CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PREPÓSITO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS HERMANOS DESCALZOS
POR LOS QUINIENTOS AÑOS DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DE JESÚS
AL PREPÓSITO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS HERMANOS DESCALZOS
POR LOS QUINIENTOS AÑOS DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DE JESÚS
Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
Querido Hermano:
Al cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo –religiosas, religiosos y seglares– por el carisma de esta mujer excepcional.
Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios.
Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir “la chispa inspiradora” que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades
¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!
1. Santa Teresa es sobre todo maestra de oración.
En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo.
Movida por el deseo de compartir esa experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en “tratar de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5).
Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo.
La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: “Cosa recia sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración” (Fundaciones 5, 16).
Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta.
La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.
Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
A partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió “otra vida”; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23,1).
Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba.
Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió –dice ella– “hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino 1,2).
Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando “con Dios negocios de poca importancia” cuando estaba “ardiendo el mundo” (Camino 1,5).
Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.
Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.
Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria.
Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la fraternidad: “Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (Camino 4,7).
Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste “todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo” (Camino 12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás.
Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28).
Lo contrario es lo que ella llama la “negra honra” (Vida 31,23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros.
La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.
Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.
Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia.
Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.
A toda la familia teresiana imparto mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 28 de marzo de 2015
Francisco
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