Contemplar el Evangelio de hoy
Día
litúrgico: Domingo XX (B) del tiempo ordinario
Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».
«Yo
soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para
siempre»
Hoy
continuamos con la lectura del Discurso del pan de vida que nos ocupa en estos
domingos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51).
Tiene una
estructura, incluso literaria, muy bien pensada y llena de ricas enseñanzas.
¡Qué bonito sería que los cristianos conociésemos mejor la Sagrada Escritura!
Nos encontraríamos con el mismo Misterio de Dios
que se nos da como verdadero
alimento de nuestras almas, con frecuencia amodorradas y hambrientas de
eternidad.
Es fantástica esta Palabra Viva, la única Escritura capaz de cambiar
los corazones.
Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí mismo diciéndonos que es Pan.
Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida, habla de sí mismo diciéndonos que es Pan.
Y el pan, como bien sabemos, se hace para comerlo.
Y para comer —debemos recordarlo— hay que tener hambre. ¿Cómo podremos entender
qué significa, en el fondo, ser cristiano, si hemos perdido el hambre de Dios?
Hambre de conocerle, hambre de tratarlo como a un buen Amigo, hambre de darlo a
conocer, hambre de compartirlo, como se comparte el pan de la mesa.
¡Qué bella
estampa ver al cabeza de familia cortando
un buen pan, que antes se ha ganado
con el esfuerzo de su trabajo, y lo da a manos llenas a sus hijos!
Ahora, pues,
es Jesús quien se da como Pan de Vida, y es Él mismo quien da la medida, y quien
se da con una generosidad que hace temblar de emoción.
Pan de Vida..., ¿de qué Vida? Está claro que no nos alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días. Preguntémonos con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí?
Pan de Vida..., ¿de qué Vida? Está claro que no nos alargará ni un día más nuestra permanencia en esta tierra; en todo caso, nos cambiará la calidad y la hondura de cada instante de nuestros días. Preguntémonos con honestidad: —Y yo, ¿qué vida quiero para mí?
Y comparémosla con la orientación real con que vivimos. ¿Es esto lo que
querías? ¿No crees que el horizonte puede ser todavía mucho más amplio? Pues
mira: mucho más aun que todo lo que podamos imaginar tú y yo juntos... mucho más
llena... mucho más hermosa... mucho más... es la Vida de Cristo palpitando en la
Eucaristía.
Y allí está, esperándonos para ser comido, esperando en la puerta de
tu corazón, paciente, ardiente como quien sabe amar. Y después de esto, la Vida
eterna: «El que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). —¿Qué más
quieres?
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