ADORAR A JESUCRISTO, HIJO DE DIOS
“A Dios tienes que adorar” (Ap 19,10)
Pues bien, en escala
ascendente nos encontramos con Dios, infinitamente más digno que el hombre y
ocupando el máximo grado y posición en todos los órdenes en el tiempo y en la
eternidad.
Y puesto que la diferencia de trato que damos a las personas según
su posición en la sociedad es diferente, cuando nos situamos ante Dios, el
infinito, el eterno, el omnipotente... es normal que el trato que le debemos
sea también diferente al que nos corresponde a los seres humanos, porque la
diferencia entre él y nosotros es sencillamente abismal.
En este nivel de trato
máximo y exclusivo se sitúa la adoración. Por eso Jesús le recordó a Satán, que
estaba haciendo piruetas para que lo trataran como dios, que sólo a Dios hay
que adorar (Mt 6,10).
Al decir esto, estamos
diciendo de algún modo que, si Jesucristo sólo es hombre, merece ser tratado
como hombre, aunque sea con mucho honor y respeto; pero es Hijo de Dios, merece
la adoración de Dios. Como la verdad es que en Jesucristo hay dos naturalezas,
una humana y otra divina, afirmamos que merece recibir la adoración que sólo a
Dios corresponde.
Así nos lo enseña la palabra revelada, la que sale de la boca
de Dios.
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La carta a los Hebreos empieza
haciendo una presentación del Hijo y una afirmación acerca de su presencia
entre los hombres, de la obra que ha llevado a cabo y de su posición final a la
diestra de Dios diciendo: “Muchas veces y
de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los
Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien
instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo
resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con
su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados,
se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb 1,1-3).
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A continuación afirma su dignidad
por encima de toda la creación, al recordar que a nadie ha tratado como a él, porque nadie puede
igualarse con él, que goza de “una
superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre
que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo
te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo?”
(Hb 1,4-5).
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Otra razón convincente consiste en
el mandato que da a los ángeles –las criaturas más excelsas de la creación-
para que le adoren: “Al introducir a su
Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb
1-6).
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Por
si acaso quedara alguna duda, sigue una comparación final entre los ángeles y
el Hijo: “De los ángeles dice: El que
hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego. Pero del Hijo:
Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos; y [...] te ungió, oh Dios,
tu Dios con óleo de alegría con preferencia a tus compañeros” (Hb 1,7-9).
La diferencia es evidente y el honor que en consecuencia le corresponde también
lo es.
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Si la adoración está dirigida a
Dios por ser quien es, Jesucristo tiene la dignidad y la autoridad de Dios, que
en él se hacen visibles y cercanas al hombre, pues como nos recuerda San Pablo:
"Él es Imagen de Dios invisible,
primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas,
en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las
Dominaciones, los Principados y las Potestades, todo fue creado por él y para
él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia"
(Col 1,15-17).
Por tanto, la persona de Jesucristo –Hijo de Dios e hijo de hombre- merece la misma adoración que otorgamos a Dios, porque él es igualmente Dios.
Por tanto, la persona de Jesucristo –Hijo de Dios e hijo de hombre- merece la misma adoración que otorgamos a Dios, porque él es igualmente Dios.
Palabra
profética
“No olvidéis que estáis en una guerra, y que
en esta guerra no hay tregua ni descanso. Vigilad día y noche; no perdáis de
vista al enemigo. Sólo si camináis en humildad y santidad, seréis preservados
del enemigo que se disfraza de ángel de luz para confundiros. Sólo la humildad
y la santidad os pueden mantener en la Verdad”.
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“No olvidéis que estáis en una guerra, y que en esta guerra no hay tregua ni descanso. Vigilad día y noche; no perdáis de vista al enemigo. Sólo si camináis en humildad y santidad, seréis preservados del enemigo que se disfraza de ángel de luz para confundiros. Sólo la humildad y la santidad os pueden mantener en la Verdad”.
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