miércoles, 8 de julio de 2015

Alabanza y culto en el Antiguo Testamento


 
 

Introducción
 
Partimos del hecho de constatar que hay un recorrido en
la expresión litúrgica de alabanza que comienza con formas
más espontáneas en la Iglesia primitiva (ver Hechos 2:46),
y que avanza con el tiempo hacia formas más estructuradas
para cristalizar en las liturgias medievales que son
altamente rigurosas. A la vez vemos que las primeras
comunidades cristianas recibieron del judaísmo una herencia
litúrgica muy rígida pero con la contrapartida del mensaje
profético que llamaba a una permanente renovación en busca
de coherencia entre al expresión de fe y la vida de fe.
Nuestra intención es repasar algunos elementos presentes en
la historia bíblica que ayudan a entender el proceso
sufrido por la alabanza en aquellos tiempos y así buscar
modos que nos permitan pensar sobre la expresión litúrgica
de los problemas y la sensibilidad de nuestro tiempo.
 
1. Invocación y alabanza en el antiguo Israel
 
a) Ya en Génesis 4:26 se señala que en aquellos tiempos se
comenzó a invocar a Yavé. Se atribuye esta acción a
Enós, hijo de Set, el tercer hijo de Adán y Eva. Esto
ubica la invocación y alabanza entre los elementos
presentes en el mito de origen. Así categoriza la
alabanza entre los elementos más preciosos de la
tradición de la comunidad.
b) Luego en Gen 14:17-20 encontramos la historia de Abraham
y Melquisedec. Este sacerdote ofrece pan y vino ante
Dios. La mención de estos elementos introduce entonces
la presencia de la obra de las manos humanas en el acto
de adoración. Estos son objetos elaborados, propios de
la transformación de los elementos que la naturaleza nos
da a través de procesos complejos que incluyen la
participación de muchas personas. El pan y el vino
tendrán desde ese momento una profunda significación en
la vida de fe de Israel y luego del cristianismo.
c) Un tercer elemento que aparece son los sacrificios. En
primer lugar la interesante historia de Gen 22 donde se
sustituye para el sacrificio el niño Isaac por el
cabrito. La práctica de sacrificar primogénitos era muy
extendida en todo el mundo antiguo. Se acostumbraba a
enterrar debajo de la puerta al primogénito sacrificado
para que su alma protegiera la casa. En Exodo 13:11-16
la mención explícita de no sacrificar los hijos sugiere
la necesidad de oponerse a una práctica extendida y
siempre pasible de volver por imitación de las otras
naciones.
d) Con esta prohibición aparece la distinción entre
animales puros y impuros. Los aptos y los rechazados
para el sacrificio. Esto tiene cierta significación
religiosa en sí mismo, a saber, ofrecer a Dios lo mejor
que tenemos y no lo que nos sobra, pero no es ajeno al
interés de los sacerdotes de recibir ofrendas que
tuvieran algún valor económico para su venta posterior o
consumo. De todos modos interesa señalar la distinción
como un elemento que no está ausente en nuestros días:
hay dinero legítimo y dinero ilegítimo; hay cantos que
aceptamos y otros que rechazamos; hay incluso vestimenta
que nos parecen aptas para la iglesia y otra que no
sería aceptada. ¿Qué pensamos sobre esto?
 
2. Algo sobre las fiestas
 
Las fiestas religiosas son la estructura del calendario
israelita. Ellas organizan la alabanza y la ubican entre
las actividades centrales de la vida del pueblo. Aunque
posteriormente hubo otras fiestas, en el antiguo Israel
fueron tres las fiestas principales y expresaban distintos
momentos de la vida de la comunidad, las que luego fueron
recibiendo una significación religiosa (véase Exodo 13:1-
17). Estas fiestas son:
 
a. La pascua. Recuerda y celebra la liberación de la
esclavitud en Egipto. Tuvo un origen agrícola pero
luego pasó a significar la fiesta de la liberación
de la esclavitud. Los panes sin levadura se
transformaron en el símbolo central de esta
recordación que fue tenida tanto como fiesta que
celebraba el acto de Dios como el desafío de vivir
en la tierra dada por Yavé y que tenían el deber de
cultivar y extraer de ella los frutos.
b. Las semanas. También conocida como “de las
primicias”, se celebra al comienzo de la cosecha.
En ella se ofrendas los primeros frutos de la
tierra, los que son tenidos como un signo del amor
de Dios por su pueblo al que cuida dando alimentos
como consecuencia de su trabajo. Posteriormente se
la vinculó al hecho de la entrega de la Ley en el
monte Sinaí, por lo cual sumó a su carácter
agrícola una significación más religiosa. Aún así
es de notar lo interesante de relacionar hechos
agrícolas con vivencias de fe, ya que ni aquellos
ni estos deben ir separados en la vida de los
creyentes.
c. Las tiendas o tabernáculos. Se celebra al finalizar
la cosecha y adquirió también la significación de
recordar el período de Israel en el desierto. De
allí la costumbre –y el origen de su nombre- de
habitar durante unos días en una tienda de ramas
construida fuera de la casa, rememorando la
fragilidad y la incomodidad de la vida en el
desierto, pero también el esfuerzo necesario para
alcanzar la libertad y la posesión de la tierra
prometida.
 
Estas fiestas están llenas de alegría y gratitud por los
bienes recibidos. Son fiestas de peregrinación y todo
judío sano y pudiente debía peregrinar al templo al menos
una vez al año en alguna de estas fiestas para llevar las
ofrendas de gratitud. También llevaba las ofrendas de
aquellos que por razones de salud, edad o pobreza no podían
viajar a Jerusalén. Aquí podemos ver la interesante
significación de relacionar los frutos de la tierra con la
alabanza y la ofrenda. En otras palabras, si la tierra es
de Dios y también sus frutos, las personas no hacemos más
que beneficiarnos con lo que él nos da. Por eso devolvemos
a Dios de lo que es de él, más allá de saber que la
institución sacerdotal distorsionó este fin e hizo de esto
su modo de sustento. Pensando en nuestros días deberíamos
preguntarnos por el uso que hoy hacemos de los recursos
naturales, su distribución y aprovechamiento racional, a la
vez del derecho negado a quienes no pueden disfrutar de
ellos.
 
3. Los sacrificios
 
En el desarrollo que estamos describiendo debemos ahora
incluir la aparición del ritual de los sacrificios, tal
cual aparece en Levíticos 1-16. Allí se establece una
rígida norma para administrar los sacrificios. Qué estaba
permitido y qué prohibido en cuanto a este acto de
alabanza. Aparecen símbolos que serán muy queridos por la
tradición posterior: la luz y los panes (ver Lev 24:1-9); y
también las fechas como el año sabático (cada siete años),
y el jubileo cada cincuenta años (ver Lev 25). Es de
señalar que el jubileo nunca llegó a aplicarse tal como
está descripto en el texto. De hecho quedó más como un
testimonio de lo que Dios propone como modo de
administración de los bienes comunes que como una ley que
regulara la vida real de la comunidad. Al igual que otras
leyes (prohibición de robar, del adulterio, de la codicia,
etc.), expresan la voluntad no la realidad.
 
A los efectos litúrgicos, es importante recordar que
nosotros también tenemos fechas en nuestras iglesias que
tienen una significación especial: aniversario de
fundación, cumpleaños de un anciano/a muy querido/a, semana
de la Biblia, etc. Cabe entonces la pregunta de ¿cómo las
celebramos litúrgicamente?
 
Todo lo dicho hasta aquí nos ayuda a ver que en el
antiguo Israel la alabanza se ejercía a través del
sacrificio, las ofrendas y las fiestas. De lo que fue en un
comienzo actos casi espontáneos de gratitud se fue gestando
una serie de normas complejas y rígidas. A la vez, estas
normas dieron lugar a la creación de una teología
retributiva, es decir, Dios estaba dispuesto a bendecir a
quien cumpliera fielmente con las normas de la alabanza.
Quien por alguna razón no lo hiciera quedaría fuera de la
protección y el amor de Yavé (ver Deuteronomio 29:22-28 y
30:11-14). El último es un pasaje hermosísimo y muy apto
para una reformulación litúrgica pero requiere se
cuidadosamente trabajado ya que posee un claro signo
retributivo.
 
4. La reacción profética
 
Pero este desarrollo de la práctica de la alabanza hacia
formas rígidas y en cierto sentido desvinculadas de la vida
no pasó inadvertido para los profetas, quienes fueron
celosos vigías de la sinceridad de la fe. Los profetas se
preocupaban entre otras cosas de criticar la hipocresía de
una expresión litúrgica externa que no coincidía con lo que
había en el corazón de las personas. Veamos someramente
tres ejemplos:
 
a. Amós 5:4-7 y 21-24. Se presenta el tema de la relación
entre alabanza e injusticia social. El problema que
plantea Amós no es la falta de fe ni de alabanza sino su
incompatibilidad con las prácticas sociales injustas que
ejercen los mismos que adoran a Yavé en el templo. Por
eso insta a no ir al templo sino a buscar a Dios, como
si hubiera una incompatibilidad entre ambas actividades.
De hecho no la había pero el profeta quiere resaltar el
carácter hueco de una adoración meramente exterior y
carente de sentido en un sociedad marcada por las
injusticias provacadas por aquellos mismos que poblaban
el lugar de alabanza.
b. Oseas 6:1-6 y 14:2-3. Oseas utiliza una hermosa imagen,
al decir que aspira a presentar “la ofrenda de nuestros
labios”, es decir, que nuestras palabras serán
coherentes con nuestro corazón. Reclama amor y justicia
en lugar de sacrificios vacíos de contenido. Este
profeta interpreta que las desgracias que están
sufriendo son consecuencias de una decisión de Dios
quien “hirió pero vendará” a su pueblo. Nuevamente lo
que se plantea es la búsqueda de una expresión de la fe
que sea sincera y acordé al reconocimiento de los actos
que Dios hace por su pueblo.
c. Isaías 58: 6-12. Este texto invita a recrear la alabanza
en sintonía con la justicia, el amor al prójimo, la
búsqueda de una liberación general de toda opresión. No
se rechaza el ayuno sino que se lo resignifica
relacionándolo con la piedad y la libertad hacia el
oprimido. La salvación es vinculada a vivir de modo que
la luz de Dios nazca en uno (desde el cristianismo
decimos “la luz del evangelio”). Es un texto profundo e
inspirador para la liturgia y la alabanza en la iglesia.
 
5. Conclusión
 
El recorrido que hemos descripto nos permite sacar al
menos las siguientes conclusiones: en primer lugar que la
alabanza no fue nunca una expresión inmóvil. Por el
contrario, se modificaba de acuerdo a los tiempos y las
necesidades de expresión de la comunidad de fe. En segundo
lugar, y en contradicción con lo anterior, que hubo en el
pasado –y aún hoy- la tendencia a asumir que las formas
litúrgicas son fijas, en especial atribuyéndoles una larga
tradición y antigüedad que no siempre son verificables, o
más bien lo que se verifica es su carácter de ser parte de
un proceso. Una tercera conclusión tiene que ver con la
búsqueda permanente de nuevas formas que respondieran a
nuevos desafíos. Estas no se construyeron sobre la nada
sino a partir de formas heredades, que a través de un
proceso de crítica y valoración fueron refundadas dentro de
un nuevo marco conceptual y espiritual.
 
La última palabra debe ser de invitación a revisar
nuestros modos de expresar la fe en la liturgia. La
historia bíblica nos enseña tanto lo que puede ser imitado
como aquello hacia donde no queremos ir. La tarea es
nuestra.
 
 

 

 

 

  

 

 

 

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