INTERCESORES CON
CRISTO
“Esta copa es
la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,19).
La sangre de
Cristo
Para el
pueblo hebreo la sangre era algo sagrado, pues en la sangre estaba la vida;
pero era además el elemento imprescindible en el culto expiatorio de Israel
ante su Dios. El día de la expiación se llevaba la sangre de la ofrenda al
lugar santo, donde era esparcida por el Sumo Sacerdote para purificar el
santuario de las impurezas de los israelitas y de sus rebeldías en todos sus
pecados (Lv 16,15-16). La sangre de las víctimas de la antigua Alianza, cuyo
poder era simbólico, es sustituida en la nueva Alianza por la sangre de Jesús
que tiene en sí misma todo el poder necesario para purificar los pecados de
todos los hombres y de todos los tiempos.
Jesucristo
nos ofrece comunión en su sangre, es decir, en su vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él”
(Jn 6,54-56). Pero esta unidad con Cristo y esta permanencia en él requieren
antes cambios importantes en nosotros:
·
Para
acercarnos a Dios, que es santo, necesitamos ser purificados de todo pecado.
Algo imposible para el hombre, pero Dios proveyó una remedio capaz y
suficiente, la propia sangre de Cristo. La palabra revelada afirma que “la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de
todo pecado” (1 Jn 1,7).
·
Para
ser regenerados, renovados y hechos partícipes de la vida eterna de Dios,
necesitábamos ser transformados, dejar nuestra naturaleza vieja. Pues bien, en
la sangre de Jesús está la respuesta:
“Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con
algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin
tacha y sin mancilla, Cristo” (1 P
1,18-19).
·
Nada
ni nadie había podido restaurar la amistad primera del hombre con Dios, pero la
sangre de Cristo no sólo borra nuestras culpas y realiza en nosotros una
regeneración, sino que nos reconcilia con Dios porque “tuvo a bien hacer
residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos”
(Col 1,19-20).
Según la ley “sin efusión de
sangre no hay remisión” (Hb 9,22). Pues bien, Cristo Jesús fue la víctima, “a quien exhibió Dios como instrumento de
propiciación por su propia sangre” (Rm 3,25). Pero el sacrificio de Cristo, una vez consumado, ya no tiene que
repetirse, puesto que “penetró en el
santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos,
sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Hb 9,12). La
muchedumbre que participa en la adoración celestial al Cordero tienen en común
que “han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la sangre del Cordero” (Ap 7,14-15).
La sangre de Cristo no es ajena a la oración de intercesión, ni los
intercesores podemos dejarla en el olvido. En realidad fue “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 27,28), para
que sus efectos alcanzaran a todos los hombres:
·
Aboga
en nuestro favor, como instrumento de la misericordia de Dios, pues en ella
tenemos “la aspersión purificadora de una
sangre que habla mejor que la de Abel” (Hb 12,24).
·
Es
protección de todo mal, e instrumento poderoso contra todos nuestros enemigos
espirituales. En la primera Pascua la sangre de un cordero fue utilizada para
escapar del Exterminador (Ex 12,13). Y
en el Apocalipsis se dice de los vencedores del acusador que “lo vencieron gracias a la sangre del
Cordero” (Ap 12,12)
Los intercesores no sólo son rescatados
por la sangre de Cristo como los demás, sino que reciben también la misión de
interceder con autoridad en favor de los hombres. Los Ancianos aclaman al
Cordero diciendo: “Eres digno de tomar el
libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu
sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para
nuestro Dios un Reino de Sacerdotes y reinan sobre la tierra” (Ap 5,9-10)
Respuestas a la intercesión – Palabra
profética
§
Mientras
se intercedía por la unidad de la Iglesia: visión de un gran muro levantado en
medio de ella..
Es un
muro de construcción muy sólida y tan firme que no parece que vaya a
caer. Además, a ambos lados de ese muro hay guardias armados
que están vigilando para que no sea atacado. Palabra: El muro del orgullo es el
que separa en mi Iglesia a los unos de los otros.
El Señor quiere que los intercesores
tengamos siempre presente la división en su Iglesia.
§
Palabra
mientras se intercedía por el mundo: El mundo está envuelto en el hielo del
pecado, el mundo tirita de frío, y necesita más que nunca el calor de la
intercesión. Levantaos en intercesión por el mundo.
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