martes, 14 de julio de 2015

El pecado penetra todo lo que alcanza, como si fuera una mancha de aceite


EFECTOS DEL PECADO EN LA RELACIÓN CON DIOS

 
 


 
El pecado inficiona cuanto toca: no sólo la persona del pecador sino también su relación con Dios.

 
El pecado separa de Dios. El pecado penetra todo lo que alcanza, como si fuera una mancha de aceite, y mancilla cuanto encuentra en su camino.
 
A los ángeles caídos los sacó del Paraíso y los puso bajo condenación eterna; al hombre lo desestabilizó, lo privó de la comunión con su Creador y lo redujo a esclavitud; la creación entera acusó su presencia porque “fue sometida a la vanidad” (Rm 22,20) y “gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8,22).
 
Sus efectos, en definitiva, están en todas partes y en todos los seres, y su influencia es universal en tiempo y en espacio, hasta tal punto que las relaciones de los seres están influenciadas por el poder y la maldad del pecado.

El primer efecto que produce en el hombre en su proyección hacia el exterior toca de lleno sus relaciones con Dios.
 
El efecto inmediato y que de algún modo resume cómo queda la relación entre el hombre y Dios a causa del pecado es la separación en las profundidades del ser humano, una separación referida a todo el ser, pero en particular a la comunión de vida y amor de Dios que debe caracterizar la relación Dios-hombre.

·         A partir del pecado, la relación entre Dios y el hombre resulta difícil por culpa del hombre o, mejor dicho, a causa del pecado del hombre. Dios es infinitamente bueno, fiel, incapaz de faltar a sus promesas, justo, etc. El hombre, sin embargo, se inclina a la infidelidad y se dispone con facilidad a romper promesas, es egoísta y dado a servirse a sí mismo. es injusto, olvida fácilmente su condición de criatura y tiende a no someterse a su Creador, no se preocupa por conocer su voluntad y se resiste a cumplirla cuando le exige algún tipo de sacrificio o tiene que frenar sus apetitos. Por eso tiende a no escuchar a Dios, a ignorar su voluntad y, como consecuencia, a caer en el pecado. Esto decía el Señor de Israel como pueblo: “Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla el Señor: ‘Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí’” (Is 1,2). Y esto mismo sigue sucediendo en nuestro tiempo, porque la naturaleza de los israelitas del A. Testamento y la del hombre del siglo XXI es la misma.

¨       Para el profeta Oseas es un acto de deslealtad al Dios amoroso y fiel. Por eso sus capítulos contienen numerosas referencias a la prostitución, la infidelidad o el adulterio. Son los términos que dan a entender con más propiedad el pecado de Israel y sus efectos en la relación con Dios. Este comportamiento es una constante de la historia de Israel, que Oseas se atreve a llamar con toda precisión por su nombre. El Señor compara a Israel con una esposa infiel de la que dice: “Se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: ‘Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas’” (Os 2,7).

¨       La visión de Dios acerca del comportamiento del hombre pecador es la que aplicaba a Israel por medio de Isaías, que pone énfasis en el efecto separador del pecado al decir:“Vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír” (Is 59,1-2).

La experiencia de la mayor parte de los hombres y mujeres que tienen una relación con Dios y quieren sostenerla suele ser semejante a la superficie del mar en días de oleaje: la cresta de las olas se identificaría con los momentos de mayor acercamiento a Dios y la parte baja con los tiempos de alejamiento y mayor influencia del pecado en él.

¨        ¿No es precisamente esto lo que nos dice el salmista cuando hace historia del comportamiento de Israel con el Señor durante su paso por el desierto? Es una historia en la que se suceden encuentros y desencuentros, acercamiento y alejamiento, obediencia y rebeldía, amores y desamores... “Hendió la mar y los pasó a través, contuvo las aguas como un dique;   de día los guiaba con la nube, y cada noche con resplandor de fuego; en el desierto hendió las rocas, los abrevó a raudales sin medida; hizo brotar arroyos de la peña y descender las aguas como ríos. Pero ellos volvían a pecar contra él, a rebelarse contra el Altísimo en la estepa; a Dios tentaron en su corazón reclamando manjar para su hambre. Hablaron contra Dios; dijeron: ‘¿Será Dios capaz de aderezar una mesa en el desierto?” (Sal 78, 13-19).

El pecado contrista a Dios. Decimos a veces que es de bien nacidos, ser agradecidos. ¿Qué clase de agradecimiento tenemos con nuestro Dios que, además de crearnos, sostiene nuestra existencia con amor, cuando sería tan fácil para él retirar de la existencia al pecador? Él está presente en la vida de las personas y llamando a las puertas de cada corazón para que demos acogida a su amor; pero la mayor parte de las veces no tiene acogida y, cuando la tiene, rara vez es total, duradera y sin condiciones.
 
La Biblia dice que “viendo el Señor que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó al Señor haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón.” (Gn 6,5-6). ¡Arrepentido de haber creado al hombre! Parece extraño, pero ¿cómo nos sentimos cuando vemos que un semejante nos ha ofendido? ¿Y si se trata de alguien a quien hemos amado con todas nuestras fuerzas?

 

·         Entre las afirmaciones que Moisés hace del comportamiento de Israel en su Cántico, dice de ellos: “Le encelan con dioses extraños, le irritan con abominaciones. Sacrifican a demonios, no a Dios, a dioses que ignoraban, a nuevos, recién llegados, que no veneraron vuestros padres” (Dt 32,16-17). Y la reacción del Señor no es la del juez que aplica justicia, sino la del Padre que quiere seguir dando oportunidades al hijo rebelde: “Les voy a esconder mi rostro, a ver en qué paran. Porque es una generación torcida, hijos sin lealtad” (Dt 32,20). De Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, se ha escrito: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1,9-11). ¿Por qué no intentamos ponernos en su lugar, contemplar lo que estas palabras dan a entender y observar qué reacción producen?

2 comentarios:

  1. El pecado contrista a Dios. Decimos a veces que es de bien nacidos, ser agradecidos. ¿Qué clase de agradecimiento tenemos con nuestro Dios que, además de crearnos, sostiene nuestra existencia con amor, cuando sería tan fácil para él retirar de la existencia al pecador?

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  2. Para el profeta Oseas es un acto de deslealtad al Dios amoroso y fiel. Por eso sus capítulos contienen numerosas referencias a la prostitución, la infidelidad o el adulterio.

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