ADORAR A JESUCRISTO, SEÑOR Y REY
“Dios tuvo a bien hacer
residir en él toda la plenitud” (Col 1,19)
Refelexión
Jesucristo, el Hijo de Dios, tiene derecho a recibir adoración por ser
Dios como el Padre y el Espíritu. Pero, al hacerse Hijo de hombre y llevar a
cabo una misión específica entre los hombres, tenemos una relación añadida con
él en función de sus obras y de los designios del Padre, que quiso
colocarlo al frente de toda la creación
como soberano, para que recibiera el honor que le corresponde, según él dijo de
sí mismo al presentarse a Juan en visión: “Soy
yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo
por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,18) .
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Debemos adoración a Jesucristo
como Señor y Rey, porque el Padre ha querido ensalzar al que se ha humillado
hasta lo más profundo y colocarlo en lo más alto para que reciba el honor que
le corresponde mediante la postración de las criaturas.
Quiere que ante él “toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Flp 2,9-11).
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Debemos adorar a Jesucristo en su
señorío universal porque el Padre ha querido que él sea la referencia final de
todos los seres: “que todo tenga a Cristo
por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef,
1,10).
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Debemos
adorarle en su señorío desde nuestra naturaleza de criaturas contingentes y
llenas de limitaciones porque “en él
fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y
las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él,
él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia “ (Col
1,16-17).
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Debemos adorarle como señor de
vivos y muertos porque él es “el
Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en
todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud” (Col
1,18-19; y “porque Cristo murió y volvió
a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14,9).
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El Apóstol Pedro nos recuerda que
“Jesucristo... habiendo ido al cielo,
está a la diestra de Dios, y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y
las Potestades” (1 P 3,22).
Si
los seres celestiales le están sometidos y le adoran, cuánto más tendremos que
hacerlo los hombres que, además de no estar a su altura, hemos sido
especialmente favorecidos por él y rescatados por él.
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Con
nuestra adoración a Jesucristo Señor reconocemos que el Padre desplegó su
fuerza poderosa en Cristo, “resucitándole
de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de
todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no
sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas la
cosas y le constituyó Cabeza suprema de
la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo”
(Ef 1,19-23).
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Una ayuda para adorar a Jesucristo
como Señor del universo es participar en espíritu de la visión que Juan
describe en el Apocalipsis con estas palabras: “Vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta se
llama ‘Fiel’ y ‘Veraz’; y juzga y combate con justicia. Sus ojos, llama de
fuego; sobre su cabeza, muchas diademas; lleva escrito un nombre que sólo él
conoce; viste un manto empapado en sangre y su nombre es: La Palabra de Dios.
[...] Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor
de Señores” (Ap 19,11-16).
Palabra profética
"Misión de ángeles os he
encomendado. Misión de santos es la adoración. Cuando estáis en adoración ante
mi trono, el Reino de mi Padre se va restaurando, los enfermos son sanados, el
pecado perdonado, los hombres salvados. Mirad qué misión tan importante, obra
de mi misericordia, que sólo desde la santidad podréis llevar a cabo".
"Misión de ángeles os he encomendado. Misión de santos es la adoración. Cuando estáis en adoración ante mi trono, el Reino de mi Padre se va restaurando, los enfermos son sanados, el pecado perdonado, los hombres salvados. Mirad qué misión tan importante, obra de mi misericordia, que sólo desde la santidad podréis llevar a cabo".
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