Las Gracias de Su Carácter
Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo
abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del
Hombre. (Juan 1,51).
Dios nos ha dado una norma perfecta de carácter que siempre deberíamos
mantener delante de nosotros. Debemos guardar la ley de Dios mediante la fuerza
que Cristo nos imparte. Debemos ser hijos obedientes a pesar de las dificultades
que encontremos.
No podemos pretender que entraremos al cielo sin pasar por conflictos y pruebas, pero tenemos la certeza de que si buscamos la voluntad de Dios en lugar de consultar nuestros propios placeres, no seremos abandonados para pelear la batalla solos.
En el mundo hay una gran obra que hacer, y cada uno de nosotros debería permitir que su luz brille sobre el sendero de los demás. Necesitamos valernos de los rayos divinos de la luz de Cristo.
Necesitamos escudriñar las Escrituras y cavar profundo en las minas de la verdad; porque las joyas preciosas no siempre se encuentran en la superficie, deberíamos buscarlas como si procuráramos encontrar un tesoro escondido.
. Hay un cielo de felicidad que ganar, porque Cristo fue a preparar mansiones para nosotros; y ahora es el tiempo cuando deberíamos buscar estar listos para aquello que nos está preparando.
Para este fin, Cristo debe estar presente en nuestra vida diaria; puesto que los que habitan en las moradas de gloria deben poseer corazones libres de toda envidia, celo, odio, malicia y egoísmo. Jesús quisiera hacer grandes cosas en nuestro favor y llenarnos con toda la plenitud de Dios.
Deberíamos creer en sus promesas, porque “él guarda la verdad eternamente”, en él no hay injusticias”.
Mediante Cristo la tierra está conectada con el cielo, porque él es la escalera mística que Jacob vio en visión en Betel. Cuando nos separamos de Dios, Cristo vino para reconciliarnos con el Padre.
Con amor compasivo colocó su brazo humano alrededor de la raza caída, y con su brazo divino se aferró del trono del Infinito, conectando así al hombre finito con el Dios infinito.
Mediante el plan de salvación estamos unidos con las agencias del cielo. Gracias a los méritos de un Redentor crucificado y resucitado podemos levantar la vista y contemplar la gloria de Dios que alumbra del cielo a la tierra.
Deberíamos estar agradecidos de Dios por el plan de salvación. Hemos recibido muchas clases de bendiciones y por agradecimiento deberíamos darle a Dios nuestros corazones indivisos.
Es triste que estemos tan lejos de Cristo debido a nuestra indiferencia hacia los intereses eternos; tampoco vemos la gloria de Dios que brilla sobre cada peldaño de la escalera; no ascendemos confiados en Cristo realizando progresos en la vida divina.
Si lo hiciéramos, reflejaríamos la imagen de Cristo, teniendo pureza de carácter y siendo luces en el mundo.
Deberíamos contemplarlo constantemente, hasta quedar prendados de las gracias de su carácter; entonces no dejaríamos de hablar de él y de su amor.
Entonces deberíamos poseer las bendiciones eternas que el mundo no puede darnos ni quitarnos, a la vez que perder nuestro gusto por el pecado.
No podemos pretender que entraremos al cielo sin pasar por conflictos y pruebas, pero tenemos la certeza de que si buscamos la voluntad de Dios en lugar de consultar nuestros propios placeres, no seremos abandonados para pelear la batalla solos.
En el mundo hay una gran obra que hacer, y cada uno de nosotros debería permitir que su luz brille sobre el sendero de los demás. Necesitamos valernos de los rayos divinos de la luz de Cristo.
Necesitamos escudriñar las Escrituras y cavar profundo en las minas de la verdad; porque las joyas preciosas no siempre se encuentran en la superficie, deberíamos buscarlas como si procuráramos encontrar un tesoro escondido.
. Hay un cielo de felicidad que ganar, porque Cristo fue a preparar mansiones para nosotros; y ahora es el tiempo cuando deberíamos buscar estar listos para aquello que nos está preparando.
Para este fin, Cristo debe estar presente en nuestra vida diaria; puesto que los que habitan en las moradas de gloria deben poseer corazones libres de toda envidia, celo, odio, malicia y egoísmo. Jesús quisiera hacer grandes cosas en nuestro favor y llenarnos con toda la plenitud de Dios.
Deberíamos creer en sus promesas, porque “él guarda la verdad eternamente”, en él no hay injusticias”.
Mediante Cristo la tierra está conectada con el cielo, porque él es la escalera mística que Jacob vio en visión en Betel. Cuando nos separamos de Dios, Cristo vino para reconciliarnos con el Padre.
Con amor compasivo colocó su brazo humano alrededor de la raza caída, y con su brazo divino se aferró del trono del Infinito, conectando así al hombre finito con el Dios infinito.
Mediante el plan de salvación estamos unidos con las agencias del cielo. Gracias a los méritos de un Redentor crucificado y resucitado podemos levantar la vista y contemplar la gloria de Dios que alumbra del cielo a la tierra.
Deberíamos estar agradecidos de Dios por el plan de salvación. Hemos recibido muchas clases de bendiciones y por agradecimiento deberíamos darle a Dios nuestros corazones indivisos.
Es triste que estemos tan lejos de Cristo debido a nuestra indiferencia hacia los intereses eternos; tampoco vemos la gloria de Dios que brilla sobre cada peldaño de la escalera; no ascendemos confiados en Cristo realizando progresos en la vida divina.
Si lo hiciéramos, reflejaríamos la imagen de Cristo, teniendo pureza de carácter y siendo luces en el mundo.
Deberíamos contemplarlo constantemente, hasta quedar prendados de las gracias de su carácter; entonces no dejaríamos de hablar de él y de su amor.
Entonces deberíamos poseer las bendiciones eternas que el mundo no puede darnos ni quitarnos, a la vez que perder nuestro gusto por el pecado.
Si lo hiciéramos, reflejaríamos la imagen de Cristo, teniendo pureza de carácter y siendo luces en el mundo.
ResponderBorrarDeberíamos contemplarlo constantemente, hasta quedar prendados de las gracias de su carácter; entonces no dejaríamos de hablar de él y de su amor.
Entonces deberíamos poseer las bendiciones eternas que el mundo no puede darnos ni quitarnos, a la vez que perder nuestro gusto por el pecado.