jueves, 20 de agosto de 2015

Elegir a Dios significa elegir a Jesús Abandonado



      

Rocca di Papa, 23 de diciembre de 1983

Jesús se reveló a Chiara como crucificado y abandonado: aquí describe la génesis de esta inspiración tan vital para ella y para su Obra
(...)
Si ahora miramos a los inicios del Movimiento –movidos por un deseo legítimo, pero también por consejo de la Iglesia, la cual, para salvaguardar la pureza de la inspiración, invita a las familias religiosas y a los movimientos a remontarse a los tiempos en que el Espíritu Santo los suscitó–, vemos que, incluso antes de tener una idea de cómo realizar la unidad, se nos propuso un modelo, una figura, una vida: la de Aquel que supo «hacerse uno» de verdad con todos los hombres que existieron, que existen y que existirán; Aquel que realizó la unidad pagándola con la cruz, con su sangre y con su grito; Aquel que dio como fruto a la Iglesia su presencia como Resucitado durante todos los días hasta el final del mundo: Jesús crucificado y abandonado.

Su realidad y la comprensión que tuvimos de Él precedieron, también en el tiempo, a cualquier otra consideración: si consideramos, con razón, el 7 de diciembre de 1943 (fecha de mi consagración a Dios) como el inicio de nuestra historia, debemos recordar que el 24 de enero de 1944 Jesús abandonado ya se había manifestado a nuestra mente y a nuestro corazón.

Pero vayamos por orden.

Como hemos hecho con la unidad, también con Jesús abandonado y con las primeras ideas que tuvimos sobre Él procuraremos recordar episodios y circunstancias y leer breves escritos que se conservan.

Son hechos y pensamientos ya conocidos, pero que conviene repasar de nuevo hoy para un análisis más completo de este tema.

Un primer episodio fue el encuentro con Jesús abandonado en casa de Dori, encuentro que esta vez dejamos que narre ella misma.

Cuenta: «Íbamos a visitar a los pobres, y seguramente ellos me contagiaron una infección en la cara.

Estaba llena de llagas, y las medicinas no detenían el proceso de la enfermedad. Pero, con la cara bien cubierta, seguía yendo a misa, y el sábado a la reunión…

Hacía frío, y era peligroso salir en aquellas condiciones.
Y como mis padres me lo prohibieron,


Chiara pidió a un padre capuchino que me trajese la comunión.

Mientras estaba en la acción de gracias, aquel sacerdote le preguntó a Chiara cuál había sido, según ella, el momento en que Jesús había sufrido más durante su pasión.

Ella respondió que siempre había oído decir que había sido el dolor que sufrió en el huerto de los olivos.

Pero el sacerdote dijo: “Yo creo, más bien, que fue en la cruz, cuando gritó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46)”.

Nada más marcharse el sacerdote, como había oído las palabras de Chiara, me dirigí a ella con la seguridad de recibir una explicación, y me dijo: “Si el mayor dolor de Jesús fue el abandono por parte de su Padre, nosotras lo elegimos como Ideal y lo seguiremos así”.

En aquel momento, en mi mente y en mi imaginación se grabó la convicción de que nuestro Ideal era Jesús con el rostro lacerado, clamando al Padre.

Y mis pobres llagas en la cara, que me parecían como atisbos de su dolor, me daban alegría, porque me hacían parecerme un poco a Él. Desde aquel día, a menudo Chiara –o mejor dicho, siempre– me hablaba de Jesús abandonado. Era el personaje vivo de nuestra existencia.

Así pues, una sola elección, radical: Jesús abandonado.
Lo subrayan las cartas de entonces: «Olvídalo todo…, hasta las cosas más sublimes; déjate dominar por una sola Idea, por un solo Dios, que debe penetrar en todas las fibras de tu ser: por Jesús crucificado» (21-7-1945).

«¿Conoces la vida de los santos? …[Ellos] eran una sola palabra: Jesús crucificado; … las llagas de Cristo, su descanso; la sangre de Cristo, el baño saludable de sus almas; el costado de Cristo, el cofre que se llenaba del amor de ellos.
Pídele a Jesús crucificado, por su grito desgarrador, la pasión de su pasión.

Él tiene que serlo todo para ti» (21-7-1945). Jesús abandonado era el único libro en el que queríamos leer.

Sí, es cierto, voy a la universidad, pero ningún libro, por bello y profundo que sea, le da a mi alma tanta fuerza, y sobre todo tanto amor, como Jesús crucificado…» (7-6-1944).

Y también: «Pero sobre todo instrúyete en un solo libro… en el crucificado Jesús, ¡que fue abandonado por todos!, que grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

¡Oh! ¡Si ese rostro divino contraído por los espasmos, esos ojos enrojecidos, pero que [te] miran con bondad, olvidando tus pecados y los míos, que lo han reducido a eso, estuviesen siempre ante tu mirada!…» (30-1-1944).

Y en los años siguientes renovábamos de vez en cuando esta elección radical.

Una carta de 1948 dice: «…Olvidarlo todo en la vida: oficina, trabajo, personas, responsabilidades, hambre, sed, descanso, ¡hasta tu propia alma… para poseerlo sólo a Él!

Ahí está todo… Amar como Él nos amó, hasta experimentar por nosotros incluso el abandono de su Padre» (14-8-1948).

Y en 1949: «Tengo un solo Esposo en la tierra, Jesús abandonado. No tengo otro Dios fuera de Él».

No conocíamos, pues, a nadie más que a Él. No queríamos conocerlo más que a Él. El Espíritu repetía en nosotros: «No conozco más que a Cristo, y a éste crucificado». El amor por Él era exclusivo; no permitía componendas.

La elección de Dios, que había caracterizado el primer paso de nuestra vida, se precisaba: para nosotros, elegir a Dios significaba elegir a Jesús abandonado.
 

VER VIDEO
 
                               https://vimeo.com/8630872


                                              https://vimeo.com/6679133

 

 
 

1 comentario:

  1. Cuando estaba en el Focolar de Lipsia, a menudo iba a la Santa Cena donde estaban los hermanos de la Christusbruderschaft. Un día, uno de ellos me preguntó cómo hacíamos para permanecer fieles a nuestras iglesias y vivir una vida espiritual intensa con los católicos.

    Entendí en ese momento el gran valor de la consigna de Chiara: Jesús abandonado.

    Amándolo a Él, quien se hizo división por nosotros, no sólo encontramos la fuerza para no sentirnos divididos en nosotros mismos, sino para ser unidad para los demás.

    En Él descubrimos la importancia de vivir con Jesús presente espiritualmente en medio nuestro, atraído por nuestro amor recíproco

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