domingo, 2 de agosto de 2015

MISA DEL DOMINGO

a la semana





La lectura continua de esta semana sigue mostrando las peripecias del pueblo judío atravesando el desierto hacia la “tierra prometida” a través del de los Números y del Deuteronomio.

Son episodios que describen la condición humana y la comprensión de Dios de la debilidad de esa condición, que desembocan en el discurso de Moisés al pueblo, que recoge el Deuteronomio, en el que le hace ver hasta qué punto Yahvé se ha comprometido con su pueblo.

El texto evangélico continúa presentando el evangelio de Mateo y los episodios del discurrir de Jesús, con escenas de relieve como la de la Cananea y la confesión de Betsaida.












 

“Dadles vosotros de comer”



I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de los Números 11,4b-15

En aquellos días, los israelitas dijeron: «¡Quién pudiera comer carne!

Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.»

El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite.

Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná.

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo?

¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"?

¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas.

Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»

Mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos. R/.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios. R/.

Los que aborrecen al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre. R/.

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado.

Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»

Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»

Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.»

Les dijo: «Traédmelos.»

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

 “Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto”

Nos encontramos en la etapa de la liberación del pueblo judío, por parte de Dios, de la esclavitud que sufría en Egipto.

Una liberación que Yahvé quiso que fuese comandada por Moisés.

En esa larga travesía hasta llegar a la tierra prometida, sobre todo en los momentos donde afloraba la dureza de las condiciones en el caminar hacia la libertad, el pueblo se enfada con Moisés y con Yahvé.

Esta primera lectura nos recoge las quejas de la comida. No les gusta el maná que Yahvé les proporciona cada día y se acuerdan de lo bien que comían, siendo esclavos, en Egipto.

Y así se lo transmiten a Moisés, que acude a Yahvé, abrumado por el peso de “cargar con todo este pueblo”. La primera lectura termina aquí.

Nosotros los cristianos, estamos en una nueva etapa dentro de la historia de la relaciones de Dios con la humanidad.

Nuestro gran referente es Cristo, el Hijo que Dios envió al mundo como prueba suprema del gran amor que nos tiene.

De todas las maneras, ni el mismo Cristo Jesús ni nosotros mismos, como el pueblo judío, entendemos algunas de las cosas que nos suceden en el entramado de la historia, donde la amplia libertad humana juega un papel decisivo.

Cristo Jesús suplicó a Dios que le librase de su muerte injusta: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”, al tiempo que se abandonaba en su paternales manos: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Y el Padre le escuchó resucitándole al tercer día. Eso mismo hará con nosotros, nos ofrecerá su presencia continua en todos los avatares que nos toque vivir, antes de resucitarnos a la vida de total felicidad para siempre.

“Dadles vosotros de comer”

A Jesús, se le conmueven las entrañas ante los que le han seguido y no tienen qué comer.

Llevado por su buen corazón y su preocupación por ellos, realiza el milagro de la multiplicación de cinco panes y de dos peces.

Pero la misión más importante de Jesús no es llenar el estómago de la gente.

Su misión es más abarcante y profunda: llenar de amor los corazones de las personas.

Éste es el gran milagro que viene a realizar con cada uno de nosotros. Lo que quiere es multiplicar el amor, que es la mejor manera de multiplicar el pan.

Hoy, para quitar el hambre en el mundo, no es necesario el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. No hace falta, porque hay alimentos suficientes para dar de comer a los siete mil millones de personas que poblamos la tierra.

Lo que no existe es la voluntad clara y decidida de una correcta y justa distribución de esos bienes, para que lleguen a todos.

No es cuestión de que falten los panes y los peces.

Es cuestión de que en el corazón de las personas que los tienen está ausente la justicia y el amor para hacer llegar ese alimento a todos. Llenemos nuestro corazón del amor que Jesús nos regala para que demos de comer al hambriento, de beber al sediento…

ver video
 









 

 

1 comentario:

  1. Hoy, para quitar el hambre en el mundo, no es necesario el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. No hace falta, porque hay alimentos suficientes para dar de comer a los siete mil millones de personas que poblamos la tierra.

    Lo que no existe es la voluntad clara y decidida de una correcta y justa distribución de esos bienes, para que lleguen a todos.

    No es cuestión de que falten los panes y los peces.

    Es cuestión de que en el corazón de las personas que los tienen está ausente la justicia y el amor para hacer llegar ese alimento a todos. Llenemos nuestro corazón del amor que Jesús nos regala para que demos de comer al hambriento, de beber al sediento…

    ResponderBorrar