jueves, 16 de julio de 2015

la majestad de Dios


                                 EFECTOS  DE  LA  ADORACIÓN 
 

 
 
 
 
 
 
Acerca a la majestad de Dios

El Maestro habló un día acerca de su segunda venida. Todo empezará con el estremecimiento de la naturaleza: “El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas” (Mt 24,29).
 
Parece que es algo tan grandioso que jamás el hombre ha conocido ni volverá a conocer cosa igual.
 
Pero la situación adquiere toda su grandiosidad con la aparición del Rey y la reacción de los seres humanos: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria.” (24,30).
 
La intervención de los ángeles y el juicio final completan el cuadro: “El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro” (24,31).
 
Este acontecimiento será el espectáculo de mayor resonancia de la historia, porque todos los hombres y mujeres serán actores del mismo y al mismo tiempo. La majestad, el poder y la gloria del “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19,16) aparecerán ante los hombres y éstos reaccionarán como nunca antes lo habían hecho.   

Sabemos que este acontecimiento ha de tener lugar al final de la Historia ¿Por qué entonces vivimos –o al menos lo parece- como si nunca fuera a tener lugar, y sólo desde la fe admitimos su llegada futura mientras nos comportamos como si no fuera con nosotros?
 
¿Dónde está la diferencia entre nosotros y las gentes mencionadas más arriba? En eso precisamente; en que ellos serán testigos, en que ellos se encontrarán en el corazón del suceso, mientras nosotros nos sentimos ajenos, o al menos lejanos al mismo.
 
Ellos lo contemplarán en toda su real crudeza y grandiosidad, mientras nosotros sólo lo imaginamos. ¿Podemos decir, sin embargo, que nuestra actitud es razonable?
 
No. Los cristianos deberíamos participar ya de cada una de estas realidades espirituales, aunque sean futuras, por la fuerza de la fe que “es la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,1). Nuestro modo de vivir estas realidades futuras se corresponde con el grado de fe que tenemos.

El cristiano debe vivir en fe durante su vida terrena,”pues caminamos en la fe y no en la visión” (2 Co 5,7); pero, siendo la fe “garantía de lo que se espera” (Hb 11,1), deberíamos intentar con todas nuestras fuerzas vivir las realidades espirituales más intensamente que las puramente humanas, ya que aquellas nos relacionan con Dios y con las realidades eternas, mientras las humanas son pasajeras y con frecuencia se interponen en nuestro intento por acercarnos a las realidades espirituales.
 
La adoración es un medio que el Señor ha puesto a nuestro alcance para escapar a la influencia de las cosas de abajo y acercarnos a él, a todo lo que él es y significa.
 
Tampoco al Señor podemos verlo como lo veremos, pero nuestro acercamiento a él en la adoración, de la mano de la fe, nos sitúa en un área de influencia de su presencia que no tenemos cuando andamos absorbidos por las cosas del mundo o atados por la fuerza de la carne.

Por lo que respecta a su presencia, su majestad y su gloria, ¿qué diferencia hay entre la adoración que le ofrecemos ahora y la que le tributan los bienaventurados que le adoran en su gloria?
 
¿Es uno el Señor a quien adoramos aquí y será otro el que adoremos en la gloria? No.
 
Sólo cambiará nuestra capacidad para adorarle y la visión que tendremos de él, pero el Señor es el mismo. Por eso podemos y debemos estar convencidos de que al postrarnos ante él en adoración estamos ante la plenitud de su santidad, de su gloria, de su majestad...
 
También podemos oír en el espíritu las palabras que Juan escuchó de sus labios: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, ‘Aquel que es, que era y que va a venir’, el Todopoderoso” (Ap 1,8).
 
O podemos ver con los ojos del espíritu su gloria, como Juan vio “un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro” (Ap 1,13).
 
El problema es que sólo podemos ver y oír según el grado de desarrollo de nuestros sentidos espirituales.

Palabra profética - Testimonios

En adoración: visión de la gloria de Dios que envuelve a los adoradores.
 
Todo es adoración, alabanza y postración.
 
Todo gira en torno al Trono de Gloria, que lo llena todo con su resplandor.
 
Una gran multitud  está en adoración. Gran cantidad de ángeles están también postrados en adoración.
 
En cierto momento el Señor coloca a los adoradores en primera línea al lado del Trono de Gloria.
 
Ante el asombro que produce en ellos la situación, hay una palabra que dice: Mi Hijo os ha elegido y os ha revestido de su santidad, es él el que os ha traído hasta aquí, es él quien ha puesto en vuestras manos una misión muy importante y sólo desde aquí podéis llevarla a cabo. Seguid ocupando ese lugar, seguid postrados en adoración.

2 comentarios:

  1. ¿Es uno el Señor a quien adoramos aquí y será otro el que adoremos en la gloria? No.



    Sólo cambiará nuestra capacidad para adorarle y la visión que tendremos de él, pero el Señor es el mismo. Por eso podemos y debemos estar convencidos de que al postrarnos ante él en adoración estamos ante la plenitud de su santidad, de su gloria, de su majestad...

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  2. La adoración es un medio que el Señor ha puesto a nuestro alcance para escapar a la influencia de las cosas de abajo y acercarnos a él, a todo lo que él es y significa.

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