Introducción
Partimos del hecho de constatar que hay un
recorrido en
la expresión litúrgica de alabanza que
comienza con formas
más espontáneas en la Iglesia primitiva (ver
Hechos 2:46),
y que avanza con el tiempo hacia formas más
estructuradas
para cristalizar en las liturgias medievales
que son
altamente rigurosas. A la vez vemos que las
primeras
comunidades cristianas recibieron del
judaísmo una herencia
litúrgica muy rígida pero con la
contrapartida del mensaje
profético que llamaba a una permanente
renovación en busca
de coherencia entre al expresión de fe y la
vida de fe.
Nuestra intención es repasar algunos
elementos presentes en
la historia bíblica que ayudan a entender el
proceso
sufrido por la alabanza en aquellos tiempos y
así buscar
modos que nos permitan pensar sobre la
expresión litúrgica
de los problemas y la sensibilidad de nuestro
tiempo.
1. Invocación y alabanza en el antiguo Israel
a) Ya en Génesis 4:26 se señala que en
aquellos tiempos se
comenzó a invocar a Yavé. Se atribuye esta
acción a
Enós, hijo de Set, el tercer hijo de Adán y
Eva. Esto
ubica la invocación y alabanza entre los
elementos
presentes en el mito de origen. Así
categoriza la
alabanza entre los elementos más preciosos de
la
tradición de la comunidad.
b) Luego en Gen 14:17-20 encontramos la
historia de Abraham
y Melquisedec. Este sacerdote ofrece pan y
vino ante
Dios. La mención de estos elementos introduce
entonces
la presencia de la obra de las manos humanas
en el acto
de adoración. Estos son objetos elaborados,
propios de
la transformación de los elementos que la
naturaleza nos
da a través de procesos complejos que
incluyen la
participación de muchas personas. El pan y el
vino
tendrán desde ese momento una profunda
significación en
la vida de fe de Israel y luego del
cristianismo.
c) Un tercer elemento que aparece son los
sacrificios. En
primer lugar la interesante historia de Gen
22 donde se
sustituye para el sacrificio el niño Isaac
por el
cabrito. La práctica de sacrificar
primogénitos era muy
extendida en todo el mundo antiguo. Se
acostumbraba a
enterrar debajo de la puerta al primogénito
sacrificado
para que su alma protegiera la casa. En Exodo
13:11-16
la mención explícita de no sacrificar los
hijos sugiere
la necesidad de oponerse a una práctica
extendida y
siempre pasible de volver por imitación de
las otras
naciones.
d) Con esta prohibición aparece la distinción
entre
animales puros y impuros. Los aptos y los
rechazados
para el sacrificio. Esto tiene cierta
significación
religiosa en sí mismo, a saber, ofrecer a
Dios lo mejor
que tenemos y no lo que nos sobra, pero no es
ajeno al
interés de los sacerdotes de recibir ofrendas
que
tuvieran algún valor económico para su venta
posterior o
consumo. De todos modos interesa señalar la
distinción
como un elemento que no está ausente en
nuestros días:
hay dinero legítimo y dinero ilegítimo; hay
cantos que
aceptamos y otros que rechazamos; hay incluso
vestimenta
que nos parecen aptas para la iglesia y otra
que no
sería aceptada. ¿Qué pensamos sobre esto?
2. Algo sobre las fiestas
Las fiestas religiosas son la estructura del
calendario
israelita. Ellas organizan la alabanza y la
ubican entre
las actividades centrales de la vida del pueblo.
Aunque
posteriormente hubo otras fiestas, en el
antiguo Israel
fueron tres las fiestas principales y
expresaban distintos
momentos de la vida de la comunidad, las que
luego fueron
recibiendo una significación religiosa (véase
Exodo 13:1-
17). Estas fiestas son:
a. La pascua. Recuerda y celebra
la liberación de la
esclavitud en Egipto. Tuvo un origen agrícola
pero
luego pasó a significar la fiesta de la
liberación
de la esclavitud. Los panes sin levadura se
transformaron en el símbolo central de esta
recordación que fue tenida tanto como fiesta
que
celebraba el acto de Dios como el desafío de
vivir
en la tierra dada por Yavé y que tenían el
deber de
cultivar y extraer de ella los frutos.
b. Las semanas. También conocida como “de las
primicias”, se celebra al comienzo de la
cosecha.
En ella se ofrendas los primeros frutos de la
tierra, los que son tenidos como un signo del
amor
de Dios por su pueblo al que cuida dando
alimentos
como consecuencia de su trabajo.
Posteriormente se
la vinculó al hecho de la entrega de la Ley
en el
monte Sinaí, por lo cual sumó a su carácter
agrícola una significación más religiosa. Aún
así
es de notar lo interesante de relacionar
hechos
agrícolas con vivencias de fe, ya que ni
aquellos
ni estos deben ir separados en la vida de los
creyentes.
c. Las tiendas o tabernáculos. Se celebra al
finalizar
la cosecha y adquirió también la
significación de
recordar el período de Israel en el desierto.
De
allí la costumbre –y el origen de su nombre-
de
habitar durante unos días en una tienda de
ramas
construida fuera de la casa, rememorando la
fragilidad y la incomodidad de la vida en el
desierto, pero también el esfuerzo necesario
para
alcanzar la libertad y la posesión de la
tierra
prometida.
Estas fiestas están llenas de alegría y
gratitud por los
bienes recibidos. Son fiestas de
peregrinación y todo
judío sano y pudiente debía peregrinar al
templo al menos
una vez al año en alguna de estas fiestas
para llevar las
ofrendas de gratitud. También llevaba las
ofrendas de
aquellos que por razones de salud, edad o
pobreza no podían
viajar a Jerusalén. Aquí podemos ver la
interesante
significación de relacionar los frutos de la
tierra con la
alabanza y la ofrenda. En otras palabras, si
la tierra es
de Dios y también sus frutos, las personas no
hacemos más
que beneficiarnos con lo que él nos da. Por
eso devolvemos
a Dios de lo que es de él, más allá de saber
que la
institución sacerdotal distorsionó este fin e
hizo de esto
su modo de sustento. Pensando en nuestros
días deberíamos
preguntarnos por el uso que hoy hacemos de
los recursos
naturales, su distribución y aprovechamiento
racional, a la
vez del derecho negado a quienes no pueden
disfrutar de
ellos.
3. Los sacrificios
En el desarrollo que estamos describiendo
debemos ahora
incluir la aparición del ritual de los
sacrificios, tal
cual aparece en Levíticos 1-16. Allí se
establece una
rígida norma para administrar los
sacrificios. Qué estaba
permitido y qué prohibido en cuanto a este
acto de
alabanza. Aparecen símbolos que serán muy
queridos por la
tradición posterior: la luz y los panes (ver
Lev 24:1-9); y
también las fechas como el año sabático (cada
siete años),
y el jubileo cada cincuenta años (ver Lev
25). Es de
señalar que el jubileo nunca llegó a
aplicarse tal como
está descripto en el texto. De hecho quedó
más como un
testimonio de lo que Dios propone como modo
de
administración de los bienes comunes que como
una ley que
regulara la vida real de la comunidad. Al
igual que otras
leyes (prohibición de robar, del adulterio,
de la codicia,
etc.), expresan la voluntad no la realidad.
A los efectos litúrgicos, es importante
recordar que
nosotros también tenemos fechas en nuestras
iglesias que
tienen una significación especial: aniversario
de
fundación, cumpleaños de un anciano/a muy
querido/a, semana
de la Biblia, etc. Cabe entonces la pregunta
de ¿cómo las
celebramos litúrgicamente?
Todo lo dicho hasta aquí nos ayuda a ver que
en el
antiguo Israel la alabanza se ejercía a través
del
sacrificio, las ofrendas y las fiestas. De lo
que fue en un
comienzo actos casi espontáneos de gratitud
se fue gestando
una serie de normas complejas y rígidas. A la
vez, estas
normas dieron lugar a la creación de una
teología
retributiva, es decir, Dios estaba dispuesto
a bendecir a
quien cumpliera fielmente con las normas de
la alabanza.
Quien por alguna razón no lo hiciera quedaría
fuera de la
protección y el amor de Yavé (ver
Deuteronomio 29:22-28 y
30:11-14). El último es un pasaje hermosísimo
y muy apto
para una reformulación litúrgica pero
requiere se
cuidadosamente trabajado ya que posee un
claro signo
retributivo.
4. La reacción profética
Pero este desarrollo de la práctica de la
alabanza hacia
formas rígidas y en cierto sentido
desvinculadas de la vida
no pasó inadvertido para los profetas,
quienes fueron
celosos vigías de la sinceridad de la fe. Los
profetas se
preocupaban entre otras cosas de criticar la
hipocresía de
una expresión litúrgica externa que no
coincidía con lo que
había en el corazón de las personas. Veamos
someramente
tres ejemplos:
a. Amós 5:4-7 y 21-24. Se presenta el tema de
la relación
entre alabanza e injusticia social. El
problema que
plantea Amós no es la falta de fe ni de
alabanza sino su
incompatibilidad con las prácticas sociales
injustas que
ejercen los mismos que adoran a Yavé en el
templo. Por
eso insta a no ir al templo sino a buscar a
Dios, como
si hubiera una incompatibilidad entre ambas
actividades.
De hecho no la había pero el profeta quiere
resaltar el
carácter hueco de una adoración meramente
exterior y
carente de sentido en un sociedad marcada por
las
injusticias provacadas por aquellos mismos
que poblaban
el lugar de alabanza.
b. Oseas 6:1-6 y 14:2-3. Oseas utiliza una hermosa
imagen,
al decir que aspira a presentar “la ofrenda
de nuestros
labios”, es decir, que nuestras palabras
serán
coherentes con nuestro corazón. Reclama amor
y justicia
en lugar de sacrificios vacíos de contenido.
Este
profeta interpreta que las desgracias que
están
sufriendo son consecuencias de una decisión
de Dios
quien “hirió pero vendará” a su pueblo.
Nuevamente lo
que se plantea es la búsqueda de una
expresión de la fe
que sea sincera y acordé al reconocimiento de
los actos
que Dios hace por su pueblo.
c. Isaías 58: 6-12. Este texto invita a
recrear la alabanza
en sintonía con la justicia, el amor al
prójimo, la
búsqueda de una liberación general de toda
opresión. No
se rechaza el ayuno sino que se lo
resignifica
relacionándolo con la piedad y la libertad
hacia el
oprimido. La salvación es vinculada a vivir
de modo que
la luz de Dios nazca en uno (desde el
cristianismo
decimos “la luz del evangelio”). Es un texto
profundo e
inspirador para la liturgia y la alabanza en
la iglesia.
5. Conclusión
El recorrido que hemos descripto nos permite
sacar al
menos las siguientes conclusiones: en primer
lugar que la
alabanza no fue nunca una expresión inmóvil.
Por el
contrario, se modificaba de acuerdo a los
tiempos y las
necesidades de expresión de la comunidad de
fe. En segundo
lugar, y en contradicción con lo anterior,
que hubo en el
pasado –y aún hoy- la tendencia a asumir que
las formas
litúrgicas son fijas, en especial
atribuyéndoles una larga
tradición y antigüedad que no siempre son
verificables, o
más bien lo que se verifica es su carácter de
ser parte de
un proceso. Una tercera conclusión tiene que
ver con la
búsqueda permanente de nuevas formas que
respondieran a
nuevos desafíos. Estas no se construyeron
sobre la nada
sino a partir de formas heredades, que a
través de un
proceso de crítica y valoración fueron
refundadas dentro de
un nuevo marco conceptual y espiritual.
La última palabra debe ser de invitación a
revisar
nuestros modos de expresar la fe en la
liturgia. La
historia bíblica nos enseña tanto lo que
puede ser imitado
como aquello hacia donde no queremos ir. La
tarea es
nuestra.
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