martes, 4 de agosto de 2015

Dios, que en su sabiduría infinita, conocía de antemano los acontecimientos y aquel aparente fracaso, no abandonó al hombre a su suerte


 

PROMESA DE RESTAURACIÓN

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Nuestro Dios, que es infinito en amor, no quiso dejar al hombre abandonado a su suerte, a pesar de todo.


 

 
 
 
 

 

Cuando reflexionamos en el origen del pecado y sus devastadores efectos en la persona y en la Humanidad entera, tenemos la sensación de encontrarnos ante un cataclismo de magnitud excepcional, y en realidad es así.
 
Pero a partir de aquí tenemos dos soluciones: podemos quedarnos dando vueltas al problema o podemos seguir profundizando en su evolución y, sobre todo, en la búsqueda de la intervención de Dios. ¿Abandonó Dios el proyecto del hombre después que éste se reveló contra él o, por el contrario, se implicó en los acontecimientos originados por el pecado?

 

Afortunadamente Dios, que en su sabiduría infinita, conocía de antemano los acontecimientos y aquel aparente fracaso, no abandonó al hombre a su suerte, sino que quiso declararse parte de la situación y prometer su intervención para deshacer el entuerto al que el hombre había dado origen.
 
Por eso, no debemos quedarnos con el sabor amargo del drama del pecado original, sino recordar que desde un principio Dios prometió venir en ayuda del hombre, cuando dirigiéndose al tentador le dijo: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3,14).
 
La voluntad salvadora de Dios se mostró más fuerte que el poder del pecado y empezó a manifestarse y actuar a favor del hombre desde el principio.
 
La caída no se resuelve con el castigo, aunque éste existe, sino con una promesa de salvación, la primera que se escuchó en la historia.
 
A partir de ese momento, la historia del hombre es historia de salvación, y la voluntad salvífica de Dios es una constante en su relación con el pueblo escogido, Israel, en el que empieza a manifestar su poder salvador y al que convierte en vehículo histórico para que la salvación prometida alcance a todos los hombres.
 
En cierto modo podríamos decir que al lado de la mala noticia del pecado del hombre nace la buena noticia de la salvación y la redención de su raza.

§  Una de sus primeras acciones salvadoras hace beneficiario a Noé.
 
  Ante la decisión de borrar el  pecado que cubre la tierra, el Señor va a enviar un diluvio sobre ella, pero preserva a Noé de la catástrofe: “Le pesó al Señor de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo el Señor: ‘Voy  a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado... Pero Noé halló gracia a los ojos del Señor” (Gn 6,6-8).

§  Dios escogió a Abraham, lo apartó del mundo pecador y le hizo una promesa: “De ti haré una nación grande  y  te  bendeciré.  Engrandeceré  tu  nombre;  y      una  bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra” (Gn 12,2-3).

§  Más tarde se manifiesta ante Israel como el Señor del gran poder para liberarlos de la esclavitud de Egipto por mano de Moisés: “Porque cuando los caballos de Faraón y los carros con sus guerreros entraron en el mar, el Señor hizo que las aguas del mar volvieran sobre ellos, mientras que los israelitas pasaron a pie enjuto por medio del mar” (Ex 15,19).

 
Todas las obras de poder con que Dios salva a Israel a lo largo de su historia son importantes, pero es más importante la promesa de salvación final que los profetas van anunciando y que tendrá lugar con la llegada del gran Salvador, con el que vendrán tiempos nuevos y de grandeza no imaginada antes. 

§  Jeremías anuncia un Mesías, al que da el nombre de Germen: “Mirad que días vienen -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra.  
 
   En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y éste es el nombre con que le llamarán: ‘Yahveh, justicia nuestra’” (Jr 23,5-6).

§  Isaías anuncia nuevos tiempos que llegarán de la mano de un personaje extraordinario sobre el que reposará el Espíritu del Señor: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.      
 
  Reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11,1-2).

§  Y en otro momento anuncia un siervo misterioso (cf. Is 42,1-9), en quien Dios se complacerá y que, lleno de su Espíritu, llevará a cabo sus planes de rescate sobre la Humanidad.
 
   A él lo pondrá por luz de las gentes para que su salvación alcance hasta los confines de la tierra (cf. Is 49,6).                                                

Estas promesas de salvación y restauración toman cuerpo en Jesucristo, el Hijo de Dios e hijo del hombre que, con su presencia en la tierra y la obra de redención que lleva a cabo en ella, aplica el tratamiento apropiado al mal que había entrado en el mundo por la desobediencia del hombre.

San Pablo, partiendo de la presencia de Jesucristo en la tierra y el conocimiento de su obra, qué él mismo ha experimentado tan profundamente, echa una mirada retrospectiva para resumir la historia de la salvación, fijando la atención en dos hombres, Adán y Jesucristo, al que él llama nuevo Adán: “Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida” (1 Co 15,45)

§  El primero abre las puertas al pecado y la condenación: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rm 5,12).
 
   Por el segundo viene la salvación que el hombre estaba necesitando para escapar a la situación de esclavitud en que le había colocado el primero “En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rm 5,19).

§  La restauración que Jesucristo lleva a cabo devuelve al hombre a un estado de comunión con Dios, en el que él pone a nuestro alcance bendiciones que no hubiéramos llegado a conocer sin el desastre causado por el pecado, pues “no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno  solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación. En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo” (Rm 5,16-17).

1 comentario:

  1. Afortunadamente Dios, que en su sabiduría infinita, conocía de antemano los acontecimientos y aquel aparente fracaso, no abandonó al hombre a su suerte, sino que quiso declararse parte de la situación y prometer su intervención para deshacer el entuerto al que el hombre había dado origen.



    Por eso, no debemos quedarnos con el sabor amargo del drama del pecado original, sino recordar que desde un principio Dios prometió venir en ayuda del hombre, cuando dirigiéndose al tentador le dijo: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3,14).

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