lunes, 13 de julio de 2015

Beata Isabel de la Trinidad



Ser Carmelita con la Beata Isabel de la Trinidad:
1.- Un Prolongado Deseo
Isabel de la Trinidad transcurrió el ochenta por ciento de su corta vida en el mundo.
No podemos estudiar aquí este período tan importante de su madurez espiritual. Limitémonos a dos preguntas: ¿Cómo conoció y deseo el Carmelo? ¿Cómo se preparo para entrar en él?
A. Primeros contactos con el Carmelo.
Nacida el 18 de julio de 1880 en el campo militar de Avor, cerca de Bourges, la hija mayor del capitán Catez perdió a su padre cuando apenas tenia siete años y tres meses. La señora Catez con sus dos hijas Isabel y Margarita y una criada se traslada a la calle Prieur- de-la- cote-d`or en Dijon, en donde ocupa un apartamento en un segundo piso. El cuarto de Isabel da al edificio del Carmelo muy cercano. La señora Catez admira mucho a Santa Teresa - “nuestra santa Madre, a quien me enseñaste a amar, siendo aun muy pequeña”, le escribirá Isabel (L.178)- Pero aborrece la eventual entrada de una de sus hijas a un monasterio de la Madre.

Un día la señora Catez lleva consigo a su hija de ocho años al locutorio del Carmelo. La pequeña Isabel, a pesar de su carácter siempre bromista, siente tal terror delante de las gruesas rejas, que es incapaz de decir su nombre a la dulce voz femenina que se lo pregunta detrás del velo negro. Este su primer contacto con el Carmelo.

El segundo será mejor. Es el día de su primera comunión, el 19 de abril del año 1891; a la edad de casi 11 años, en su blanco vestido de primera comunión, la joven Isabel contempla a través de las rejas, cuyo velo esta vez esta corrido, el rostro sonriente de la buena priora María de Jesús, que, sobre una estampa, le explica que su nombre, que en otra ocasión no había sabido explicar, significa “Casa de Dios”. Explicación equivocada, ya que este nombre hebreo significa “Mi Dios es Plenitud”. No importa. Isabel se sentirá tan unida a la explicación de “Casa de Dios” que, precisamente en esta mañana, recibiendo por primera vez el Cuerpo de Cristo, se ha sentido visitada, habitada, casita y templo de Jesús que la ama. Conservara esmeradamente la estampa recibida y debió mirarla y leerla con frecuencia: frente a la reproducción de Santa Teresa, la seráfica, la pluma en la mano, escuchando la blanca paloma del espíritu, y en el anverso el texto de su “señalador” (Nada te turbe, etc.”) y algunas máximas de la Santa. La fisonomía espiritual de este extraño convento, cercano, poco a poco se esclarece.

En adelante Isabel sentirá una gran atracción hacia el misterio de la Eucaristía. “No pensaba en otra cosa que en los días en los que le seria permitido recibir a nuestro Señor, los contaba, hablaba de ello en todos nuestros encuentros”, testifica una amiga. “Ángel o demonio”, había profetizado de ella el sacerdote que la preparaba para su primera comunión! Isabel hace esfuerzos constantes e intensos, luchando contra su “terrible carácter” (J 81), inclinado a la cólera y al dominio. Progresa también en los aspectos sociales, artísticos, agradables. Frecuentando el Conservatorio de música y (recibiendo en casa lecciones privadas de formación literaria y general), pasa diariamente horas en el piano, lo que hace que obtenga su primer premio a los trece años.

Decidida a consagrar su vida al señor en la vida religiosa, a partir de los siete años, su aptitud para la oración y su atracción hacia lo absoluto la orientan sobre todo hacia la vida claustral. Pero dónde? Sueña con las Trapenses o con las religiosas de la Cartuja. La austeridad y la mortificación la atraen. Pero el misterioso convento de sus vecinas, las carmelitas, continua, sin embargo, atrayéndola.

Va a cumplir catorce años. Una mañana, durante su acción de gracias, se siente irresistiblemente impulsada a pronunciar el Voto de virginidad perpetua, algunas semanas después, como un mensaje personalísimo de Dios, una elección brota de su corazón, cristalizando en adelante todos sus sueños y deseos: “me pareció que la palabra “Carmelo” había sido pronunciada en mi alma.
Consternada por el deseo de su hija, la señora Catez le prohibió frecuentar el Carmelo. Pero el mal estaba hecho! El virus carmelitano la ha contagiado definitivamente y entre los “pensamientos cristianos”, que esta jovencita de 14 años recoge, en una hoja de papel, lo que más le interesa, son las máximas de Santa Teresa.

Con los nombres de Jesús y de María, los de “Teresa” y “Carmelo” son los que en adelante llenaran la música los oídos de la joven pianista, deseosa toda ella de abandonar su instrumento a cambio del silencio del Carmelo y el lenguaje de Jesús: “con tu Hijo, Madre tan amada /, Yo quiero llevar una vida escondida/. Yo quiero estar en el Carmelo. / Es mi voto eterno” (P.2). He aquí, a la edad de catorce años, una definición de la vida del Carmelo: Una vida “escondida, pero con”, junto con el hijo de María! Y que fuego alienta en el fondo de su alma ardiente y apasionada!: “Jesús, mi alma esta celosa de Ti. / Yo quiero pronto ser tu esposa”. Estar “pronto” en el Carmelo, no para complacerse en la dulzura de un sueño y de un sentimiento narcisista, sino para compartir la gran obra redentora de Cristo, y entregarse a la muerte que conduce a la plena unión del cielo: “…Contigo yo quiero sufrir. / Y para encontrarte morir” (P. 4). Nótese la semejanza con el quiero ver a Dios” de Teresita de Cepeda y Ahumada partiendo para el martirio y la resonancia de su divisa “o padecer o morir”. El mismo día, además, Isabel llama a Teresa “Feliz alma predilecta” (P. 6). El alma de Isabel es también tan recta y tan noble que se adivina fácilmente donde nace su deseo de una oblación total: “Tu has muerto mí/ y nada puedo padecer por ti” (P. 18). PARA Y CON: serán siempre dos ejes de la vida carmelitana de la futura Isabel de la Trinidad.


A– En el crisol de la prueba
1.- El deseo profundiza el ideal.

Nuestra futura Carmelita es inteligente y, por tanto, comprende que su entrada “rápida” al Carmelo no será inmediata. Hace, pues, lo que su madre desea y se dedica alegremente a la vida diaria, fiel a sus ejercicios de piedad, e igualmente a su trabajo con las lecciones y las repeticiones musicales, coronadas con éxito cuando participa en los conciertos organizados en la ciudad o en los salones de los amigos. Participa también activa y felizmente a las vacaciones anuales en el sur o en los Montes Jura, con todos sus amigos, con mucha alegría.

A los 16 años la espera comienza ya a pesarle. Antes de llegar a los 17 su confesor, el P. Sellenet , explica inútilmente a la señora Catez la vocación de su hija al Carmelo. Se puede ver en sus poesías como Isabel huye un poco de la realidad para descansar, justo con la nostalgia de su edad, en este claustro tan cercano y a la vez tan lejano, en donde vivirá un día en “el monte solitario” (P. 32). Parece que se asfixia en la llanura, tiene la impresión de “languidecer” (P. 29), tiene “envidia” de la felicidad de las carmelitas que pueden “darse” (P. 40). Y las idealiza viéndolas como “almas selectas” (P. 31) y “religiosas santas” (P. 40). Todo lo relacionado con su “querido monasterio” (P.33), sus campanas (P 33,40,41,45), su capilla (P. 34), sus muros y celdas (P. 40,38) aumenta su carga afectiva. La atrae el Habito carmelitano (P.38) y su corazón se une con emoción ya “la futura hermana” (P.40), que aspira “hace ya muchos, muchos años… vestir la Librea santa y humilde” del Carmelo (P.42) y ser “una humilde carmelita” (P.40). Pide a Santa Teresa (P.32) y a santa Isabel de Hungría “defiendan su causa” ante el Señor (P.42) ¡es necesario que María la conduzca “cuanto antes al Carmelo” (P.36) y “acceda” (P.34,42) a su deseo!

Qué bello es este deseo de entregarse más profundamente a Cristo! Pero la tardanza en su realización es también importante ya que enriquece las grandes líneas del ideal acariciado y lo proyecta más nítidamente en el espíritu de Isabel. La vida carmelitana se prevé como “amar, orar, sufrir” (P.36), en la humildad (P.40), la pobreza (P.38,40), la austeridad (P.29,38,42)y la soledad” monacal, en donde vivirá “escondida, inmersa en la soledad” (P.31) por Jesús y por su gran obra redentora (P.32,35,39,43).


La reciprocidad en el amor y la oblación en el don de si misma saltan a los ojos: “Tras penosos sufrimientos/ has muerto Señor, por mi,/ Tu sabes que mi esperanza/ solo es vivir para ti./ Soy ciertamente feliz/ por ostentar el honor / de marchar por el calvario/ compartiendo tu dolor” (P. 36). “Cómo ellas (las carmelitas) yo quiero también todo dejarlo./ tan solo anhelo darte mi vida. / Quién pudiera morir en tu cruz/ y poder compartir tu agonía” (P. 34). El Carmelo le parece igualmente un “rinconcito del cielo” (P. 32,34,40), porque es vida de amor vivida en unión de corazones con sus hermanas (P.31,38,42). Antes de sus 18 años Isabel recibe, pues, su primera formación carmelitana, ciertamente no con instrucciones o lecturas apropiadas, sino a través de las grandes líneas generales de la vida de las carmelitas tal como se les conoce fuera de los muros del monasterio, o como se presenta a veces en un sermón o en una conversación con el confesor o con las amigas y, por supuesto, en primer lugar con la señora Catez. Además está ese profesor permanente, mudo, totalmente silencioso, pero muy elocuente: ese monasterio silencioso en medio del gran jardín de la clausura, que solamente eleva su voz en sus campanas que invitan a la oración, cuyas salmodias resuenan en la misma capilla. En fin está el Maestro interior que ilumina por dentro.


2.- “Carmelita por Dentro”
Pero su porvenir Carmelitano se ensombrece…No se trata solamente de la oposición de su madre, y por tanto la espera, sino la salud de la señora Catez se deteriora de tal forma que Isabel, como hija mayor, se pregunta ansiosamente si su deber no será permanecer en casa para acompañar y cuidar a su madre enferma, hasta que muera. Y entonces, adiós bello sueño del Carmelo!!!

Isabel va a hacer un descubrimiento muy importante: acaso no le había pedido frecuentemente a Jesús el poder sufrir con El y por El? Allegado el momento!! Por qué esperar hasta mañana, hasta el Carmelo? Si hay que esperar al Carmelo, aceptara y si el Carmelo no llega jamás, también lo aceptara.

Isabel descubre que la realidad del amor consiste en entregarse a Cristo en el momento presente y en su contexto concreto.”Hágase tu divina voluntad…/ Deseo siempre hacer lo que tu quieras, / OH mi dulce Jesús, celeste amigo. / Que tu voluntad sea, pues, la mía…” (P.44). acaso no había dicho Santa Teresa que “la verdadera unión consiste en la unión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios”? Isabel lo ha descubierto contemplando con frecuencia a Jesús crucificado y viendo su sed de amor en la cruz. La Madre Germana, su futura priora en el Carmelo, dirá gustosamente: ha sido el Espíritu Santo solo quien la ha formado! La voluntad actual y concreta del Señor se convierte desde entonces en la estrella que conduce a Isabel, de tal modo que en el momento de su entrada al Carmelo podrá decir que quiere llevarse en el cielo el nombre de “Voluntad de Dios” (N I 12)!!.

No ha lugar de dudas de que el don generoso de sí misma a la voluntad concreta de Dios, aunque exija el abandono total de su sueño del Carmelo, es el fruto de una gran fidelidad en la búsqueda y encuentro enseña y clarifica a Isabel. En el momento de su gran descubrimiento y de su gran sacrificio, esta jovencita de 17 años y medio conserva ya su corazón para Jesús como “un jardín solitario”, en el que el Señor “la visita frecuentemente” y hace en él “su pura morada”: “Siempre mi corazón está con El./ Siempre está recordando noche y día/ al Esposo, al Amigo celestial/ a quien quisiera demostrar su amor” (P.43). La configuración con Cristo que será el ideal fundamental de su vida de Carmelita es desde ya su sueño juvenil: “asemejarse” a este “modelo”, ser “como El crucificada” (P.46)! le “pide en recompensa/ compartir su pobreza y humildad” (P45)!

Pero siempre con su nota característica de unión orante! El día de Pentecostés de 1898, la que se llama ya “esposa de la Trinidad” y “que no desea sino su voluntad” orará: “Espíritu de Dios, fúlgida luz,/ que desciendes a mí lleno de dones,/ al sumergirme, al fin, en tus dulzuras,/ aniquila y destruye mi corazón./ Tú que mi vocación me has otorgado,/ realiza en mí esa obra tan profunda/ de perfecta unidad, de aquella vida oculta en Dios que tanto deseo/ Sólo en Jesús se cifra mi esperanza,/ pues aunque viva aún dentro del mundo,/ El es mi aspiración y pensamiento,/ mi Amigo celestial, mi único Amor./ Tú, suprema bondad, Belleza eterna,/ Espíritu al que adoro y a quien amo, consume con tu fuego, mi corazón, mi cuerpo, mi propia alma” (P.54).

Todo lo que acabamos de describir sucede antes de cumplir Isabel los 18 años! La salud de la señora Catez se restablece y el proyecto abandonado por Isabel se convierte nuevamente en esperanza. Como fruto de la gran Misión predicada en Dijon, la señora Catez aceptará, aunque con vivas lágrimas, la futura entrada de su hija al Carmelo. Y aunque le pide que espere a cumplir 21 años- todavía algunos 850 días-, este 26 de marzo marca una etapa decisiva, pues ya Isabel esta segura de su futuro monacal- seguridad que de tiempo en tiempo se verá todavía amenazada, pero no definitivamente sepultada.

Isabel se siente ya futura monja, retenida provisionalmente en el mundo. Y aunque continué prestando sus servicios en la casa y, de muchos modos, en la parroquia; aunque frecuente las tertulias bailables, rechazando decididamente toda propuesta matrimonial, vive “en el mundo sin ser del mundo; puede ser Carmelita por dentro y quiero serlo” (N I 6). En “la celda de su corazón” (N I 5) experimenta su mas profunda alegría: “Tú lo sabes, buen Maestro, cuando asisto a estas fiestas, mi consuelo consiste en recogerme y gozar de tu presencia, pues te siento profundamente en mi, OH mi Supremo Bien. En estas reuniones casi no se piensa en ti, y creo que tu eres feliz porque un corazón pobre y miserable como el mío no te olvida” (J 138). Llevar la contemplación al mundo y tratar de acercar más el mundo a Dios! Antes de ir a una tertulia ora: “Que El este de tal modo en mi, que cuando se acerquen a su pobre prometida lo sientan a el y piensen en El!...Nosotras lo refleje, que lo entreguemos a las almas. Es tan bello pertenecer a El, ser totalmente suya, su posesión su víctima de amor” (L. 54).

3.- Los beneficios de la Prueba

La intensidad de su deseo de entregar su vida a Jesús como Carmelita, la oposición de su madre que la obliga a una prolongada espera (hacerse religiosa a los 18 años no era ninguna excepción en esa época), y el abandono total de su proyecto, incluso el renunciar al Carmelo, si Dios lo quisiera, producen grandes beneficios en el crecimiento espiritual de Isabel, a quien, muchas de sus más íntimas amistades, consideran ya, en el momento de su entrada, como “una santita”.

A) En las dificultades Isabel se ha ejercitado intensamente en la adquisición de una virtud profunda. Adquiere la costumbre de renunciarse, de la “mortificación interior”… a lo que quiero llegar absolutamente con la ayuda de Dios” (J 13). “Toma mi voluntad, toma todo mi ser, que Isabel desaparezca y no exista mas que Jesús” (J 156): “quiero hacer tu voluntad por encima de todo” (N I 5). Axial se prepara especialmente para la obediencia de su futura vida de carmelita, para la flexibilidad en las relaciones comunitarias y para el abandono total que exigirán bien pronto el sufrimiento físico y la muerte.

B) El deseo de ser fiel ha profundizado especialmente su amor a Jesús, uniéndose fuerte y solamente a El. Futura monja, busca un desprendimiento total e interior de lo que no sea Jesús.

C) La larga espera le ha dado igualmente una oportuna preparación psicológica para su nueva vida, con sus sistemas monacales y sus sacrificios. En las dificultades que puedan presentársele en el Monasterio, ella no abandonará el ideal por el que tanto ha sufrido y por el que todo lo ha abandonado.

D) Fascinada por la unión con Dios y obligada a renunciar provisionalmente su contemplación de la paz, del hábito y de la atmósfera monacales Isabel se concentra en la esencia de toda oración cristiana, hecha en el mundo o en el silencio de un corazón que solo quiere pertenecerle” (L.38)

Es acaso esta obligación de concentrarse en lo esencial cristiano y como joven laica, lo que ha preparado tan bien a Isabel para orientarse, como Carmelita, hacia las grandes riquezas de la fe que Jesús y los apóstoles nos han revelado? Extasiándose ante la belleza de la vocación teresiana- “sublime vocación”, como la ve ya desde joven (P.68)- La Carmelita podrá con toda convicción recordar a sus amigas laicas que “esta parte mejor, que parece ser privilegio mío en mi bien amada soledad del Carmelo, Dios la ofrece a toda alma bautizada” (L.129) y que la santidad es posible “cualquiera sea nuestro tipo de vida o el hábito que nos cubra” (CF 24). Por lo demás; no lo olvidemos; “a la Carmelita la reconoce Jesús interiormente, es decir, en su alma” (L. 133).
Esta insistencia en lo esencial y común a todo cristiano no será quizá la razón por la que tantos hermanos y hermanas en medio del mundo y en plena actividad ven en Isabel una cierta compañera de destino? Se entiende entonces por qué la experiencia contemplativa de Isabel, joven laica, es uno de los aspectos proféticos de su mensaje hoy, y aún para los jóvenes.
4.- La última preparación
Después del consentimiento de su madre, su preparación para el Carmelo se especifica y se intensifica. Isabel prosigue su lectura parcial de Santa Teresa. Después de la larga prohibición de todo contacto ve también al Carmelo a visitar a la M. María de Jesús, en quien encuentra comprensión, estímulo y algunas enseñanzas sobre la oración; ella le recomienda además algunas lecturas carmelitanas; por eso en 1899 Isabel leerá la primera edición de la Historia de un alma y se entusiasmara con los deseos de amor de sor Teresa del Niño Jesús, su compatriota y contemporánea, y de la que copió largos extractos y, por lo menos cuatro veces, el Acto de ofrenda al Amor Misericordioso. Según sus apuntes, Isabel debió también relacionarse con la vida de la Venerable Ana de Jesús (fundadora del Carmelo de Dijon), la de Santa María Magdalena de Pazzi, la de san Juan de la Cruz, y con algunos sermones del P. Vallée O.P., que encontró en el locutorio del Carmelo, un año antes de su entrada, y que la animaron fuertemente en la vida interior que el Señor le había ya descubierto.

Antes de entrar en el Carmelo Isabel atravesará todavía por tres purificaciones. En primer lugar, la separación inminente de su madre, quien ama tiernamente a su hija mayor, niña de sus ojos, y a quien Isabel, a su vez, ama también perdidamente, el extremo de enfermarse cuando se acerca el momento de la partida. En segundo lugar experimenta una etapa de aridez en la oración, que ella acepta con gran fe y generosidad, sin desfallecer. Y, finalmente, el desprendimiento de su “amado monasterio” de Dijon, pues María de Jesús quiere llevar su Postulante a la nueva fundación de Paray-le Monial; la maleta de Isabel se encuentra ya allá, cuando dos días antes de su entrada, en consideración a la señora Catez, se deciden a dejarla entrar en Dijon, su preferencia secreta, aunque por mortificación ella no lo haya, relativizando así la elección de su monasterio y prefiriendo dar gusto a Jesús.

 
Pensamientos de Sor Isabel de la Trinidad
 
Vivamos con Dios como con un amigo, tengamos una fe viva para estar en todo unidos a Dios (H, 576).
 
Dios en mí, yo en Él, he ahí mi vida... ¡Oh Jesús, haz que nada pueda distraerme de ti, ni las preocupaciones, ni las alegrías, ni los sufrimientos, que mi vida sea una oración continua (T, 10).
 
El Amor habita en nosotros, por ello mi vida es la amistad con los Huéspedes que habitan en mi alma, éstos son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (T, 10).
 
Que mi vida sea una alabanza de gloria para las tres divinas Personas (cfr. T, 11).
Anhelo llegar al cielo, no solamente pura como ángel, sino transformada en Jesucristo crucificado (T, 12).
 
La adoración es un silencio profundo y solemne en que se abisma el que adora, confesando el todo del Dios Uno y Trino, y la pequeñez de la creatura (cfr. T, 26).
 
Nuestra adoración debe unirse a la otra adoración más perfecta: la adoración de Jesucristo, quien adora a Dios Padre en el Espíritu Santo, quien se ofrece como hostia viva (cfr. T, 27).
Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para vivir en ti (cfr. T, 28).
 
Te adoro Padre fecundo, te adoro Hijo que nos ayudas a ser hijos del Padre, te adoro Santo Espíritu que sales del Padre y del Hijo (cfr. T, 52).
 
Morir a mí misma en cada instante, para vivir plenemente en Cristo (cfr. T, 68-69).
 
¡Oh Dios mío, apacigua mi espíritu, apacigua mis sentidos exteriores (cfr. T, 72).
 
Mi alma se alegra en Dios, de Él espero mi liberación (cfr. T, 79).
 
Quiero ser una morada de Dios buscando que mi corazón viva en la Trinidad... Un alma en estado de gracia es una casa de Dios, en donde habita Dios mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cfr. T, 80).
 
Oh Trinidad amada tú habitas en mi alma, y yo lo he ignorado (cfr. T, 83).
 
Todo pasa. En la tarde  la vida, sólo el amor permanece... Es necesario hacerlo todo por amor. Es necesario olviarse de uno para vivir en Dios (cfr. T, 126).
 
El Señor está en mí y yo en Él, mi vida en el tiempo no es otra que amarle y dejarme amar; despertar en el Amor, moverme en el Amor, dormirme en el Amor (cfr. T, 126).
El Señor nos invita a permanecer en Él, orar en Él, adorar en Él, amar en Él, trabajar en Él, vivir en Él (cfr. T, 137).
 
No debemos detenernos ante la cruz, sino acogerla con fe y descubrir que es el medio que nos acerca al Amor divino (cfr. T, 206).
He encontrado el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma (cfr. T, 206).
 

ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 
“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
 
Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente entregado a tu acción creadora.
 
Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte..., hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
 
Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti.  Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz.
 
Oh Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu esplendor.
 
Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.
 
Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.
 
Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Vos como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas”
 
Beata Isabel de la Trinidad
 
 



 

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