viernes, 17 de julio de 2015

El pecado es un misterio para el hombre.


 

EL PECADO, EXPERIENCIA Y MISTERIO

 

Se ha dicho mucho sobre el pecado, pero seguimos sabiendo muy poco de él, porque es un misterio para el hombre.

 
 
 
 

 

     Cuando hablamos del pecado intentando explicarlo, necesitamos situarnos en dos áreas muy diferentes, pero al mismo tiempo necesarias.
 
     Por decirlo gráficamente, para que se haga la luz necesitamos una linterna, pero no nos serviría de mucho si no tiene en su interior una pila cargada.
 
     La carga eléctrica está en la pila pero, si no hay linterna con una lámpara en condiciones, no habrá luz. Así también, para hablar del pecado, necesitamos partir de la experiencia y del conocimiento.
 
     La experiencia es común a todos los hombres; por eso, hablar desde la experiencia tiene la ventaja de que nos referimos a algo que todos conocemos más o menos; pero también necesitamos hablar desde el conocimiento y sobre desde la revelación –conocimiento superior-, aunque nos cueste y nos sea imposible llegar a comprender plenamente el significado profundo del pecado.

    La “Doctrina de los doce Apóstoles”, conocida comúnmente con el nombre griego de Didaché, fue escrita al parecer antes que algunos libros del Nuevo Testamento.
 
    Pues bien, en ella se hace mención al pecado como camino de perdición recurriendo a un listado de los pecados más comunes y extendidos entre los hombres, los pecados que forman parte de la experiencia propia o ajena, pero próxima a cualquier hombre. Dice así:

·         “El camino de la muerte es éste: Ante todo es camino malo y lleno de maldición: muertes, adulterios, codicias, fornicaciones, robos, idolatrías, magias, hechicerías, rapiñas, falsos testimonios, hipocresías, doblez de corazón, engaño, soberbia, maldad, arrogancia, avaricia, deshonestidad en el hablar, celos, temeridad, altanería, jactancia”

·         Y a continuación, partiendo de lo dicho, hace una definición de quiénes son los pecadores: “Este camino siguen los perseguidores de los buenos, los aborrecedores de la verdad, los amadores de la mentira, los que no conocen el galardón de la justicia, los que no se adhieren al bien y al justo juicio, los que velan y no para el bien, sino para el mal; los que están lejos de la mansedumbre y la paciencia, amadores de la vanidad, buscadores de su paga, que no se compadecen del pobre, no sufren por el atribulado, no conocen a su Criador, matadores de sus hijos, corruptores de la imagen de Dios: los que rechazan al necesitado, oprimen al atribulado, abogados de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo” (Ibídem).
 
  Ciertamente esta enseñanza es válida en nuestros días.

·         Desde que la Didaché se escribiera se ha pensado y escrito mucho más, pero no podemos ir más allá de decir que el pecado, por ejemplo, es una falta contra el amor que debemos a Dios y al prójimo, o que es una ofensa a Dios como confesaba David cuando decía: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6).
 
   El pecado siempre está marcado por la soberbia, la desobediencia, la rebelión contra Dios por el deseo de hacernos como dioses. Sin embargo, por mucho que intentemos definir el pecado mediante sus etimologías, su descripción o sus efectos, siempre nos queda una zona oscura en la que no podemos penetrar, es la zona de los interrogantes y del misterio.
   
   Del pecado es más lo que desconocemos que lo que conocemos, porque trasciende lo puramente humano y nos introduce en el terreno de Dios.

   Un autor de nuestros días afirma con estas palabras el carácter de misterio del pecado: “Una cosa podemos responder con seguridad: que solamente la revelación divina sabe en verdad qué es el pecado, no el hombre, ni tampoco ninguna ética o filosofía humana.

   Nadie puede decir, por sí mismo, qué es el pecado, por el simple hecho de que él mismo esté en pecado. Todo lo que el hombre dice del pecado, en el fondo, no puede ser más que un paliativo, una atenuación del pecado mismo... “El malvado escucha en su interior un oráculo del pecado... porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida” (Sal 36,2-3).

   También el pecado habla, como lo hace Dios en la Biblia; también él emite oráculos y su cátedra es el corazón del hombre.

    En el corazón del hombre habla el pecado; por eso, es absurdo esperar que el hombre hable contra el pecado...

    El hombre solo, podrá al máximo llegar a comprender el pecado contra sí mismo, contra el hombre, no el pecado contra Dios; la violación de los derechos humanos, no la violación de los derechos divinos.

    Y, de hecho, si bien lo miramos, veremos que esto es lo que sucede en nuestro entorno, en la cultura que nos rodea” (R. Cantalamesa,  La Vida en el Señorío de Cristo, pp. 37-38). 

    Y sigue diciendo: “Sólo la revelación divina sabe qué es el pecado. Jesús precisa ulteriormente las cosas, diciendo que sólo el Espíritu Santo es capaz de ‘probar al mundo que hay culpa’ (Jn 16,8).
 
    Únicamente él puede ejercer el papel de ‘abogado’ de Dios y de Cristo, en el proceso contra el mundo...  Por eso, debe ser Dios quien nos hable del pecado...
 
    Cuando, en efecto, es Dios, y no el hombre, quien habla contra el pecado, no es fácil quedar impertérritos; su voz es un trueno que “resquebraja los cedros del Líbano” (cf. Sal 29,5). 
 
     No hay duda: el pecado es siempre para el hombre experiencia y misterio.

1 comentario:

  1. “Sólo la revelación divina sabe qué es el pecado. Jesús precisa ulteriormente las cosas, diciendo que sólo el Espíritu Santo es capaz de ‘probar al mundo que hay culpa’ (Jn 16,8).

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