domingo, 30 de agosto de 2015

NUESTRA MADRE DEL CIELO


MARÍA, HIJA DEL ESPÍRITU
 
 
 

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https://youtu.be/U7aJdudYuTs


 
 


Alguno de vosotros me ha comentado los días pasados que no hablaba nada de la Virgen.
 
Y no lo he hecho porque en el kerigma fundamental la Virgen está de acogedora, como uno de nosotros.
 
Así nos la presentan los Hechos de los Apóstoles.
 
Y es que realmente la comprensión, no sólo de la Virgen, sino del propio Jesucristo, se dio dentro de la comunidad cristiana, nacida el día de Pentecostés.
 
Es el Espíritu el que ha creado la comunidad, y en esa comunidad se reveló desde el primer momento, como contenido fundamental, la muerte, la resurrección y el señorío de Jesús sobre todas las cosas.
 
Los propios apóstoles entendieron, a partir de ese día, lo que en tres años no fueron capaces ni siquiera de vislumbrar.

Pero el Espíritu siguió su obra de iluminación, y pronto salió a la luz otra figura señera, que empezó a ser comprendida por la Iglesia y amada con un mimo especial: María. Es en la Iglesia donde se comprende a Jesucristo y a María, y sólo a la luz del Espíritu Santo, pues estamos en una dimensión de fe.
 
Por eso, hoy, en esta quinta semana, podemos comprender a María a la verdadera luz del Espíritu.
 
Veo vuestras caras, vuestra iluminación, veo gozo en el Espíritu. Ahora podéis comprender a María como una bellísima hija del Espíritu.
 
Si hubiera hablado antes, tendría que haberme referido a ella como una pequeña diosa, como un prototipo moral, como un dechado de virtudes, o dentro de un contexto sentimental. Nadie entiende nada a fondo, más allá de su propia experiencia.
 
Por eso ahora entenderéis a María más allá de todo eso, y la amaréis como una bellísima creación del Espíritu desde antes de nacer, pero sobre todo, a raíz de la impresionante efusión del Espíritu, que siguió al anuncio del ángel.

 

MARÍA, HIJA DE LA GRACIA

 

A veces, la religiosidad se come al cristianismo.
 
Hay una especie de religiosidad natural, alimentada de cultura cristiana, que mata al cristianismo.
 
Todo lo que es gracia y gratuidad de Dios sale perjudicado y, entre otras cosas, la que más sufre es la figura de María, que es la más esplendorosa hija de la gracia de Dios.
 
Ella es, toda entera, hija de la gratuidad y del mimo de Dios. Es como Dios la quiso, como la deseó, como la necesitó, con toda la belleza que Dios es capaz de prender en una criatura.
 
Aquí viene bien aquella frase de San Agustín: "busca méritos, busca justicia, busca motivos; a ver si encuentras algo que no sea gracia" (Sermón 185).

Es cierto que María tiene méritos, todos los del mundo.
 
Y es cierto que su gracia fue una gracia sometida a la encarnación, al peso terrible de la historia y del compromiso que le tocó vivir.
 
Pero no son méritos antecedentes, sino consecuentes, es decir, no fue elegida porque era bella, sino porque ha sido elegida fue bellísima.
 
Por eso, María es adorable y santa en cada una de sus acciones. Así la ha visto la Iglesia y así la ve.
 
Seguro que ella no se vivía a sí misma de esta manera, porque sus pasos por este mundo fueron sometidos a la fe, a la oscuridad, al crecimiento, a la perplejidad, a la sorpresa; y tendría ratos de ánimo y de desánimo, de buscar y no encontrar, de preguntar y no ser respondida, de alegrías y de penas. ¿Cómo estaría María cuando oyera a su Hijo decir: "me muero de tristeza"? (Mc. 14,34).
 
Y al escuchar en la cruz el: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc. 15,34).

AL SEXTO MES

Ahora ya estáis más capacitados para entender a María, porque habéis caminado un poquito por la misma experiencia que a ella la hizo grande.
 
Habéis tenido vuestra anunciación, vuestro ángel, vuestro sexto mes. El sexto mes es el momento que Dios escoge para cada uno.
 
En este momento no busques méritos, ni busques motivos; gózate de la gracia. Tu también has escuchado: " Alégrate N, porque el Señor te ha mirado y ha prendido su gracia en tu corazón".

Hace días tuve que celebrar una misa por un niño de 11 años, que murió de leucemia.
 
No estaba bautizado. Yo sabía que no tenía mucho sentido decir esa misa, pero me conmovió la fe de los abuelos.
 
Estaba la Iglesia llena de gente, y muchos niños. Me sentí fatal. Pensaba que si algún día los padres de ese niño llegaran a comprender lo que habían hecho, se morirían de pena.

Es cierto que Dios puede obrar más allá de los sacramentos para salvar a ese niño. Ese juicio no nos pertenece.
 
Por otra parte, de alguna forma sentí que la Iglesia, es decir Jesucristo, se había hecho presente en la muerte del niño mediante la fe y las lágrimas de su abuela.
 
Pero lo cierto es que el bautismo es la entrada en la dimensión de la gracia. Y ahí es donde oyes tú, por medio de la Iglesia, que Dios te ama, que es amigo tuyo, que Él está contigo.
 
La gracia te hace hijo de Dios, heredero del cielo; es el germen de la vida eterna, es la semilla de la gloria.
 
Nadie tiene la gracia por el hecho de ser niño, ni por el hecho de ser hombre. Pertenece a otro orden.
 
Es como un injerto sobrenatural, como una segunda naturaleza que Dios nos da por medio de la Iglesia. Sin la gracia nadie puede ser amigo de Dios, ni estar cerca de él.

Esto es lo que le dijo el ángel a la Virgen, y es lo que te dice a ti. Y lo que has recibido el otro día es una nueva efusión de gracia. Te ha confirmado de nuevo en que le eres grato, que perteneces a su familia. Gózate en esa gracia, y que tu espíritu se alegre en Dios, tu creador, porque te ha hecho el más grande de los beneficios.
 
La teología, por medio de Santo Tomás de Aquino te dice: "el bien de una gracia, por pequeña que sea, es mayor que el bien natural de todo el universo" (II-II, 24, 3 ad 2).

DEVALUACIÓN DE LO SOBRENATURAL

Hoy hacemos muy poco aprecio de la gracia, hemos devaluado todo lo sobrenatural.
 
El racionalismo que nos invade ha vaciado todos los conceptos y todas las experiencias que no puede entender, y con frecuencia niega la existencia a todos sus contenidos.
 
La gracia y el pecado, la divinidad de Jesucristo y la existencia del demonio, la salvación y la condenación, entre muchas cosas, han perdido sus verdaderos contornos en muchas conciencias. Las fronteras entre lo divino y lo humano han perdido nitidez. Hemos divinizado todo lo humano, y hemos hecho del humanismo la medida de todas las cosas.

Y esto no le hace daño a Dios, sino a nosotros. De esta forma, Dios deja de ser real; apenas ya nadie espera ni confía en la ayuda de lo alto.
 
Lo sobrenatural no nos motiva, no nos compromete. Ni puede haber vocaciones, ni el buscarlas va más allá del instinto de supervivencia, ni las que hay están dispuestas a perder su vida, porque en estos contornos tan difusos la vida es lo único real que tenemos entre las manos.
 
No se me olvida la cara de una mujer a la que acababa de dar los últimos sacramentos.
 
En aquel momento entró el médico. Lo miró con tal ansiedad, que vi en ella la cara de un náufrago que busca desesperadamente una tabla de salvación.
 
Toda la confianza de aquella mirada estaba puesta en el médico, que en aquel momento me pareció un dios destronado. La mujer murió diez minutos después.
 
Me marché triste, porque a pesar de haber sido una cristiana de misa diaria, lo sobrenatural no la acompañó ni le dio paz en esos últimos minutos.
 
Lo vi tan claro que me traspasó el alma.

TE CUBRIRÁ CON SU SOMBRA

Por eso me da mucha alegría la efusión del Espíritu que tuvimos el domingo.
 
Esa experiencia del Espíritu que se transparenta en vuestras caras, os capacitará para poner un rostro verdadero y una silueta nítida al mundo de lo sobrenatural.
 
Lo empezaréis a valorar de una manera nueva, y descubriréis verdaderamente lo que es la vida en el Espíritu. De esta forma dejaréis que Él tome la iniciativa y os conduzca por sus caminos, que pueden ser de un gran compromiso, pero que harán vuestra vida plena y fecunda.

María no tuvo reparos. Simplemente preguntó: ¿Cómo será esto, pues no conozco varón? El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra; y el que ha de nacer de ti será santo, y se llamará Hijo del Altísimo.

Esta respuesta nos hace penetrar de lleno en el mundo de lo sobrenatural.

Todo lo que suceda será obra del Espíritu Santo. A la Virgen no le extrañó esta respuesta porque conocía las viejas historias de su pueblo que cuenta la Escritura, en las que Dios siempre había dejado claro que sus obras eran suyas, y no permitía a nadie robarle la gloria.

Ella intuyó pronto que aquí había algo más, y creyó, y su fe engendró a Jesucristo.

NO ES OBRA DE JOSÉ

Una cosa quedó clara en la respuesta del ángel; que lo que ha de nacer no es obra de José. Aquí José significa la carne y la sangre, el cálculo humano, la planificación o programación humana.
 
Os voy a contar una vieja historia que María había oído muchas veces y que estaba en su corazón, y que había afinado su sensibilidad para poder creer al ángel.

Una vez Dios llamó a un hombre: Abrahán. "Heme aquí". Le dijo el Señor: quiero hacer contigo una experiencia de fe que sirva de modelo, a todos los que van a creer a lo largo de los siglos, de los que tú serás padre. Abrahán respondió: vale. Siguió el Señor: sal de tu tierra y vete al lugar que yo te indicaré.
 
Allí te cumpliré los dos deseos más grandes que tienes en este momento: tener un hijo y una tierra. Abrahán preparó su equipaje y se puso en camino con su mujer, Sara.
 
Pero ésta no tenía tanta fe como su marido, y a veces le protestaba, y se reía de su credulidad, y además estaba muy frustrada porque era estéril y no podía tener hijos. Por esta época Abrahán tenía 75 años y Sara diez menos.

Llegaron a Canaán, y Dios les dijo que se quedaran a vivir allí, cuidando sus ganados. Pasaron diez años y el hijo no llegaba. Y entonces Sara, que tenía poca fe, pero era muy lista, le dijo a su marido: "Tú estás entendiendo muy mal a ese Dios que te habla.
 
Aunque tú creas que el hijo que te ha prometido lo has de tener conmigo, como ves es imposible porque soy estéril.
 
Llégate a una de mis esclavas, y que te dé un hijo, y ese niño será tuyo y mío porque eso dice nuestra ley". Abrahán se dijo a sí mismo: "Tal vez no haya entendido bien a Dios, y Dios quiera que tenga el hijo con una esclava". Y se unió a una esclava de Sara que se llamaba Agar, y le nació un hijo que le pusieron Ismael. Tenía Abrahán 86 años.

Abrahán se puso contentísimo con el niño. Mientras tanto Dios guardaba silencio.
 
Pero pronto empezaron en aquella casa los problemas familiares, porque a Agar se le subieron los humos.
 
Abrahán al principio no hizo caso, porque pensaba que era un asunto entre mujeres.
 
Pero al final le amargaron el alma. Dios le dejó disfrutar un tiempo del niño y del engaño, pero pronto le advirtió que Ismael no era el hijo que Él había prometido. Ismael era hijo de la carne y de la planificación humana, y por él no podía ser trasmitida la bendición.

Abrahán tuvo que seguir esperando en fe que le naciera el hijo de la promesa.
 
Pero cada vez se iban haciendo más viejo, y el embarazo deseado no llegaba.
 
Al fin, cuando Abrahán cumplió 99 años, le fue anunciado que le iba a nacer el hijo prometido. Ante tal anuncio, Abrahán, en la fe, se rio de sí mismo a causa de la edad, y Sara también se rio no creyendo tal cosa.
 
Pero el niño les nació y le pusieron por nombre Isaac, que significa risa. Y el ángel de Dios le dijo a Abrahán: "Para Dios no hay nada imposible" (Gn. 18,14).

HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA

Con estas mismas palabras terminó el ángel la conversación con María: "Para Dios nada hay imposible".
 
Por eso, cuando ella estaba oyendo al ángel, la Palabra le resonó en sus entrañas, como un eco conocido.
 
A María en ese momento le creció la fe hasta el infinito, y fue capaz de la entrega: "hágase en mí según tu Palabra".
 
Y empezó a realizarse en ella el anuncio, empezó a germinar en ella el Santo por obra y gracia de Dios.
 
Ya no necesitó más preguntas, no necesitó a José. Acogió la gracia y el amor de Dios en forma de embarazo, y se hizo espectadora de su propio misterio.
 
Yo creo que la santidad es una cuestión de agradecimiento, y en ese momento a la Virgen se le llenó el alma y la boca de gracias y admiración por el Dios de su pueblo, que a través de ella estaba amando de esa forma a la humanidad.
 
Por eso dice Tomás de Aquino que "María dio su consentimiento en nombre de la humanidad" (III, 30, 2).

Una vez le oí a la M. Teresa de Calcuta decir que estaba más segura de que todo lo que había hecho lo había hecho Dios, que de su propia existencia.
 
Estas son hermosas alturas de gratuidad, de transparencia y de gloria de Dios. Intuyo a esta bella joven de Nazaret en plena transparencia de Dios, y Dios pudiendo hacer en ella lo que quisiera.
 
Por eso pudo nacer el Santo total, porque en la madre se hizo la transparencia y docilidad total. Y Dios se hizo tierno y humano con ella, porque era una muchachita, y Él mismo le dio la señal: "tu pariente Isabel, ha concebido un hijo en su vejez, y ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, pues para Dios no hay nada imposible".

El mismo Espíritu Santo que actuó en María acaba de actuar en vosotros, de una manera también identificable. Lo sentís dentro, algo ha empezado a germinar en vosotros, va a nacer también el Santo porque el Espíritu siempre siembra a Jesucristo.
 
Algunos, tal vez, no hayáis sentido nada, quizás haya todavía algún bloqueo o tapón que hay que eliminar, pero en todos han crecido las expectativas de la fe, en todos ha habido una conversión, porque esperáis más de Dios, y todos estáis en un camino claro de acción de gracias y alabanza, que es un signo patente de que Él ha llegado con fuerza a vuestras vidas.
 
La vida en el Espíritu está arrojando ya sus primeros signos.


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1 comentario:

  1. El mismo Espíritu Santo que actuó en María acaba de actuar en vosotros, de una manera también identificable. Lo sentís dentro, algo ha empezado a germinar en vosotros, va a nacer también el Santo porque el Espíritu siempre siembra a Jesucristo.



    Algunos, tal vez, no hayáis sentido nada, quizás haya todavía algún bloqueo o tapón que hay que eliminar, pero en todos han crecido las expectativas de la fe, en todos ha habido una conversión, porque esperáis más de Dios, y todos estáis en un camino claro de acción de gracias y alabanza, que es un signo patente de que Él ha llegado con fuerza a vuestras vidas.



    La vida en el Espíritu está arrojando ya sus primeros signos.

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