DESATA
EL PODER DE DIOS
“Yo soy el Alfa y la Omega... ’Aquel que
es, que era y que va a venir’, el Todopoderoso (Ap 1,8)
Dios, que es infinito en todo, es también infinito en poder. Por eso es llamado el Todopoderoso.
Y como el poder es un atributo inseparable de Dios, está siempre
presente en él y se manifiesta sin cesar a través de él. El salmista afirma el
poder de Dios cuando dice: “Todo lo que quiere lo hace” (Sal 115,3).
Pero también alaba a Dios por su poder, que
él ha experimentado personalmente y ha formado parte de su experiencia cuando
Dios ha venido en su ayuda para aniquilar el poder de los enemigos.
Y entonces dice: “Cantaré tu fuerza,
aclamaré tu amor a la mañana; pues tú has sido para mí una ciudadela, un
refugio en el día de mi angustia. Oh fuerza mía, para ti salmodiaré, pues es
Dios mi ciudadela, el Dios de mi amor” (Sal 59. 16-18).
El profeta nos recuerda que nada le es
imposible (cf. Jr 32,17). Sólo a él le pertenece el poder. Nada ni nadie pueden
ni hacerle sombra, porque el Señor es infinito en todo, y también en poder.
Desde su Trono soberano manifiesta su señorío y realeza sobre toda la creación.
Ante él toda rodilla se dobla en el cielo, la tierra y los abismos (cf. Flp
2,10).
El poder de Dios se ha manifestado en el Hijo
de forma constante y visible durante su paso por la tierra.
El Evangelio nos
dice que “curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le
echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a
sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (Mt 3,10-11).
Cuando el Consejo de Ancianos del pueblo, los
sumos sacerdotes y los escribas le
preguntaron en el Sanedrín si era el Cristo, les respondió: “De ahora
en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios’”
(Lc 22,69).
Después de resucitar, el Maestro en persona
hizo a sus discípulos la que podríamos considerar como afirmación completa
sobre su poder: “Se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra’”
(MT 28,18).
El Maestro se refirió también al Espíritu
Santo como fuente de poder para los discípulos, de tal modo que les prohibió
toda actividad evangelizadora antes de ser capacitados por él: “Recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”
(Hch 1,8). Y quedó patente que el día de Pentecostés fueron revestidos de ese
poder y empezaron una nueva etapa en su misión.
Este hecho es también una demostración de que
el Señor quiere compartir su poder con los discípulos para que nosotros hagamos
en su nombre las obras que él nos ordenó llevar a cabo.
Los discípulos necesitamos poder en nuestras vidas para enfrentarnos a nuestros enemigos espirituales, para realizar las obras en el nombre de Jesús y para él, para dar testimonio del Evangelio, para caminar de victoria en victoria en nuestra lucha contra el pecado. superar las dificultades de cada día... para llevar a buen fin la misión que el Señor nos encomienda venciendo todos los obstáculos que encontremos en el camino.
Y esto sólo lo podemos hacer viviendo en Cristo y obrando con él y por él, según nos dio a entender cuando dijo: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
La permanencia implica una calidad de
relación entre el discípulo y el Maestro; por consiguiente, todos los medios
que pongamos para mantener y mejorar esa relación nos van identificando con el
Señor en todo lo que él es y posee, incluido su poder.
Y aquí es donde la adoración tiene un papel
importante.
Cuando adoramos a nuestro Redentor como hay
que hacerlo, nos estamos abriendo a la comunión con él desde la humildad, la
pequeñez, el arrepentimiento, la admiración, la entrega, la postración... que
nos sitúan en condiciones de ser transformados por él y de permanecer en
él.
Pero hay más, la adoración en espíritu y en
verdad desata el poder de Dios, como si se diera lugar a un intercambio ante el
trono del Altísimo: poder divino actuando sobre la Humanidad a cambio de
adoración sincera ante su Trono.
La historia del pueblo de Israel y de cada
discípulo del Señor son testimonio de que cuando el pueblo de Dios rectifica de
sus malos caminos, se vuelve a su Dios y le adora, el amor y el poder de Dios
le acompañan, y, al contrario, cuando abandona a Dios postrándose ante los
ídolos y rindiéndoles culto, la experiencia es de derrota, fracaso, muerte y
destrucción (cf. 2 Cro 7,11-22).
Palabra profética
·
Los
adoradores que yo he buscado en este tiempo están sosteniendo el mundo, están evitando
que el mundo sea destruido, La fuerza del pecado es muy grande, pero es más
grande la fuerza de la adoración. Si creéis esto, tendréis deseos de estar a
mis pies.
·
Pedid
a mi Espíritu que os aumente la fe. Pedid a mi Espíritu que os aumente el hambre
y la sed de estar sometidos a mí y rendidos ante mí por amor. Los adoradores
son los pilares de la Humanidad.