unge sus acciones con elegancia y
sobriedad. ¡Qué bella es una oración de sanación cuando va creciendo esta fe y
se va sintiendo la presencia de Dios como algo real!
Pero, por lo demás, por si alguno continúa con sus miedos, sepa que la
Renovación carismática clama por sus pastores. Necesita pastores. Este mismo
vivir en el filo y en la cresta de la ola de la fe da sentido a la función del
obispo, requiriendo un discernimiento inspirado. Igualmente reclama el
ministerio del sacerdote, el cual, al dar y al darse, recibe mucho más puesto
que se le da un pueblo vivo. Un sacerdote sin pueblo es como un médico sin
enfermos.
Testimonio de los Papas
San Juan Crisóstomo decía con nostalgia que la Iglesia de su tiempo se
parecía a una bella dama, envejecida por el paso de los años, que había perdido
no sólo el adorno de sus joyas y brillantes sino hasta las ganas de arreglarse
y ponerse guapa. Este hombre, al no encontrar salida al problema, lo único que
se le ocurrió decir fue que la tal dama ya no necesita pulseras ni joyas.
En la Iglesia del siglo XX, sin embargo, a partir del Vaticano II ha
soplado otro Espíritu. Son precisamente los Papas los que primero y mejor han
formulado esta necesidad de nuestro pueblo. Esta necesidad es uno de los
grandes signos de nuestro tiempo. Juan
XXIII, en vísperas del Vaticano II, dirigía al Espíritu Santo una plegaria
en la que le decía que renovara "en nuestra época, como en un nuevo
Pentecostés, sus maravillas" (AAS. 54,13). Ahora nos parece normal que un
Papa haga eso pero, sin embargo, Juan XXIII rompía de esa forma con una
tradición de más de quince siglos. Pablo
VI, poco después, continuaba en la misma línea: "La condición del
hombre presupone que el prodigio de Pentecostés continúe en la historia de la
Iglesia y del mundo, y ello en su doble modalidad, a saber: como don del
Espíritu Santo, concedido a los hombres para santificarlos (gracia
santificante); y también como manifestación del Espíritu, para enriquecerlos
con prerrogativas especiales (gracias gratis datae) o carismas, en orden al
bien del prójimo y especialmente de la comunidad de los fieles. Hoy se habla
mucho de esto y, aún teniendo en cuenta la complejidad y delicadeza del tema,
no podemos por menos dejar de celebrar que Dios conceda todavía a su pueblo una
abundancia, no sólo de gracia, sino también de carismas (Insegnamenti di Paolo
VI, XII,938).
En su exhortación sobre la alegría cristiana aludiendo a la expresión
"Nuevo Pentecostés" de Juan XXIII que acabamos de citar, decía que
deseaba situarse en la misma perspectiva y en la misma expectación. Y esto,
"no porque Pentecostés haya dejado de ser actual a lo largo de toda la
historia de la Iglesia, sino porque son tan grandes las necesidades y los
peligros de este siglo, tan amplios los horizontes de una humanidad volcada
hacia la coexistencia mundial pero impotente para realizarla, que para ella no
hay salvación más que en una nueva efusión del don de Dios. Que el Espíritu
Santo descienda para renovar la faz de la tierra" (Op.Cit. XIII,471).
Sigue Pablo VI: "Sería maravilloso que el Señor tuviera a bien
derramar de nuevo sus carismas en abundancia para hacer capaz a la Iglesia de
despertar y sacudir al mundo profano y secularizado" (Ibidem, XIII,939).
Bellamente en otra audiencia dijo: "Es necesario orar para que venga ese
soplo oxigenante del Espíritu...capaz de suscitar carismas dormidos, de
infundir ese sentido de vitalidad y gozo que, en todas las épocas de la
historia, hace que su Iglesia sea joven y actual, que esté dispuesta a anunciar
con alegría a los tiempos nuevos su eterno mensaje" (Ib. XI,1224).
Finalmente es de notar que la Iglesia actual ha tomado conciencia, no
sólo en la palabra de su cabeza visible, de la necesidad de una intervención
extraordinaria del Espíritu. La Liturgia
de las horas pide con frecuencia a Dios que renueve en nuestro tiempo los
prodigios de Pentecostés. En la oración colecta de esta fiesta ruega así:
"Oh Dios, que en el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia en
todos los pueblos y naciones, difunde los dones del Espíritu hasta los confines
de la tierra y continúa hoy, en la comunidad de los creyentes, los prodigios
que operaste en los comienzos del Evangelio". (Cfr. para todo este tema
Domenico Grasso, "Los Carismas en la Iglesia", Cristiandad, Madrid, 1984).
Estas palabras de la Iglesia resuenan en todos los que han sido
llamados a la Renovación carismática con un eco inconfundible. Sus corazones se
sienten en sintonía total con todas las palabras citadas de los sucesores de
San Pedro y de la Liturgia, palabras todas ellas las más autorizadas de las que
en este tema se pueden pronunciar. ¿Cómo no ver en la Renovación carismática el
vehículo providencial que Dios ha suscitado para que todo esto se haga efectivo
en su pueblo? ¿Cómo rechazar después de esto un florecimiento de carismas por
doquier que devuelva a la Iglesia la frescura y juventud de su primera época?
Algunos piensan que la Renovación no debería apellidarse carismática.
Gracias a Dios el uso ha impuesto tal apellido y yo soy partidario de que
continúe así aunque produzca problemas o rechazos. Sabemos de sobra que lo más
importante en la vida de un cristiano no son los carismas. Es más, estamos de
acuerdo con que en la Renovación se vele, vigile y discierna para no caer en la
"carismatitis". No podemos eludir una auténtica formación cristiana
que pase todos los acontecimientos pascuales, como son los carismas y toda la
vida cristiana, por la cruz de nuestro Señor Jesucristo. El crecimiento de la
gracia santificante, que es la que verdaderamente engendra y es engendrada por
la caridad, siempre será lo más importante y lo que hay que buscar en primer
lugar, no sea que nos trasformemos en platillos que suenan...
Todo esto es cierto, pero hay que tener en cuenta que la propia
Renovación carismática es un carisma, es decir, una manifestación del Espíritu
para utilidad común. Ha nacido con un designio especial de Dios. La gran
renovación básica de la vida cristiana no sólo los carismáticos la llevan
adelante, hay otros muchos grupos en la Iglesia. Sin embargo, a ningún grupo se
le ha encomendado una renovación y acogida de los grandes carismas y dones del
Espíritu tan necesarios para la Iglesia de hoy como a la Renovación
carismática. De acuerdo en que si sólo fuéramos carismáticos no seríamos casi
nada. Pero también es de agradecer que, sin dejar de ser profundamente
renovados, se nos encomiende el hacer brillar y poner a la luz pública los
grandes signos del Espíritu que, en realidad, no dejan de ser un bello designio
amoroso de Dios para nuestra época.
Vaticano II
Pero aún hay más. No son sólo los Papas los que testifican con sus
palabras el cambio de tendencia en la Iglesia Católica; hay otros muchos
textos, que no voy a citar, dado el carácter de sencillo ensayo pastoral que
tiene este escrito. Sin embargo, hay un par de ellos que no puedo por menos
dejar de subrayar. Son la "Lumen gentium" y la "Evangelii
nuntiandi", porque ambos expresan la esencia íntima de lo que es la
Renovación, la cual sin duda ha sido suscitada para que de una manera práctica
estos textos inspirados por el Espíritu se hagan realidad en su Iglesia.
En un contexto de fuerte renovación carismática dice el Vaticano II: "El Espíritu Santo no sólo santifica y
dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y le adorna
con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles
de cualquier condición, distribuyendo sus dones según su voluntad (I Co.
12,11), con lo que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y
deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la
Iglesia, según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la
manifestación del Espíritu para común utilidad" (I Co. 12,7). Estos
carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben
ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las
necesidades de la Iglesia" (LG. 12).
Con este texto ha quedado superada la teoría, más o menos oficial, que
ha predominado durante muchos siglos y que ponía cautelas al ejercicio de los
carismas extraordinarios, no sólo por no creerlos necesarios en una Iglesia ya
constituida, sino por una serie de temores que suscitaba su presencia. En este
campo, como en muchos otros, el Vaticano II nos presenta una Iglesia con su
rostro renovado. Nos ha acercado a los momentos de mayor brillo y juventud,
cuando la Iglesia primitiva, la fe y la piedad se alimentaban también de
poderosas manifestaciones del Espíritu. La Renovación carismática está llevando
a la práctica lo que la Iglesia ha proclamado en sus documentos.
Fieles de toda condición
Otro aspecto que subraya el texto citado es que el Señor distribuye sus
gracias y carismas a fieles de toda condición según su voluntad. Con estas
palabras se descalifica cualquier clericalismo recalcitrante y se le abren al
seglar anchos espacios de protagonismo dentro de la actividad de la Iglesia. Ha
sido también a lo largo de la historia donde se ha desencajado la unidad en
varios de estos aspectos que el Concilio ha venido a restablecer.
En efecto, en la Iglesia se funcionaba, sin mala intención por parte de
nadie, creyendo que las gracias de Dios se distribuían sólo por medio de los
sacramentos y de sus ministros. La jerarquía era el acueducto que nos ponía en
comunicación con la fuente de la gracia. El seglar, por tanto, vivía en la
condición de destinatario y receptor de una gracia que le era distribuida y
recomendada. El clérigo era el representante de Dios a todos los efectos. Al
pueblo le quedaba el protagonismo de su vida interior y de una serie de
manifestaciones y devociones paralitúrgicas con resabios de folclorismo.
La "Lumen Gentium" coloca también en este campo las cosas en
su sitio: "El Espíritu guía a la Iglesia a toda la verdad, la unifica en
comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y
carismáticos y la embellece con sus frutos" (LG. 4). Es decir, hay dones
jerárquicos propios de los pastores, pero también los hay carismáticos, propios
de todo el pueblo de Dios.
Esto siempre ha sido así en realidad, pues la Iglesia siempre ha
brillado con multitud de carismas y dones extraordinarios que han tenido los
santos, hombres y mujeres, muchos de ellos seglares, a lo largo de los siglos.
Pero en la praxis pastoral al arrinconar semi oficialmente los grandes dones y
carismas se le robaba al seglar su más fecundo campo de acción. Por eso,
resulta un gozo ver en la Renovación carismática seglares, hombres y mujeres,
con auténtica unción del Espíritu y es un gozo igualmente superabundante verles
en las labores del discernimiento, de la profecía y palabras de conocimiento,
en el acompañamiento y dirección espiritual, en la sanación interior e incluso
en el ejercicio de los grandes dones de sanación física, que se transforman en
signos relevantes que confirman la palabra y la evangelización que el Espíritu
realiza a través de ellos.
Sólo hay un peligro en todo esto: que el clericalismo de antes se
trasforme ahora en seglarismo y se llegue a desvalorizar el encargo que la
jerarquía ostenta de discernir los diversos carismas y manifestaciones del
Espíritu. Los grupos pueden estar perfectamente dirigidos y gestionados por
personas seglares, pero siempre con la perspectiva teológica clara de que en
casos de grave incertidumbre le corresponde a la jerarquía discernir y encauzar
la situación del grupo. En estos casos es conveniente requerir y aceptar
también el consejo de los simples sacerdotes en cuanto son corresponsables, en
parte, con la función de gobierno y discernimiento que corresponde
primariamente al obispo.
En otro aspecto también el Vaticano II nos amonesta diciendo que
"los dones extraordinarios no deben pedirse temerariamente ni hay que
esperar de ellos con presunción el fruto del trabajo apostólico" (LG. 12).
Esta frase es una cautela de sentido común dentro del campo de la fe. El Señor
lo dice muy claramente: "Al que es fiel en lo poco se le dará mucho
más" (Lc. 16,10). Sería ridículo pedir y esperar una manifestación del
Espíritu para encubrir nuestra pereza y poca dedicación a las tareas ordinarias
de la vida espiritual. Lo extraordinario viene a revalorizar y consumar lo
ordinario, no a vaciarlo y sustituirlo.
"Evangelii nuntiandi"
En la exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi", que
siguió al Sínodo de los Obispos de 1974, Pablo VI volvió, diríamos que con un
cariño especial, a poner en primer plano la actualidad del Espíritu Santo y su
labor en la Iglesia: "Gracias al apoyo del Espíritu Santo la Iglesia
crece. Él es el alma de la Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido
profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien hoy, igual que
en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer
y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría
hallar, predisponiendo también al alma del que escucha para hacerla abierta y
acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado.
Las técnicas de
evangelización son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la
acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no
consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es
impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados
sobre bases sociológicas o sicológicas se revelan pronto desprovistos de todo
valor.
Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu.
Por todas partes se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura.
Uno se siente feliz de estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a Él.
Quiere dejarse conducir por Él.
Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida
de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una
casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de
Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.
Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la
evangelización: Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien
en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de
salvación. Pero se puede decir igualmente que Él es el término de la
evangelización: solamente Él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la
que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la
misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana. A través de
Él, la evangelización penetra en los corazones, ya que Él es quien hace
discernir los signos de los tiempos -signos de Dios- que la evangelización
descubre y valoriza en el interior de la historia.
El Sínodo de los Obispos de 1974, insistiendo mucho sobre el puesto que
ocupa el Espíritu Santo en la evangelización, expresó asimismo el deseo de que
pastores y teólogos - y añadiríamos también los fieles marcados con el sello
del Espíritu en el Bautismo - estudien profundamente la naturaleza y la forma
de acción del Espíritu en la evangelización de hoy en día. Este es también
nuestro deseo, al mismo tiempo que exhortamos a todos y cada uno de los
evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a
dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas,
de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora".
Al releer estos textos no puedo evitar una acción de gracias al Señor
desde el corazón de la propia Renovación carismática. Uno está absolutamente
convencido de que es el mismo Espíritu el que ha suscitado e inspirado ambas
cosas. Llevo 18 largos años
evangelizando desde que conocí la Renovación, profundamente compenetrado con
estas palabras de Pablo VI. En mi condición de dominico predicador este tema
para mí es básico. Tengo que dar testimonio de que todo lo que dice el Papa no
lo aprendí en sus palabras, sino en una experiencia directa sacada de la
Renovación. Teóricamente ya lo sabía antes. Vitalmente lo he tenido que
aprender como aprenden las cosas los niños. La actualización que la Renovación
ha hecho en mi espíritu en este tema de la evangelización y el Espíritu Santo
me hace estar en consonancia total con todo lo que el Concilio y los Papas
enseñan actualmente sobre el Espíritu Santo y sus carismas. Agradezco, sobre
todo, haber aprendido de una manera vital todas estas cosas en una comunidad
viva, donde el Espíritu Santo se hace presente haciendo Iglesia, suscitando
carismas de toda clase, presididos todos ellos por el vínculo del amor y la
caridad. Una comunidad que quien la conozca sabe que está perfectamente
sancionada por las enseñanzas del Magisterio que hemos mencionado
La Renovación y el Magisterio
La Renovación no ha sentido nunca una necesidad especial de ser
aprobada oficialmente por el magisterio de la Iglesia. Para que una asociación
religiosa sea aprobada necesita presentar unos fines, unos estatutos y
estructuras de funcionamiento y unas personas fundadoras que garanticen la
autenticidad y viabilidad de su proyecto ya en rodaje. Pero la Renovación no ha
nacido de la voluntad de ningún hombre ni de la coherencia y actualidad de
algún plan pastoral. La Renovación ni tiene fundador ni ha sido proyectada por
nadie. Surgió en apariencias espontáneamente pero en realidad suscitada por la
acción invisible del Espíritu, que va multiplicando los grupos de oración, a
veces con poquitas personas y muy pobres, a lo largo y ancho del mundo. Es una
forma distinta y extraña de nacer. Por eso mismo no es contemplada en el
Derecho canónico ni está dentro de algún elenco estructural de la Iglesia. Y
como la Renovación es vida ha sentido la urgencia de la vida, no la de
estructurarse encuadrándose en contextos legales.
Sólo al ir surgiendo grupos y grupos con el mismo Espíritu y las mismas
características, la Renovación se ha hecho consciente de que forma un conjunto
que en realidad constituye una potencia fáctica dentro de la Iglesia. Entonces
ha sentido no sólo la necesidad de coordinarse y relacionarse sino también la
de integrarse plenamente en la vida total de la Iglesia para ser discernida y
pastoreada por los pastores de la propia Iglesia. Siempre he sentido que es
instintivo en la Renovación la necesidad de conectar con la Iglesia, con los
pastores y obispos, invitándoles a los grupos y asambleas. Este instinto es
sobrenatural y brota de un don de piedad muy desarrollado, siendo propio de ese
don la coherencia religiosa. Este hecho siempre lo he visto como una prueba
fehaciente del Espíritu que habita en la Renovación. Jamás hemos vivido hasta
ahora, al menos en España, la más mínima tentación de autonomía, de crítica o
de rechazo. Nunca se han constatado tendencias separatistas, ni siquiera
contestatarias sino de fermento y unidad.
Sin embargo, la Renovación ha tenido que sufrir el peso de cierta
orfandad. No podemos decir que haya sido acogida ni por obispos ni sacerdotes
con los brazos abiertos, salvas sean como es natural algunas excepciones.
Tampoco ha sido rechazada con modales agresivos y rigor fundamentalista, salvas
sean también en este caso las excepciones. En los largos años que formé parte
del equipo de coordinación nacional he experimentado siempre prevención,
suspicacia y expectativa, incluso entre los obispos, un poco perdidos ante la
novedad emergente de un fenómeno un tanto extraño. La gran mayoría de los
clérigos ha marcado conscientemente distancias. De ahí que muchos pequeños
grupos vegeten semi perdidos por esos pueblecitos sin un crecimiento adecuado
por falta de apoyo, sobre todo en la línea de la predicación y enseñanza. Por
una parte cierta desconfianza es natural y no creo que haya producido acritud
en nadie y, por otra, le ha venido bien a la Renovación para no ser fácilmente
asimilada y diluida, dándole tiempo así para profundizar en los contenidos que
el Espíritu quiere trasmitir a través de ella.
Pablo VI.
Sin embargo, la voz de Roma ha sonado siempre con acento de cariño y
acogida. Puedo testificar en primera persona que cuando yo mismo he sido
encargado de conectar con algún obispo para que presidiera o actuara en las
asambleas nacionales, en ocasiones me he encontrado con serias dificultades. En
cambio, siempre ha sido consolador escuchar en los congresos internacionales de
la Renovación la voz del Papa, siempre acogedora, alentadora, motivadora. A veces
me he preguntado: ¿de dónde le vendrá al Papa el talante tan positivo que ha
tenido con la Renovación? Si no nos puede conocer...
La primera vez que un Papa dirigió su palabra directamente a la
Renovación carismática fue el día 10 de octubre de 1973 en Grottaferrata con
ocasión de la Primera Conferencia Internacional de Dirigentes. Asistieron unos
120. En esta ocasión el Papa Pablo VI habló con cariño, pero aún con cierta
prevención:
"Nos alegramos con vosotros, queridos amigos, y estamos sumamente interesados
en lo que estáis haciendo. Hemos oído hablar tanto sobre lo que sucede entre
vosotros... y nos regocijamos. Tenemos muchas preguntas que haceros pero no hay
tiempo.
No olvidéis que la vida espiritual ha sido confiada a los pastores de
la Iglesia, para que la mantengan intacta y ayuden a desarrollarla en todas las
actividades de la comunidad cristiana. La vida espiritual está, pues, bajo la
responsabilidad pastoral activa de cada obispo en su propia diócesis. Esto es
particularmente oportuno recordarlo en presencia de estos fenómenos de
renovación que suscitan tantas esperanzas. Por otra parte, aún en las mejores
experiencias de renovación, la cizaña puede mezclarse con el grano bueno.
Haremos oración para que seáis llenos de la plenitud del Espíritu y viváis en
su alegría y su santidad. Pedimos vuestra oración y os recordaremos en la
Misa".
Al año siguiente, 1974, apareció un libro sobre la Renovación del
Cardenal Suenens: "¿Un nuevo Pentecostés?" No cabe duda que este
libro impactó al Papa. Lo mencionó explícitamente en un discurso al Sínodo de
los Obispos que estaban reunidos en Roma: "El Espíritu Santo cuando viene
otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero concede
también otros dones que ahora se llaman... bueno, ahora... siempre, se llaman
carismas. ¿Qué quiere decir carisma? Quiere decir don. Quiere decir gracia. Son
gracias particulares dadas a uno para otro, para que haga el bien. Uno recibe
el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro, y recibe el don de
milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la
admiración, llamen a la fe, etc.
Hoy se habla mucho de ello y, habida cuenta de la complejidad y la
delicadeza del tema, no podemos sino augurar que vengan estos dones y ojalá que
con abundancia. Que además de la gracia haya carismas que también hoy la
Iglesia de Dios pueda poseer y obtener. Citaremos un libro que ha sido escrito
precisamente en este tiempo por el Cardenal Suenens, que se titula "Une
nouvelle Pentecôte?" Él describe y justifica esta expectativa (hablando de
la Renovación) que puede ser realmente una providencia histórica en la Iglesia,
de una mayor efusión de gracias sobrenaturales que se llaman carismas".
Para celebrar el año santo, se reunieron en Roma, en mayo de 1975, diez
mil peregrinos pertenecientes a la Renovación carismática. Les acompañaron dos
cardenales y diez obispos. El Papa Pablo VI habló largamente en francés,
inglés, español e italiano. Resumimos unos párrafos de lo dicho en francés:
"El pasado mes de octubre dijimos en presencia de algunos de
vosotros que la Iglesia y el mundo necesitan más que nunca que "el
prodigio de Pentecostés se prolongue en la historia". En efecto, el hombre
moderno, embriagado por sus conquistas ha llegado a creer, para decirlo con
palabras del último Concilio, que "él es su propio fin, el único artífice
y demiurgo de su propia historia" (GS. 20,1). Desgraciadamente ¡para
cuántos de quienes, por tradición, siguen profesando su existencia y, por
deber, siguen dándole culto, Dios se ha convertido en algo ajeno a su vida!
Para un mundo así, cada vez más secularizado, no hay nada más necesario
que el testimonio de esta "renovación espiritual" que el Espíritu
Santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos. Las
manifestaciones de esta renovación son variadas: comunión profunda de las
almas, contacto íntimo con Dios en la fidelidad a los compromisos asumidos en
el Bautismo, en una oración a menudo comunitaria, donde cada uno, expresándose
libremente, ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás, basado todo en
su convicción personal, derivada no sólo de la doctrina recibida por la fe,
sino también de una cierta experiencia vivida, a saber, que sin Dios el hombre
nada puede, y que con Él, por el contrario, todo es posible; de ahí esa
necesidad de alabarle, darle gracias, celebrar las maravillas que obra por
doquier en torno nuestro y en nosotros mismos.
La existencia humana encuentra su relación con Dios, la llamada
"dimensión vertical", sin la cual el hombre está irremediablemente
mutilado. No es que esta búsqueda de Dios se muestre como un deseo de conquista
o de posesión: esta búsqueda quiere ser pura acogida a Aquél que nos ama y se
nos entrega libremente deseando, porque nos ama, comunicarnos una vida que
hemos de recibir gratuitamente de Él, pero no sin humilde fidelidad por nuestra
parte. Entonces esta "renovación espiritual", ¿cómo no va a ser una
"suerte" (posibilidad, oportunidad) para la Iglesia y para el mundo?
Y, en este caso, "¿cómo no adoptar todos los medios para que siga
siéndolo?"
Juan Pablo II.
El 11 de diciembre de 1979 el Papa Juan Pablo II recibió en audiencia
especial al Cardenal José Suenens y a los miembros del Consejo de la Oficina
internacional de la Renovación carismática. La audiencia, que tuvo una hora y
media de duración, comenzó con la proyección de un documental sobre la
Renovación. Cuando terminó la proyección el Papa dijo:
"Gracias. Ha sido una expresión de fe. Sí, el canto, las palabras,
los gestos. Es... ¿cómo decirlo? Es una revolución de expresión vital. Esta
dimensión expresiva de la fe estaba ausente. Esta dimensión de la fe era
reducida, sí, inhibida, muy escasa. Este movimiento está ya en todas partes.
También en Polonia, aunque allí es menos expresivo"
Y siguió el Papa con los siguientes comentarios:
"Este es mi primer encuentro con vosotros, católicos carismáticos.
Permitidme, antes de nada, explicar mi propia vida carismática: Yo siempre he
pertenecido a esta renovación en el Espíritu Santo. Cuando estaba en la
escuela, con doce o trece años, a veces tenía dificultades con los estudios, en
particular con las matemáticas. Mi padre me dio un libro de oración, lo abrió
en una página y me dijo: aquí tienes la oración del Espíritu Santo. Debes decir
esta oración todos los días de tu vida. Yo he permanecido obediente a esta
orden de mi padre desde hace casi 50 años.
Esta fue mi primera iniciación espiritual, de manera que puedo entender
lo relacionado con los diferentes carismas. Todos ellos son parte de la riqueza
del Señor. Estoy convencido de que este movimiento es un signo de su acción. El
mundo necesita mucho de esta acción del Espíritu Santo y de muchos instrumentos
para llevarlo a cabo. La situación en el mundo es muy peligrosa. El
materialismo se opone a la verdadera dimensión del poder humano, todas las
diversas clases de materialismo. El materialismo es una negación de lo
espiritual y es por esto por lo que necesitamos la acción del Espíritu Santo.
Ahora yo veo este movimiento, esta actividad por todas partes. En mi país he
visto una presencia especial del Espíritu Santo. A través de esta acción el
Espíritu Santo viene al espíritu humano, y desde ese momento empezamos
nuevamente a vivir, a encontrarnos nosotros mismos, a encontrar nuestra identidad,
nuestra total humanidad. De manera que estoy convencido de que este movimiento
es un muy importante componente de la total renovación, de esta renovación
espiritual de la Iglesia".
Son muchas las veces que Juan Pablo II ha hablado directamente a la Renovación
carismática. No es necesario citar más textos para no hacer este recorrido
demasiado prolijo. Termino con unas palabras que el Papa actual dirigió a la
Sexta Conferencia internacional de Dirigentes, celebrada en Roma en mayo de
1987:
"En la paz y el gozo del Espíritu Santo os doy la bienvenida a
todos vosotros, llegados a Roma de todos los países del mundo. Estoy muy
contento de recibiros hoy y, para empezar, quiero aseguraros que vuestro amor
por Cristo y vuestra apertura ante el Espíritu de la verdad son un testimonio
muy valioso en la misión de la Iglesia en el mundo.
En este año se cumple el vigésimo aniversario de la Renovación
carismática católica. El vigor y la fecundidad de la Renovación atestiguan
ciertamente la poderosa presencia del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia,
en estos años posteriores al Concilio Vaticano II. Por supuesto, el Espíritu ha
guiado a la Iglesia en todos los tiempos, produciendo una gran variedad de
dones entre los fieles. A causa del Espíritu, la Iglesia conserva una
permanente vitalidad juvenil, y la Renovación carismática es una elocuente
manifestación de esta vitalidad hoy, una expresión vigorosa de lo que "el
Espíritu está diciendo a las iglesias" (Ap, 2,7) cuando nos acercamos al
final del segundo milenio".
Oportunidad ecuménica
Uno de los temas en los que más han insistido los Papas al hablar a la
Renovación es, dicho con palabras de Juan Pablo II, "en la grave tarea del
ecumenismo" (A la IV Conferencia de Dirigentes). También en esta
perspectiva aparece claro que la Renovación es una suerte y oportunidad para la
Iglesia. En efecto, esta corriente
espiritual se encuentra hoy en día no sólo presente sino viva y fecunda en
todas las denominaciones e iglesias cristianas. Ningún otro movimiento
espiritual existe ni ha existido jamás con tales características. Este es un
hecho algo más que sorprendente, es un hecho digno de una seria reflexión y
promoción.
Muchos de los que llevamos años en la
Renovación hemos tenido ocasiones de compartir nuestra oración con miembros de
otras iglesias cristianas. Yo he vivido esa oportunidad en varios países, sobre
todo europeos y orientales. Nos podemos pasar las horas orando, cantando,
alabando, hablando del Señor sin la más mínima sensación de estar divididos en
nada. El Espíritu se ha derramado en todos con el mismo calor, la misma efusión
y el mismo "bautismo". He experimentado que no sólo no surgen
problemas en el momento de darse la paz, sino que, por el contrario, existe el
abrazo fuerte y alegre del reencuentro. ¿Dónde está, pues, la división?
Las diferencias están más
arriba, no en las reuniones marcadas por el trato sencillo. Están en las ideas,
en los dogmas, en las expresiones estereotipadas, en ciertas praxis litúrgicas
y sacramentales. Pero ¿podrán estas cosas resistir ante el empuje de la
convivencia, del compartir y de la amistad? Yo pienso que el Espíritu Santo ha
empezado bien uniendo los corazones para que después se puedan disolver
rápidamente los grandes bloqueos teóricos. Todo está en su mano, pero
el hecho claro es que la Renovación se presenta como una oportunidad histórica
para realizar este cometido.
¿Cómo ha de realizarse esta tarea? Contesta
Juan Pablo II, en la misma Conferencia citada más arriba: "El mismo
Concilio nos lo indica: antes que nada los católicos, con sincero y atento
ánimo, deben considerar todo aquello que en la propia familia católica debe ser
renovado y llevado a cabo para que la vida dé un más claro y fiel testimonio de
la doctrina y de las normas entregadas por Cristo a través de los apóstoles
(UR. 4). Una labor que de verdad sea ecuménica no intentará eludir las tareas
difíciles, tales como la convergencia doctrinal, basándose en crear una especie
de "iglesia del espíritu" autónoma fuera de la Iglesia visible de Cristo.
Un auténtico ecumenismo servirá más bien para aumentar nuestro anhelo por la
unidad eclesial de todos los cristianos en una fe, a fin de que "el mundo
se convierta al Evangelio y de esta manera se salve para la gloria de
Dios" (UR. 1). Tengamos la
seguridad de que si nos entregamos a la obra de una verdadera renovación en el
Espíritu, este mismo Espíritu Santo nos dará la estrategia a favor del
ecumenismo que convertirá en realidad nuestra esperanza de "sólo un Señor,
una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos
y en todos" (Ef. 4,5-6).
En la dimensión del poder
Después de hacer este largo recorrido por
esta bella historia no nos cabe duda de que el Espíritu ha suscitado la
Renovación en los tiempos presentes para reeditar de alguna manera los signos
que fueron al principio sello y característica de una auténtica evangelización.
"Mi palabra y predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de
la sabiduría humana, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder..."
(I Co. 2,4).
Juan Pablo II nos urge a una reevangelización del mundo: "con un
nuevo ardor, nuevos métodos, nueva expresión" ¿No es ésa la vocación de la Renovación? Ella está capacitada para
ofrecer a nuestro mundo descreído y materialista los signos que le despierten
de su letargo. La Renovación cree en los carismas extraordinarios y cree, sobre
todo, en su necesidad para los tiempos presentes. Se ha desembarazado de un
complejo histórico y emerge como una oferta limpia y joven para un mundo anciano
y decrépito. No intenta un simple cambio teológico, bíblico, litúrgico o moral;
su vocación está en reactualizar en la Iglesia la dimensión del poder con
manifestaciones carismáticas de todo tipo que avalen una predicación ungida y
una presencia amorosa de Dios también para nuestros tiempos. No es en la línea
intelectual, suficientemente atendida en estos momentos, donde quiere moverse;
no intenta ilustrar ni profundizar teóricamente en determinadas doctrinas;
quiere llegar a los corazones con los signos de la ternura y la cercanía de
Dios.
¿Cuáles son estos signos? Una palabra nueva
y poderosa que rompa los corazones. Una teología nueva hecha desde el pueblo y
para el pueblo. Sanaciones interiores de tanto complejo, depresión y
desconcierto. Palabras de conocimiento que iluminen las oscuridades de los
corazones. Sanaciones físicas de ciegos, cojos, paralíticos y de todas las
lacras modernas como la droga y el sida, "para que toda la ciudad se llene
de alegría" (Hch. 8,8). Es importante que como signos de fe broten en el
pueblo los frutos del Espíritu, en especial el gozo de la fe y de la oración,
la alegría de lo sobrenatural, el orgullo de ser hijos de Dios, para que puedan
ser superados los complejos vergonzantes que generan tanta inhibición religiosa
en muchas personas. En fin, es importante que surjan comunidades nuevas, que
vivan su fe con las mismas expectativas que aquella comunidad primitiva que
oraba: "Ahora, Señor, concede a tus siervos que puedan predicar tu palabra
con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y
prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch. 4,29).
Carisma y santidad
Dicen que ejercer un carisma no es signo de santidad. San Juan
Crisóstomo señala que en los tiempos primitivos se concedían estos dones
incluso a personas indignas (P.G. 51,81). El mismo Jesús nos dice: "Muchos
me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Jamás os conocí,
apartaos de mí, agentes de iniquidad" (Mt. 7,22). Es cierto que la
santidad viene marcada por el grado de caridad que es la expresión más genuina
y esencial de la gracia santificante.
Sin embargo, yo no me quedo tranquilo
cuando, por esta razón, algunos intentan banalizar el ejercicio de los
carismas. No, no son dos cosas opuestas sino más bien complementarias.
Teóricamente se puede entender la santidad sin los carismas pero, en la
práctica, Dios no actúa así. Los grandes santos siempre han sido sujetos
dotados de los más grandes carismas. ¿No es la santidad la plenitud del
Espíritu? Donde está el Espíritu están sus manifestaciones. A veces tenemos un
concepto de santidad demasiado determinista y ascético.
Pero aún hay más. Me atrevo a decir que de ordinario Dios no concede
estos grandes dones a sujetos impreparados. Les haría mucho daño y Dios es
bueno. ¿Imagináis a un soberbio haciendo milagros en nombre de Dios? Esos
milagros serían su condenación pues multiplicarían al infinito su soberbia. El
problema puede estar en los carismas falsos pero ésa es otra cuestión. Lo que
nos llega de Dios siempre viene envuelto en amor. Por eso, aquéllos que ejercitan algún carisma en nombre de Dios han
sido preparados y sometidos a un duro entrenamiento por el Espíritu, han sido
despojados de su yo y han sido colmados de caridad hacia el pueblo. Para
ejercitar un carisma con verdadera unción y fruto Dios exige la misma fe que
tuvo Abrahán.
La Renovación carismática sabe mucho de estas cosas. Se parece a un
iceberg del que sólo queda al descubierto un veinte por ciento de su realidad.
Allá en lo profundo, sumergido en el silencio de las aguas, existe un ejercicio
oculto de santidad que el Espíritu va realizando. La Renovación es Jesucristo
vivo y resucitado, el que quiere hacer efectiva en el mundo aquella frase:
"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28,18).
Id, llevad mi mensaje y comunicádselo a toda la creación.
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