EFECTOS DE
LA ADORACIÓN
Acerca a la majestad de Dios
El Maestro habló un día acerca de su
segunda venida. Todo empezará con el estremecimiento de la naturaleza: “El
sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del
cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas” (Mt 24,29).
Parece que
es algo tan grandioso que jamás el hombre ha conocido ni volverá a conocer cosa
igual.
Pero la situación adquiere toda su grandiosidad con la aparición del Rey
y la reacción de los seres humanos: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo
del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y
verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y
gloria.” (24,30).
La intervención de los ángeles y el juicio final
completan el cuadro: “El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y
reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos
hasta el otro” (24,31).
Este acontecimiento será el espectáculo de mayor resonancia
de la historia, porque todos los hombres y mujeres serán actores del mismo y al
mismo tiempo. La majestad, el poder y la gloria del “Rey de reyes y Señor de
señores” (Ap 19,16) aparecerán ante los hombres y éstos reaccionarán como
nunca antes lo habían hecho.
Sabemos que este acontecimiento ha de tener lugar al final de la
Historia ¿Por qué entonces vivimos –o al menos lo parece- como si nunca fuera a
tener lugar, y sólo desde la fe admitimos su llegada futura mientras nos
comportamos como si no fuera con nosotros?
¿Dónde está la diferencia entre
nosotros y las gentes mencionadas más arriba? En eso precisamente; en que ellos
serán testigos, en que ellos se encontrarán en el corazón del suceso, mientras
nosotros nos sentimos ajenos, o al menos lejanos al mismo.
Ellos lo
contemplarán en toda su real crudeza y grandiosidad, mientras nosotros sólo lo
imaginamos. ¿Podemos decir, sin embargo, que nuestra actitud es razonable?
No.
Los cristianos deberíamos participar ya de cada una de estas realidades
espirituales, aunque sean futuras, por la fuerza de la fe que “es la prueba
de las realidades que no se ven” (Hb 11,1). Nuestro modo de vivir estas
realidades futuras se corresponde con el grado de fe que tenemos.
El cristiano debe vivir en fe durante su
vida terrena,”pues caminamos en la fe y no en la visión” (2 Co 5,7);
pero, siendo la fe “garantía de lo que se espera” (Hb 11,1), deberíamos
intentar con todas nuestras fuerzas vivir las realidades espirituales más
intensamente que las puramente humanas, ya que aquellas nos relacionan con Dios
y con las realidades eternas, mientras las humanas son pasajeras y con
frecuencia se interponen en nuestro intento por acercarnos a las realidades
espirituales.
La adoración es un medio que el Señor ha puesto a nuestro alcance
para escapar a la influencia de las cosas de abajo y acercarnos a él, a todo lo
que él es y significa.
Tampoco al Señor podemos verlo como lo veremos, pero
nuestro acercamiento a él en la adoración, de la mano de la fe, nos sitúa en un
área de influencia de su presencia que no tenemos cuando andamos absorbidos por
las cosas del mundo o atados por la fuerza de la carne.
Por lo que respecta a su presencia, su
majestad y su gloria, ¿qué diferencia hay entre la adoración que le ofrecemos
ahora y la que le tributan los bienaventurados que le adoran en su gloria?
¿Es
uno el Señor a quien adoramos aquí y será otro el que adoremos en la gloria?
No.
Sólo cambiará nuestra capacidad para adorarle y la visión que tendremos de
él, pero el Señor es el mismo. Por eso podemos y debemos estar convencidos de
que al postrarnos ante él en adoración estamos ante la plenitud de su santidad,
de su gloria, de su majestad...
También podemos oír en el espíritu las palabras
que Juan escuchó de sus labios: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor
Dios, ‘Aquel que es, que era y que va a venir’, el Todopoderoso” (Ap 1,8).
O podemos ver con los ojos del espíritu su gloria, como Juan vio “un Hijo de
hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro”
(Ap 1,13).
El problema es que sólo podemos ver y oír según el grado de
desarrollo de nuestros sentidos espirituales.
Palabra profética - Testimonios
En adoración: visión de la gloria de Dios
que envuelve a los adoradores.
Todo es adoración, alabanza y postración.
Todo
gira en torno al Trono de Gloria, que lo llena todo con su resplandor.
Una gran
multitud está en adoración. Gran
cantidad de ángeles están también postrados en adoración.
En cierto momento el
Señor coloca a los adoradores en primera línea al lado del Trono de Gloria.
Ante el asombro que produce en ellos la situación, hay una palabra que dice: Mi
Hijo os ha elegido y os ha revestido de su santidad, es él el que os ha traído
hasta aquí, es él quien ha puesto en vuestras manos una misión muy importante y
sólo desde aquí podéis llevarla a cabo. Seguid ocupando ese lugar, seguid
postrados en adoración.
¿Es uno el Señor a quien adoramos aquí y será otro el que adoremos en la gloria? No.
ResponderBorrarSólo cambiará nuestra capacidad para adorarle y la visión que tendremos de él, pero el Señor es el mismo. Por eso podemos y debemos estar convencidos de que al postrarnos ante él en adoración estamos ante la plenitud de su santidad, de su gloria, de su majestad...
La adoración es un medio que el Señor ha puesto a nuestro alcance para escapar a la influencia de las cosas de abajo y acercarnos a él, a todo lo que él es y significa.
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